7

Edificio Gossmann Metal Werk

Oslo, Noruega

El coalicionista Zoenfeller, representante de Austria, y los miembros de India, Canadá y Polonia, junto con el Consejo principal, se habían sentado en la sala de reuniones de la fábrica. Vigilante estaba en el monitor principal, en una ubicación diferente a Oslo.

El lugar, lujosamente amueblado, estaba sumido en una penumbra que se acercaba en color al humor de los cuatro hombres y la mujer que se habían reunido allí. Delante de cada uno de ellos aguardaban unas carpetas abiertas que les habían enviado desde el nuevo cuartel general de la Coalición, en Chicago. La información contenida en las carpetas era un insulto. Rayaba con la traición y se había llevado a cabo de modo tan descarado que los miembros reunidos incluso temían por sus vidas por primera vez desde que había comenzado aquel golpe de Estado mal disimulado.

William Tomlinson le estaba declarando la guerra al mundo casi tres años enteros antes de lo establecido en el calendario acordado por todos los miembros de la Coalición cinco años antes.

—Vigilante, tenemos razones fundadas para sacar al señor Tomlinson del Consejo y expulsarlo de la Coalición, ¿no es cierto?

El anciano se aclaró la garganta y los miró con expresión incómoda desde el monitor.

—Tienen la legalidad de su parte, según se plasmó en el escrito de los Julia. Sin embargo, dama y caballeros —Vigilante inclinó la cabeza en deferencia a la representante de la India—, me temo que no tendrán los votos necesarios. Muchos de sus colegas se han unido al joven americano en sus acciones. Me he enterado de que están muy cerca de encontrar una o incluso todas las llaves atlantes.

Zoenfeller no pudo evitar notar que Vigilante no hacía más que hablar en segunda persona, nunca en primera del plural.

El anciano cogió una foto de veinte por veinticinco de la carpeta que tenía delante, la imagen mostraba el resultado del ataque aéreo coreano contra el destacamento especial americano. El representante la golpeó con los dedos.

—¡Esto es una locura! ¡La pérdida de vidas en esos dos barcos de guerra americanos fue horrenda! Está debilitando a alguien que la Coalición necesita para mantener la continuidad en el mundo hasta que nos consolidemos.

Los nudillos de varios golpearon la mesa para mostrar su acuerdo.

—No es a mí a quien tienen que convencer. Yo recomendaría, en secreto por supuesto, que se pongan en contacto con los miembros de la Coalición que todavía titubean. Consigan que se comprometan con un acercamiento más sutil. De momento, yo debo irme. —Vigilante estiró la mano para apagar la cámara de su portátil.

—¿Adónde va? Tenemos otros asuntos que debatir —dijo Zoenfeller con tono colérico.

—Hasta que reciban el apoyo que necesitan del resto de la Coalición, me veo obligado a asesorar solo al cuerpo de gobierno del Consejo. Y de momento, con el debido respeto, por supuesto, no son ustedes. Lo siento.

Con esa rápida disculpa se desvaneció la imagen del Vigilante de la ley de la Coalición. Los cuatro miembros miraron la mesa entre un silencio aturdido.

Sin más preámbulos, un monitor de seis lados surgió en medio de la mesa de conferencias. La señal de prueba era clara y apareció una imagen nítida de un águila dorada sobre un fondo rojo. Se desvaneció casi de inmediato y apareció en la pantalla la cara preocupada de Tomlinson.

—Buenos días. —Miró su reloj—. Es tardísimo para celebrar una reunión de la que los demás no estábamos informados, ¿no les parece?

—La injusticia que ha cometido con nuestros planes ha sido muy grave. Ha atentado contra los mandatarios de Alemania y Japón, países que ahora están confusos y descabezados —dijo Zoenfeller al tiempo que se levantaba y se inclinaba sobre la mesa para asegurarse de que su cara quedaba enmarcada por la cámara que había sobre el monitor.

—No están descabezados. El sustituto de la dirigente alemana, una persona designada por la Coalición, ya ha ocupado el cargo y ha emitido una declaración diciendo que todo está bajo control y asegurándole al pueblo alemán que la célula terrorista a la que hace responsable del magnicidio se enfrentará a la justicia alemana en breve. Japón, entre tanto, no tiene más que una alternativa en este asunto y elegirá a nuestro candidato en los próximos días. Según la ley japonesa, no pueden actuar de otro modo.

—¡Va a hacer caer a todo el mundo libre sobre nuestras cabezas!

—¿Le preocupa el ataque al destacamento especial americano? Bueno, incluso eso tiene sus ventajas. Al tiempo que ha debilitado la respuesta de la OTAN en Corea, también ha garantizado la destrucción de Kim Jong Il más pronto que tarde.

—¿Cómo, dándoles el valor militar suficiente para cruzar la frontera?

—Exacto. El comandante de las operaciones americanas, una vez que la Segunda División de Infantería y sus aliados surcoreanos se vean sobrepasados, no tendrá más alternativa que desplegar armas nucleares en el campo de batalla para detenerlos. En cuanto a Rusia y China, pronto dejarán de ser motivo de preocupación, puesto que sus países yacen en ruinas, destruidos e incapaces por completo de gobernar a su propia población. Corea del Norte no podrá contar con la ayuda de sus aliados.

Zoenfeller volvió a sentarse en su sillón con gesto cansado, le asombraba la tranquilidad de Tomlinson.

—Tras eso, los magnicidios continuarán en las próximas semanas hasta que tengamos a toda nuestra gente colocada en las capitales de Occidente, y después, se cumplirán nuestros estatutos de dos mil años. Habremos hecho aquello en lo que fracasó cada Consejo de la Coalición desde la época de Julio César. Me da escalofríos pensar que es nuestro Consejo el que ha logrado esta magnífica hazaña.

Los miembros más ancianos lo miraron horrorizados, pero no dijeron nada.

—Cuando el gran Julio César se deshizo de los grilletes que le impusieron los miembros más débiles de nuestra antigua familia, no podía prever el poder que empuñarían sus hijos algún día. Sus asesinos, en su vano intento de frenar su deseo de tener un solo gobierno para todos los pueblos, nos han llevado al fin a este trascendental momento.

Zoenfeller hizo un último esfuerzo para que entrase en razón el león de la Coalición.

—Seguro que podemos esperar hasta que se recupere la llave atlante. Si continuamos acelerando y abandonando todos nuestros planes, las cosas podrían entrar en una espiral incontrolable y nuestros grandes sueños de obtener al fin todo lo que perdieron nuestros ancestros hace quince mil años se disiparán, quizá indefinidamente.

Tomlinson sonrió y después miró a cámara. Ya tenía a Zoenfeller y los demás donde quería, y utilizaría los temores y las palabras del anciano para silenciar su voz en la Coalición para siempre.

—En estos mismos momentos se está recuperando la placa con el mapa. La llave atlante se hallará en no más de una semana; y después, a nuestros mayores enemigos los hará pedazos la misma tierra sobre la que caminan.

—¡Pero si ya han descubierto lo que está haciendo! —dijo el anciano con tono de incredulidad cuando perdió el poco control que le quedaba.

—¿Se refiere a la supuesta cinta de audio de la onda? —Tomlinson se echó a reír y después pareció mirar al monitor con la dureza suficiente como para que los miembros tuvieran la sensación de que se estaba metiendo directamente en sus almas—. La plataforma aérea ya no se usará más. No la necesitaremos. Con los receptores de tonos ya colocados, golpearemos el mundo desde una guarida que jamás encontrarían, jamás podrían encontrar, el propio lugar de nacimiento de la onda.

Tomlinson vio la expresión de sorpresa absoluta en sus rostros. Incluso unos cuantos de los miembros más jóvenes estaban perplejos.

—Exacto. No solo hemos logrado encontrar intacta parte de la ciudad de los antiguos, sino que ya hemos comenzado las operaciones navales para utilizar la ciudad hundida para llevar a cabo operaciones contra Rusia y China, incluso contra los Estados Unidos, desde una profundidad de dos mil doscientos metros por debajo del Mediterráneo.

Zoenfeller dio un fuerte golpe en la mesa pulida con la mano envejecida abierta.

—¡No! No lo permitiremos. Si destruye Rusia y China, reaccionarán. Siempre hay supervivientes en cada masacre y créame, querrán vengarse. Usted ha cogido un plan cuidadosamente orquestado y lo ha acelerado hasta que nadie en el mundo pueda creer que la onda fue un suceso natural. Lo detendremos.

William Tomlinson sonrió y se recostó en su enorme sillón.

—Comprendo su apocamiento. Los cuatro cuentan con el respeto y el agradecimiento de la Coalición por ayudarnos a planear el nuevo orden. He intentado mantenerlos informados por una cuestión de respeto, pero no permitiremos que traicionen al nuevo reich. Desde la época de César, pasando por las cruzadas, Napoleón e incluso Hitler, hemos procurado llevar un sentido de justicia y continuidad a todos los pueblos, y eliminar a esos que maldicen el nombre del orden, esos que Cayo Julio César vio como los bárbaros del mundo. Y ahora, en este momento de triunfo, ustedes le han fallado a nuestra causa. Viejos amigos, por la presente quedan expulsados de la Coalición Julia. Sus servicios a los antiguos serán recordados con honor y deferencia. Adiós.

El monitor se apagó. Ni siquiera quedó la imagen de una señal vacía en lugar de Tomlinson. Todos los miembros presentes a ambos lados del Atlántico sabían lo que estaba a punto de pasar. No tardó mucho.

Se oyó una llamada discreta a la puerta. Sin esperar a que le dieran permiso, entró un hombre delgado vestido con un traje de Armani. Sobrevoló la sala de reuniones con la mirada, hizo una ligera inclinación y cerró la puerta.

—Estoy aquí para recibir sus últimas voluntades, que podrán escribir en los blocs de notas que tienen delante de ustedes —dijo con un fuerte acento español.

Zoenfeller cerró los ojos y los otros, incluyendo la mujer de la India, se quedaron mirando al hombre enviado a matarlos.

—Les pido que me crean cuando digo que es un honor haber sido elegido para esta tarea. Los presentes en esta habitación cuentan con toda nuestra consideración y el señor Tomlinson les brinda su gratitud más sincera por todo lo que han hecho por la causa.

Todos advirtieron que el hombre, de hecho, conseguía parecer magnánimo y apenado mientras sacaba una enorme pistola de la americana del traje.

Edifico Hempstead

Chicago, Illinois

Tomlinson se recostó en su sillón, sabía que jamás tendrían que volver a lidiar con la facción más anciana de la Coalición. Desde la formación de la Coalición, tras la separación de los antiguos, nadie había estado nunca tan cerca de hacer realidad los planes para la formación de un solo orden que gobernara a todos.

Tomlinson sabía que algunos creían que estaba loco, o, como mínimo, desequilibrado. También sabían que era el único hombre capaz de llevar a cabo los sueños de Julio César y sus primeros ancestros. César había sido un hombre de gran visión que no quería más que justicia para los hijos de los antiguos, vivir una vez más en un mundo gobernado por hombres de visión y responsabilidad de raza.

La idea de que quizá la suya fuese una visión deformada e intolerante jamás le cruzó por la cabeza. Tomlinson siempre atenuaba el argumento con el suyo propio: no había nada en absoluto en el mundo que hubiera funcionado como los hombres creían que lo haría. La pureza racial y el poder económico equivalían a una estabilidad como el mundo no había vuelto a conocer desde la época de los atlantes. Él no odiaba a los pueblos inferiores. Al contrario, Tomlinson sabía que cada raza tenía su lugar en el orden de las cosas, tal y como sus ancestros y Julio César habían imaginado. Pero no podía esperarse que llegasen a un nivel que estaba fuera de su alcance. La Coalición estaría allí para asegurarse de que estaban vestidos, alimentados, entretenidos y cuidados. Su posición sería la de sirvientes del orden establecido, y serían más felices por ello.

Su ayudante, que entró en el despacho y se dirigió al gran escritorio, interrumpió sus pensamientos. Fue entonces cuando observó que Vigilante no se había ido tras la reunión. Se había quedado sentado en la esquina, en silencio, observándolo. Tomlinson lo miró y Vigilante solo asintió.

—Señor, ha llegado esto por fax durante sus reuniones. Me pareció que podría interesarle.

Tomlinson aceptó la carpeta transparente y después mandó retirarse a su ayudante. Cuando abrió la carpeta, volvió por un momento su atención a Vigilante.

—Lo siento, pensé que se había ido. ¿Puedo ayudarlo en algo?

—Como debe de saber ya, señor, como Vigilante de la ley de los Julia me veo obligado a permanecer junto al presidente hasta que se me despida para disfrutar de mi tiempo personal. Es el procedimiento habitual.

—Entiendo. No me había dado cuenta de que había sido elegido para un cargo tan eminente.

—No lo ha sido. Pero, al igual que usted, yo soy una persona realista, y me parece que es solo cuestión de tiempo, hasta que se cumplan todas las formalidades.

Tomlinson estaba sacando las páginas del sobre, pero tuvo que detenerse y mirar con más atención al anciano que tenía delante. La sorpresa de su rostro era difícil de ocultar.

—Habría creído que usted se inclinaría más por lo plasmado en la ley Julia. ¿Así que cree que hemos emprendido el camino correcto al adelantar los ataques?

—No, señor, no es eso en absoluto. Mi trabajo es garantizar que usted sigue el camino de la Coalición y sus objetivos. Y no se ha desviado de él hasta el momento.

—Bien, estoy…

—Sin embargo, eso no presupone que su plan vaya a triunfar. Si se produce algún revés en la búsqueda de la placa con el mapa, o de la llave atlante, se debe interrumpir el plan de forma inmediata. Y cuando haya transcurrido cierto tiempo, un nuevo Consejo comenzará de cero. Creo que es una interpretación justa de los mandatos de la Coalición. El todo debe protegerse cueste lo que cueste.

—Ya ha explicado su punto de vista. Ahora, si me disculpa, tengo asuntos que atender que no conciernen a los mandatos de la Coalición.

Vigilante se levantó, se abotonó la americana y salió del despacho.

Tomlinson se quedó mirando la puerta cerrada durante unos instantes y después revisó las páginas que le habían enviado por fax.

Las fotos fueron lo primero que le llamó la atención. Los tres hombres capturados en ellas parecían de una talla formidable. Las notas que acompañaban a cada una de las cinco fotos decían que muy posiblemente habían estado implicados en el asalto de Westchester; así pues, esos hombres podrían tener relación con los intentos frustrados de recuperar la llave en Etiopía. Dalia afirmaba, en la nota adjunta, que era un paso lógico en la serie de acontecimientos hasta el momento. También escribía que esperaba tropezarse otra vez con esos tres.

Había otra nota adjunta que reiteraba lo que le había dicho con anterioridad sobre el rastro de la placa con el mapa que había seguido hasta Hawái. No preveía problemas y no tardaría en hacerse con el artefacto.

La segunda nota se había enviado treinta minutos después de la primera. Esa hizo que Tomlinson apretara los dientes. No estaba acostumbrado a que Dalia cometiera errores, pero esa vez los había cometido. En lugar de asegurarse de que el diario de Keeler contenía la lista completa de los antiguos que quedaban, la mujer había matado al anciano. Dalia lo informaba de que Keeler había arrancado un trozo de la última página que contenía los nombres de los miembros supervivientes de los hijos de la Atlántida.

—Mierda —dijo mientras dejaba la nota. Habían perdido la oportunidad de que el mundo se deshiciera de los pocos antiguos que quedaban y eso le ponía los pelos de punta.

Cuando sacudió la cabeza, la imagen de un hombre en concreto le llamó la atención y cogió el primer plano que se había tomado desde el segundo piso. El hombre que miraba por la ventana del rellano era un individuo de aspecto serio, diferente de sus compañeros: miraba con más atención a su alrededor. Eso intrigó a Tomlinson, y sintió que lo atravesaba un escalofrío mientras memorizaba la cara.

—Si Dalia tiene razón, me has costado un tiempo muy valioso, amigo mío —dijo mientras con el dedo índice daba unos golpecitos en el fax, justo encima de la cara de Jack Collins.

Centro del Grupo Evento

Base Nellis de las Fuerzas Aéreas, Nevada

Jack Collins y Carl Everett estaban esperando a que el técnico del Europa llegara del centro informático. Pete Golding estaba enfadado por haber tenido que prescindir de uno de los suyos en sus tareas en la investigación de los seísmos, pero se tranquilizó de forma notable cuando le dijeron que era Jack el que solicitaba tiempo con el ordenador Cray para ayudar a investigar el incidente de Nueva York.

Everett miró el reloj, furioso con la tardanza. Jack, entre tanto, estaba tranquilo, su rostro no mostraba la angustia con la que lidiaba Everett.

—Puñeteros técnicos, se creen que dirigen este sitio.

Collins lo miró por fin sin demasiada emoción.

—Es que dirigen este sitio.

—Ya, supongo.

Por fin se abrió el ascensor que bajaba a la sala esterilizada y salió una cara conocida.

—Ah, mierda —murmuró Everett por lo bajo, y se frotó la frente.

El doctor Gene Robbins era el subdirector del centro informático y trabajaba a las órdenes de Pete Golding. Su brillante utilización del superordenador Europa en el evento del ovni un par de años antes le había granjeado todas las simpatías de Niles y del resto de los departamentos científicos. Pero era un auténtico grano en el culo en lo que a los protocolos con el Europa se refería, como Jack y Carl habían averiguado en persona.

Robbins levantó los ojos tras las gafas y lanzó un gruñido.

—Debería haberlo supuesto.

—Mire, doc, no tenemos tiempo para todo eso de la sala estéril. Ya nos afeitamos esta mañana y estamos listos para empezar —dijo Carl cuando Robbins deslizó su tarjeta de identificación en la cerradura electrónica que había junto la puerta.

—Caballeros, hoy no se tienen que poner ni siquiera una bata de laboratorio. —El técnico abrió la puerta y entró para permitir que los dos asombrados militares pasaran al santuario que albergaba el superordenador Cray que habían bautizado con el nombre de Europa.

—¿Qué ha pasado, doc, se ha electrocutado o algo? Es decir, casi parece humano y todo.

Robbins sacó una de las ocho sillas que había enfrente del grueso cristal que albergaba el Europa y su sistema de carga automática de programas. Vaciló un momento y después se quitó las gafas y miró a los hombres.

—Coronel Collins, capitán Everett, fui yo el que le solicité este servicio a Pete Golding. El sargento Sanchez siempre fue muy amable con nosotros cuando estaba de servicio en el centro informático. Verán, mientras ustedes solo sospechan que podemos ser humanos, él, de hecho, nos trataba como tales. —Se volvió a poner las gafas y estuvo a punto de atragantarse con las siguientes palabras—. Era amigo mío.

Jack no dijo nada y Carl se sintió como un imbécil. Se limitó a asentir y se sentó junto a Robbins.

—Era mejor persona y mucho más amable que la mayor parte de nosotros, que somos gilipollas, doc.

Jack le hizo un gesto a Everett con la cabeza y se sentó.

—¿Cree que podemos empezar escarbando en los informes que haya elaborado el Departamento de Policía de Nueva York sobre el ataque al almacén? ¿Y después quizá los ficheros informatizados que tengan sobre la escena del crimen, grupo sanguíneo, balística, cosas así? —le preguntó Jack a Robbins, que ya estaba accediendo a Europa.

Antes de que Robbins pudiera contestar, el gran tabique de acero que había detrás de la pared de cristal subió y apareció Europa en toda su gloria. El sistema de carga automático estaba ocioso, pero su cerebro utilizó sus sistemas ópticos optimizados para ver a los tres hombres.

«Buenos días, doctor Robbins. Veo que hoy tenemos compañía del departamento de Seguridad. Coronel Collins, capitán Everett, ¿cómo puedo ayudarlos?».

Carl puso los ojos en blanco al oír el sistema de voz femenina. Él todavía estaba deseando conocer a la persona cuya voz habían sintetizado; era idéntica a la de Marilyn Monroe.

Jack se inclinó hacia delante en la silla y le habló al micrófono.

—Europa, hemos perdido a muchas personas, que han sido asesinadas, y tenemos muchas cosas que investigar, así que necesitaremos que entres en los sistemas de seguridad de la policía. Debemos encontrar a los responsables de las muertes del personal del Grupo Evento. ¿Comprendido?

Robbins sintió curiosidad por saber por qué el ordenador no respondía de inmediato. El cargador automático entró en acción y los brazos robóticos fabricados por la corporación Honda comenzaron a deslizar programas en la batería de discos duros.

«Europa está lista para buscar las investigaciones solicitadas, coronel. ¿Empezamos?».

Robbins sonrió y miró a Everett.

—Europa estaba muy al tanto de los asesinatos porque consulta todos los diarios del mundo. Como es obvio, sabía que los nombres mencionados en la historia del periodista eran de personas muertas y los cruzó con sus archivos de datos. Sabe que el Grupo Evento ha perdido personal.

Jack sujetó con fuerza por la base el pequeño micrófono que tenía delante. Se le pusieron los nudillos blancos cuando la presión aumentó, pero sus rasgos serenos no experimentaron ni un solo cambio.

—Sí, empecemos.

Sarah McIntire comenzaba a frustrarse con las veinticinco personas de su equipo. Se debatieron todas las teorías, por descabelladas que parecieran, y una por una, se desacreditaron todas ellas.

La mayor parte de los presentes era de la opinión de que los terremotos no se podían manipular a menos que se colocara un arma nuclear bajo una falla. Sarah, hasta el momento, tenía que estar de acuerdo. Todos los modelos informáticos que les había construido Europa habían fracasado. Estaba empezando a parecer que habían llegado a un punto muerto.

Virginia entró en la sala, se arrodilló junto a la silla de Sarah y escuchó el argumento que se estaba presentando sobre la hidrodinámica y su efecto en las fallas terrestres.

—La mayor parte de las fallas son estables, hasta el punto de que casi tendríamos que llamarlas extintas; son una simple brecha en la superficie de la Tierra. Mientras que otras, como la de San Andrés, por ejemplo, tienen una actividad infernal. Pero seguimos sin poder conseguir que se desplace, a menos que las fuerzas que hay debajo la obligaran a moverse metiendo agua en los estratos, debilitándola, o con una erupción de magma pura y dura.

Sarah escuchó al joven profesor del Instituto Tecnológico de Virginia que el Grupo había reclutado hacía algo más de un año para el departamento de Ciencias de la Tierra. Después sonrió cuando Virginia pronunció sin ruido «sigue en ello» y se fue a la puerta.

Sarah vio que el joven científico melenudo se levantaba e iba a la pared, de donde cogió un gran gráfico. Era una imagen estirada, en color, de la Tierra. Había representados varios cientos de líneas rojas que atravesaban los continentes enteros y los océanos. Giraban y se arremolinaban, avanzando sin dirección concreta.

—Como ven, no son solo las fallas de todo el mundo. En mi opinión, hay que atacar no las fallas, sino las placas mismas que hay bajo ellas y que son las que hacen inestables las brechas de la superficie.

Sarah cerró los ojos. Había algo en la explicación del profesor que bailaba en su memoria. Abrió los ojos y miró el gráfico que mostraba las fallas conocidas del mundo, pero ni aunque la mataran conseguía recordar qué era lo que había visto que lo iba a relacionar todo en su mente. Dejó que se le escapara la idea cuando estalló el desacuerdo en la sala.

Jack observó a Europa cuando entró en tres programas. Robbins no entendía qué era lo que Collins estaba buscando. Hasta Carl empezaba a preocuparse.

—Europa, pregunta: las dos armas recuperadas de la escena del crimen. ¿Definitivamente no están en el inventario del Departamento 5656?

«Según los archivos del arsenal, una Beretta 9 mm, número de serie 587690, una pistola automática Ingram, número de serie 153694073-2, no aparecían en la lista como facilitadas al Departamento 5656».

Jack tuvo una respuesta después de horas de callejones sin salida.

—Pregunta: ¿continúas dentro del ordenador central de la ATF[3] Europa?

«Sí, coronel Collins».

—¿Puedes cruzar números de serie con las dos armas que nos acabas de dar y buscar datos robados?

«Los objetos aparecían en la lista de la ATF como destruidos por reclamación, número de remesa 45786-B90, el 3 de diciembre de 1999».

—¿Ambas armas figuran juntas en la misma remesa de destrucción?

—Eso sí que es raro. ¿Cuáles dirías tú que son las probabilidades? —comentó Carl.

—Yo no me pondría a apostar.

—Europa, pregunta: ¿cuántas armas de la remesa de destrucción de la ATF databan de 3-12-99?

«Dos mil quinientas, peso máximo permitido para el horno de fundición».

—¿Alguien tiene las manos sucias en la ATF, Jack?

—Bien, ya sabemos de dónde salieron dos de las armas utilizadas contra nuestro personal, pero ¿dónde carajo nos lleva eso? —preguntó Jack en lugar de responder a la pregunta de Carl—. Europa, pregunta: ¿Ya has obtenido acceso al ordenador central del Departamento de Policía de Nueva York?

«Sí, se obtuvo acceso a través de una puerta trasera no segura de Albany, Nueva York, utilizada para el Fondo de Viudas del Departamento de Policía de Nueva York».

—Muy bueno —dijo Everett mirando a Robbins.

—Tiene sus métodos —contestó el otro con orgullo.

—¿Se ha expedido el informe de balística de las balas extraídas al personal de Evento? —continuó Jack.

«El equipo de oficiales asignado al caso número 4564893-23 ha generado un informe para el Departamento de Policía de Boston, división de Investigaciones Especiales de Robos-Homicidios».

—¿Por qué Boston? —preguntó Robbins, y después se acordó—. Europa, pregunta: ¿Hay un caso en Boston que mereciera esa solicitud de información de balística?

«El Departamento de Policía de Boston solicitó cualquier correspondencia de balística a través de la Base Nacional de Datos Delictivos y recibió el informe del Departamento de Policía de Nueva York. La munición encontrada 5,56, 7,56 y 9 mm utilizada en el informe del Departamento de Policía de Nueva York se correspondía con las especificaciones exactas del informe de balística generado por la Policía de Boston, Robos-Homicidios, fechado ese día».

—Los cabrones atacaron a alguien más en Boston, Jack —dijo Everett, que se había acercado más al cristal.

—Europa, pregunta: ¿Hay un informe del crimen archivado por el Departamento de Policía de Boston? —se apresuró a preguntar Collins.

«Formulando».

Delante de los tres hombres comenzaron a aparecer en la gran pantalla del monitor fotos de escenas del crimen a una velocidad increíble. Las escenas de asesinato llenaban todas las instantáneas. Los cuerpos yacían en moquetas manchadas de sangre en una quietud grotesca.

—Dios mío —dijo el doctor Robbins en voz alta.

—Tiene un aire conocido —dijo Jack por lo bajo.

—Europa, pregunta: ¿Cuál es la ubicación de la escena del crimen de Boston?

«Delito cometido en las oficinas del bufete de “Evans, Lawson y Keeler, abogados”, ubicado en el 4967 de la avenida Wayland, Boston. Treinta y siete muertes conocidas ocurridas a aproximadamente la una cuarenta y cinco, hora de Boston».

—Europa, pregunta: ¿Algún motivo establecido hasta este momento para los asesinatos? —preguntó Everett adelantándose a Jack.

«El robo figura como motivo de las muertes».

—Reúne a Mendenhall y Ryan, diles que vamos a hacer un viaje rápido a Boston. Quiero ver qué podría haber sido tan importante como para que esos cabrones cometieran otra matanza de personas inocentes. Diles que pidan en el arsenal armas de cinto y munición. Informa a Alice de que necesitamos identificaciones de la ATF. Con eso deberíamos poder entrar dondequiera que necesitemos ir.

—Enseguida —dijo Everett.

—¿Hay algo que pueda hacer, coronel? —preguntó Robbins con tono esperanzado.

—Ya ha hecho suficiente, doc. Vuelva con Pete y ayúdelo. Parece perdido sin usted en el centro informático.

—Coronel, vigile sus espaldas. Por la pinta que tiene esto, sea quien sea esa gente, no dejan que nadie se interponga en su camino.

—Hmm, conozco alguna gente así, doc.

Robbins observó irse al coronel y supo con exactitud a quién se refería Jack. Everett se reunió con Collins en la puerta y los dos hombres se fueron juntos a reunirse con Ryan y Mendenhall.

—Sí, supongo que nosotros también tenemos personal que se lo toma tan en serio como esos capullos asesinos —dijo Robbins para sí, y después cerró la terminal del Europa.