08:00 HORAS

Los pequeños cohetes que propulsan la segunda, tercera y última etapas usan un combustible sólido conocido como T17-E2, un polisulfuro con perclorato amónico como oxidante. Cada cohete produce unos setecientos veinticinco kilogramos de empuje en el espacio.

Bern vertió leche caliente sobre los cereales de Larry mientras Billie batía un huevo para hacer torrijas. Intentaban consolar a su hijo con su comida favorita, pero Billie tenía la sensación de que los adultos también necesitaban consuelo. Larry comía con apetito y escuchaba la radio al mismo tiempo.

—Voy a matar a ese hijo de puta —masculló Bern procurando que Larry no lo oyera—. Lo juro por Dios, voy a joderlo vivo.

La rabia de Billie se había evaporado. La había descargado partiéndole la cara a Anthony con la pistola. Ahora estaba preocupada y asustada, en parte por Larry, que se había llevado un susto de muerte, y en parte por Luke.

—Me asusta que Anthony intente matar a Luke —dijo—. No quería creerlo hace unas horas, y bien que he escarmentado.

Bern echó un trozó de mantequilla en una sartén caliente; luego, empapó una rebanada de pan en el huevo que antes había batido Billie.

—Luke no se dejará matar así como así.

—Pero cree estar a salvo… No puede imaginarse que le he dicho a Anthony dónde está. —Mientras Bern freía el pan rebozado de huevo, Billie daba vueltas por la cocina mordiéndose el labio—. Seguro que en estos momentos Anthony va camino de Huntsville. El avión de Luke tiene un montón de paradas. Anthony podría coger un vuelo MATS y llegar antes. Tengo que encontrar el modo de avisar a Luke.

—¿Y si dejas un mensaje en el aeropuerto?

—No es lo bastante fiable. Creo que no tengo más remedio que ir allí. Había un Viscount a las nueve, ¿verdad? ¿Dónde está la guía de líneas aéreas?

—Encima de la mesa.

Billie la cogió. El vuelo 271 despegaba de Washington a las nueve en punto. A diferencia del de Luke, sólo hacía dos escalas y aterrizaba en Huntsville dos minutos antes de mediodía. El avión de Luke no llegaba hasta las catorce veintitrés. Billie estaría esperándole en el aeropuerto.

—Puedo hacerlo —dijo.

—Si puedes, debes.

Billie miró a Larry y dudó, desgarrada entre dos impulsos contradictorios.

—Estará bien —aseguró Bern, que le había adivinado el pensamiento.

—Ya lo sé, pero no quiero dejarlo, precisamente hoy.

—No me separaré de él ni un momento.

—No lo mandes a la escuela…

—De acuerdo, creo que es una buena idea, al menos por hoy.

—Me he acabado los cereales —intervino Larry.

—Entonces seguro que estás listo para una torrija. —Bern puso una rebanada en un plato—. ¿La quieres con un poco de jarabe de arce?

—Sí.

—Sí… ¿qué más?

—Sí, por favor.

Bern cogió la botella de jarabe y le sirvió un poco. Billie se sentó frente a su hijo.

—Hoy vas a tener que hacer novillos —le dijo.

—¡Jo, me perderé la clase de natación! —protestó el chico.

—A lo mejor papá puede llevarte a la piscina.

—¡Pero si no estoy malo!

—Ya lo sé, corazón, pero has tenido una mañana un poco movida y necesitas descansar.

Las protestas de Larry la tranquilizaron. Parecía estar recuperándose deprisa. De todas formas, no se sentiría segura mandándolo al colegio hasta que todo aquel asunto hubiera acabado. Pero podía dejarlo con su padre. Bern había recibido entrenamiento como agente y podía proteger a su hijo casi contra cualquier cosa. Acabó de decidirse. Iría a Huntsville.

—Diviértete hoy con papá y mañana ya veremos, ¿vale?

—Vale.

—Ahora mamá tiene que irse. —No quería convertir la despedida en un drama, pues sólo conseguiría asustar al niño—. Hasta luego, cielo —añadió con naturalidad.

Mientras salía, oyó decir a Bern:

—¿Qué nos apostamos a que no eres capaz de comerte otra torrija?

—¿A que sí? —replicó Larry.

Billie cerró la puerta.