Hay muchas personas que han aportado generosamente su tiempo y sus esfuerzos para ayudarme a reunir los detalles ambientales apropiados a esta historia. La mayoría me fueron proporcionados por Dan Starer, de Research for Writers, de Nueva York, que ha colaborado conmigo en todos mis libros desde El hombre de San Petersburgo, de 1981. Estoy especialmente agradecido a las siguientes personas:
En Cambridge, Massachusetts: Ruth Helman, Isabelle Yardley, Fran Mesher, Peg Dyer, Sharon Holt y los alumnos de Pforzheimer House; y Kay Stratton.
En el Hotel St Regis, antiguo Carlton, en Washington, D. C.: Louis Alexander, portero; José Muzo, botones; Peter Walterspiel, director; y Pat Gibson, ayudante del señor Walterspiel.
En la Universidad de Georgetown: Jon Reynolds, archivero; Edward J. Finn, catedrático de Física jubilado; y Val Klump, del Club de Astronomía.
En Florida: Henry Magill, Ray Clark, Henry Paul y Ike Rigell, que participaron en los inicios del programa espacial; y Henri Landwirth, antiguo director del Motel Starlite.
En Huntsville, Alabama: Tom Carney, Cathey Carney y Jackie Gray, de la revista Old Huntsville; Roger Schwerman, del Arsenal Redstone; Michael Baker, historiador oficial del Mando de Aviación y Misiles del ejército de Estados Unidos; David Alberg, conservador del Centro Espacial y de Cohetes de Estados Unidos; y el doctor Ernst Stuhlinger.
Varios miembros de mi familia leyeron los borradores y me ayudaron con sus críticas, entre ellos mi mujer, Barbara Follett, mis hijastras, Jann y Kim Turner, y mi primo, John Evans. Estoy en deuda con los editores Phyllis Grann, Neil Nyren y Suzanne Baboneau; y con los agentes Amy Berkower, Simón Lipskar y, muy especialmente, con Al Zuckerman.