El Júpiter C ha sido construido para el ejército por la empresa Chrysler. El enorme cohete que propulsa la primera etapa es un producto de North American Aviation, Inc. La segunda, tercera y cuarta etapas han sido diseñadas y probadas por el Laboratorio de Propulsión a Chorro de Pasadena.
Luke estaba enfadado consigo mismo. No había sabido manejar la situación. Había dado con dos personas que probablemente sabían quién era y las había vuelto a perder.
Estaba de vuelta en el barrio de viviendas protegidas donde se encontraba el albergue evangelista de la calle H. Conforme iba adquiriendo brillo, la luz invernal daba a las calles un aspecto más miserable, avejentaba los edificios y hacía parecer más desaseada a la gente. Vio a dos vagabundos que compartían una botella de cerveza en la puerta de un local abandonado. Sintió un estremecimiento y se alejó con paso vivo.
De pronto, aquello le pareció extraño. Los alcohólicos necesitaban beber a todas horas. A él, sin embargo, la idea de probar la cerveza al punto de la mañana le resultaba nauseabunda. Basándose en ello, y con enorme alivio, llegó a la conclusión de que no podía ser un alcohólico.
Pero si no era un borracho, ¿qué era?
Repasó mentalmente lo que sabía de sí mismo. Tenía treinta y tantos años. No fumaba. A pesar de las apariencias, no era un alcohólico. En alguna época de su vida había llevado a cabo trabajos clandestinos. Y se sabía la letra de Qué buen amigo es Jesús. Era poco más que nada.
Había ido de aquí para allá en busca de una comisaría, pero en vano. Decidió preguntar a algún transeúnte. Apenas un minuto después, al pasar junto a un solar vallado con láminas de cinc corrugado, vio a un policía de uniforme que salía a la acera por un hueco entre dos planchas. Aprovechando la oportunidad, se dirigió a él:
—¿Cómo se va a la comisaría más cercana?
El agente, un individuo fornido de bigote rojizo, le lanzó una mirada de desprecio y respondió:
—En el maletero de mi coche patrulla, si no dejas de tocarme los cojones.
Luke se quedó de piedra ante aquel lenguaje tan soez. ¿Qué problema tenía aquel individuo? Pero estaba harto de vagar a la buena de Dios y necesitaba que lo orientaran, así que insistió:
—Sólo quiero saber dónde hay una comisaría.
—No pienso repetírtelo, piojoso de mierda.
Luke empezaba a irritarse. ¿Quién se creía que era?
—Le he preguntado con educación, agente —dijo.
El policía se movió con sorprendente agilidad dada su corpulencia. Agarró a Luke por las solapas de la astrosa gabardina y le obligó a pasar por la abertura de la valla. Luke trastabilló, cayó en un trozo de terreno pavimentado con hormigón y se hizo daño en el brazo.
Para su sorpresa, vio que no estaba solo. En el solar había una chica. Teñida de rubio y pintarrajeada, llevaba un abrigo largo abierto sobre el vestido suelto. Calzaba zapatos de tacón de aguja y tenía las medias rasgadas. Se estaba subiendo las bragas. Luke comprendió que era una prostituta y que acababa de prestar sus servicios al policía.
El agente atravesó la valla, corrió hacia Luke y le propinó una patada en el estómago.
Luke oyó decir a la chica:
—Por amor de Dios, Sid, ¿qué ha hecho, escupir en la acera? ¡Deja en paz al pobre mendigo!
—Este cabrón debe aprender a tener más respeto de ahora en adelante —farfulló Sid.
Por el rabillo del ojo, Luke vio que sacaba una porra y la blandía en alto. Cuando iba a asestarle el golpe, Luke rodó sobre sí mismo. Pero no fue lo bastante rápido; el extremo del arma le dio de refilón en el hombro izquierdo y le dejó el brazo momentáneamente dormido.
Un circuito se cerró en el cerebro de Luke.
En lugar de alejarse a rastras, se revolvió contra el policía. La inercia del golpe había hecho que el hombretón cayera al suelo y soltara la porra. Luke se puso en pie de un salto. Dejó que el otro se levantara, se pegó a él y eludió sus puñetazos bailoteando a corta distancia. Lo agarró por el cuello del abrigo, dio un violento tirón y le golpeó el rostro con la cabeza. Se oyó un crujido seco: le había partido la nariz. El hombre rugió de dolor.
Luke soltó al policía, hizo una pirueta sobre un pie y le pateó la rodilla lateralmente. El zapato gastado de Luke no era lo bastante rígido para romper el hueso, pero la articulación no resistió el golpe de costado, y el policía cayó al suelo.
Una parte del cerebro de Luke se preguntaba dónde demonios habría aprendido a pelear de esa forma.
El policía sangraba por la nariz y la boca, pero se incorporó sobre el codo izquierdo y se llevó la mano derecha a la pistola.
Antes de que desenfundara, Luke se le había echado encima. Agarrándolo por el antebrazo derecho, le lanzó la mano contra el hormigón con todas sus fuerzas. La pistola salió rodando a la primera. Luke tiró del policía, le retorció el brazo y le obligó a ponerse boca abajo. Sujetándole el brazo contra la espalda, se dejó caer de rodillas sobre los riñones del hombretón, que se quedó sin resuello. Para rematar, le agarró el índice y se lo dobló hacia atrás.
El policía soltó un chillido. Luke siguió tirando del dedo. Lo oyó partirse, y el hombre perdió el conocimiento.
—Tardarás unos días en apalear a otro vagabundo —le dijo Luke—. Poli de mierda.
Se puso en pie. Recogió la pistola, vació el cargador y arrojó las balas al fondo del solar.
La prostituta lo miraba de hito en hito.
—¿Quién coño eres, Elliott Ness? —dijo.
Luke la miró. Estaba en los huesos, y el exceso de maquillaje apenas disimulaba la aspereza de su cutis.
—No sé quién soy —le respondió.
—Bueno, desde luego no eres un vagabundo, eso te lo garantizo —afirmó ella—. Nunca había visto a un curda zurrarle la badana a un cacho de carne con ojos como Sidney, aquí presente.
—Yo tampoco lo entiendo, la verdad.
—Más vale que nos larguemos —dijo la chica—. Cuando vuelva al mundo de los vivos se va a poner hecho una furia.
Luke asintió. Furioso o no, Sidney no lo asustaba, pero no tardarían en aparecer otros policías, y le convenía poner tierra de por medio. Atravesó el hueco entre las chapas y echó a andar calle abajo.
La mujer lo seguía haciendo resonar los tacones de aguja contra la acera. Sintiendo que los unía una especie de camaradería, Luke acortó el paso para darle tiempo a alcanzarlo. Ambos habían sufrido las tropelías de Sidney el poli.
—Ha sido genial ver cómo le sacudías el polvo al bestia de Sidney —dijo la chica—. Supongo que estoy en deuda contigo.
—En absoluto.
—Bueno, la próxima vez que estés cachondo, la casa invita.
Luke procuró disimular su repugnancia.
—¿Cómo te llamas?
—Dedé.
Luke arqueó una ceja.
—Bueno, Doris Dobbs, en realidad —admitió—. Pero, menudo nombrecito para una chica de vida alegre, ¿eh?
—Yo me llamo Luke. No sé cómo me apellido. He perdido la memoria.
—¡Toma ya! Debes de sentirte… no sé, raro.
—Desorientado.
—Eso —dijo ella—. Era la palabra que tenía en la punta de la lengua.
Luke la miró. La chica le dedicó una sonrisa burlona que le llegaba de oreja a oreja. Comprendió que le estaba tomando el pelo, y se sintió agradecido.
—No es sólo que no sepa mi nombre ni mi dirección —le explicó—. Ni siquiera sé cómo soy.
—¿Qué quieres decir?
—Me pregunto si soy una buena persona. —Aquello era ridículo, pensó, abrirle el corazón a una puta en plena calle; pero no tenía a nadie más—. ¿Soy un marido fiel, un padre cariñoso y un trabajador ejemplar? ¿O soy un gángster? Odio no saberlo.
—Chato, si es eso lo que te preocupa, yo te puedo decir qué clase de tío eres. Un gángster estaría preguntándose: «¿Soy rico? ¿Me lo monto chachi con las pavas? ¿Acojono a la gente?».
La chica estaba en lo cierto. Luke asintió. Pero no era bastante.
—Querer ser una buena persona es estupendo… Pero a lo mejor no estoy a la altura de mis principios.
—Bienvenido al género humano, guapo —repuso Dedé—. Eso mismo nos pasa a todos. —Se paró ante una puerta—. Ha sido una noche muy larga. Aquí es donde me bajo del tren.
—Hasta la vista.
La chica lo miró dubitativa.
—¿Quieres un consejo?
—Claro.
—Si quieres que dejen de tratarte como a una mierda, más vale que te arregles un poco. Afeítate, péinate esas greñas, apáñate un abrigo que no parezca la manta de una mula…
Luke comprendió que estaba en lo cierto. Nadie le haría el menor caso, y menos aún lo ayudaría a descubrir su identidad, mientras pareciera un perturbado.
—Supongo que tienes razón —reconoció Luke—. Gracias.
Dio media vuelta y empezó a alejarse. Dedé gritó a sus espaldas:
—¡Y búscate un sombrero!
Luke se tocó la cabeza y a continuación miró a su alrededor. En toda la calle, era la única persona, hombre o mujer, que iba descubierta. Pero ¿de dónde iba a sacar un vagabundo un traje nuevo? El puñado de calderilla que llevaba en el bolsillo no daba para tanto.
La solución acudió a su mente por sí sola. O bien era un problema sencillo, o es que se había visto en la misma situación con anterioridad. Iría a una estación de ferrocarril. Las estaciones solían estar llenas de gente que cargaba con mudas de ropa, junto con objetos de afeitado y aseo en general, cuidadosamente ordenados en sus maletas.
Caminó hasta la siguiente esquina y leyó los rótulos de las calles. Estaba en la calle A con la Séptima. Al salir de la estación Union a primeras horas de la mañana, se había fijado en que estaba cerca del cruce de la F con la Segunda.
Se encaminó en esa dirección.