20:30 HORAS

La información recogida por los instrumentos de grabación del satélite es enviada por radio mediante un tono musical. Los diferentes instrumentos emplean tonos de diversas frecuencias, de forma que las «voces» se puedan separar electrónicamente cuando se reciben.

Luke había temido aquel momento.

Billie se había quedado en el Starlite. Pensaba coger una habitación y refrescarse; luego, pediría un taxi y se dirigiría a la base a tiempo para asistir al lanzamiento. Luke había ido directamente al búnquer, donde le habían comunicado que el despegue estaba previsto para las veintidós cuarenta y cinco. Willy Fredrickson le había explicado las precauciones que había tomado el equipo para evitar el sabotaje del cohete. Luke no se había quedado completamente tranquilo. Le hubiera gustado que Theo Packman estuviera detenido, y conocer el paradero de Anthony. No obstante, ninguno de los dos podía hacer el menor daño con el código antiguo. Y los nuevos codificadores estaban en una caja fuerte, según le había dicho Willy.

Se sentiría menos inquieto cuando viera a Elspeth. No había contado a nadie que sospechaba de ella, en parte porque no soportaba acusarla y en parte porque no tenía pruebas. Pero, cuando la mirara a los ojos y le pidiera que le contara la verdad, sabría con seguridad a qué atenerse.

Subió las escaleras del hangar R con el corazón en un puño. Tenía que interrogar a Elspeth sobre su traición, pero también quería confesarle que le había sido infiel. No sabía cuál de las dos cosas iba a resultarle más difícil.

En lo alto de las escaleras se cruzó con un hombre en uniforme de coronel que le habló sin detenerse:

—Hombre, Luke, ¿de vuelta entre nosotros? Nos vemos en el búnquer.

Luego vio a una pelirroja alta que salía de un despacho del pasillo con la angustia pintada en el rostro. La tensión de su esbelto cuerpo era evidente mientras, inmóvil en la puerta, atravesaba a Luke con la mirada, dirigida hacia el coronel, que en esos momentos bajaba las escaleras. Era más hermosa que en la fotografía de la boda. Su pálido rostro resplandecía débilmente, como la superficie de un lago al amanecer. Luke sintió una emoción intensa como una punzada en el pecho, y de inmediato una ternura inesperada se apoderó de él.

Luke la llamó, y ella advirtió al fin su presencia.

—¡Luke! —exclamó, y corrió hacia él.

La sonrisa con que le dio la bienvenida denotaba inequívoca alegría, pero Luke vio miedo en sus ojos. Elspeth le echó los brazos al cuello y lo besó en los labios. Luke se dijo que no había de qué sorprenderse: era su mujer, y no se habían visto en toda la semana. Un abrazo y un beso era lo menos que cabía esperar. Elspeth no tenía ni idea de que sospechaba de ella, así que seguía actuando como una esposa normal.

Luke abrevió el beso y se liberó de su abrazo. Ella frunció el ceño y le clavó la mirada, tratanto de interpretar su expresión.

—¿Qué ocurre? —dijo. Luego, olfateó el aire, y una cólera súbita le coloreó las mejillas—. Hijo de puta… ¡Hueles a sexo! —Lo alejó de sí de un empujón—. Te has tirado a Billie Josephson, ¡cabrón! —Un científico pasó a su lado y los miró, escandalizado ante semejante lenguaje, pero Elspeth ni siquiera se dio cuenta—. Te la has tirado en el tren, ¿verdad?

Luke no sabía qué decir. Su traición no era nada comparada con la de Elspeth, pero aun así se sentía avergonzado por lo que había hecho. Cualquier cosa que dijera sonaría a excusa, y odiaba las excusas, porque hacían parecer patético a quien las empleaba. Así que no dijo nada.

Elspeth volvió a cambiar de humor con idéntica rapidez.

—No tengo tiempo para esto —dijo, y miró pasillo arriba y abajo, impaciente y distraída.

Su insólita reacción hizo sospechar a Luke.

—¿Qué tienes que hacer que sea más importante que esta conversación?

—¡Mi trabajo!

—No te preocupes de eso.

—¿De qué demonios estás hablando? Tengo que irme. Ya seguiremos la conversación más tarde.

—Lo dudo —dijo Luke con firmeza.

Elspeth le replicó en el mismo tono.

—¿Qué quieres decir con que lo dudas? —replicó Elspeth en el mismo tono.

—Cuando estuve en casa, abrí una carta dirigida a ti. —Se la sacó del bolsillo de la chaqueta y se la dio—. Es de un médico de Atlanta.

Elspeth se puso blanca como el papel. Sacó la carta del sobre y empezó a leer.

—Dios mío… —musitó.

—Hiciste que te ligaran las trompas seis semanas antes de que nos casáramos —dijo Luke, que apenas podía dar crédito a sus propias palabras.

Elspeth tenía los ojos arrasados en lágrimas.

—No quería hacerlo —murmuró—. Pero verás… no tuve más remedio.

Luke recordó lo que decía el médico sobre el estado de Elspeth —insomnio, pérdida de peso, llanto repentino, depresión—, y la compasión pudo más que el rencor. Su voz se convirtió en un susurro.

—Siento mucho que hayas sido tan desgraciada —dijo.

—No me compadezcas, no podría soportarlo.

—Vamos al despacho.

La cogió del brazo y, una vez dentro, cerró la puerta. Ella fue derecha a su escritorio, se sentó y se puso a revolver el bolso en busca de un pañuelo. Luke se acercó al otro escritorio, hizo rodar la enorme silla del jefe de Elspeth y se sentó junto a su mujer.

Elspeth se sonó la nariz.

—Estuve a punto de no operarme —susurró—. Hacerlo me partió el corazón.

Luke la miró atentamente, esforzándose por permanecer sereno y juzgarla con ecuanimidad.

—Supongo que te obligaron —dijo. Hizo una pausa. Elspeth lo miraba con los ojos muy abiertos—. La KGB —añadió, y ella ahogó un sollozo—. Te ordenaron casarte conmigo para que pudieras informar sobre el programa espacial, y tuviste que operarte para que los hijos no hicieran vacilar tus convicciones. —Vio un dolor inmenso reflejado en los ojos de Elspeth, y supo que estaba en lo cierto—. No me mientas —le dijo bruscamente—. Sabes muy bien que no te creería.

—De acuerdo —dijo ella. Lo había admitido. Luke se hundió en la silla. Todo había acabado. Se sentía dolorido y sin aliento, como si acabara de caerse de un árbol—. Cambiaba de idea constantemente —empezó a contar Elspeth con el rostro lleno de lágrimas—. Por la mañana, estaba segura. Luego, te llamaba a la hora de comer y empezabas a hablar de una casa con un gran patio para que corrieran los niños, y me prometía enfrentarme a ellos. Pero por la noche, sola en la cama, pensaba en lo mucho que necesitaban la información que podría conseguir si me casaba contigo, y volvía a decidir que haría lo que me pedían.

—¿No podías hacer ambas cosas?

Elspeth meneó la cabeza.

—Ya era bastante duro quererte y espiarte al mismo tiempo… Si hubiéramos tenido hijos, no hubiese sido capaz de hacerlo.

—¿Qué fue lo que acabó de decidirte?

Elspeth se sorbió la nariz y se enjugó las lágrimas.

—No vas a creerme. Fue lo de Guatemala. —Elspeth soltó una risa amarga—. Aquella pobre gente lo único que quería eran escuelas para sus hijos, sindicatos que los defendieran y la oportunidad de ganarse la vida. Pero el precio de las bananas había subido algunos centavos, y United Fruit no estaba por la labor, así que, ¿qué hizo Estados Unidos? Derrocamos a su gobierno y pusimos en su lugar a un títere fascista. En aquella época trabajaba para la CIA, de modo que sabía la verdad. Sentí tal rabia… Que todos esos buitres de Washington pudieran joder a un país indefenso y salirse con la suya, contar una sarta de mentiras, conseguir que la prensa hiciera creer al público norteamericano que había sido una revuelta de anticomunistas autóctonos… Te parecerá extraño que me lo tomara de forma tan personal, pero no te puedes imaginar la furia que sentí.

—Suficiente para pagarla con tu propio cuerpo.

—Y traicionarte a ti, y arrojar nuestro matrimonio por la borda. —Irguió la cabeza, y una expresión de orgullo cubrió su rostro—. Pero ¿qué esperanza le queda al mundo, si una nación de campesinos hambrientos no puede ni soñar con levantar cabeza sin sentir en el cuello la bota del tío Sam? Lo único que siento es haberte privado de tener hijos. Fue una crueldad. No tengo nada más de qué avergonzarme. Luke asintió.

—Supongo que lo entiendo.

—No es poco —dijo Elspeth, y soltó un suspiro—. ¿Qué piensas hacer ahora? ¿Llamar al FBI?

—¿Debería?

—Si lo haces, acabaré en la silla eléctrica, como los Rosenberg.

Luke contrajo el rostro como si le hubieran clavado un puñal.

—Dios…

—Hay una alternativa.

—¿Cuál?

—Deja que me vaya. Cogeré el primer avión que salga del país. Iré a París, Frankfurt, Madrid, a cualquier sitio de Europa. Desde allí podré volar a Moscú.

—¿Eso es lo que quieres? ¿Pasar allí el resto de tu vida?

—Sí. —Le sonrió con sorna—. Soy coronel, ¿sabes? Nunca llegaría a coronel en Estados Unidos.

—Tendrías que irte ahora, sin pérdida de tiempo —dijo Luke.

—De acuerdo.

—Te acompañaré hasta la verja, y tendrás que entregarme tu pase para que no puedas volver a entrar.

—De acuerdo.

Luke la miró intentando grabar su rostro en la memoria.

—Supongo que esto es el adiós —dijo.

Elspeth cogió el bolso.

—¿Puedo ir antes al cuarto de baño?

—Por supuesto —dijo Luke.