Se encontraron en el Rainer, el café donde almorzaba Judith, en la Märzstraße. Ella se presentó diez minutos antes de la hora acordada. Quería llegar primero sin falta, para escoger una mesa donde sentarse en sillas frente a frente y no tener que apretujarse en un rincón. Pero él ya estaba allí, en una silla incómoda, frente a un invitador banco rinconero, que de manera sutil le estaba destinado sólo a ella.
Estaba previsto que la cita durara una hora, tiempo que resultó demasiado escaso. Después se pasó a la prórroga, a la que siguieron unos minutos adicionales. Luego, Judith puso un fin táctico al encuentro. Su comentario final fue:
—Ha sido un auténtico placer charlar contigo, Hannes. Me gustaría que repitiéramos.
Quería grabarse el modo en que él la había mirado entonces, para poder evocarlo la próxima vez que no se gustara demasiado a sí misma. Y necesitaría tiempo para asimilar lo que él le había dicho en aquellos noventa minutos, en especial, lo que había dicho sobre ella. En todo caso esperaba con impaciencia el después, cuando estuviera sola en casa, sin que nadie la estorbara, consigo misma y con sus ideas acerca de un agradable redescubrimiento, un hombre que la había puesto en un pedestal ricamente decorado, visto con los mejores ojos. Hacía mucho que no estaba tan alto. Quería quedarse al menos unas horas en aquel sitio, hasta que la vida cotidiana la hiciera bajar a la realidad.