20:30 HORAS

El compartimiento de los instrumentos no tiene puertas ni escotillas de acceso. Para manejar el equipo de su interior, los ingenieros de Cabo Cañaveral tienen que levantar toda la cubierta. Aunque resulta incómodo, el sistema permite ahorrar un peso sustancial, factor decisivo en la lucha por vencer la gravedad terrestre.

Luke colgó el teléfono con mano temblorosa.

—Por amor de Dios —dijo Bern—, ¿qué te ha dicho? ¡Estás blanco como la pared!

—Según Anthony, soy un agente soviético —contestó Luke.

Bern entrecerró los ojos.

—¿Y?

—Cuando la CIA me descubrió, decidieron matarme, pero Anthony los convenció de que hacerme perder la memoria sería igual de efectivo.

—Una historia de lo más verosímil —dijo Bern fríamente.

Luke estaba destrozado.

—Dios mío, ¿será verdad?

—Por supuesto que no, joder.

—No puedes estar seguro…

—Ya lo creo que puedo.

Luke apenas se atrevía a albergar alguna esperanza.

—¿Por qué?

—Porque yo sí fui un agente soviético.

Luke lo miró boquiabierto. Esa sí era buena.

—Los dos podríamos haber sido agentes, sin saber que el otro lo era —repuso.

Bern meneó la cabeza.

—Tú acabaste con mi carrera.

—¿Cómo?

—¿Quieres otro café?

—No, gracias, me está sentando mal.

—Tienes mala cara. ¿Cuánto hace que no pruebas bocado?

—Billie me ha dado unas galletas. Olvida la comida, ¿quieres? Cuéntame lo que sepas.

Bern se puso en pie.

—Voy a prepararte un sandwich antes de que te desmayes.

Lo cierto era que Luke estaba muerto de hambre.

—Eso suena estupendo.

Fueron a la cocina. Bern abrió el frigorífico y sacó pan de centeno, una barra de mantequilla, una lata de ternera y una cebolla grande. A Luke se le estaba haciendo la boca agua.

—Fue durante la guerra —empezó a decir Bern mientras untaba de mantequilla cuatro rebanadas de pan—. La Resistencia francesa estaba dividida entre gaullistas y comunistas, y unos y otros maniobraban para ocupar posiciones en la posguerra. Roosevelt y Churchill querían asegurarse de que los comunistas no ganaran las futuras elecciones. Así que los gaullistas eran los que recibían todas las armas y municiones.

—¿Qué opinaba yo al respecto?

Bern puso lonchas de ternera, mostaza y aros de cebolla sobre el pan.

—No sentías gran interés por la política francesa; sólo querías vencer a los nazis y volver a casa. Pero yo veía las cosas de otra manera. Quería igualar la situación.

—¿Cómo?

—Avisé a los comunistas de que nos lanzarían pertrechos en paracaídas, para que pudieran tendernos una emboscada y robarnos el envío. —Bern cabeceó, contrito—. La jodieron bien jodida. Se suponía que nos abordarían en el camino de regreso a nuestra base, de forma que pareciera un encuentro accidental, y nos pedirían que compartiéramos los suministros como buenos camaradas. En vez de eso, nos atacaron en el punto de recogida, tan pronto como los bultos tocaron suelo. Comprendiste enseguida que alguien nos había traicionado. Y yo era el sospechoso más lógico.

—¿Qué hice?

—Me ofreciste un trato. Dejaría de trabajar para Moscú, en ese mismo instante, y tú guardarías el secreto sobre lo que había hecho hasta entonces, para siempre.

—¿Y…?

Bern se encogió de hombros.

—Ambos mantuvimos nuestro compromiso. Pero creo que nunca me lo perdonaste. En todo caso, nuestra amistad nunca volvió a ser lo mismo.

Un gato birmano gris apareció en la cocina como surgido de la nada y se puso a maullar; Bern dejó caer al suelo un trocito de carne. El gato lo devoró con glotonería y se lamió las patas.

—Si hubiera sido comunista —dijo Luke—, te habría cubierto las espaldas.

—Por supuesto.

Luke empezaba a creer en su propia inocencia.

—Pero podría haberme hecho comunista después de la guerra…

—Imposible. Es el tipo de cosa que haces cuando eres joven, o nunca.

Era un razonamiento convincente.

—Puede que sólo espiara por dinero…

—Te sobra el dinero. Eres de buena familia.

Eso era cierto. Elspeth le había explicado lo mismo.

—Entonces, Anthony está equivocado…

—O miente. —Bern cortó los sandwiches por la mitad y los puso en dos platos de distintos juegos—. ¿Un refresco?

—Vale.

Bern sacó del frigorífico dos botellas de Coca-Cola y las abrió. Tendió a Luke un plato y una botella, cogió los suyos y abrió la marcha hacia la sala de estar.

Luke tenía un hambre canina. Se zampó el sandwich en dos bocados. Bern lo observaba regocijado.

—Toma, cómete el mío —le ofreció.

Luke meneó la cabeza.

—Gracias, pero no.

—Vamos, hombre, cógelo. De todas formas, debería ponerme a régimen.

Luke aceptó el sandwich de Bern y le hincó el diente.

—Si Anthony miente —dijo Bern—, ¿cuál habrá sido su auténtica razón para hacerte perder la memoria?

Luke tragó un bocado.

—Tiene que ser algo relacionado con mi repentina salida de Cabo Cañaveral el lunes.

Bern asintió.

—Lo contrario sería mucha coincidencia.

—Debí de enterarme de algo sumamente importante, tan importante que decidí acudir al Pentágono a toda prisa para contárselo al general.

Bern frunció el ceño.

—¿Por qué no contárselo a los de Cabo Cañaveral?

Luke se quedó pensativo.

—La explicación tiene que ser que ya no confiaba en ninguno de ellos.

—Muy bien. De modo que, antes de que pudieras acudir al Pentágono, Anthony se cruzó en tu camino.

—Exacto. Y supongo que, al no desconfiar de él, le conté lo que había descubierto.

—¿Y luego?

—Le pareció tan grave que decidió hacerme perder la memoria para asegurarse de que el secreto no saliera a la luz.

—Me pregunto qué demonios será.

—Cuando lo sepa, entenderé lo que me ha ocurrido.

—¿Por dónde piensas empezar?

—Supongo que lo primero es ir a mi habitación del hotel y buscar entre mis cosas. Puede que encuentre alguna pista.

—Si Anthony te ha borrado la memoria, lo más probable es que también haya registrado tus pertenencias.

—En ese caso, habrá destruido cualquier pista obvia, pero puede que no haya sabido reconocer algo importante. Sea como sea, tengo que comprobarlo.

—¿Y luego?

—Sólo queda otro sitio en el que investigar: Cabo Cañaveral. Volveré en avión esta noche… —Se miró el reloj. Eran las nueve pasadas—. O mañana por la mañana.

—Quédate conmigo —le pidió Bern.

—¿Por qué?

—No lo sé. No me gusta la idea de que pases la noche solo. Ve al Carlton, recoge tus cosas y vuelve aquí. Por la mañana te llevaré al aeropuerto.

Luke asintió. Luego, un tanto apurado, dijo:

—No sé qué hubiera hecho sin tu ayuda…

Bern se encogió de hombros.

—Te lo debía hace muchos años.

Luke no se daba por satisfecho.

—Sin embargo, hace un momento has dicho que, después del incidente de Francia, nuestra amistad nunca fue lo mismo.

—Es cierto. —Bern le dirigió una mirada franca—. Tu punto de vista era que alguien que te traiciona una vez puede traicionarte dos.

—Entiendo —dijo Luke, y se quedó pensativo—. Parece que estaba equivocado, ¿verdad?

—Sí —respondió Bern—. Lo estabas.