3.

A Judith le habría gustado recordar mejor las siguientes horas. Pero necesitó otras dos barrigudas copas de vino tinto para soportar la espera, para ahogar su gran nerviosismo, inexplicable para ella misma. Así pues, su capacidad de resistencia alcanzó justo para la escena sumamente extravagante del saludo.

La conversación cesó. De repente, lo tenían ahí delante, con pantalón de pana marrón, camisa blanca, abrochada hasta el cuello, y chaleco celeste, cuando menos tan eufórico como el mejor actor principal, recién premiado en la entrega de los Oscar. Su amplia sonrisa empalideció sin dificultad las luces del jardín cuando anunció:

—Soy Hannes.

Judith sintió deseos de esconderse. Él se inclinó sobre la mesa, les estrechó la mano a todos con firmeza, acercándose mucho a sus caras, mirándolos fijamente a los ojos y repitiendo sus nombres, con tanto cuidado como si se dispusiera a escribir un estudio sobre cada uno de ellos.

Todavía nada parecía indicar que para él Judith estuviera presente, y mucho menos para ella misma. De una bolsa de yute sacó dos cajas amarillas: tal vez bombones de plátano.

—Para los niños —dijo.

¿Cómo sabía que los anfitriones tenían dos hijos? ¿Acaso Judith le había hablado alguna vez de Ilse y Roland? ¿Habría mencionado a Mimi y Billi? ¿Era posible que él lo hubiera recordado?

Por arte de magia, hizo aparecer del bolsillo un frasquito de aceite de oliva y se lo entregó a Ilse, comentando de pasada:

—En mi opinión, el mejor de toda Umbría, frutado intenso, espero que os guste.

Por último, le dio a Roland una botella con un líquido dorado, quizá whisky. Y añadió en tono solemne, como si fuera a recitar un poema para el día de la madre:

—Muchísimas gracias de nuevo por la amable invitación.

Se diría que la última vez que lo habían invitado a casa de alguien había sido hacía veinte años y que como mínimo se había preparado tres semanas para reincorporarse a la vida social.

Sólo entonces se volvió de forma ostensible hacia Judith, la sacó de su escondite en la sombra, la tomó con las dos manos. Ella sintió una ligera presión hacia arriba, que la hizo ponerse de pie. Entonces lo tuvo enfrente, a la distancia de un brazo, con las manos sobre sus hombros. Le sacaba casi dos cabezas y la contemplaba con tanta emoción como si ella fuese el primer amanecer del mundo en el mar que pudiera tocarse. Y tras una pausa casi insoportable, durante la cual a Judith se le aflojaron las rodillas de manera alarmante y el alcohol se le empezó a centrifugar en la cabeza, él dijo en un tono bien audible para todos:

—Judith, me alegro de poder verte hoy mismo. ¡Ni te imaginas cuánto!

En ese punto se acababan no sólo todas las nociones de Judith respecto de aquella velada, sino la película entera. A partir de entonces pasaron los créditos hasta la madrugada. Tan sólo tuvo unos pocos momentos de lucidez, que aprovechó para llevarse a los labios la copa de vino. A su alrededor, los rostros fueron desdibujándose y desapareciendo uno a uno. Hannes era el único que reaparecía siempre. Unas veces muy lejos, luego muy cerca de ella de nuevo. Unas veces podía oler su aliento, luego veía brillar en la distancia la dentadura de la abuela. Allí donde resonaba su voz grave, había movimiento, murmullo y risas.

En algún momento se despertó, porque de pronto dejó de percibir ruidos, y Hannes era la pared en la que estaba apoyada. ¿Que si se sentía mal? ¿Cómo saberlo? Estaba demasiado inconsciente para evaluarlo. En algún momento se abrió una ventanilla y un agradable viento fresco le sopló en la cara. Y en algún momento el taxi en el que la habían metido se detuvo frente a su portal. Hannes se bajó con ella, la sostuvo. Era agradable oír su voz. Judith sintió olor a escalera. En el ascensor él pulsó la «A», que llevaba al ático. Ella le dio el bolso, la llave tintineó. Sintió las piernas de su pantalón de pana junto a las suyas, y su mejilla rozó su suave chaleco. La llave giró y la puerta se abrió sin inconveniente, antes de cerrarse tras ella. Todo estaba oscuro y silencioso. Y la cama vino a su encuentro a mitad de camino.