1.

Judith pudo observar cómo su segunda mitad volvía a insertarse con rapidez en la primera. Juntas vendían lámparas caras en cadena, sudaban a la hora del almuerzo en la clase de step-aerobic, husmeaban en librerías y tiendas de ropa después del trabajo, por la noche no se avergonzaban de ver James Bond y la versión alemana de Operación Triunfo, se alimentaban de pizza y döner kebab, brindaban con Chianti la una por la otra y estaban en paz entre ellas, entre ellas y con su equilibrada propietaria.

Judith se sorprendía de que Hannes llevara ya tres días sin dar señales de vida, pero ninguna de sus dos mitades podía decir que le disgustara aquel tiempo muerto forzoso con él. Sólo cuando estaba ya bajo las mantas, cuando cerraba los ojos y buceaba en su interior, un vértigo le subía del estómago a la cabeza, luego bajaba y le llegaba hasta los dedos de los pies, que de pronto se le enfriaban. Probablemente aún fuese demasiado débil para llamarlo nostalgia, pero todavía le quedaban unos días más para crecer.

El miércoles Judith tuvo que hablar en serio con su aprendiza.

—Bianca, la felicito por su respetable busto —dijo—, pero esto no es más que una tienda de lámparas, así que puede ponerse sujetador, si quiere.

—Ya, jefa, pero es que jo, aquí hace un calor que no veas —replicó Bianca aburrida.

Judith: —Créame, resulta usted mucho más interesante si no lo muestra todo.

Bianca: —Pues se ve que no sabe nada de hombres —hablando de hombres…—: ¿Por qué su novio ya no viene a la tienda?

Judith: —Está en un viaje de trabajo, en Leipzig.

Bianca: —Pero esta mañana estaba aquí.

Judith: —No, chica, imposible, Leipzig está en Alemania.

Bianca: —Jo, le digo que sí, de verdad. Ha pasado y no vea cómo ha mirado para dentro por el escaparate.

Judith: —No, Bianca, lo habrá confundido con otro.

Bianca: —Pues ese otro se le parecía un montón, jefa.

Judith: —Bueno, bueno. ¡Mire a ver si puede arreglarlo y mañana venga con sujetador!