Una mentira y todo cambia, se precipita, se disuelve. Una mentira y ya no puedes defenderte, decir: «No es posible, te juro que no es así». Porque ya te has creado un personaje y has convencido a los demás de que ese personaje eres tú; y ahora no puedes salir tú mismo a escena para mostrar quién eres. Ahí está, tu doble, el otro inventado que querías que diese la cara por ti. Una mentira y ya no eres nadie, ya no existes, porque ahora a ojos de los demás eres otro, ese que has dicho que eras. El otro Samuel ha ocupado mi vida y me va a hacer pagar mi impostura. Y yo sólo puedo seguir mintiendo para reducir los estragos. Creía estar robándole algo y es él quien me devora poco a poco.
Si Clara ha estado en mi baño ha sido sin que yo lo sepa. Puede que viniese antes de que yo comprase el piso, que tuviese una relación con alguien que vivió aquí antes que yo y de ahí la confusión, pero no tengo la intención de sugerírselo a Carina: no quiero introducir nuevas incógnitas, añadir confusión, la sospecha de que hay otro en esta historia. Pretendo seguir siendo Samuel, el único amante de Clara; ella estaba enamorada de mí, de nadie más. Y Carina tiene que continuar hablándome de su hermana, contarme quién era esa mujer con la que he compartido momentos felices. Da igual lo que haya escrito Carina en la nota. Voy a llamarla.
Y ahora, mientras pienso todo esto y examino la fotografía de Clara que robé en el funeral, mientras recuerdo que ella me miraba cuando le estaba sacando la foto, igual que lo hacía cuando la fotografiaba en el baño…
(¿Estaba yo desnudo o vestido? Si estaba desnudo, ¿teníamos tanta confianza como para llevar sin embarazo esa situación en la que ella veía un primer plano de mis genitales, y mi cabeza más allá, en lo alto y la cámara quizá a la altura de mi cintura? ¿Hizo una broma sobre ello? ¿De ahí ese gesto descarado de sacarme la lengua? «Tú sí que estás para una foto», habría dicho, me dijo, y tendió la mano para tocarme y yo le dije: «Quieta, que vas a salir movida», y entonces es, claro, cuando retiró la mano, hizo un mohín, me sacó la lengua, y sólo cuando hice esa foto dejé la cámara en el borde del lavabo y entré en la bañera con ella: «A ver, ¿qué querías tocar hace un momento?». ¿O se sintió violenta al mirar hacia lo alto, ante mis piernas abiertas, mi media erección, esa perspectiva tan poco favorecedora, y dijo: «Baja de ahí», y yo dije: «Espera», y ella dijo: «Que bajes», y yo dije: «Sonríe», y ella me sacó la lengua?)
… noto por primera vez un cierto parecido con su hermana: no, no es posible confundirlas, porque Carina tiene el rostro más alargado, y los ojos parecen aún más grandes, y la boca más pequeña, y el gesto es sin duda más duro, aunque quizá no fue siempre así, pero hay un aire de familia que me hace sentirme aún más cerca de Carina, convencerme de que hay algo que tenemos que compartir, una vida con el común denominador que sería Clara. Carina y yo somos casi familia, estamos unidos por el duelo, necesitamos consolarnos de esta pérdida que ha sacudido nuestras vidas. Queremos hablar de ella, recordarla para que no muera aún del todo, incluso para darle vida porque yo contaré a Carina cosas que ella no sabía de su hermana, y ella me contará a mí cosas que ni habría sospechado. Nos diremos: «¿Te acuerdas?», nos diremos: «Una cosa que a lo mejor no te dijo ella…». Y entonces a lo mejor la lloramos, porque la pérdida parecerá todavía peor, esa pérdida no sólo de la persona que conocíamos, también de aquella que nos faltaba por conocer. Algún día quisiera poder llorar a Clara sobre el hombro de su hermana.