1.

Habían pasado tres semanas. Quinientas horas. Dieciocho veces a pie a la tienda. Dieciocho veces de vuelta a casa. Más de dos docenas de veces abrir el portal, abrir la puerta, entrar en el piso, cerrar la puerta con cerrojo, registrar la terraza, mirar debajo de la cama, no olvidar el armario.

Tres semanas. Mil esfuerzos dobles para Judith. Mil veces sobreponerse, a sí misma y a la invisible sombra de él. Más de dos docenas de veces bajar las persianas, desnudarse, entrar en la ducha, salir de la ducha, volver a mirar debajo de la cama, levantar la manta, palpar la almohada. Acostarse. Cerrar los ojos. Abrirlos de golpe. ¡La cafetera eléctrica! Saltar de la cama. Correr a la cocina. La cafetera eléctrica. ¿Estaba en el mismo sitio? ¿No estaba un poco más a la izquierda?

Tres semanas. Veintiocho horas extras para la guardiana Bianca. Un viaje a Ámsterdam cancelado. Un bautizo anulado. (Veronika, la sobrina, cuatro kilos veinte, sana. Hedi bien, Ali feliz. Por lo menos Ali). Una breve visita a la comisaría de policía:

—¿La ha golpeado? ¿No? ¿La ha amenazado? Tampoco. ¿La persigue? ¿Sí? Muy bien, acoso. Tenemos leyes muy estrictas. ¿Qué datos puede aportar? ¿Qué pruebas tiene contra él? Espinas. Ya. Una carta, muy bien. ¿Dónde está? La ha tirado. Eso está mal. Muy mal. Guarde la siguiente carta y tráigala.

Tres semanas. Ninguna llamada. Ningún SMS. Ningún email. Ninguna carta. Ningún recado. Ninguna rosa. Ninguna espina.

Bianca: —Se ha dado por vencido. ¿Apostamos?

Judith: —Pero tiene que estar en alguna parte.

Bianca: —Bueno, en algún sitio tiene que estar. Pero lo importante es que se ha ido, jefa. ¿No cree?