La etapa final, en la que se encuentra alojado el satélite, tiene dos metros de largo y sólo quince centímetros de diámetro; pesa poco más de trece kilos. Tiene forma de chistera.
Billie tenía programada una entrevista de una hora con un paciente, un jugador de fútbol americano que había sufrido una conmoción cerebral tras colisionar con un contrario. Era un caso interesante, porque podía recordarlo todo hasta una hora antes del partido, y nada desde entonces hasta el momento en que se vio de pie en la banda, dando la espalda al campo y preguntándose cómo había llegado allí.
Durante la visita le costó concentrarse, pues no paraba de pensar en la Fundación Sowerby y en Anthony Carroll. Cuando acabó con el jugador de fútbol y marcó el número de Anthony, se sentía frustrada e impaciente. Por fortuna, lo encontró en su despacho al primer intento.
—¿Qué demonios está pasando, Anthony? —le espetó sin más preámbulos.
—De todo —respondió el hombre—. Egipto y Siria han acordado fusionarse, las faldas son cada día más cortas y Roy Campanella se ha partido el cuello en un accidente de coche y puede que nunca vuelva a recibir para los Dodgers.
Billie se aguantó las ganas de gritarle.
—Me han rechazado para el cargo de director de investigación del hospital —dijo procurando conservar la calma—. Le han dado el puesto a Len Ross. ¿Lo sabías?
—Supongo que sí.
—Pues no lo entiendo. Era consciente de que podía perder ante alguien de fuera con un curriculum brillante… Sol Weinberg, de Princeton, o alguien de su nivel. Pero todo el mundo sabe que soy mejor que Len.
—¿De veras?
—¡Por amor de Dios, Anthony! Lo sabes perfectamente. Joder, tú mismo me animaste a seguir esta línea de investigación hace un montón de años, al final de la guerra, cuando tú y yo…
—Vale, vale, me acuerdo —la interrumpió—. Eso sigue siendo información clasificada, ¿sabes?
Billie dudaba que las cosas que habían hecho durante la guerra siguieran siendo secretos importantes. Pero eso era lo de menos.
—Entonces, ¿por qué no me han dado el puesto?
—¿A mí me lo preguntas?
Aquello era humillante, pensó dolida, pero la necesidad de averiguar lo ocurrido pudo más que su orgullo.
—La Fundación apoya a Len —dijo.
—Supongo que están en su derecho.
—Anthony, ¡soy yo, háblame!
—Te estoy hablando.
—Tú estás en el patronato. Es poco usual que una fundación se inmiscuya en este tipo de decisiones. Suelen dejarlo a los expertos. Tienes que saber por qué han decidido dar un paso así.
—Pues no lo sé. Y yo diría que el paso aún no está dado. Desde luego, no ha habido ninguna reunión para tratar el tema… Me hubiera enterado.
—Charles me lo dejó bien claro.
—No dudo que sea verdad, por desgracia para ti. Pero no es el tipo de decisión que se toma abiertamente. Lo más probable es que el director y un par de miembros del patronato lo hablaran tomándose unas copas en el Club Cosmos. Uno de ellos habrá llamado a Charles y le habrá dado indicaciones. No puede hacerles un feo, de modo que ha tragado. Así es como funcionan estas cosas. Lo único que me sorprende es que Charles fuera tan franco contigo.
—Juraría que estaba tan asombrado como yo. No entiende qué motivo les ha llevado a hacer algo así. He pensado que quizá tú lo sabrías.
—Seguro que es una chorrada. Ese Ross, ¿tiene familia?
—Casado con cuatro hijos.
—Lo cierto es que el director no aprueba que las mujeres ganen sueldos altos cuando hay hombres que tienen que dar de comer a una familia.
—¡Por amor de Dios! ¡Yo tengo un hijo y una madre que dependen de mí!
—No he dicho que fuera justo. Mira, Billie, tengo que salir. Lo siento. Te llamaré más tarde.
—De acuerdo —aceptó ella.
Colgó y, con la mirada fija en el aparato, intentó analizar sus sensaciones. La conversación le sonaba a falso, aunque no sabía por qué. Era perfectamente posible que Anthony ignorara las maquinaciones de los otros miembros del patronato. Entonces, ¿por qué desconfiaba de él? Repasando mentalmente las palabras del hombre, comprendió que había estado evasivo, algo impropio de él. Al final le había dicho lo poco que sabía, pero a regañadientes. Entre unas cosas y otras, la impresión era clara.
Anthony mentía.