Vino a la tarde siguiente. Yo dormía una siesta en el jardín cuando Critias lo hizo pasar.
—¡Oye, Tauro! —dije cuando me despertó—. Habíamos dicho mañana.
—Considérate afortunado de que haya venido. —Tauro tenía la cara amarilla—. He plantado a Junia por esto.
—¿La muchacha de rojo con la que hablabas anoche? —Señalé una silla y envié a Critias en busca del vino.
—Sí. —Se sentó—. Así que me debes una, amigo. Y una grande. ¿Vale?
Perila vino desde las cocinas.
—Corvino —dijo—. Metón y Lisias están riñendo de nuevo sobre el mejor modo de trufar un pollo. Francamente, esto debe terminar.
A Tauro se le iluminaron los ojos al verla. Yo conocía esos síntomas.
—Si silbas, te mataré —le dije—. Perila, éste es Estatilio Tauro. Me rompió la muñeca cuando éramos niños. También se le confunden los días.
—¿De veras? —Perila le sonrió y se sentó en el banco junto al seto—. Encantada de conocerte, Tauro. Lamento no haber hablado contigo en la fiesta del gobernador.
—Yo también lo lamento —dijo él. Por mi parte, yo no lamentaba nada. Mi amigo estaba babeando, y eso era mala noticia.
Critias regresó con el vino y el zumo de fruta de Perila. Gradualmente lo había entrenado; en otro mes, ya no habría la menor demora.
—Bien —dije mientras servía—. ¿Qué causó el cambio de planes?
Tauro bebió.
—Ese cabrón me envía de vuelta a Cirro.
—¿Quién? ¿Céler?
—Céler no tiene jurisdicción sobre mí, Corvino. Es una orden personal del gobernador.
—¿Lamia?
—Sí, Lamia. Ya tendría que haberme ido. Y me habría ido si hubiera recibido el aviso oficial enseguida, pero yo estaba en casa de Junia y el mensajero no me encontró. Le llevo una pequeña ventaja.
—¿Te dio una explicación?
—Despachos urgentes. —Terminó la copa y cogió la jarra que Critias había puesto a enfriar—. Pero si son tan urgentes como para cortarme tres días de permiso, me comeré el yelmo.
Exacto, y yo le pasaría el plato y le ayudaría a hacerlo. Siria tiene más legiones que cualquier otro lugar al este de Panonia, pero son tropas de una guerra fría y no se puede decir que trabajen en exceso; por aquí, hasta las águilas son apacibles, y la palabra «urgente» no figura en el manual. Evidentemente nuestra pequeña confabulación en la fiesta había llamado la atención.
—¿El gobernador suele actuar tan arbitrariamente? —preguntó Perila.
—No, Lamia es buena persona. —Tauro arrancó algunas uvas del racimo que Critias había traído con el vino—. Aunque sea primo de Sejano, obra con corrección.
Sí. Dado el nombre, yo sabía que tenía que haber algún tipo de relación. Pero, como he dicho, el favorito de Verruga tenía los dedos metidos en muchos pasteles.
—Por cierto, ¿qué le pasó a Saturnino? —Bebí mi vino—. El gobernador interino.
Tauro se encogió de hombros.
—Regresó a Roma. O quizá lo trasladaron a otra parte.
—¿Cayó en desgracia?
—No, se portó bien. Al menos, mantuvo fuera a Pisón. —Tauro empezaba a poner cara de suspicacia—. Oye, Corvino, esto no es típico de ti. ¿Qué está pasando? ¿De pronto te dedicas a la política?
Hacía años que conocía a Tauro; como le había dicho a Perila, me había roto la muñeca cuando éramos niños, riñendo por una manzana. Lo que no le había dicho era que habíamos compartido a la misma muchacha, alternándonos, por así decirlo, durante dos años. Así que nos conocíamos bastante bien, demasiado para mentirnos. Además, necesitaba un amigo. Como había dicho Vitelio, Antioquía no era mi ciudad. Tampoco era la ciudad de Tauro, técnicamente, pero era lo mejor que podía conseguir. Además, me fiaba de él.
—Vale, amigo —dije—. Pon tus feas orejas y te contaré una historia.
—Pero Pisón era culpable —dijo cuando hube concluido—. Sin duda que era culpable.
—¡Por Júpiter! —Me recliné en la silla y me puse las manos sobre los ojos—. Tauro, ¿no me has escuchado? Claro que podía ser culpable, pero en tal caso aún quedan muchas cosas sin explicar. Quizá él y Plancina asesinaron a Germánico. Pero también pudieron ser muchos otros, por muchas otras razones, y todas son igualmente buenas.
—Quizá ni siquiera fue un asesinato —intervino Perila—. Germánico pudo haber muerto de fiebre. Como ves, Tauro, simplemente no lo sabemos. Sólo sabemos que las autoridades de aquí quieren encubrir algo, y que ese algo está relacionado con la traición de Pisón y el periodo que Germánico pasó en Siria. Pensábamos que podrías ayudarnos.
Tauro calló largo rato.
—Oye, Marco —dijo al fin.
—¿Sí?
—¿Recuerdas aquella vez en que esa muchacha de Fidenas ató su sostén a la cola del cerdo?
—Eh. —Miré de soslayo a Perila. Estaba ocupada con las uvas, o eso fingía—. Sí, sí, lo recuerdo.
—¿Recuerdas que trataste de explicarme por qué lo hizo?
—Claro. Me llevó una hora y aun así no lo entendías.
—Vale. Entonces, ¿qué quieres saber?
Me reí. Era una de las cosas que me gustaban de Tauro. No descollaba por sus dotes intelectuales, pero conocía sus limitaciones y no se preocupaba demasiado si lo dejaban mal parado. Aun así, me alegraba que lo hubiéramos intentado.
—Entiendo —dije—. Empecemos por la parte fácil, la traición de Pisón. ¿Qué sucedió? ¿Exactamente?
Tauro se sirvió más vino.
—Fue bastante sencillo. Después de la riña con Germánico, Pisón y Plancina abordaron su barco y zarparon para Grecia.
—¿Por qué hicieron eso? —preguntó Perila—. Un gobernador no tiene derecho a dejar su provincia sin autoridades.
—No nos atasquemos, Perila. Tauro ya tiene suficientes problemas. —Extendí la copa para que Tauro sirviera—. Continúa, amigo.
—Pisón recibió la noticia de la muerte en Cos. Marco Pisón quería seguir hasta Roma y hablar con Verruga, pero Céler sugirió que regresaran a Siria.
—¿Marco Pisón era su hijo?
—Así es. Pero Pisón siguió el consejo de Céler y lo envió a Laodicea para que trajera a la Sexta Legión. Pero Céler no llegó allá, porque el legado envió un contingente de caballería para anunciarle que ahora sólo recibiría órdenes de Saturnino.
—Perdón, Tauro —interrumpió Perila—. ¿Germánico designó a Saturnino antes de su muerte?
—No. La plana mayor lo eligió como sustituto provisional.
—¿Y qué hay de Vibio Marso? Era vicegobernador de Pisón.
Asentí; una buena observación, porque Marso no se había ido de Antioquía cuando su jefe se marchó, y a diferencia de Pisón no había transgredido la ley. En esas circunstancias, y salvo que mediara la orden directa de alguien que tuviera autoridad sobre los demás, sería el sucesor natural. Y nadie tenía autoridad sobre los demás, porque Germánico ya había muerto.
—Marso estaba entre los candidatos, claro —dijo Tauro—. Pero renunció.
—Ajá. —Bebí un trago de vino—. Dejando al hombre de Germánico a cargo. Muy político. O muy realista.
—Sí. —Tauro masticó una uva y escupió las semillas en su palma—. En el ínterin, Pisón desembarca en Cilicia. Pide tropas a los reyes clientes asiáticos, junta una turba de soldados inexpertos en su camino a Antioquía y ocupa una ciudad fortificada llamada Celenderis.
Me recliné. ¡Por Júpiter! ¡Vaya escalada militar! ¡Una guerra civil a todo trapo! Con razón el Senado quería colgar las tripas de Pisón de un poste.
—¿Qué trataba de demostrar? —pregunté.
—Creo que es obvio. —Perila sorbió su zumo de fruta—. Técnicamente Pisón aún era gobernador de Siria. Esa parte de Cilicia formaba parte de su provincia. Podía argumentar, supongo, que la elección de Saturnino no tenía validez, que su resistencia armada era ilegal y, como Germánico había muerto, que él era el único representante acreditado de Tiberio.
—¿Aunque abandonó la provincia ilegalmente, y quizá hubiera caído en desgracia?
—Pero no lo habían depuesto oficialmente, Marco. —Perila se volvió hacia Tauro—. ¿O sí?
—No. Que yo sepa no. —Tauro miraba el vino con el ceño fruncido—. De todos modos, al cabo no importó, porque los cilicianos se echaron atrás. Pisón quería quedarse en Celenderis hasta que Tiberio hubiera decidido, pero Saturnino lo envió de vuelta a Roma.
—Y al llegar, él y Plancina montaron su espectáculo en el Tíber, navegando en una barca dorada como Antonio y Cleopatra. —Cogí la jarra—. Algo no encaja. Siria es una provincia imperial, bajo jurisdicción directa del emperador. Después de semejante estropicio, Verruga habría tenido derecho a clavar a Pisón a la Plataforma de los Oradores sin detenerse a rascarse los forúnculos, y mucho menos a consultar con el Senado o molestarse con una acusación de asesinato. Y Pisón debía de saberlo. ¿Por qué confiaba tanto en que saldría bien librado?
—¿Una bravuconada? —dijo Perila.
—Bravuconada un cuerno. Aun sin la acusación de asesinato, estaba en un gran aprieto.
—Desde luego, Corvino —dijo suavemente Perila—. Háyase suicidado o no, Pisón murió porque cometió traición.
—Sí, pero… —Me callé. Nada de esto tenía sentido. Nada.
—Muy bien —dijo Perila—. ¿Qué hay de los acontecimientos previos, Tauro? La riña, sobre todo.
—Bien. —Tauro se reclinó en la silla—. ¿Sabéis que Germánico aprovechó el viaje para recorrer varios sitios?
—Sí. —Perila asintió—. Deteniéndose con Druso en Panonia, y luego visitando las provincias grecoparlantes.
—Correcto. Mientras él se pavoneaba por el Asia, Pisón fue directamente a Antioquía. Reemplazó gran parte del personal de Crético con sus propios hombres, Céler y Marso incluidos. Y puso a los legionarios de su lado al relajar la disciplina y darles más privilegios en la ciudad.
—¿Y Crético no puso ningún reparo?
Suspiré.
—Era el gobernador saliente, Perila. Como nuevo jefe, Pisón tenía derecho a hacer sus propios nombramientos. Claro que Crético no puso reparos. No tenía por qué.
—Quizá no. Pero me preguntaba cuál había sido su reacción.
—Siria era su último puesto. Estaba a punto de retirarse y ocupar un asiento en el Senado mientras su hija se casaba con el primogénito de Germánico, así que estaría relacionado con la familia imperial. ¿Por qué diablos se molestaría por Pisón?
—Supongo que tienes razón. —Perila bajó los ojos. Diablos. No confío en esa mujer cuando se pone tímida. Habitualmente significa que piensa que estoy totalmente equivocado y se dispone a decírmelo del modo más devastador—. Pues bien. Pisón tomó control de Siria. Y luego llegó Germánico y comenzó el conflicto.
—Sí. —Tauro juntó un último puñado de uvas sueltas—. Cuando Germánico fue a negociar con los partos por la cuestión de Armenia, le ordenó a Pisón que lo acompañara con dos águilas. Pisón no obedeció. —Hice una mueca. Hay ciertas cosas que no se hacen, y desobedecer una orden directa del heredero del trono figura entre las primeras de la lista—. Luego Germánico inició su viaje por Egipto. Cuando regresó, Pisón había cancelado o ignorado todas sus decisiones y allí se armó un verdadero revuelo.
—Y entonces Pisón se fue de Siria. O fue expulsado. Y Germánico estiró la pata. O alguien lo ayudó a estirarla. Final de la historia. —Alcé la jarra, pero estaba vacía—. ¿Más vino, Tauro?
—Seguro.
—¿Perila? ¿Otro zumo de ciruela?
—Granada.
—Lo que sea.
—No, gracias. Ya he tenido mi dosis por hoy.
Muy sabio; como decía, me tenía preocupado con ese brebaje. Critias había desaparecido, así que entré a buscarlo con la jarra vacía.
Lo encontré en el vestíbulo. Estaba hablando con un tribuno del ejército. Me miraron cuando entré.
—¿Valerio Corvino? —preguntó el tribuno, con una voz que quería aparentar diez años más de los que tenía.
—Sí, soy yo. —Por un minuto me preocupé, pero el chico estaba solo y no tenía edad suficiente para afeitarse, y mucho menos la reciedumbre como para causar problemas. Quizá todavía no fuera hora de deportarme. O de aporrearme, si lo enviaba Rufo. A menos que hubiera una docena de legionarios con cascotes esperando fuera.
El tribuno carraspeó.
—Lamento molestarte, señor, pero quería saber si Estatilio Tauro está contigo.
—Quizá. ¿Por qué, hijo?
Se puso rojo como una remolacha.
—¿Crees que podré hablarle un momento?
Vacilé, sopesando los pros y los contras de agarrarle la inmaculada oreja para echarlo. Los contras ganaban sin esfuerzo.
—Sí, claro. Está en el jardín. ¿Quieres seguirme?
—¿Llevo más vino, señoría? —preguntó Critias.
Negué con la cabeza: las órdenes oficiales de Tauro lo habían alcanzado, y Junia sufriría una gran decepción.
—Olvídalo, amigo. Creo que nuestro invitado se marcha.
No pude evitar cierta satisfacción mientras el tribuno entregaba su mensaje. Lamentaba que Tauro se fuera, sobre todo porque yo había sido el responsable de estropear su viaje a la gran ciudad, por no mencionar sus planes con la dulce Junia.
Pero al menos el equipo local había entrado en acción y había anotado un tanto antes de que los rivales cambiaran la portería de lugar. Eso merecía una celebración. Le pedí a Critias que llevara el vino de todos modos.