—¡Jefa, teléfono! —gritó Bianca pocas horas después, desde la sala de ventas hacia el despacho, donde Judith estaba intentando recoger los añicos de sus ideas sin hacerse más daño todavía.
—No estoy para nadie, estoy ocupada —contestó.
Su corazón no había retomado el ritmo habitual desde el duro golpe en la escalera.
Bianca: —Es su hermano Ali.
Judith: —¡Ah!, ya, Ali, a él puedes pasármelo.
Ali hablaba el doble de rápido y fuerte que de costumbre. Casi se diría que las palabras le salían a borbotones (si las aguas estancadas pudieran salir a borbotones).
—No sé cómo agradecéroslo —dijo.
Judith tampoco lo sabía. Ni siquiera sabía qué tenía que agradecer.
Ali: —Es bonito tener una hermana que esté ahí cuando uno se ve en un apuro.
Judith: —Sí, claro que sí. ¿Por qué lo dices?
Ali: —Porque conseguiste que Hannes lo hiciera. Hedi está tan contenta. Y ya verás cómo pronto dejaré de necesitar medicamentos.
Basta, ya estaba bien:
—¡Ali, explícate! ¿Qué es lo que conseguí que hiciera Hannes?
Ali: —No me digas que no sabes nada.
Resultó ser lo siguiente: ya el día después de su visita, Hannes lo había llamado y le había ofrecido el trabajo ideal. Lo único que Ali debía hacer era fotografiar farmacias y droguerías, primero en los distritos de Alta Austria y luego en otros estados. Al día siguiente, Hannes había pasado a recogerlo y habían ido a Schwanenstadt para visitar el primer proyecto. Hannes le había explicado cómo tenían que ser las fotografías, todas tomas exteriores de los edificios. Después habían redactado un contrato a tanto alzado por medio año.
—Mil euros al mes más todos los gastos, por un par de fotos sencillas, ¡qué barbaridad! —se entusiasmó Ali.
Judith no abrió la boca.
—Me da vergüenza haberlo subestimado —dijo su hermano—. Esa clase de personas son mejores que todos los terapeutas, que sólo hacen negocio con las crisis ajenas.
»Los que te ayudan no son los que estudian para luego decirte que necesitas con urgencia un trabajo, sino los que realmente te lo consiguen.
—Ya —dijo Judith.
Tenía la garganta seca y no podía emitir más sonidos.
Ali: —Hannes no sólo escucha, también hace algo. Algún día le devolveré el favor, te lo prometo.
Judith: —Ya.
Ali: —Y tú lo arreglaste todo, te lo agradezco, querida hermana.
Ella se mordió los labios. ¿Podía refrenar su euforia? ¿Podía disuadirlo de aceptar el trabajo? ¿Con qué argumentos? ¿Con su intuición?
—Me alegro por ti, Ali —dijo ella—. Y la próxima vez me gustaría hablar contigo. Tengo que explicarte algo, algo importante. Espero que me comprendas. Pero por teléfono no puedo.