—Lo que sucedió en Siria —dije— fue que Verruga decidió finiquitar el asunto y deshacerse de Germánico.
Perila cambió de posición.
—¿Quieres decir que Tiberio lo sabía?
—Claro que sí. De eso se trata. Él sabía lo que planeaba Germánico antes de enviarlo al este.
—¿Y cómo deduces semejante cosa?
—Es sencillo. —Me serví más vino—. Eso explica el nombramiento de Pisón. Y explica el encubrimiento que vemos aquí. Tiberio no envió a Pisón porque no confiara en que su hijo hiciera un buen trabajo; lo envió porque no confiaba en Germánico, y punto. Y tenía razón.
—Pero, Marco, si el emperador pensaba que Germánico se proponía traicionarlo, ¿por qué no lo hizo arrestar?
—¡Por Júpiter, Perila! ¡Ya hemos hablado de esto! Germánico era el chico de ojos azules del imperio y, como bien dijiste, el sucesor designado. Si Tiberio hubiera llamado a sus matones, habría afrontado una rebelión a gran escala antes de que la tinta del despacho se hubiera secado. Lo mismo habría ocurrido si hubiera ordenado ejecutarlo. Máxime cuando todos sabían (o creían saber) que sentía gran envidia por su príncipe heredero. Además, ¿qué pruebas tenía? La popularidad no es delito, y Germánico no había dicho ni hecho nada fuera de lugar. Verruga es justo, demasiado justo para actuar por impulso. Lo único que podía hacer era darle suficiente soga y dejar que él demostrara sin lugar a dudas que merecía que lo ahorcaran. Y Germánico lo demostró.
—Pero tú mismo has dicho que el envenenamiento no es el método de Tiberio.
—Sí. —Fruncí el ceño—. Ése es el problema. Cuanto más pienso en ello, más convencido estoy de que Livia estaba metida hasta las cejas. Lamia prácticamente lo admitió. Cuando le dije que me había mandado la emperatriz, se quedó anonadado. Juro que estaba a punto de decir que la emperatriz ya lo sabía. Por mi parte, al margen de su rimbombante juramento, la creo muy capaz.
—Pero ¿por qué Livia envenenaría a Germánico para favorecer al emperador? Hace años que no se llevan bien.
—Allí es donde Agripina entra en escena. Germánico era un traidor, sí, pero apostaría una pieza de oro contra un repollo podrido a que su esposa lo instigó. Como digo, dudo que por sus propios medios hubiera tenido el ánimo necesario para la traición. Agripina es diferente. Esa mujer tiene el ánimo y el estómago. Y tiene sus intereses creados, porque gracias a los pequeños esfuerzos de la emperatriz a lo largo de los años, Verruga está en el trono y ella es la última de los Julios.
Perila asintió.
—Sí, sí, es cierto. Agripina odia a Tiberio y Livia, y es mutuo. Si la familia imperial fuera responsable y ella lo supiera, eso explicaría su conducta al traer de vuelta las cenizas de Germánico; obligaba a los asesinos a tener presente el asesinato, en todos los sentidos. Otra cosa. Con Germánico muerto y Druso como heredero de Tiberio, la sucesión volvía claramente al linaje de los Claudios. Eso agradaría a Livia.
—No te quepa la menor duda.
—Pero ¿por qué se tomaría la molestia de pedirte que investigaras el asesinato, si ella era parcialmente responsable?
Me encogí de hombros.
—Júpiter sabrá. Podría tener sus razones, al margen del juramento. Lo que sé es que tratar de comprender las intrigas de la emperatriz es como jugar al corre que te pillo con un leopardo. No tienes futuro. Pero ya pensaremos en ello. Por el momento, ya tenemos bastante para entretenernos.
—¿Qué hay de Pisón? Dices que Tiberio lo envió a Siria para que vigilara a Germánico.
—Sí. —Bebí un trago de vino: ya no estaba helado, y vertí un poco de la jarra—. Eso debió sacar de quicio al chico. Germánico había endulzado a Crético con la promesa de una boda entre su primogénito y la hija del gobernador. Ahora Pisón llega de Roma, le gana de mano y cambia todas las reglas. No por favoritismo, como dijo Tauro. Pisón sigue las instrucciones de Verruga: cancelar todos los nombramientos, por si las dudas, para designar a sus propios hombres, gente de confianza. Y de paso, vencer a Germánico en su propio juego y ganarse la simpatía de los legionarios, de modo que cuando llegue el chico de ojos azules Pisón esté bien afianzado y no queden más salidas. No es de extrañar que las dos parejas se odiaran desde el principio. Germánico y Agripina habían sido descubiertos y lo sabían. Y sabían que no podían decirlo, porque aún no estaban en la etapa de la rebelión abierta, y esto debió enloquecerlos. También explica por qué Pisón no permitió que Germánico tuviera las legiones que quería en Armenia. Representaban la mitad de sus fuerzas y no podía correr el riesgo de que las persuadieran, o las usaran para iniciar la rebelión.
—¿Crees que Germánico y Agripina sabían que Pisón estaba allí para vigilarlos?
—Quizá no lo supieran con certeza. Pero debían de sospecharlo. En todo caso, Germánico tendría que mantener la farsa enviando protestas a Verruga. No podía permitirse el lujo de no hacerlo; conceder que Pisón obedecía órdenes, aun tácitamente, habría sido confesar su propia culpa. O al menos sacar el problema a relucir, y no podía hacerlo hasta estar preparado. —Bebí un trago—. Y allí es donde encaja la conspiración de Vonones.
Perila frunció el ceño.
—¿Vonones estaba implicado con Germánico?
Negué con la cabeza.
—No. Es algo totalmente aparte. Desde el punto de vista de Germánico, Vonones era un estorbo. Su plan para una revuelta general en oriente se parecía demasiado al de Germánico, e incluso pudo poner la idea en la cabeza de Verruga. Además, Vonones enturbiaba las aguas. Aunque Tiberio había frustrado sus planes, Vonones seguía conspirando, y llamaba demasiado la atención. Es probable que Germánico supiera, quizá a través de Céler, que Vonones sobornaba a Pisón, pero estaba atrapado. No podía denunciar a Pisón sin llamar la atención sobre sus propios planes.
—Entonces hizo matar a Vonones.
—Hizo matar a Vonones. Para seguir recibiendo los sobornos, Pisón le había dicho que Germánico estaba bajo sospecha, y mientras Pisón pareciera dominar la situación Vonones se contentaba con esperar. Pero cuando Germánico llegó a su apogeo, después del pacto con los partos, Vonones perdió la confianza. Emprendió la fuga, quizá con la connivencia de Germánico. El pobre diablo no llegó a la frontera.
Perila calló largo rato.
—Entonces tienes todo resuelto —dijo.
Vertí la última gota de vino en mi copa.
—No, en absoluto. Hay muchos cabos sueltos. El hecho de que Germánico fuera un traidor explica muchas cosas, pero no todo. Claro, la presunta traición de Pisón tiene sentido. Aunque Germánico estuviera muerto, sus amigos aún controlaban Siria, porque él había revocado las designaciones de Pisón, y Pisón sólo hacía su trabajo cuando intentó recobrar la provincia para Verruga. Explica por qué Pisón y Plancina confiaban tanto en el respaldo de Tiberio cuando regresaron a Roma. Explica el encubrimiento de Lamia. Pero no explica el modo en que murió Germánico. No explica el asesinato de Régulo ni la carta faltante de Carilo. No explica por qué fui atacado en el barco, ni por qué mataron a Orosio. No explica a Mancus, el amigote de Martina. Junto con muchas otras cosas que no cuadran.
—Pero, Corvino, si el emperador es responsable, eso explicaría muchas de estas cosas.
—No. —Cerré los ojos y me recliné—. No, de eso se trata. Estas intrigas no son típicas de Verruga, ni siquiera de segunda mano. Son torpes, descuidadas. Chirrían por todas partes, arrojan mucho polvo y no tienen su firma. Orosio dijo que Tiberio era demasiado astuto para ser romano, y tenía razón. Habría hecho las cosas de otro modo y las habría manejado mejor. Sí, él se beneficiaba con la muerte de Germánico y lo habría aprobado, pero tal como salieron las cosas, más le habría valido hacerlo acuchillar o estrangular y ahorrarse tantos incordios, ya que a fin de cuentas todos lo consideran responsable. Con Livia es lo mismo.
—Pero…
—Sí, sé lo que dije, y quizá me equivoque. El veneno, sí, es típico de la emperatriz. Pero Livia también habría manejado mejor las cosas. De este modo, todos quedan enlodados, y ella sale tan mal parada como Verruga. Además, si Livia está implicada, aún tenemos que explicar por qué montó esta farsa. No, el caso aún no está resuelto. Ni por asomo.
—Y ahora sólo nos quedan cinco días.
—Así es. Pero, como dije, creo que eso ya no importa. Siria tocó fondo. —Sacudí la jarra—. Como el vino. Si buscamos más respuestas de las que tenemos, primor, las encontraremos en Roma.
Eso quería creer.