Cada nuevo día sin «incidentes» crecía su esperanza de que él se hubiera dado por enterado. Bianca decía haberlo visto una vez «pasando rápidamente por el escaparate».
—¿Por qué ya no entra, jefa? —preguntó.
—De momento está muy ocupado —respondió Judith.
Para Bianca, la verdad podía esperar un poco más.
En el fondo, por desgracia la verdad los esperaba a todos. Judith todavía no había llegado a hablar con nadie sobre Hannes y el fracaso de su relación. Temía todas aquellas frases como «¡Ánimo!» y «¡Todo acabará bien!», la cara de desilusión de sus amigos y conocidos, que tenían con ella intenciones tan despiadadamente buenas, que sólo le deseaban lo mejor y una vez más habrían de ver que ella no se conformaba con lo mejor: con Hannes, el premio gordo, el prototipo de la felicidad arrebatada al azar. Lo tenía ahí, a él, al hombre ideal, exclusivamente para ella, y lo dejaba plantado bajo la lluvia así como así, con sus ramos de rosas amarillas.
Sin embargo, cada nuevo día sin «incidentes» también crecía su compasión. La situación de Hannes debía de ser peor que la suya. Para ella, él tan sólo era un doloroso «intento fallido», la prueba viviente de que ser amado con pasión no basta para amar. Era patético que ella, con su experiencia, hubiese caído en una trampa tan simple. Pero él tenía que superar el hecho de haber sido rechazado por la mujer que había puesto en el centro del universo y en la mira de sus deseos. Judith se maldecía a sí misma por haberlo consentido tanto tiempo.
¿Y a quién podía recurrir él ahora? Muchos amigos no debía de tener, nunca había hablado de ninguno. ¿Relaciones anteriores? Mantenía su pasado como un secreto. Con la hermanastra menor y su familia no tenía contacto. Su padre había muerto cuando él era pequeño. La madre y el padrastro vivían en Graz. Sólo se refería a ellos de forma fría y lacónica. O sea que ¿sólo quedaban sus dos insignificantes y difusas compañeras de trabajo?
Al cabo de ocho días, al mediodía, ella lo llamó desde la tienda y no se atrevió a decir nada más personal que:
—¿Cómo estás?
Hannes: —Gracias, Judith, me las arreglo más o menos bien con todo.
El tratamiento (por primera vez Judith, en lugar de amor), el tono de voz, el estado de ánimo, la forma, el contenido…, su respuesta la tranquilizó completamente.
—Procuro distraerme trabajando en mi despacho —añadió él—. Nos han encargado un par de diseños importantes —«nos», y ella no formaba parte de ese nosotros, a Judith le pareció que aquello sonaba bien. Despacho, distraerse, diseños…, tres palabras importantes con de—. ¿Y tú, Judith?
Ella: —¡Ah! Vamos tirando.
Él: —¿Sales mucho?
Ella: —No, no, más bien poco, estoy mucho en casa. Necesito descansar, como ya te he dicho, y tomar distancia de… mmm… de todo. Primero tengo que reencontrarme conmigo misma.
Él: —Claro, lo entiendo. Para ti tampoco es fácil.
Ella: —No, no lo es.
(Judith tenía que ir encontrando el modo de salir de aquella conversación tan comprometida, antes de perderse en la melancolía).
Él: —¿Y cómo vas a celebrar pasado mañana tu cumpleaños?
La cogió desprevenida, aquello fue demasiado repentino, hasta el momento Judith había conseguido no pensar la fecha, era probable que él la hubiese enmarcado en el calendario con un corazón ancho.
Él: —¿Con la familia?
Ella: —Yo… pues aún no tengo idea, ya improvisaré algo —mintió ella.
Él: —Si llegas a verlos, salúdalos de mi parte.
—Lo haré. Gracias, Hannes.
El agradecimiento de ella se correspondió con el saludo de él, bonito, formal, respetuosamente distante.
Él: —Bueno, tengo que dejarte.
Estupendo.
Ella: —Sí, yo también.
Ella: —Pues eso.
Él: —¡Ah!, algo más, Judith. ¿Has resuelto el acertijo?
Ella: —¿Qué acertijo?
Él: —El de las rosas. ¿Qué tienen en común? Lo has adivinado, ¿no? Es fácil.
El tono de su voz había vuelto a ser radiante. La conversación debía acabar de inmediato.
—Son todas amarillas —dijo ella, aburrida y precipitada.
Él: —Me decepcionas, tan fácil tampoco es. Tienes que volver a pensarlo, prométeme que volverás a pensarlo. Aún las tienes todas, ¿no? Aún no se han marchitado, ¿verdad, amor?
Ella prefirió no responder. «Amor» tenía que ser la última palabra.