La órbita elíptica del Explorer hará oscilar su distancia a la superficie terrestre entre dos mil novecientos y trescientos kilómetros. La velocidad orbital del satélite es de veintinueve mil kilómetros por hora.
Anthony oyó un coche. Miró por una de las ventanas de la fachada delantera de la casa de Luke y vio un taxi de Huntsville que paraba en el bordillo de la acera. Le quitó el seguro a la pistola. Tenía la boca seca. Sonó el teléfono.
Estaba sobre una de las mesitas triangulares que flanqueaban el sofá curvo. Anthony lo miró aterrado. Volvió a sonar. La indecisión lo paralizaba. Miró por la ventana y vio a Luke saliendo del taxi. La llamada podía ser trivial, nada, una equivocación. O una información vital.
El terror le impedía pensar. No podía contestar al teléfono y matar a alguien a la vez.
El teléfono sonó por tercera vez. Presa del pánico, se abalanzó sobre él.
—¿Sí?
—Soy Elspeth.
—¿Qué? ¿Qué?
La voz de la mujer era tensa y apenas audible.
—Está buscando una carpeta que escondió en Huntsville este lunes.
Anthony comprendió de repente. Luke fotocopió los documentos con los que había viajado a Washington, y había hecho una parada subrepticia en Huntsville para ocultar las copias.
—¿Quién más lo sabe?
—Marigold, su secretaria. Y Billie Josephson. Ella me lo ha contado. Pero podría saberlo alguien más.
Luke estaba pagando al taxista. A Anthony se le agotaba el tiempo.
—Tengo que conseguir esa carpeta —dijo.
—Ya lo suponía.
—No está aquí, acabo de registrar la casa de arriba abajo.
—Entonces tiene que estar en la base.
—Tendré que seguirlo mientras la busca. Luke llegó a la puerta principal.
—No tengo tiempo —dijo Anthony, y colgó de golpe.
Oyó la llave de Luke hurgando en la cerradura mientras atravesaba el vestíbulo a la carrera y entraba en la cocina. Salió por la puerta trasera y la cerró con suavidad. La llave de hierro seguía en la parte exterior de la cerradura. La giró procurando no hacer ruido, se agachó y la deslizó bajo el tiesto de la buganvilla.
Se tiró al suelo y gateó por el porche, pegado a la casa y procurando mantenerse por debajo de los alféizares. Sin cambiar de postura, dobló la esquina y llegó a la fachada delantera. Desde allí hasta la calle no había dónde ocultarse. No tenía más remedio que arriesgarse.
Lo más aconsejable sería intentarlo mientras Luke dejaba la maleta y se quitaba el abrigo. Era menos probable que se le ocurriera mirar por una ventana.
Anthony apretó los dientes y avanzó.
Apretó el paso hasta la verja reprimiendo la tentación de mirar atrás y esperando a cada momento oír gritar a Luke: «¡Eh! ¡Quieto! ¡Detente o disparo!».
No ocurrió nada.
Llegó a la calle y se alejó de allí.