La cuenta atrás llega a cero.
En el búnquer, el director del lanzamiento exclama:
—¡Ignición!
Un miembro del equipo tira de una anilla metálica y la hace girar. Es la acción que inicia el cohete.
Las preválvulas se abren, y el combustible empieza a fluir. El conducto del oxígeno líquido se cierra, y el halo de humo blanco que rodeaba al cohete desaparece de golpe.
—Depósitos de combustible presurizados —dice el director del lanzamiento.
Durante los once segundos siguientes no ocurre nada.
El jeep avanzaba por la playa a toda velocidad sorteando grupos familiares a derecha e izquierda. Luke iba atento a los coches, haciendo oídos sordos a los gritos de protesta de la gente a la que los neumáticos cubría de arena. A su lado, Billie se mantenía en pie agarrada al borde superior del parabrisas.
—¿Ves un Bel Air blanco? —gritó Luke por encima del ruido del viento.
Billie sacudió la cabeza.
—¡Tendría que ser fácil de localizar!
—Ya —dijo Luke—. Entonces, ¿dónde demonios están?
La última manguera de conexión se desprende del misil. Un segundo después, el cebo de combustible prende y el motor de la primera etapa se pone en marcha con un sonido atronador. Una enorme lengua de fuego naranja brota de la base del cohete mientras la fuerza propulsora va en aumento.
—¡Por Dios santo, Theo, apresúrate! —dijo Anthony.
—Cállate —le ordenó Elspeth.
Inclinados sobre el maletero abierto del Mercury, observaban a Theo mientras manipulaba el radiotransmisor. Estaba conectando los cables a los bornes de uno de los codificadores que le había dado Elspeth.
Se oyó un estruendo semejante al sonido de un trueno lejano, y los tres levantaron la cabeza.
Con penosa lentitud, el Explorer I empieza a elevarse sobre la plataforma de lanzamiento.
En el búnquer, alguien exclama:
—¡Venga, valiente!
Billie vio un descapotable blanco aparcado justo al lado de un sedán oscuro.
—¡Allí! —gritó.
—¡Ya los veo! —respondió Luke.
En la parte trasera del sedán, había tres personas apiñadas junto al maletero abierto. Billie reconoció a Elspeth y Anthony. El otro debía de ser Theo Packman. Pero no miraban al interior del maletero. Tenían las cabezas levantadas y la vista puesta más allá de las dunas, en Cabo Cañaveral.
Billie se hizo una rápida composición de lugar. El transmisor estaba en el maletero. Se disponían a conectarlo para que emitiera la señal de autodestrucción. Pero ¿qué estaban mirando? Volvió la cabeza hacia Cabo Cañaveral. No vio nada, pero se oía un rugido profundo y prolongado, semejante al estruendo de los altos hornos de una fundición.
El cohete estaba despegando.
—¡Se ha acabado el tiempo! —gritó Billie.
—¡Agárrate fuerte! —dijo Luke.
Billie aferró el marco del parabrisas y Luke torció el volante e hizo girar al jeep en un amplio arco.
De pronto, el cohete adquiere velocidad. Por un momento, parece flotar indeciso sobre la plataforma de lanzamiento. Un instante después, sale disparado como el proyectil de un arma de fuego y se lanza hacia la noche con la cola envuelta en llamas.
Sobre el estruendo del cohete, Elspeth oyó otro ruido, la queja de un motor de automóvil al límite de su potencia. Un segundo después, el haz de luz de los faros enfocó al grupo apiñado ante el maletero del Mercury. Elspeth volvió la cabeza y vio un jeep que se lanzaba contra ellos a toda velocidad. Comprendió que los iba a embestir.
—¡Rápido! —chilló.
Theo conectó el último cable.
El transmisor tenía dos interruptores; en uno ponía «Activación» y en el otro, «Destrucción».
El jeep se les echaba encima.
Theo pulsó el interruptor «Activación».
En la playa, un millar de cabezas se inclinan hacia atrás siguiendo la ascensión, recta y decidida, del cohete, y una aclamación unánime se eleva de la muchedumbre.
Luke iba derecho contra la parte trasera del Mercury.
El jeep había perdido velocidad en el giro, pero aún corría a unos treinta kilómetros por hora. Billie saltó del vehículo, cayó de pie, dio varios pasos y rodó por el suelo.
Elspeth se apartó en el último segundo. Luego se oyó un choque ensordecedor y el ruido de cristales que se rompían.
Con la parte trasera aplastada, el Mercury se alzó sobre sus ruedas y aterrizó un metro más adelante. La puerta del maletero cayó con estrépito. Luke temía haber aplastado a Theo o Anthony entre los dos coches, pero no estaba seguro. Lanzado hacia delante por la violencia del impacto, había golpeado el volante con la parte inferior del esternón, y con la frente una fracción de segundo después. Sentía el agudo dolor de las costillas rotas y el calor de la sangre que le bañaba el rostro.
Se incorporó en el asiento y buscó a Billie con la mirada. Parecía haber salido mejor parada que él. Sentada en la arena, se frotaba los antebrazos, pero no parecía herida.
Miró por encima del capó. Theo yacía en el suelo con los brazos en cruz, completamente inmóvil. Anthony, a cuatro patas, parecía conmocionado pero ileso. Elspeth, que se había arrojado al suelo a tiempo, acababa de levantarse. De pronto, echó a correr hacia el Mercury e intentó abrir el maletero.
Luke saltó del jeep y se abalanzó hacia ella. Elspeth consiguió abrir el maletero, pero, antes de que pudiera accionar el interruptor, Luke la embistió y la arrojó a la arena.
—¡Quieto! —gritó Anthony.
Luke lo miró. Estaba de pie tras Billie, que seguía en el suelo, encañonándola con una pistola.
Luke alzó la vista. La cola roja del Explorer era una brillante estrella fugaz en el cielo nocturno. Mientras pudieran verlo, el misil seguía siendo vulnerable. La primera etapa se apagaría al alcanzar los cien kilómetros de altura. A partir de ese momento, el cohete se volvería invisible, pues el fuego de la segunda etapa no era lo bastante intenso para ser visto desde la Tierra; esa sería la señal de que el sistema de autodestrucción había dejado de ser efectivo. La primera etapa, que contenía el detonador explosivo, se desprendería y caería sobre el océano Atlántico. Una vez separado de ella, el satélite estaba a salvo.
Y la separación se produciría dos minutos y veinticinco segundos después de la ignición. Luke calculó que el cohete había despegado hacía unos dos minutos. Debían de quedar unos veinticinco segundos.
Tiempo de sobra para accionar un interruptor.
Elspeth volvió a ponerse en pie.
Luke miró a Billie. Con una rodilla hincada en la arena, parecía una velocista en la línea de salida, petrificada en su posición por el largo silenciador de la pistola, que Anthony le hundía entre los negros rizos de la nuca. La mano del hombre era firme como una roca.
Luke se preguntó si estaba dispuesto a sacrificar la vida de Billie por el cohete.
La respuesta era: no.
Pero ¿qué ocurriría si se movía?, pensó. ¿Le dispararía Anthony a Billie? Podría…
Elspeth volvió a inclinarse sobre el maletero. De pronto, Billie se movió.
Echó la cabeza a un lado y, saltando hacia atrás, golpeó con los hombros las piernas de Anthony.
Luke se abalanzó sobre Elspeth y la apartó del maletero de un empujón.
Mientras Anthony y Billie rodaban por la arena, se oyó la tos del silenciador.
Luke los miró aterrado. Anthony había conseguido disparar, pero ¿había alcanzado a Billie? La mujer, al parecer ilesa, rodó hasta separase de Anthony, y Luke volvió a respirar. De pronto, Anthony levantó la pistola y le apuntó.
Luke vio la cara de la muerte, y una extraña calma se apoderó de él. Había hecho todo lo que estaba en su mano.
Durante unos instantes no ocurrió nada. Luego, Anthony tosió, y la boca se le llenó de sangre. Luke comprendió: había apretado el gatillo en plena caída y se había disparado a sí mismo. Su mano se aflojó, soltó el arma y se abatió sobre la arena, y Anthony clavó en el cielo una mirada ciega.
Elspeth se puso en pie de un salto y, por tercera vez, se abalanzó sobre el transmisor.
Luke levantó la vista. La cola del cohete era una luciérnaga en el firmamento nocturno. Mientras la miraba, se apagó.
Elspeth pulsó el interruptor y miró al cielo, pero había llegado tarde. Cumplida su misión, la primera etapa se había separado del cohete. Puede que el Primacord hubiera actuado, pero ya no quedaba combustible que inflamar y, de todos modos, el satélite ya no estaba conectado a la primera etapa.
Luke soltó un suspiro de alivio. Había pasado el peligro. El cohete estaba a salvo.
Billie puso una mano en el pecho de Anthony y a continuación le tomó el pulso.
—Nada —dijo—. Está muerto.
Luke y Billie miraron a Elspeth al mismo tiempo.
—Has vuelto a engañarme —le dijo Luke.
Elspeth lo miró con un brillo histérico en los ojos.
—¡Teníamos razón! —gritó—. ¡Teníamos razón!
A su espalda, las familias de curiosos y turistas empezaban a recoger sus pertenencias. No había nadie lo bastante cerca para haberse percatado de la lucha; todos los ojos habían estado pendientes del cielo.
Elspeth miraba a Luke y Billie como si quisiera decir algo más; pero al cabo de un rato dio media vuelta y se alejó. Entró en el Bel Air, cerró de un portazo y puso en marcha el motor.
En vez de torcer hacia la carretera, se dirigió hacia el océano. Luke y Billie miraban aterrados mientras el coche avanzaba hacia la orilla.
Elspeth detuvo el coche y se apeó. Las olas rompían contra el parachoques del Bel Air. A la luz de sus faros, Luke y Billie vieron zambullirse a Elspeth, que empezó a nadar mar adentro.
Luke dio un paso adelante, pero Billie lo agarró del brazo y lo contuvo.
—¡Quiere suicidarse! —exclamó angustiado.
—¡Ya no puedes alcanzarla! —replicó Billie—. Sólo conseguirías ahogarte.
Aun así, Luke estaba dispuesto a intentarlo. Pero en unos instantes Elspeth se alejó del haz de luz de los faros braceando con fuerza, y Luke comprendió que no conseguiría encontrarla en la oscuridad. Derrotado, hundió la cabeza en el pecho.
Billie lo rodeó con los brazos. Poco después, Luke respondió a su abrazo.
De repente, la tensión de los tres últimos días se abatió sobre él como un árbol. Le fallaron las piernas, y Billie tuvo que sujetarlo con fuerza para impedir que se desplomara.
Poco a poco se sintieron mejor. De pie en medio de la playa, abrazados el uno al otro, Billie y Luke miraron al cielo.
Estaba tachonado de estrellas.