Él debía de haber hecho un curso de serenidad. El saludo fue informal y consistió en un masaje manual de tres segundos y un beso fugaz en la mejilla. Además, había llegado nueve minutos tarde. Fueron los primeros nueve minutos en que ella —debía admitirlo— lo había esperado con el alma en vilo.
—Seis minutos más y me habría marchado —mintió.
Él sonrió con dulzura. De no haberse tratado del constructor de farmacias Hannes Bergtaler, hasta podría decirse que sonrió con aplomo.
Ella quería ver su aspecto más favorable y había escogido una mesa junto a una ventana del lado oeste, aún iluminado por el crepúsculo. Aquella luz les sentaba bien a sus arruguillas solares. Y cuando reía, los dientes de la abuela se extendían de oreja a oreja como una hamaca blanquísima. Lástima no tener la cámara fotográfica. Así le habría gustado guardarlo en su memoria para siempre.
Ella se extrañó de no tener apetito esta vez. Se asombró de que él se concentrara varios minutos en la carta. Y por primera vez empezaba a desconcertarla que nada, pero nada de nada en sus gestos contenidos indicara los impetuosos sentimientos con que durante meses la había tenido fascinada.
—¿Ha cambiado algo? —preguntó ella, tras una hora larga de conversación amena pero intrascendente (y la siguiente pregunta, «¿Ya no me quieres?», por suerte no salió de su boca).
—Sí —contestó él—, ha cambiado mi actitud.
Lo dijo en el mismo tono que antes había dicho: «De postre te recomiendo la tartaleta de fresas y castañas».
Hannes: —Quiero ser prudente. Quiero que te sientas a gusto conmigo. No quiero atosigarte nunca más con mi amor.
Judith: —Eso está muy bien y lo valoro mucho, querido.
Ella le cogió la mano, él la apartó.
Hannes: —¿Pero?
Judith: —No hay peros.
Hannes: —Que sí, que lo noto, hay algún pero.
Judith: —Que no por eso debes renunciar por entero a demostrarme que significo algo para ti.
Hannes: —Sólo puedo ser de una manera o de otra.
Judith: —Sé que dices la verdad, pero la verdad que no está bien. ¿Qué pasó en tus relaciones anteriores?
Hannes: —No quiero hablar de eso. Lo pasado, pasado —el sol se había puesto ya—. ¿Nos vamos?
—Buena idea —dijo ella.