El domingo empezó sobre las once de la mañana. Judith notó que estaba medio desnuda, se levantó tambaleándose de la cama y buscó el móvil, que sonaba con su fastidioso zumbido. El violador de los derechos humanos se llamaba Gerd.
—¿Qué tal estás? —preguntó él.
Judith: —Ni idea.
Él: —¿Llegaste bien a casa?
Ella: —Probablemente.
Él: —¿No estás sola?
Ella: —Sí, creo que sí.
Él: —¿Quieres que llame más tarde?
Ella: —No.
Con lo que quiso decir: ni ahora ni más tarde.
Él: —¿Qué te pasó ayer?
Ella: —¿Cómo?
Él: —Estabas como una cuba.
Ella: —¿Yo?
Él: —En todo caso tenías unas copas de más.
Ella: —Lo siento, no fue con mala fe.
Él: —¿Tan enamorada estás?
Ella: —¿Enamorada? No lo sé.
Él: —¿Quieres que te diga qué me parece Hannes, en la primera impresión?
Ella: —Sí, por mí…
Él: —¿De verdad quieres saberlo?
Ella: —No, mejor no.
Él: —¡Hannes es geniaaal!
Ella: —¿De verdad?
Él: —Sí, estamos todos encantadísimos con él, y sin reservas. Es abierto, simpático, afectuoso, atento. Tiene cosas que decir. Es divertido.
Ella: —¿De verdad?
Él: —Judith, Judith… esta vez has hecho diana.
Ella: —¿De verdad?
Él: —Es que tú no te enteraste de la mitad, pero ¿sabes lo amable que fue contigo?
Ella: —No, pero siempre es así.
Él: —Te idolatra.
Ella: —¿Sí?
Él: —Te digo que es lo mejor que te podía pasar.
Ella: —¿Tú crees?
Él: —Si yo fuera mujer, querría tener un hombre exactamente así como pareja.
Ella: —¿Sí?
Él: —¿Te acompañó a casa?
En ese punto se hizo una pequeña pausa.
Él: —Judith, ¿sigues ahí?
Ella: —Gerd, creo que mejor vuelvo a acostarme.
Ella encontró la tecla con el diminuto teléfono rojo, abandonó el móvil a su suerte, fue al baño, se echó encima el albornoz negro, miró en el retrete, luego en la cocina, en el salón, en el dormitorio… nada. Abrió el armario, echó un vistazo debajo de la cama y palpó el colchón, examinó los pliegues de la sábana antes de quitarse el albornoz, esconderse bajo la manta y respirar hondo. Estaba claro que Hannes no estaba allí. Ni tampoco había estado nunca, ella lo habría olido, lo habría notado, lo habría visto, por muy borracha que estuviera. Ahora podía dormir. Ahora quería soñar con él.