«Así se consumó la venganza por la muerte de Germánico. Ha sido un tema controvertido, no sólo para los contemporáneos sino para las generaciones siguientes. Algunos tratan los rumores como datos fehacientes, otros deforman la verdad hasta el punto de afirmar lo contrario; y con el transcurso de los años aumentan ambas distorsiones» (Tácito, Anales, III, 19).
Al margen de las deficiencias del propio Tácito en este aspecto, la cita es un saludable recordatorio de la diferencia entre el historiador y el autor de novelas históricas. Ambos tienen la obligación de ser precisos en lo concerniente a los hechos reales, pero a partir de allí cada uno sigue su propio camino. Para el historiador, la subjetividad, la especulación y la atribución de motivaciones son anatema; para el novelista, constituyen la base de su oficio. En consecuencia, me declararía culpable con ciertas reservas de cometer el primer delito que menciona Tácito, aunque espero ser totalmente inocente del segundo. Mi explicación de la muerte de Germánico es posible y plausible; espero que sea verosímil, y hasta puede que sea verídica, pero de ningún modo es un dato fehaciente.
Los lectores de Tácito repararán en una leve manipulación de la verdad. Roma tenía dos cónsules, y yo he procurado mencionar sólo a uno, Cota, el tío de Corvino. Cota fue cónsul en el 20 de nuestra era, pero su colega fue el mismo Corvino. Tuve que pasar por alto este dato: primero, porque la primera magistratura de Roma no le pegaría al personaje que he tratado de crear con mi Corvino; segundo, porque con poco más de veinte años habría sido demasiado joven. Otro detalle menor, pero del cual me siento culpable, es que el patronímico de Cota no era Valerio sino Aurelio. Siguiendo una costumbre romana, los Aurelios lo habían adoptado, quizá para perpetuar un linaje en extinción. También pasé por alto este detalle, porque necesitaba que tuviera un vínculo fuerte con Corvino.
Mi agradecimiento a Roy Pinkerton; a mi esposa Rona y al personal de las bibliotecas de St. Andrews University y Carnoustie por encontrarme ciertos libros; y a Anne Buchanan, exmiembro de la Royal Naval Reserve, por ayudarme con los temas náuticos. Desde luego, los defectos u errores que hayan quedado son totalmente míos.