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Su actual oferta de sorpresas se caracterizaba por la pertinaz ausencia de la pregunta de si volverían a salir una noche juntos. Ya habían pasado dos semanas del encuentro en la escalera. ¿De pronto había perdido el interés en ella? ¿Ya no quería estar cerca de ella? ¿Había otra mujer? (Una idea que le producía, en igual medida, alivio y consternación). ¿O simplemente, después de cuatro meses de amistad, noviazgo o lo que quiera que fuere, por primera vez le tocaba a Judith dar el próximo paso?

Eran las diez y media de la noche, ella estaba en su sofá ocre, dejándose iluminar por su cálida lámpara de codeso. Un día laborable de verano sin incidentes parecía agotarse entre bostezos y la voz de un presentador de noticias cuando decidió escribirle un SMS a Hannes: «Si aún estás despierto, mantente así. Si aún quieres venir a casa, ¡¡¡¡¡ven!!!!!». Antes de mandar el mensaje, borró tres de los cinco signos de exclamación.

Dos minutos después llegó su mensaje. «Amor», le escribió, «hoy ya no. Pero mañana por la noche podemos ir a cenar. ¡¡¡Si TÚ quieres!!!». Su decepción duró apenas unos minutos y no guardaba ninguna relación con la sensación de felicidad con que se fue a la cama. A ese Hannes que no estaba siempre disponible como su predecesor, a ese nuevo Hannes quería conocerlo mejor. Esperaba con ilusión la primera cita con él.