2.

Por lo visto, Hannes hizo caso de la sugerencia de Gerd, esperó unos días más, luego llamó a Judith y le dejó dicho en el buzón de voz: «Hola, Judith, no quiero que nos separemos de mala manera. Tampoco quiero que tengas sentimientos negativos cuando pienses en mí. Te pido que tengamos una última charla. Reconozco mi error. ¿Podemos quedar una vez más? Te propongo mañana, a las doce, en el café Rainer. Si no me llamas, supongo, mejor dicho, confío en que vendrás. Yo estaré allí esperándote. ¡Hasta mañana, pues!».

Ella no contestó la llamada y tampoco pensaba ir. A la mañana siguiente, en la tienda de lámparas, no pudo seguir ocultando su estado de nerviosismo y alteración, y le confió a su aprendiza el asunto de Hannes.

—Jo, qué chungo, jefa —dijo Bianca—, pero la entiendo. A mí tampoco me gusta que un tío vaya detrás de mí cuando ya no lo quiero. Y a mí me puede pasar superrápido que un tío me canse que no veas.

Al decir esto, Bianca puso la correspondiente cara de asco. Si yo fuera capaz de poner una cara así, me habría librado de Hannes hace tiempo, pensó Judith.

Bianca: —¡Pero vaya hoy a la cita, jefa! Así acabará con esto. Si no, él se lo pedirá mañana y pasado mañana. Yo sé cómo es, hay algunos que no quieren enterarse.

Era curioso que fuese precisamente Bianca la primera que más o menos podía ponerse en su situación. Tal vez Hannes se hubiese quedado en la misma edad que ella en su emocionalidad.

—Muchas gracias, Bianca.

—¡Tranqui, jefa! —contestó desde sus dieciséis años.