—¿Ya las tienes todas, amor? —preguntó.
Había cogido el teléfono enseguida, sabía que ella lo llamaría.
Judith: —¿Por qué haces esto, Hannes?
Él: —Pensaba que te alegrarías. Siempre te alegrabas. Te gustan las rosas, sé muy bien cuánto te gustan.
Su voz sonaba como la del seductor líder de una secta.
—Y el color amarillo —prosiguió—. Tú adoras el amarillo. Siempre has estado rodeada de amarillo en tu vida. Tu hermoso pelo rubio, el más hermoso del mundo. Te has criado a la luz, amor. Eres una niña de la luz.
Ella: —Hannes, te lo ruego, deja…
Él la interrumpió. De pronto, su tono era sobrio y severo:
—No te repitas, amor. He recibido tu mensaje. Lo he guardado. Puedo escucharlo cuando me apetezca. Y respeto tu deseo. No te regalaré más rosas en los próximos días, ni amarillas ni de ninguna clase.
Ella: —¿Y dónde hay más? ¿Cuál es el mensaje que quieres darme? ¿Cómo es la frase? ¡Acabemos con esto de una vez! ¿Vale?
Él: —Es un acertijo, amor. Es un pequeño y simple acertijo. Puedes resolverlo fácilmente.
Ella levantó la voz:
—¡No quiero resolver nada! ¡Lo que quiero es que me dejes en paz! ¡Por favor!
Él: —Quince rosas en total. Cinco por tres. Un pequeño obsequio y un pequeño ejercicio, nada más. Toma el florero grande de cristal. ¿Cuántos ramitos has recogido ya?
Ella: —Cuatro. Primero el portal, luego la tienda, luego el coche, luego la vecina. ¿Dónde está el quinto, Hannes? Dilo. O si no… si no… ¡Me sacas de quicio!
Él: —Perfecto. El orden está bien. Sabía que darías un rodeo por el coche antes de volver a casa. Te conozco, amor, y como te conozco, he pensado que te alegrarías.
Ella: —¿Dónde está el último ramo? ¡Dilo!
Se hizo una pausa.
Él: —Las últimas rosas… ¿Dónde estarán las últimas tres rosas? En mi casa, desde luego. Quería llevártelas personalmente. Hoy quería…
Ella: —Ten por seguro que no me traerás ni flores ni nada, Hannes. Hoy no nos veremos. Y tampoco mañana, ni pasado mañana. No quiero, ¡por favor!
Él: —No hace falta que me grites, amor. Eso me ofende. Te he entendido. Si no quieres que vaya, no iré. Si Venecia fue demasiado para ti, si necesitas una pausa, yo lo respeto.
—Hannes —dijo ella con mucha calma—, no necesito una pausa. Ayer-rompí-contigo. ¿Recuerdas? ¿Serías tan amable de tomar nota de ello?
A modo de confirmación, Judith cortó la comunicación.