Los instrumentos científicos instalados a bordo del satélite han sido diseñados para soportar una presión de despegue superior a cien gravedades.
Apenas cogieron el teléfono en el búnquer, Luke dijo:
—Soy Luke, póngame con el director del lanzamiento.
—Ahora mismo está…
—¡Ya lo sé! ¡Póngame con él, rápido!
Hubo una pausa. Al fondo, se oía la cuenta atrás:
—Veinte, diecinueve, dieciocho…
Al otro extremo de la línea se oyó una voz tensa y exasperada:
—Soy Willy… ¿Qué demonios ocurre?
—Alguien tiene el código de autodestrucción.
—¡Mierda! ¿Quién?
—Estoy casi seguro de que es un espía. Van a hacer volar el cohete. Tienes que interrumpir el lanzamiento. La voz del fondo seguía recitando:
—Once, diez…
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Willy.
—He encontrado diagramas del cableado de los codificadores de la señal de radio, y además un sobre dirigido a un tal Theo Packman.
—Eso no prueba nada. No puedo suspender el lanzamiento sobre una base tan poco sólida.
Luke, repentinamente fatalista, soltó un suspiro.
—Dios, ¿qué más puedo decir? Te he contado lo que sé. La decisión es tuya.
—Cinco, cuatro…
—¡Maldita sea! —se oyó gritar a Willy—. ¡Detengan la cuenta atrás!
Luke se dejó caer en la silla. Lo había conseguido. Alzó la vista hacia los rostros ansiosos de Billie y Marigold.
—Han suspendido el lanzamiento —dijo.
Billie se levantó el borde del jersey y se metió la pistola bajo la goma de los pantalones de esquí.
—Bien hecho —dijo Marigold, a falta de algo mejor—. Eso está pero que muy bien hecho.
Al otro lado del teléfono, se oía un murmullo de airadas preguntas. Otra voz sonó en el auricular:
—¿Luke? Soy el coronel Hide. ¿Qué demonios está pasando?
—He descubierto el motivo que me indujo a volar a Washington el lunes. ¿Sabes quién es Theo Packman?
—Pues… sí. Creo que es un periodista freelance especializado en la carrera espacial. Escribe para un par de periódicos europeos.
—He encontrado un sobre dirigido a él con planos del sistema de autodestrucción del Explorer, incluido un dibujo del cableado de los codificadores.
—¡Dios santo! ¡Cualquiera con esa información podría explosionar el cohete en pleno vuelo!
—Por eso he convencido a Willy para que detuviera el lanzamiento.
—Gracias a Dios que lo has hecho.
—Escucha, tienes que encontrar a ese Packman enseguida. El sobre iba dirigido al Motel Vanguard; quizá siga allí.
—Entendido.
—Packman trabaja con alguien de la CIA, un agente doble llamado Anthony Carroll. Él es quien me interceptó en Washington antes de que pudiera llegar al Pentágono con la información.
—¿Un traidor en la CIA? —El tono de Hide traslucía su incredulidad.
—Estoy seguro de ello.
—Llamaré y los pondré sobre aviso.
—Estupendo —dijo Luke, y colgó. Había hecho todo lo que estaba en su mano.
—Y ahora, ¿qué? —preguntó Billie.
—Creo que voy a ir a Cabo Cañaveral. Programarán el lanzamiento para mañana a la misma hora. Me gustaría estar allí.
—A mí también.
Luke sonrió.
—Te lo mereces. Has salvado el cohete —dijo Luke levantándose y rodeándola con los brazos.
—Tu vida, so memo. Al infierno el cohete. Te he salvado la vida —replicó ella, y lo besó.
Marigold soltó una tosecilla.
—Han perdido el último avión desde el aeropuerto civil de Huntsville —les anunció en tono profesional.
Luke y Billie se separaron a regañadientes.
—El siguiente es un vuelo MATS que despega de la base a las cinco treinta de la mañana —prosiguió Marigold—. También podrían coger el expreso de la Red Ferroviaria del Sur. Va de Cincinnati a Jacksonville y pasa por Chattanooga a la una de la madrugada. Con ese cochazo suyo, podrían llegar a Chattanooga en un par de horas.
—Me gusta la idea del tren —dijo Billie.
Luke asintió.
—Pues no se hable más. —Se quedó mirando la mesa patas arriba—. Va a haber que explicar a los de seguridad del ejército lo de esos agujeros de bala.
—Ya lo haré yo mañana —se ofreció Marigold—. Usted no puede quedarse a contestar a un montón de tonterías.
Salieron del edificio. El Chrysler de Luke y el coche de alquiler de Billie seguían en el aparcamiento. El Ford de Anthony había desaparecido.
Billie abrazó a Marigold.
—Muchas gracias —le dijo—. Es usted una joya.
Apurada, Marigold adoptó de nuevo su característico tono de mujer práctica:
—¿Quiere que devuelva el coche a los de Hertz?
—Se lo agradezco de veras.
—Pues, bien. Déjenlo todo de mi cuenta.
Billie y Luke subieron al Chrysler y se alejaron del edificio de Ingeniería.
—Hay una cuestión que no hemos considerado —dijo Billie, una vez estuvieron en la carretera.
—Lo sé —repuso Luke—. Quién envió los planos a ese Theo Packman.
—Tuvo que ser alguien de Cabo Cañaveral, alguien del equipo científico.
—Exacto.
—¿Tienes algún candidato?
El rostro de Luke se ensombreció.
—Sí.
—¿Por qué no se lo has contado a Hide?
—Porque no tengo ninguna prueba, ni siquiera una base racional para mis sospechas. Es puro instinto. Pero, aun así, estoy convencido.
—¿Quién?
Con el corazón embargado de pesar, Luke respondió:
—Creo que fue Elspeth.