No era tarde cuando regresamos: Prisco se acuesta temprano, y a juzgar por la cara radiante que siempre tiene mi madre para ella no es tema de preocupación. Al contrario. Me alegró que Batilo tuviera una jarra en espera. El hombrecillo sabe que el vino no fluye como agua en casa de mi madre, aunque siempre es de primera, y cuando llego a casa después de una de esas cenas arrastro la lengua por el mármol. Bebí una rápida copa, me serví otra y me preparé para una cálida velada de criminología doméstica.
Perila se había ido arriba para quitarse su manto manchado de salsa. («No me molesta aburrirme, Corvino, pero ¿por qué el marido de tu madre siempre me tiene que arrojar su comida?»). Regresó con una arrebatadora túnica blanca orlada de oro. Le dije a Batilo que se esfumara, pero dejando la jarra, y palmeé la mitad vacía de mi diván.
—¿Quieres sentarte aquí? —dije.
Me besó en la frente y se acostó. Si quieres hablar de crímenes, mejor estar cómodo.
—Pues bien —dije—. Verruga.
Perila suspiró.
—Corvino, ¿tenemos que pasar por esto? Después de una velada de bronces, verbos oscanos y etimología me gustaría relajar un poco el cerebro, si no te molesta.
No se escabulliría tan fácilmente. De todos modos, era culpa suya.
—Me debes una, ¿recuerdas? Puedo soportar los verbos oscanos, pero si tengo que habérmelas con mi padre me gustaría saberlo de antemano. Ésa es tarea tuya, y fallaste. Así que hablaremos de Verruga.
Me besó la mejilla y se acurrucó un poco más.
—Lo lamento, Marco. No fue idea mía, y tu madre sólo lo mencionó esta mañana. Tú habías salido, y me olvidé de que no te lo había dicho.
—¡Oye, no me quejo! —Sonreí—. No demasiado, al menos, y menos por el modo en fueron las cosas. Papá se portó bien una vez que mi madre lo cacheteó con Sejano y la comisión de grano. Y lo que dijo sobre Germánico me salvó la noche. A pesar de los verbos oscanos.
Perila me miró.
—¿Te refieres a lo de Germánico como estorbo político?
—Sí. Estaba llegando a esa conclusión después de hablar con Agrón, pero es bueno que me lo confirme una buena fuente. Y eso nos da la perspectiva que nos faltaba sobre la causa del asesinato.
—¿Aún crees que Tiberio fue responsable?
—Si no lo fue, primor, soy un mandril de trasero azul con pecas.
—Qué interesante, Corvino. Entonces supongo que desayunarás fruta.
—Ja. Vale, empecemos por el principio. Interrúmpeme si me descarrío. —Me acomodé de tal modo que le apoyaba un brazo en los hombros y con el otro podía llegar a la jarra de vino y la copa que estaban sobre la mesa—. Gracias a Augusto, Verruga tiene que soportar a un hijo adicional que tiene precedencia sobre el suyo. A diferencia de Druso, y a diferencia de Verruga, el nuevo hijo es muy popular; es el infalible chico de ojos azules, el mimado de todos. El problema es que cuando te pones puntilloso es puro brillo sin sustancia, no tiene pasta de buen general. Y menos de buen emperador.
Perila asintió distraídamente. Se enroscaba un mechón de cabello en el dedo.
—Y Tiberio tiene serias dudas sobre su idoneidad —dijo—. Sobre todo después de la campaña de Germania.
—Exacto. Pero Verruga tiene las manos atadas. Aunque sea emperador, Germánico lo supera de lejos en popularidad. El ejército cree que es el mejor general desde Julio, para el Senado es un sujeto común y moderado que no tiene un solo forúnculo a su nombre y la gente común quiere que bese a sus bebés. En cambio, Verruga es un cabrón agrio y antisocial que odia el mundo en general y a los chicos de ojos azules en particular. Y que tiene muy en cuenta los intereses de Roma, tanto que no quiere dejarle una espina como Germánico cuando él se haya ido.
—Pues bien. —Perila cogió mi copa de vino, bebió un sorbo y me la devolvió—. Germánico la pifia en Germania. Tiberio, dudando del buen criterio de su hijastro y su capacidad para controlar las cosas, lo manda llamar y lo envía con plenos poderes a una decisiva misión diplomática en el oriente.
Pestañeé.
—Eh… Repíteme eso. Creo que me perdí algo.
—Claro. Tras llamar a Germánico, que ha sido desastroso en Germania, Tiberio lo recibe con un triunfo, y decide utilizarlo como representante para disponer la sucesión armenia y el resultante modus vivendi con Partia, entre otras tareas delicadas. Para ello le otorga todas las potestades de embajador plenipotenciario del imperio.
—Ah.
—Ni más ni menos: ah. Corvino, ¿no te parece un poco ilógico?
—Eh, sí. —Mierda—. Sí, se podría interpretar como un problema, supongo.
—Y no es un problema menor. Si el criterio de Germánico era cuestionable en una circunstancia que teóricamente él dominaba, dado que era un militar con experiencia, sería descabellado que el emperador lo enviara en una misión puramente diplomática relacionada con Armenia y los partos. Si se encontraba tan disconforme con Germánico como insinúas, ¿por qué lo hizo?
Perila había dado en el clavo, aunque usara tantos polisílabos para martillarlo. Armenia es un dolor constante en el trasero de Roma —y de Partia— porque por su posición geográfica es vital para la seguridad de ambos imperios. Por eso era tan engorrosa la elección de un nuevo rey armenio: un simpatizante de los partos con las posaderas en el trono pone nerviosa a Roma y viceversa. El problema es que negociar con los partos es como luchar en el barro con una anguila engrasada. Si tratas de engatusar a esos cabrones, puedes perder las muelas sin saber en qué preciso momento te embaucaron. Descabellado, como decía Perila. Verruga había hecho el equivalente político de sacar a Germánico de una ronda infantil para arrojarlo a una partida de dados corintia con grandes apuestas que se jugaba con dados cargados. Lo más extraño era que, según mi teoría, le había ido bien. Desde la designación de Germánico, teníamos mejor relación con Partia de la que habíamos tenido en cincuenta años o más.
—Quizá sólo fuera una farsa, Perila —dije—. Quizá Artabano de Partia y Verruga ya habían llegado a un acuerdo.
—En tal caso, ¿por qué no enviar a Druso? No le habrían venido mal unas ovaciones, y a juzgar por lo que cuentan tiene la perfidia suficiente como para salir airoso si los partos lo traicionaban. Además, Druso es tan hijo del emperador como Germánico, aunque sea el menor. No se hubiera infringido el protocolo.
—Druso no estaba libre, primor. Tenía sus propios problemas en Panonia. —Sólo buscaba pretextos. Ella tenía razón: Druso habría sido una elección natural, dadas las circunstancias. Y al pobre le hubieran venido bien unos aplausos en Roma.
Perila volvía a rizarse el cabello.
—Pero hay algo que respalda tu teoría, Marco —dijo lentamente.
—¿Ah, sí? —Traté de no demostrar sorpresa. No tenía sentido aguantar su condescendencia, además de su perspicacia—. ¿Qué es?
—Agripina es de los Julios. Si está en juego la sucesión, es importante que uno de sus hijos sea el próximo en la fila.
—Explícate.
—Germánico tenía tres hijos varones. Druso sólo tiene una hija mujer. Si Germánico hubiera sido el próximo emperador, su primogénito sería, a fortiori, el nuevo príncipe heredero.
Vaya. Eso tenía sentido. Nerón, el primogénito de Germánico, ya tenía quince años, el segundo hijo era un año menor y Cayo (al que Agrón llamaba Calígula) iba por los diez.
—Correcto —dije—. Con lo cual Druso se quedaría zapateando en los laterales. —Tres hijos varones. Sucesión. Zapateo. Me escocía la nuca…
Mejor olvidarlo.
—¿Marco?
—¿Sí?
—Se te han puesto los ojos vidriosos.
—¿Sí? Oh, no es nada. Sólo una idea, pero no me sale. —Cogí la copa de vino: mi cerebro necesitaba lubricante—. ¿Qué piensas, entonces? ¿Sobre la teoría?
—¿De que Tiberio hizo eliminar a Germánico por incompetencia? Lamento decir que tiene sus atractivos. Al margen del problema armenio, que es crucial.
El vino bajó por donde no debía. Cuando me quedé sin tripas de tanto toser, pregunté:
—¿De veras? ¿Te gusta? ¿No bromeas?
Ella sonrió.
—No iría tan lejos, Corvino. Todavía no puedo creer que Tiberio cometiera un asesinato, y menos el de su propio hijo, aunque fuera adoptivo. Sin embargo, estoy dispuesta a conceder que podría hacerlo en una circunstancia, y sólo una: si estuviera en juego el futuro de Roma.
El futuro de Roma. Perila había dado en el blanco. Verruga, como he dicho antes, podía ser un cabrón consumado, pero era justo. Si el motivo del asesinato hubiera sido puramente dinástico, o personal, habría creído que Livia fuera responsable, pero nunca Verruga. Era un soldado, y no pensaba de ese modo. Tiberio sólo pensaba en el imperio y su propio deber, y al cuerno con la opinión popular.
De nuevo sentía ese escozor. Había algo…
Tres hijos varones. Zapateo. Sucesión…
Hijos varones…
—¡Por Júpiter! —murmuré.
—Corvino, ¿qué pasa?
Le pedí que se callara. Tenía que entender bien esto. Otra copa de vino ayudaría…
—Quizá no fue Verruga —dije—. Claro, podría ser, a pesar de los problemas. De hecho, el éxito de Germánico con Partia vuelve aún más probable que él no lo haya hecho. En tal caso, hay alguien con mayor interés en librarse de él que el emperador.
—¿Y quién sería?
—El mismo Druso.
Perila calló largo rato.
—Sí —dijo luego—. Sí, tienes razón. No había pensado en Druso.
—Él tiene el motivo, Perila. Tiene un motivo inmejorable. Verruga, a su pesar, lo ha relegado, tal como Augusto hizo con él hace veinte años. Germánico tenía tres hijos varones con edad suficiente para aspirar a la púrpura, mientras que Druso sólo tenía una hija menor. La situación sólo cambió hace un año, ¿verdad? —Nuestras miradas se cruzaron—. Porque Livila, la esposa de Druso, quedó embarazada.
Perila asintió.
—Y tuvo mellizos varones. Sí. Pero Druso no lo sabía en aquel momento. Ella dio a luz después de la muerte de Germánico.
—Era cincuenta contra cincuenta, primor. Buenas probabilidades. Y los miembros de la familia imperial son buenos reproductores. —¡Por Júpiter, todo encajaba!—. De pronto suben las apuestas. Druso tiene responsabilidades, o pronto las tendrá. Es padre de familia en el único sentido que importa para la sucesión. Sólo que en esas circunstancias no tiene la menor esperanza de salir al ruedo. Los que es peor, después de Armenia, Germánico es más popular que nunca.
—Así que Druso toma cartas en el asunto y manda asesinar a su hermanastro. —Perila reflexionó—. ¿Sería capaz de eso?
Sacudí la cabeza.
—No lo sé. No le conozco tanto. Poca gente le conoce, porque pasó casi toda su vida fuera de Roma. Se suponía que él y Germánico se tenían afecto pero, como observó mi padre, es un tipo bastante cerebral. Quizá siempre odió a Germánico en secreto. Júpiter sabe que tiene sus razones. O quizá la tentación fue excesiva, sobre todo si Livila lo presionaba. Por lo que dicen, esa mujer no tiene muchos escrúpulos.
—¡Es la hermana de Germánico, Marco!
—¿Y qué? ¿Crees que eso la detendría?
—No lo sé.
—Yo tampoco, pero no haría apuestas. La familia imperial no se caracteriza por ser afectuosa. —Alcé la jarra, pero estaba vacía. Una señal. Ya había bebido suficiente por esa noche—. De todos modos, es demasiado sugestivo para pasarlo por alto. Ése es nuestro próximo proyecto. Investigar a Druso.
Perila me miró.
—¿Primero a la cama?
Sonreí y la besé.
—A la cama.
Estábamos subiendo cuando Batilo salió sigilosamente de la cocina. Obviamente había estado esperando.
—¿Sí, Batilo? —pregunté con mi voz más glacial—. ¿Qué quieres?
—Lamento molestarte, señor. Te lo habría dicho antes, pero me temo que se me pasó.
—Suele ocurrir, hombrecillo. Pero date prisa, por favor.
—Sí, señor. Se relaciona con Livinio Régulo. ¿Recuerdas que hace poco me preguntaste dónde vivía ese caballero?
—Sí, sí, lo recuerdo. —¡Por Júpiter! ¡Batilo no podía ser más inoportuno!—. ¿Qué hay de él?
—Esta tarde me enteré de que había muerto, señor. Asesinado. Pensé que podría interesarte.
¡Magno y poderoso Júpiter!
—¿Tienes los detalles?
—Encontraron el cuerpo al pie de la escalera Gemonia, señor, con un garfio en la garganta. Lo habían apuñalado por la espalda.
Perila jadeó. Yo estaba bastante conmocionado.
—¿Tienen idea de quién fue?
—No, señor. Ladrones, presuntamente. —Frunció la nariz—. El Aventino es un distrito sumamente vulgar. Buenas noches, señor.
—Buenas noches, Batilo.
Fuimos arriba con el ánimo mucho más decaído que al salir del pasillo. Yo había querido conversar de nuevo con Régulo y ya no tendría esa oportunidad. Alguien, en alguna parte, pensaba que había hablado de más y decidió cerrarle la boca. Para siempre.
Había otra cosa; quizá fuera coincidencia, pero lo dudaba. El que había acuchillado a Régulo tenía un sentido del humor bastante tétrico. La escalera Gemonia baja del Aventino al Tíber. Después de la ejecución, los delincuentes impopulares, sobre todo los traidores, son arrastrados por allí con garfios y arrojados al río para que los devoren las ratas. Me habían mandado un mensaje. Basta de escarceos. Ahora jugábamos en serio.