De pronto se hizo un silencio. Cogí la jarra y llené la copa que Cota había dejado en la mesa. Esta vez Perila no me detuvo. Aún me miraba a los ojos, y había miedo en los suyos. Y con razón.
Elio Sejano. Comandante de los pretorianos, y a punto de convertirse en el favorito de Verruga. Pariente de Lamia, pariente de Junio Bleso, con quien papá se llevaba tan bien últimamente, y de otra media docena de notables del sistema de gobierno de Verruga. Un cabrón al que no convenía enfadar: enzarzarse con Sejano era tan seguro como meter la cabeza en la boca de un felino del circo para revisarle las amígdalas, como yo casi había descubierto por mi cuenta.
—¿Estás segura de que estaba liado con Trío? —pregunté—. Mejor dicho, ¿Marcia está segura?
—No fue específica. —Noté que Perila procuraba mantener su actitud desapasionada, y no le iba muy bien—. Pero ya conoces sus insinuaciones.
La tía Marcia era la viuda de Fabio Máximo, y vieja amiga de la familia imperial. Tenía demasiado orgullo y sensatez para dedicarse a los chismes, y menos después del modo en que había muerto su marido, pero cuando se sentía tan confiada como para soltar una insinuación sobre algo, podías forjarla en bronce y colgarla con las tablas de la ley.
—Sí, para mí es más que suficiente. Claro que está segura. Y lo de Sejano también explica el veneno.
—¿Por qué?
—Tiberio no usaría veneno, pero Sejano sí. Uno contra diez a que cuando Verruga descubrió que Germánico planeaba traicionarlo le encomendó el asunto a Sejano y lo dejó en sus manos; y era lo mejor que podía hacer, porque había que manejarlo con delicadeza, y las intrigas son la especialidad de ese cabrón.
—Sejano planeó el asesinato siguiendo instrucciones de Tiberio.
—Así es. —Sorbí el falerno—. Si había que deshacerse de Germánico, había que actuar en secreto. Así que Verruga le da a Sejano carta blanca para liquidarlo. Luego los dos se ponen de acuerdo para encubrir el asunto, con Sejano como cerebro de las operaciones y Verruga apoyándolo con su poder.
—Eso también explicaría la designación de Elio Lamia en Siria.
—Exacto. Además de sus órdenes oficiales, Lamia, siendo pariente de Sejano, tendría un interés personal en que nadie averiguara lo que había pasado en Siria. Mantener las cosas en familia, como quien dice.
—¿Y cómo se hizo? —Perila se apoyó la barbilla en la mano—. El asesinato en sí. ¿Sejano se valió de Pisón y Plancina?
Negué con la cabeza.
—Puede que sí, pero no creo. No habría sido necesario, pues siendo el representante acreditado del emperador podía usar sus propios canales oficiales. O semioficiales. Y tenía su propio agente en el personal de Germánico.
Perila frunció el ceño.
—¿A quién te refieres?
—Al marido de tu amiga Acutia. Publio Vitelio. Perila se irguió.
—Imposible, Marco. Vitelio era amigo íntimo de Germánico, redactó la acusación de asesinato contra Pisón, y por implicación era uno de los protagonistas de la conspiración de Germánico.
—Sí, lo sé. Aún no he afinado los detalles, pero apostaría mi último cobre a que Vitelio fue directamente responsable.
—Demuéstralo.
—Vale. —Bebí otro trago de vino antes de que ella se percatara de que era médicamente incorrecto—. ¿Te acuerdas de Mancus?
—El contacto misterioso de Martina. Sí, desde luego. Pero si crees…
—Espera, primor. Sabíamos que Mancus era un pseudónimo ¿verdad? Y sugeriste que escogió el nombre por el dios de la muerte etrusco.
—Claro. Y tú dijiste que se conectaba con…
—Con el asesino de Régulo. Correcto. Pero yo me equivocaba, porque nos pasábamos de listos. No fue Vitelio quien escogió el pseudónimo, sino Martina. Aunque hubiera conocido su verdadero nombre, no se lo habría mencionado ni siquiera a su hermana, por razones obvias. Así que ella misma le dio un nombre. Como él era romano y hablaba latín, ella escogió un buen nombre romano, y tan descriptivo como Acutia, que significa «aguda» o «inteligente»; sólo que, siendo genuinamente descriptivo, le sentaba perfectamente al sujeto. —Hice una pausa—. ¿Qué significa mancus en latín?
—Mutilado, desde luego. ¿Y eso qué demuestra?
—¿Mutilado en qué parte?
—En la mano. —Su mirada de asombro se cruzó con la mía—. Soy una tonta. A Vitelio le faltaba un dedo, o la punta de un dedo. Tienes razón, encaja.
—Claro que sí. —Bebí un sigiloso sorbo de falerno—. Ten por seguro que Vitelio es nuestro hombre, aunque sostuviera que era amigo de Germánico. Y otra cosa. Él era el único miembro de la plana mayor de Siria que se quedó cuando se fue el equipo anterior. Los demás eran nuevos, como Lamia, o estaban designados por Pisón, y Verruga sabía que eran leales.
—Entonces, ¿crees que Lamia sabía que Vitelio había planeado la muerte de Germánico?
—Claro que sí. Eso explica por qué Lamia lo trató con cierta distancia en la fiesta, por ejemplo. Aunque fuera primo de Sejano y participara en el encubrimiento, era un tipo decente que tenía que hacer un trabajo sucio. Dejaba de lado las cuestiones personales en aras del deber, pero aun así no soportaba a Vitelio. Eso también explica por qué tu amiga Acutia no era la favorita entre las esposas. Apostaría un barril de ostras contra un botón a que también ellas estaban enteradas.
—¡Es horrendo!
—Es política, primor. —Me serví el resto del falerno. Perila no pareció notarlo—. No hay juego más sucio. Ahora no podemos hacer mucho con esa información, salvo pasársela a la hermana de Martina, como le prometimos. Dudo que ella pueda hacer algo, pero habremos cumplido nuestra parte.
—Pero ¿Vitelio no corría un gran riesgo? A fin de cuentas, él se encargaba de acusar a Pisón en Roma, y Martina lo conocía… —Se interrumpió—. Claro, desde luego. Por eso Martina tenía que morir en Brindisi, ¿verdad?
—Fue uno de los motivos, sin duda. Pero además sabía demasiado en otros sentidos. Y Tiberio se aseguró de que el hombre regresara a Siria una vez que Pisón había muerto. Con razón el juicio anduvo tal como había planeado Verruga. Mejor dicho, Sejano. Tenía a dos de sus hombres en la fiscalía. Lástima que no pudiera contar con una certeza absoluta… —Me detuve—. Mierda. Contaba con ella, claro que sí.
—¿Qué pasa, Marco? —Perila me clavaba los ojos.
—Sejano no sólo tenía a dos abogados en el bolsillo. Tenía a los tres.
—¿Quién era el tercero? ¿Otro amigo de Germánico?
—Oh, no. Justamente. El tercero era Livinio Régulo.
—Pero Régulo era… ¡Ah!
Noté que también ella se había percatado.
—Exacto. Régulo estaba en el bando contrario. En aquel momento me pregunté por qué había accedido a defender a Pisón cuando los dos no estaban relacionados oficialmente. El juicio estaba amañado desde el principio.
—Pero ¿qué te hace pensar que Régulo era agente de Sejano? Sin duda…
—El modo en que murió, Perila. Fue muerto por Carilo, que trabajaba para Trío, que trabajaba para Sejano. Y tuvo una muerte de traidor. Cuando hablé con Trío, le hice dos preguntas: ¿a quién traicionó Régulo, y qué hizo? Quizá ahora pueda responderlas yo mismo.
—La primera es fácil. Traicionó a Sejano.
—Exacto. El garfio y la escalera son la clase de broma macabra que Sejano disfrutaría.
—¿Qué hay de la segunda? ¿Qué hizo exactamente Régulo?
Bebí un trago de vino, casi el último. Aunque le disgustara al médico, me había hecho bien y casi pensé en llamar a Batilo para que saliera de su escondrijo y me trajera otra jarra; pero eso habría sido abusar de mi suerte.
—Habló con alguien —dije—. Mejor dicho, amenazó con hablar.
—¿Te refieres a Agripina?
—¿Eso de qué serviría? Si Sejano seguía órdenes de Verruga, Agripina estaba trabada, supiera la verdad o no. Y Régulo no osaría irritar al emperador, aunque recibiera una buena recompensa.
—¿Con quién, entonces?
—Con Tiberio, desde luego.
—Pero, Marco, el emperador ya conocía las circunstancias de la muerte de Germánico.
—Eso creía él, sí. Y aún lo cree. Sí, Sejano trabajaba para Verruga. Pero también tenía en cuenta sus propios intereses, intereses muy personales. Régulo sabía eso y Verruga no.
—Corvino… —Perila se armó de paciencia—. Si Sejano mató a Germánico por traición, siguiendo instrucciones de Tiberio, y ambos organizaron el juicio y el encubrimiento, ¿qué información podía tener Régulo que interesara al emperador?
—Eso es lo que no sé. Pero me propongo averiguarlo. —Al cuerno con Cota y sus advertencias: estaba demasiado cerca para desistir, por peligroso que fuera. Tendría que andarme con cuidado, pero si Sejano jugaba su propia partida, quizá hubiera una luz al final del túnel.
Primero lo primero. Al diablo con los médicos. Llamé a Batilo. Se acercó con paso furtivo y una sonrisa que recordaba el olor del aceite para cabello.
—Oye, hombrecillo. Baja al sótano y trae otra medida de falerno, ¿sí?
Perila se puso alerta, pero le clavé los ojos y no dijo una palabra. A veces nos entendemos perfectamente.