16:15 HORAS

El cilindro dispone de un programador de cinta que hace variar la velocidad de rotación de las etapas superiores entre 450 y 750 revoluciones por minuto, para evitar vibraciones de resonancia que podrían provocar la desintegración del misil en el espacio.

Luke se dio cuenta de que no podía hablar. El alivio y la emoción eran tan intensos que le anudaban la garganta. Durante todo el día se había esforzado por mantener la calma y actuar de forma racional, pero en ese momento estaba a punto de perder toda la compostura.

Indiferentes a su angustia, los científicos reanudaron la conversación, a excepción del joven del traje de tweed, que lo miraba preocupado.

—Oye, Luke, ¿estás bien? —le preguntó.

Luke asintió. Al cabo de unos instantes, consiguió decir:

—¿Podríamos hablar?

—Claro. Hay un pequeño despacho en la zona dedicada a los hermanos Wright. El profesor Larkley lo ha usado antes. —Se dirigieron hacia una puerta lateral—. Por cierto, la conferencia la he organizado yo. —Precedió a Luke al interior de una habitación pequeña y desnuda, con un par de sillas, un escritorio y un teléfono. Se sentaron—. ¿Qué ocurre? —preguntó el joven.

—He perdido la memoria.

—¡Dios mío!

—Al parecer, sufro amnesia autobiográfica. Gracias a que conservo mis conocimientos científicos he podido dar con vosotros, pero no sé nada sobre mí mismo.

—¿Sabes quién soy yo? —le preguntó el joven, atónito.

Luke meneó la cabeza.

—Si ni siquiera estoy seguro de mi propio nombre…

El otro soltó un silbido y lo miró con perplejidad.

—Nunca había topado con algo semejante en la vida real.

—Necesito que me cuentes todo lo que sepas sobre mí.

—Me lo imagino. Esto… ¿por dónde empiezo?

—Me has llamado Luke…

—Todo el mundo te llama Luke. Eres el doctor Claude Lucas, pero creo que nunca te gustó «Claude». Yo me llamo Will McDermot.

Luke cerró los ojos, embargado de alivio y gratitud. Ya sabía su nombre.

—Gracias, Will.

—No sé nada de tu familia. Sólo nos hemos visto un par de veces, en congresos científicos.

—¿Sabes dónde vivo?

—En Huntsville, Alabama, creo. Trabajas para la Agencia de Misiles Balísticos del ejército. Tiene su base en el Arsenal Redstone, en Huntsville. Pero eres civil, no oficial del ejército. Estás a las órdenes de Wernher von Braun.

—¡No sabes lo bien que me siento al enterarme de todo esto!

—Me ha sorprendido verte aquí porque tu equipo está a punto de lanzar un cohete que pondrá en órbita el primer satélite estadounidense. Están todos en Cabo Cañaveral, y se dice que el acontecimiento podría ocurrir esta noche.

—He leído algo en un periódico esta mañana… Dios santo, ¿y dices que he participado en la construcción de ese cohete?

—Ya lo creo. Se llama Explorer. Es el lanzamiento más importante en la historia del programa espacial estadounidense, sobre todo después del éxito del Sputnik ruso y el fracaso del Vanguard de la marina.

Luke estaba eufórico. Hacía apenas unas horas creía ser un vagabundo alcohólico. Ahora resultaba que era un científico en la cima de su carrera.

—Pero ¡tendría que estar allí para el lanzamiento!

—Exacto… ¿Tienes alguna idea de qué haces aquí?

Luke sacudió la cabeza.

—Me he despertado esta mañana en los lavabos de caballeros de la estación Union. Pero no tengo la menor idea de cómo fui a parar allí.

Will esbozó una sonrisa cómplice.

—¡Menuda juerga debiste de correrte anoche!

—Contéstame con sinceridad. ¿Suelo hacer cosas así? ¿Me emborracho hasta perder el conocimiento?

—No te conozco bastante para responder a eso. —Will frunció el ceño—. Pero me sorprendería. Ya sabes cómo somos los científicos. Como mejor nos lo pasamos es sentados alrededor de una mesa tomando café y hablando de nuestras investigaciones.

Las palabras del joven le sonaban a cierto.

—La verdad es que, así en frío, pillar una curda no me llama mucho la atención.

Sin embargo, no se le ocurría otra explicación para el embrollo en que estaba metido. ¿Quién era Pete? ¿Por qué lo seguían? ¿Quiénes eran los dos individuos que lo buscaban en la estación?

Dudó si contarle todo aquello a Will, pero acabó decidiendo que sonaba demasiado raro. McDermot podía pensar que había perdido la chaveta.

—Me voy a Cabo Cañaveral —dijo al fin.

—Buena idea. —Will levantó el auricular y marcó el cero—. Soy Will McDermot. ¿Puedo poner una conferencia desde este teléfono? Gracias —dijo, y le pasó el auricular a Luke.

Luke llamó a información y marcó el número que le proporcionaron.

—Soy el doctor Lucas. —Se sentía feliz como un niño: nunca hubiera imaginado que poder dar su nombre fuera tan maravilloso—. Quisiera hablar con algún miembro del equipo de lanzamiento del Explorer.

—Están en los hangares D y R —dijo la telefonista—. No cuelgue, por favor.

Al cabo de un momento, sonó una voz completamente distinta al otro lado de la línea:

—Seguridad del ejército, al habla el coronel Hide.

—Soy el doctor Lucas…

—¡Luke! ¡Por fin! ¿Dónde demonios estás?

—En Washington.

—Bueno, ¿y qué coño haces ahí? ¡Nos estábamos volviendo locos! Te está buscando la policía militar, el FBI… ¡hasta la CIA!

Eso explicaba los dos agentes de plantón en Union, pensó Luke.

—Mire, ha ocurrido algo muy extraño. He perdido la memoria. He estado dando tumbos por toda la ciudad, tratando de averiguar quién soy. Al final he encontrado a un físico que me conoce.

—Pero ¡eso es increíble! ¿Cómo ha ocurrido, por amor de Dios?

—Esperaba que me lo contara usted, coronel.

—Siempre me llamas Bill.

—Bill.

—Bien, te diré lo que sé. El lunes por la mañana te marchaste para coger un avión diciendo que tenías que ir a Washington. Volaste desde Patrick.

—¿Patrick?

—La base aérea de Patrick, cerca de Cabo Cañaveral. Marigold te reservó una plaza…

—¿Quién es Marigold?

—Tu secretaria en Huntsville. También se encargó de reservarte la suite de costumbre en el Carlton de Washington.

Luke percibió un deje de envidia en el tono del coronel y, por un instante, se sintió intrigado por aquella «suite de costumbre»; pero tenía preguntas más urgentes que hacer.

—¿Le expliqué a alguien el motivo del viaje?

—Marigold te concertó una cita con el general Sherwood. Tenías que estar en el Pentágono a las diez de la mañana de ayer… Pero no te presentaste.

—¿Di alguna razón para querer entrevistarme con el general?

—No, que yo sepa.

—¿Cuál es su área de responsabilidad?

—Seguridad del ejército. Pero es un amigo de tu familia, así que la cita podría tener cualquier otro motivo.

Tenía que ser un motivo muy importante, se dijo Luke, para alejarlo de Cabo Cañaveral cuando su cohete estaba a punto de despegar.

—¿Sigue programado el lanzamiento para esta noche?

—No, se han presentado problemas meteorológicos. Lo han aplazado hasta mañana a las veintidós treinta.

Luke seguía preguntándose qué demonios habría estado haciendo en Washington.

—¿Sabes si tengo amigos aquí?

—Claro. Uno de ellos ha estado llamándome cada hora. Bern Rothsten.

Hide le leyó un número de teléfono y Luke lo garrapateó en un bloc de notas.

—Voy a llamarlo ahora mismo.

—Primero deberías hablar con tu mujer.

Luke se quedó de una pieza. La noticia lo había dejado sin habla. Mi mujer… Tengo mujer, pensó, y se preguntó cómo sería.

—¿Sigues ahí? —dijo Hide.

Luke recobró el aliento.

—Esto… ¿Bill?

—¿Sí?

—¿Cómo se llama?

—Elspeth —respondió Hide—. Tu mujer se llama Elspeth. Voy a ponerte con ella. No cuelgues.

Luke tenía un nudo en el estómago. Era absurdo, pensó. Al fin y al cabo, se trataba de su mujer.

—Soy Elspeth. Luke, ¿estás ahí?

Tenía una voz cálida y grave, de dicción clara y desprovista de acento. Luke imaginó a una mujer alta y segura de sí misma.

—Sí, soy Luke —dijo—. He perdido la memoria.

—Me tenías tan preocupada… ¿Estás bien?

Se sintió patéticamente agradecido por tener alguien a quien le preocupara cómo estaba.

—Supongo que ahora sí —respondió.

—Pero ¿qué te ha pasado?

—La verdad es que no lo sé. Esta mañana me he despertado en el aseo de caballeros de la estación Union, y he pasado el día intentando averiguar quién soy.

—Te estaba buscando todo el mundo. ¿Dónde estás ahora?

—En el Smithsonian. En el museo de Aeronáutica.

—¿Hay alguien contigo?

Luke sonrió a Will McDermot.

—Un amigo científico me está echando un cable. Y tengo el número de Bern Rothsten. Pero no me ocurre nada. Estoy bien, sólo que he perdido la memoria. Apurado, Will McDermot se puso en pie y le susurró:

—Voy a dejarte para que hables tranquilo. Te espero fuera.

Luke asintió, agradecido.

—Entonces —estaba diciendo Elspeth—, ¿no te acuerdas de por qué volaste a Washington con tanta prisa?

—No. Y por lo que veo tampoco te lo expliqué a ti.

—Dijiste que era mejor que no lo supiera. Pero no me quedé tranquila. Llamé a un viejo amigo nuestro de Washington, Anthony Carroll. Trabaja para la CIA.

—¿Hizo algo?

—Te llamó al Carlton el lunes por la noche, y quedasteis en desayunar juntos a primera hora del martes… Pero no te presentaste. Lleva buscándote todo el día. Le telefonearé para decirle que está todo arreglado.

—Está claro que me ha ocurrido algo entre la tarde de ayer y esta mañana.

—Debería verte un médico, necesitas que te hagan un examen completo…

—Estoy bien. Pero hay un montón de cosas que me gustaría saber. ¿Tenemos hijos?

—No. —Luke sintió una tristeza que le resultaba familiar, como el dolor sordo de una vieja herida. Elspeth prosiguió—: Llevamos intentándolo desde que nos casamos hace cuatro años, pero no ha podido ser.

—¿Viven mis padres?

—Tu madre. En Nueva York. Tu padre murió hace casi cinco años. —Una pena inmensa se abatió sobre Luke como caída del cielo. Había perdido los recuerdos de su padre, y nunca volvería a verlo. Le pareció insoportablemente triste. Elspeth continuó—: Tienes dos hermanos y una hermana, menores que tú. Emily, la pequeña, siempre ha sido tu favorita. Le llevas diez años, y vive en Baltimore.

—¿Tienes sus números de teléfono?

—Claro. Espera un momento, que los busco.

—Me gustaría hablar con ellos, no sé por qué. —Oyó un sollozo ahogado al otro lado de la línea—. ¿Estás llorando?

Elspeth se sorbió la nariz.

—No es nada. —Luke la imaginó sacando un pañuelo del bolso—. De repente, lo he sentido tanto por ti… —susurró, y no pudo contener el llanto—. Tiene que haber sido espantoso.

—A ratos, sí.

—Toma los números —dijo, y leyó en voz alta.

—¿Somos ricos? —preguntó Luke al acabar de escribir.

—Tu padre era banquero y sí, le iban bien las cosas. Te dejó mucho dinero. ¿Por qué?

—Bill Hide me ha contado que había reservado «mi suite de costumbre» en el Carlton.

—Antes de la guerra, tu padre era asesor de la administración Roosevelt, y le gustaba llevaros con él cuando iba a Washington. Siempre ocupabais una suite en una de las esquinas del Carlton. Supongo que te gusta mantener la tradición.

—Entonces, tú y yo no vivimos de lo que me paga el ejército…

—No, aunque en Huntsville procuramos vivir como el resto de tus colegas.

—Podría seguir haciéndote preguntas todo el santo día. Pero lo más urgente es averiguar qué me ha pasado. ¿Por qué no coges un avión esta noche y te reúnes aquí conmigo?

Hubo un momento de silencio.

—Por amor de Dios, ¿para qué?

—Para desenredar esta madeja juntos. Me vendría bien un poco de ayuda y de… compañía.

—Déjalo correr y vuelve aquí conmigo.

Eso quedaba descartado.

—No puedo. Tengo que saber lo que está ocurriendo. Es demasiado extraño para dejarlo correr.

—Luke, ahora no puedo abandonar Cabo Cañaveral. ¿Es que no te das cuenta? Estamos a punto de lanzar el primer satélite espacial de nuestro país… No puedo dejar al equipo en la estacada en un momento así.

—Supongo que tienes razón. —Entendía sus razones, pero aun así le dolía su negativa—. ¿Quién es Bern Rothsten?

—Iba a Harvard con Anthony Carroll y contigo. Ahora es escritor.

—Al parecer ha intentado ponerse en contacto conmigo. Puede que sepa algo de este asunto.

—Llámame más tarde, ¿quieres? Estaré en el Motel Starlite esta noche.

—De acuerdo.

—Por favor, Luke, ten mucho cuidado —dijo Elspeth con tono de preocupación.

—Lo tendré, te lo prometo —aseguró Luke, y colgó.

Se quedó sentado unos instantes. Se sentía emocionalmente exhausto. Le entraron ganas de marcharse al hotel y acostarse. Pero era demasiado curioso. Volvió a coger el auricular y marcó el número que había dejado Bern Rothsten.

—Soy Luke Lucas —dijo en cuanto descolgaron.

Bern tenía una voz áspera y un ligero acento neoyorquino.

—¡Luke, alabado sea Dios! ¿Qué demonios te ha ocurrido?

—Todo el mundo me pregunta lo mismo. La respuesta es que no tengo ni idea, sólo sé que he perdido la memoria.

—¿Que has perdido la memoria?

—Exacto.

—Vaya una mierda… ¿Y sabes cómo ha ocurrido?

—No. Esperaba que tú me dieras alguna pista.

—Puedo intentarlo.

—¿Por qué has estado tratando de localizarme?

—Estaba preocupado. Me llamaste el lunes desde Huntsville.

Eso sí que era una sorpresa.

—Espera un segundo… ¿Desde Huntsville?

—Eso he dicho.

—Creía que había volado desde Florida…

—Y así fue, pero hiciste escala en Huntsville porque tenías algo importante que hacer allí.

Ni Bill Hide ni Elspeth habían mencionado lo de Huntsville. Quizá porque no lo sabían.

—Continúa.

—Me dijiste que venías a Washington, que querías verme y que me llamarías desde el Carlton. Pero ahí quedó la cosa.

—Me pasó algo ayer por la noche.

—Eso parece. Oye, tienes que llamar a alguien. La doctora Billie Josephson es una experta de fama mundial en todo lo relacionado con la memoria.

El nombre le sonó al instante.

—Me parece que he hojeado un libro suyo en la biblioteca.

—También es mi exmujer, y una vieja amiga tuya —dijo Bern, y le dio el número de teléfono de Billie.

—Voy a llamarla ahora mismo, Bern.

—Estupendo.

—Pierdo la memoria, y resulta que tengo una vieja amiga que es una experta mundial en el tema. Si no es el colmo de la coincidencia…

—… que venga Dios y lo vea —completó Bern.