22:30 HORAS

El diseño del Júpiter C se basa en la bomba V2 que asoló Londres durante la guerra. El motor tiene incluso el mismo aspecto. Los acelerómetros, relés y giroscopios son los mismos de la V2. La bomba para los propulsores emplea peróxido de hidrógeno pasado por un catalizador de cadmio, y la energía liberada impulsa una turbina. Esto también procede de la V2.

Harold Brodsky preparaba un martini seco excelente, y el pastel de atún de la señora Riley estaba tan sabroso como le había asegurado. A los postres, Harold sirvió tarta de cerezas y helado. Pero, por más que se esforzara en complacerla, Billie no dejaba de pensar en Luke y Anthony, en su pasado común y en su increíble situación presente.

Mientras Harold preparaba café, Billie telefoneó a casa para comprobar que Larry y Becky-Ma estaban bien. Luego, Harold propuso que fueran a la sala de estar para ver la televisión. Sacó una botella de genuino coñac francés y vertió generosas dosis en dos orondos balones. ¿Intentaba armarse de valor, se preguntó Billie, o tal vez debilitar sus defensas? Aspiró el aroma del licor, pero no lo probó.

Harold también estaba pensativo. Por lo general, era un buen conversador, animado e ingenioso, y Billie solía reír mucho en su compañía. Esa noche, sin embargo, parecía preocupado.

Vieron una película policíaca titulada ¡Run, Joe, Run! Jan Sterling hacía el papel de una camarera que mantenía relaciones con el exgángster interpretado por Alex Nicol. Billie no consiguió enfrascarse en los peligros imaginarios de la pequeña pantalla. Lo que Anthony le había hecho a Luke acudía a su mente una y otra vez. En la OSS habían violado todas las leyes habidas y por haber, y Anthony seguía en el negocio del espionaje; aun así, a Billie no le cabía en la cabeza que hubiera llegado tan lejos. En tiempo de paz las reglas tenían que ser distintas.

Por otro lado, ¿cuál era su motivo? Bern la había llamado para contarle su confesión a Luke; eso había confirmado lo que le decía su instinto, que Luke no podía ser un espía. Pero ¿era Anthony de la misma opinión? En caso afirmativo, ¿cuál era la auténtica razón de lo que había hecho?

Harold apagó la televisión y se sirvió otro coñac.

—He estado pensando en nuestro futuro —dijo.

Billie sintió que se le encogía el corazón. Harold se le iba a declarar. La víspera, le habría dicho que sí. En esos momentos ni siquiera tenía la cabeza para pensar en ello.

Harold le cogió la mano.

—Te quiero —dijo—. Nos entendemos bien, tenemos los mismos gustos y los dos tenemos un hijo… Pero el motivo no es ese. Creo que querría casarme contigo aunque fueras una camarera que mascara chicle y estuviera loca por Elvis Presley.

Billie se echó a reír.

—Te quiero con locura —continuó Harold—, simplemente por ser como eres. Sé que es algo auténtico, porque lo he sentido antes, aunque sólo una vez, por Lesley. La quería de todo corazón, hasta que la muerte me la quitó. Así que no tengo la menor duda. Te quiero, y quiero que pasemos juntos el resto de nuestras vidas. —La miró expectante y añadió—: ¿Qué dices?

Billie soltó un suspiro.

—Me gustas mucho. Me gusta acostarme contigo, estoy convencida de que sería genial… —Harold arqueó las cejas, pero no la interrumpió—. Y sé que mi vida sería mucho más fácil teniendo a alguien con quien compartir las cargas.

—Eso suena bien.

—Y ayer hubiera sido bastante. Te hubiera dicho que sí, te quiero, casémonos. Pero hoy he vuelto a ver a alguien del pasado, y he recordado lo que era estar enamorada a los veintiún años. —Billie le dirigió una mirada franca—. No siento eso por ti, Harold.

El hombre no parecía totalmente descorazonado.

—¿Y quién lo siente, a nuestra edad?

—Puede que tengas razón.

Deseaba sentir de nuevo la locura y la ganas de vivir de antaño. Pero era un deseo ridículo para una divorciada con un hijo de siete años. Para ganar tiempo, se llevó la copa de coñac a los labios.

Sonó el timbre de la puerta.

El corazón le dio un vuelco.

—¡Vaya por Dios! —refunfuñó Harold—. Espero que no sea Sidney Bowman para pedirme el gato del coche a estas horas de la noche —soltó de mal aire, y salió hacia el recibidor.

Billie sabía quién era. Dejó la copa sin probar el coñac y se puso en pie.

—Necesito hablar con Billie —oyó decir a Luke en la puerta.

Billie advirtió sorprendida que estaba loca de contento.

—No estoy seguro de que ella quiera que la molesten —dijo Harold.

—Es importante.

—¿Cómo ha sabido que estaba aquí?

—Me lo ha dicho su madre. Lo siento, Harold, pero no tengo tiempo para gilipolleces.

Billie oyó un golpe seco, seguido por un grito de protesta de Harold, y supuso que Luke había entrado por la fuerza. Fue a la puerta del cuarto de estar y se asomó al recibidor.

—Echa el freno, Luke —dijo Billie—. Estás en casa de Harold. —Luke tenía el abrigo roto, la cabeza descubierta y el rostro muy alterado—. Y ahora, ¿qué ha ocurrido? —le preguntó.

—Anthony me ha disparado.

Billie se quedó de una pieza.

—¿Anthony? —exclamó—. Dios mío, pero ¿es que se ha vuelto loco? Te ha disparado… ¿a ti?

Harold los miraba asustado.

—¿Qué es eso de un tiroteo?

—Ya va siendo hora de contarle todo esto a alguien con autoridad —dijo Luke haciendo oídos sordos a Harold y dirigiéndose a Billie—. Voy al Pentágono. Pero temo que no me crean. ¿Vendrías conmigo para apoyar mi testimonio?

—Por supuesto —respondió Billie, descolgando su abrigo del perchero del recibidor.

—¡Billie! —protestó Harold—. Por amor de Dios… Estábamos en medio de una conversación importante.

—Te necesito, de veras —dijo Luke.

Billie dudó. Harold no merecía aquello. Estaba claro que llevaba tiempo planeando aquel momento. Pero la vida de Luke estaba en peligro.

—Lo siento —dijo a Harold—. Tengo que ir.

Levantó el rostro para que la besara, pero el hombre le dio la espalda.

—No te pongas así —le pidió Billie—. Nos veremos mañana.

—Fuera de mi casa. Los dos —les espetó colérico.

Billie cruzó el umbral con Luke pisándole los talones, y Harold cerró de un portazo.