La primera etapa contiene aproximadamente veinticinco mil kilogramos de combustible. Se consumirá en dos minutos y treinta y cinco segundos.
Era un placer conducir el Lincoln Continental de Bern, un coche resplandeciente y estilizado que alcanzaba los ciento sesenta sin esfuerzo y volaba sobre las carreteras desiertas de la adormecida Virginia. Al abandonar Washington, Luke sintió que dejaba atrás la pesadilla, y que su madrugador viaje tenía la virtud euforizante de una escapada.
Aún era de noche cuando llegó a Newport News y estacionó en el pequeño aparcamiento inmediato al edificio del aeropuerto, que seguía cerrado. No había más luz que la solitaria bombilla de una cabina telefónica próxima a la entrada. Apagó el motor y escuchó el silencio. La noche era serena, y las estrellas iluminaban las pistas de aterrizaje. Los aparatos estacionados tenían una inmovilidad extraña, como caballos dormidos sobre las patas.
Llevaba más de veinticuatro horas despierto y se sentía completamente exhausto, pero su mente funcionaba a toda velocidad. Estaba enamorado de Billie. Ahora que los separaban más de trescientos kilómetros, podía admitirlo sin ambages. Pero ¿qué significaba aquello? ¿La había querido siempre? ¿O era un enamoramiento repentino, una repetición de la chaladura que tan rápidamente le había sorbido el seso en 1941? ¿Y Elspeth, qué? ¿Por qué se había casado con ella? Se lo había preguntado a Billie, y ella se había negado a responderle. «Se lo preguntaré a Elspeth», había dicho él.
Consultó el reloj. Quedaba más de una hora para el despegue. Tenía tiempo de sobra. Salió del coche y fue hacia la cabina telefónica.
Respondió de inmediato, como si ya estuviera levantada. El empleado del motel la advirtió de que el importe de la llamada se añadiría a su cuenta, y ella respondió:
—Claro, póngame con él.
Luke se sintió apurado de repente.
—Buenos días, Elspeth.
—¡Cuánto me alegra que hayas llamado! —exclamó ella—. Estaba muerta de preocupación. ¿Va todo bien?
—No sé por dónde empezar.
—¿Estás bien?
—Sí, perfectamente, ahora. Resumiendo, Anthony me hizo perder la memoria con una combinación de electroshock y drogas.
—Dios mío… ¿Por qué iba a hacer una cosa así?
—Según él soy un espía soviético.
—Eso es absurdo.
—Pues es lo que le ha dicho a Billie.
—Así que has estado con Billie…
Luke advirtió un deje de hostilidad en la voz de Elspeth.
—Ha sido muy amable —dijo Luke a la defensiva, recordando que había pedido a Elspeth que fuera a Washington para ayudarlo, pero ella se había negado.
—¿Desde dónde llamas? —le preguntó Elspeth cambiando de tema.
Luke dudó. Era muy probable que sus perseguidores hubieran pinchado el teléfono de su mujer.
—Es mejor que no te lo diga; podrían estar escuchándonos.
—De acuerdo, lo comprendo. ¿Cuál será tu siguiente paso?
—Tengo que averiguar qué quería hacerme olvidar Anthony.
—¿Y cómo piensas hacerlo?
—Prefiero no explicártelo por teléfono.
—Bueno, siento que no puedas contarme nada —dijo Elspeth sin poder disimular su exasperación.
—La verdad es que llamaba para preguntarte ciertas cosas.
—Muy bien; dime.
—¿Por qué no podemos tener hijos?
—Aún no lo sabemos. El año pasado te visitó un especialista en fertilidad, pero no descubrió nada anormal. Y hace unas semanas, fui a una ginecóloga de Atlanta. Me hizo unas pruebas. Estamos esperando los resultados.
—¿Podrías contarme cómo fue nuestra relación?
—Te seduje.
—¿Cómo?
—Hice como que se me había metido un poco de jabón en el ojo, para conseguir que me besaras. Es el truco más viejo del mundo, pero me temo que te engañé como a un indio.
No hubiera sabido decir si Elspeth se hacía la graciosa, la cínica o ambas cosas.
—Cuéntame cómo fue, cómo me declaré.
—Pues… Llevábamos años sin vernos —empezó a contar Elspeth—; pero volvimos a encontrarnos en 1954, en Washington. Yo seguía trabajando para la CIA. Tú estabas en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de Pasadena, pero volaste a Washington para asistir a la boda de Peg. Nos sentaron juntos para el banquete. —Elspeth guardó silencio mientras hacía memoria, y Luke esperó pacientemente. Cuando volvió a hablar, su voz era más cálida—. Hablamos y hablamos… Era como si no hubieran pasado trece años y siguiéramos siendo una pareja de universitarios con toda la vida por delante. Yo tenía que marcharme pronto… Por entonces, dirigía la Joven Orquesta de la calle Decimosexta, y ese día teníamos ensayo. Tú me acompañaste…