3.

Tras una espantosa noche en vela, ella le mandó un SMS y le pidió que hablaran. A la hora del almuerzo se encontraron en el café Rainer. Él estaba sentado en la misma mesa que en la primera cita, pero esta vez en el banco rinconero. Ella escogió la incómoda silla que había enfrente. Hannes estaba pálido y ojeroso. Judith ya conocía su cara de avergonzado y arrepentido. Con ella se convertía en el alumno que ha de confesar un insuficiente en mates.

Él admitió que lo de Leipzig había sido mentira. No había ningún seminario de arquitectura. Había notado que el amor de ella no crecía tan deprisa como el suyo. Quería concederle una pausa, para que pudiera acortar distancias (como si el amor funcionara según las reglas de una carrera de velocidad). Dijo que además le venía de perillas, porque tenía cosas que hacer. Y sonrió satisfecho. Pronto ella sabría más al respecto.

—Hannes, no podemos seguir así —dijo ella.

—Te entiendo —dijo él—, estás ofendida por lo de ayer. Sí, fue una tontería por mi parte. Tendría que haberte llamado antes. Te cogí con mal pie.

—No, Hannes, es más que eso —dijo ella—. Para una relación tan intensa, yo no estoy…

—¡No sigas, por favor! —el escolar había desaparecido. Ahora Hannes era el padre fuera de sí, severamente autoritario—. Te he entendido, sé que cometí un error, no volverá a ocurrir. ¡Nostalgia! ¿Sabes lo que significa nostalgia? ¿Hace falta que te lo deletree? N, O, S, T, A, L, G, I, A. Nostalgia. Sentía nostalgia de ti. ¿Es un delito?

En cuanto advirtió que Judith estaba observando su puño cerrado, lo abrió de inmediato. Sonrió con dulzura como obedeciendo una orden, intentó en vano que se le formaran arruguillas solares. Alargó el brazo hacia Judith. Ella se echó hacia atrás.

—Ya lo verás, amor, todo se arreglará —dijo él.

Ella pidió la cuenta.

—Pago yo —replicó Hannes.