Los principales personajes de Las cenizas de Ovidio son históricos. Sin embargo, me he tomado ciertas libertades menores con ellos por imposición de la trama.
Primero, el auténtico Valerio Corvino era mucho mayor que mi personaje: él y su tío Cota compartieron el consulado en el 20 d. C. (un año después del cierre de la narración), así que debía de tener más de treinta años.
Junio Silano aún estaba en las provincias en el momento de la historia. Tiberio no autorizó su regreso hasta el año siguiente.
La Perila de la poesía de Ovidio es simplemente «Perila». El raro patronímico Rufia sólo se difundió en una fecha más tardía, y se lo di por motivos personales. No tiene ninguna relación con el apellido de su esposo.
Sulio Rufo aún es mal visto por los historiadores. Fue desterrado en tiempos de Tiberio, regresó por orden de Calígula y se transformó en notorio informador para Mesalina, la esposa de Claudio. Por otra parte, él y Perila (por lo que yo sé) eran felices en su matrimonio y tuvieron hijos. Rufo no podría haber sido, como yo insinúo, el «falso amigo» que intentó privar a la esposa de Ovidio de su patrimonio y a quien llama Ibis en sus poemas.
No he difamado a Nonio Asprenas, al menos en cuanto a su carácter. La acusación de que se apropió de ciertas herencias después de la matanza de Varo fue hecha por el historiador Patérculo, que sirvió en Germania poco después y habría hablado con hombres que lo conocían. Al describir la masacre, Patérculo también menciona la «vil actuación del comandante de campo Ceonio, que aconsejaba entregarse y prefería la muerte por ejecución, propia de un delincuente, antes que la muerte en batalla, propia de un soldado», y la contrasta con la conducta del noble Egio. En consecuencia, era un candidato natural para hacer el papel de malvado.
Por último, me siento culpable por la imagen que he dado de la burocracia de palacio, mucho más apropiada para el reinado de Claudio (41-54 d. C.) que para el de Tiberio.