6.

Por la noche llegaron los Winninger. Hacía mucho Judith había salido con Lukas, el mejor amigo de su hermano, un hombre simpático, sensible e inteligente. En aquel entonces él trabajaba en Alemania como comercial de una editorial…, por consiguiente había sido para ella lo contrario de Hannes: no estaba nunca. Sólo por Antonia, una estudiante de Filología inglesa de Linz que parecía su hermana gemela, él había dejado aquel trabajo y había aceptado un puesto en la biblioteca pública. Viktor ya tenía ocho años, y Sibylle, seis.

A pesar de la lluvia, Ali se fue al jardín con los niños a jugar al tiro con arco. Tal vez sólo quisiera lavarse un poco el pelo. Lukas distrajo a Judith de las bolas de cera y habló en confianza con ella de los viejos y nuevos tiempos, de los que posiblemente habían acabado demasiado pronto y comenzado demasiado tarde. El vino del sur de Burgenland era ideal para ello.

En un momento dado, Judith notó que había desaparecido la mano de su rodilla y, junto con ella, Hannes. Después de mucho buscar, lo encontró fuera, en el rincón más apartado del jardín, estoicamente sentado en una pila de leña, dejándose empapar por la lluvia.

Judith: —¿Qué haces?

Hannes: —Estoy pensando.

Él la miró de soslayo.

Judith: —¿En qué?

Hannes: —En ti.

Judith: —¿Y qué piensas?

Hannes: —En ti y en Lukas.

Judith: —¿En Lukas?

Hannes: —Crees que no me doy cuenta, ¿eh?

Él parecía hacer un esfuerzo para hablar en voz baja, las cuerdas vocales sonaban roncas.

Judith: —¿Qué dices?

Hannes: —Que él te mira.

Judith: —Se suele mirar cuando se habla, ¿no crees?

Hannes: —Según cómo.

Judith: —¡No, Hannes, por favor! Hace veinte años que conozco a Lukas. Somos viejos amigos. Hace mucho, mucho tiempo tuvimos…

—No quiero saber lo que hubo antes. Para mí lo que cuenta es lo que hay ahora. Me pones en ridículo delante de tu familia.

Ella se inclinó hacia él y lo miró fijamente a la cara. Él temblaba, las comisuras de su boca y de sus ojos se crispaban a porfía. Judith respiró hondo de manera ostensible y habló pausada y enfáticamente, como se hace al declarar principios.

—¡Basta, Hannes, así no! Esto es el colmo. Mi charla con Lukas ha sido de lo más normal. Si para ti eso es un problema, pues tienes un problema conmigo. Si hay algo que no soporto son esta clase de escenas, no las soporto desde la adolescencia, y no pienso acostumbrarme a los treinta y pico.

Hannes se quedó callado y ocultó la cara entre las manos.

—Ahora voy a entrar —dijo Judith—. Y te recomendaría que hicieras lo mismo. Está lloviendo.

—Espera un momento, amor —le gritó él cuando se iba—. Vamos juntos, por favor.

Su voz había vuelto a ser casi normal.