8.

En realidad, ella ya había sentido deseos de besarlo por el camino. A decir verdad, estaba impaciente por hacerlo, pero el paso de él era tan uniforme y decidido que no se atrevió a frenarlo y hacerle perder el ritmo. Cuando abrió el portal, él se detuvo de improviso y dijo:

—Bueno.

Judith: —Bueno, ¿qué?

Hannes: —Yo me despido aquí.

Judith: —¿Perdón?

Hannes: —No voy a subir contigo.

Judith: —¿Por qué no?

A ella le costaba mucho disimular su decepción.

Hannes: —Creo que es mejor así.

Nunca algo es realmente mejor así cuando se emplea esa detestable fórmula de cortesía, pensó ella.

Judith: —¿Y si yo, sí o sí, quiero acostarme contigo?

Hannes: —Me alegro.

Judith: —Pero no te excita.

Hannes: —Claro que sí.

Judith: —¿Pero?

Hannes: —No hay peros.

Judith: —Que sí, que lo noto, hay algún pero.

Hannes: —Que la excitación no lo es todo.

Judith: —De acuerdo, Hannes, voy a intentarlo una vez más: me gustaría que pasaras esta noche conmigo. ¡Me gustaría mucho, mucho, mucho!

Hannes: —Eso está bien.

Judith: —¿Pero?

Hannes: —Pero yo no sólo quiero pasar algunas noches contigo.

Judith: —¿Sino?

Hannes: —¡Toda la vida!

La pausa que siguió era necesaria.

Judith: —¡Ah! Buenas noches, señor Bergtaler, hoy casi no lo había reconocido.

Él no dijo nada.

Judith: —La verdad, ha de ser difícil pasar toda la vida con una mujer con la que uno no quiere pasar algunas noches. Primero las noches, luego la vida. Por eso te repito mi pregunta por última vez: ¿subes?

Él no dijo nada. Ella entró despacio en el vestíbulo y empezó a cerrar la puerta. Él se quedó inmóvil.

—¡Buenas noches! —le espetó ella, con sarcasmo, por el resquicio de la puerta.

—¡Mis buenas noches están en tu bolso, amor! —le gritó él mientras se alejaba.

Durante algunas horas de insomnio en la cama ella logró ignorar el cuerpo extraño que había dentro de su bolso (a Hannes lo creía capaz de cualquier gesto, desde una servilleta donde había escrito «¡Que descanses!» o «Te amo» hasta un hermano gemelo del feo anillo de ámbar). A eso de las tres de la madrugada fue a ver para poder dormirse de una vez. Sin embargo, aquellas buenas noches la mantendrían despierta unas horas más. Se trataba de un sobre con billetes de avión: Venecia, tres días, dos personas, tres noches, el nombre de ella, el de él. Salida prevista: el viernes. Pasado mañana. Además, un corazón a lápiz demasiado ancho y su inconfundible letra: «¡Sorpresa!».