2.

El primer viernes de septiembre, cuando el verano se despedía sofocante, sobre las tres de la tarde una mujer pálida y fotofóbica, que le sonaba de algo, le tendió la mano en la sala de ventas.

—Wolff, Gudrun Wolff —dijo—, perdone la molestia, pero a lo mejor nos puede ayudar, la señora Ferstl y yo estamos preocupadas y pensamos que…

«¿Nos conocemos?», quería preguntar Judith. Pero su sospecha, que se confirmó de inmediato, era tan terrible que le falló la voz. La mujer estaba en el bar Phoenix y la había saludado con la mano. Era una de las dos compañeras de Hannes.

—Estamos preocupadas por el señor Bergtaler. Lleva semanas sin aparecer por el despacho. Y tampoco ha llamado. Y hoy…

Judith: —Lo siento, me es imposible ayudarla, tiene usted que entenderlo.

Trató de llevar a la mujer a la salida. Pero ésta ya había extraído un trozo de papel arrugado de un rígido bolso cuadrado color crema.

—Y hoy hemos recibido esta carta suya —dijo, agitando el papel en el aire, como si quisiera ahuyentar a los malos espíritus—. «Lamento tener que deciros adiós», escribe. «Pronto seguiré existiendo sólo sobre el papel…». —Gudrun Wolff hizo una pausa para respirar. Su voz se volvió teatral y llena de reproches—: «Pronto seguiré existiendo sólo sobre el papel. Y en el corazón de mi adorada, el amor de mi vida», escribe. Nada más. Como es natural, ahora la señora Ferstl y yo estamos preocupadas por él y pensamos, como usted es casi la única…

—Lo siento, no puedo ayudarla. He perdido el contacto con el señor Bergtaler hace ya varias semanas, lo he perdido por completo —dijo Judith, y trazó en el aire una enérgica línea con las yemas de los dedos.

—¿Va todo bien, jefa?

Bianca se puso a su lado, para cogerla si se caía.

Judith: —Ya no tengo absolutamente nada que ver con él, lo siento.

Gudrun Wolff: —Pero tal vez sepa usted…

Judith: —No, no lo sé, ni quiero saberlo.

Bianca: —Me parece que mi jefa no se encuentra bien. Será mejor que se marche.

Gudrun Wolff: —Espero que a él no se le ocurra hacer un disparate.