5.

Durante tres días no oyó, no vio ni olió nada de él. Fueron días lluviosos de un calor sofocante. Agobiante…, así era también su estado físico y espiritual. Se despertaba de madrugada, con una vaga sensación de mareo, como si hubiese tenido a alguien acostado con todo su peso sobre su estómago, por ejemplo, a Hannes. Por la mañana y por la tarde entraba y salía de la tienda de lámparas cobijada bajo su paraguas. Durante el día —para evitar el contacto con cierto cliente potencial— se atrincheraba el mayor tiempo posible en el despacho. Pasaba las noches en casa con libros, películas y música, a la luz de sus lámparas. Cada dos horas le daba las gracias al teléfono por seguir sin dar señales de vida.

Al cuarto día del abrupto corte, se permitió tener por primera vez algo parecido a «compañía». Lara y Valentin, los que hacían manitas, la habían avisado de que, como estaban a punto de irse de viaje a Francia, le llevarían ya su regalo de cumpleaños, con una semana y media de anticipación, probablemente una lechera de porcelana de Gmunden. Los años anteriores, Valentin —que por aquel entonces aún no estaba con Lara— le había regalado una tetera, una cafetera y una jarra de porcelana de Gmunden.

Pero no…, resultó ser un juego de copas y vasos de Bohemia, francamente bonito, de una tienda de antigüedades de Josefstadt. (Por lo visto, Lara había hecho valer su influencia). Judith pensaba contarles del fracaso de su relación en cuanto se mencionara el nombre de Hannes, al fin y al cabo por alguien tenía que empezar. Pero no se mencionó su nombre. Es probable que sospecharan lo que había ocurrido, porque él ya no aparecía en los relatos de Judith, ni en sus planes para las vacaciones y para el futuro. De Venecia sólo habló de pasada, como si aquellas vacaciones cortas hubiesen sido un fastidioso viaje de trabajo, el denso programa cultural obligatorio.

Las dos horas de charla fueron amenas y entretenidas, y distrajeron a Judith de sus agotadores pensamientos. Cuando se despidieron, Lara la sorprendió con las siguientes palabras de consuelo, acompañadas de un guiño:

—¡Todo acabará bien!

Y Valentin le dio un abrazo discreto y reconfortante, como si ella fuera una persona en crisis. Probablemente no hace falta hablar para saberlo todo, pensó Judith.