Sarah, Mendenhall, Ryan y los diez marines estaban atrapados entre el montículo de lava y el lecho seco del lago. Seguían estallando proyectiles de mortero, pero los previstos para el equipo del lecho seco del lago ya se habían agotado. Los equipos de los morteros se concentraban en las posiciones de la Coalición; tras la sorpresa inicial, las tropas de la Coalición comenzaron a devolver el fuego en un tiempo de respuesta asombroso.
Cuando echaron a correr, las trazadoras los encontraron justo antes de que se agacharan detrás de un antiguo río de lava que se había congelado en el tiempo. Un marine lanzó un grito y cayó a la calzada rota. El fuego de metralleta se concentró en el punto del que se habían desvanecido y la piedra porosa no absorbió la conmoción demasiado bien.
El equipo entero se agachó y valoró su situación, momento en el que otro de los edificios de piedra y mármol se inclinó y cayó rodando con la misma naturalidad que un animal al morir.
De repente, oyeron disparos de metralleta en algún lugar por encima de ellos y comprendieron que Jack y su equipo habían abierto fuego desde el acueducto. Empezaron a disparar con todo lo que tenían contra sus atacantes invisibles.
—Bueno, parece que alguien está prestando atención ahí arriba —dijo Ryan, y echó a correr otra vez; los demás lo siguieron a toda prisa.
Everett y lo seals lo estaban pasando bastante peor. Se enfrentaban a unos cien mercenarios de la Coalición muy bien armados. El capitán Everett se aventuró a asomarse por encima de una columna caída y vio los tres cables eléctricos; temblaban a causa del terremoto, pero seguían intactos. El militar bajó la cabeza y comprobó el cargador de su MP-5, después se irguió y disparó diez balas hacia la masa de soldados escondidos detrás de una sólida cubierta de piedra.
—Vamos, Carl, no es momento de entretenerse —dijo para sí.
Con eso, se levantó y disparó otra vez, y esa vez oyó un satisfactorio gañido a cien metros de distancia.
—Uno fuera, unos noventa y nueve que eliminar.
Collins ordenó que una metralleta continuara disparando hacia la zona del lecho del lago para cubrir a Sarah y su equipo; al mismo tiempo dividió la potencia de sus disparos y abrió fuego en dirección a los mercenarios que tenían acorralados a Everett y sus hombres. Entre tanto el acueducto se iba llenando con el agua que caía del techo. El volumen aumentaba con cada segundo y él y sus hombres tenían que sujetarse para evitar que la corriente se los llevara al extremo roto, donde caía desde una altura de noventa metros.
Collins quitó las anillas a tres granadas de mano y las lanzó tan lejos como pudo contra las líneas de la Coalición. Diez de los hombres no llegaron a oír su toque de difuntos cuando las granadas estallaron tras ellos.
De repente, un sonido golpeó los oídos de Jack. El crujido procedía de arriba, donde una gran sección de la cúpula se acababa de hundir. Miles de toneladas de fondo marino y agua cayeron en cascada y golpearon el acueducto treinta metros por detrás de Jack y sus hombres. Atravesó la piedra antigua y separó su sección del resto. Los hombres sintieron que el canal que tenían debajo empezaba a temblar, pero, de momento, resistía.
Sarah fue la primera en alcanzar el lado del lago. Levantó la vista y miró los cuerpos mutilados de las personas que habían estado en la cima de la plataforma. No sintió simpatía alguna por ellos cuando observó la devastación del lago. El equipo yacía hecho pedazos, hasta los generadores habían sido alcanzados. Pero vio y oyó que la centrifugadora seguía girando fuera de control.
—Carl no ha cortado todavía los cables eléctricos, ¡ese maldito trasto sigue emitiendo!
Ryan y Mendenhall no lo dudaron un instante. Con cinco de los marines, comenzaron a bajar al lecho del lago. El fuego enemigo se multiplicó por cien y a Mendenhall lo rozó un proyectil que le arrancó el casco de Mylar de la cabeza. Sarah lo recogió y se lo tiró.
—¡Las cosas se están calentando!
—Y que lo digas —dijo Will, que se volvió y empezó a seguir a Ryan andamio abajo.
Sarah oyó un crujido estrepitoso a su espalda y después sintió la piedra a través de las botas cuando el suelo se partió en dos sobre ellos. Una cascada surgió de una grieta en la gran cúpula. El agua del Mediterráneo chocó contra uno de los generadores supercalientes y este explotó, enviando al aire una densa oleada de acero y chispas. Cuando Sarah atravesaba el andamio, la grieta del suelo los alcanzó y la joven tuvo que saltar una fisura de metro y medio, por muy poco consiguió llegar al otro lado. Sobre ellos, la plataforma empezó a tambalearse, los cables estabilizadores habían comenzado a partirse como cuerdas de guitarra demasiado tensas. La torre se inclinó, retorciéndose. Ryan y los otros corrieron a toda velocidad cuando la torre se precipitó sobre los andamios y los arrancó de la roca, después las dos estructuras cayeron al fondo del lago.
En toda la ciudad el agua empezó a penetrar en la cúpula a un ritmo alarmante, el mundo se echó a temblar una vez más, y esa vez fue como la agonía de una bestia herida, el gemido y el ladrido de la piedra sólida anunciaron que la Atlántida había empezado a partirse.
La antigua ciudad estaba muriendo por segunda vez.
La subida repentina del mar arrancó a dos Sea Harriers de los Marines de Estados Unidos de sus amarres y los tiró al océano revuelto. Se había ordenado a todo el personal que bajara a las cubiertas interiores; la proa del portaaviones se hundió bajo el agua cuando se alejó una buena distancia del muelle. Había dado cobijo a cuatro mil civiles que se apiñaban dentro de los hangares y chillaban cada vez que el barco daba un bandazo. A cuatro kilómetros y medio de distancia, el portaaviones Nassau, lleno de refugiados, había sufrido el golpe de una ola inmensa que había arrancado todas las antenas y las armas defensivas de su superestructura. Tenía varias vías de agua y se dirigía a Grecia a toda máquina.
Las olas de superficie coronaban siete metros y medio cuando el Iwo se precipitó de cabeza a un seno gigantesco entre olas. Se sumergió bajo el agua una vez más, su superestructura y la popa fueron las únicas partes visibles de la nave que permanecieron sobre el agua. El almirante temió no ser capaz de salir esa vez. Pero, mientras él se aferraba a la silla con todas sus fuerzas, el inmenso barco de guerra poco a poco fue reapareciendo en el mar.
El último informe decía que el fondo marino había estallado a lo largo de setecientos cincuenta kilómetros de distancia del epicentro recién atacado, justo en el medio del Mediterráneo. Las fotos de los satélites mostraban las costas de Eurasia y el este de América sufriendo gravísimos daños tras la tregua de una hora. Los detectores habían captado que la onda iba creciendo de nuevo en intensidad.
El mundo se estaba deshaciendo.
Sarah tenía el estómago revuelto y cuando miró los rostros de los hombres de su grupo, se dio cuenta de que no era la única. La onda invisible los había golpeado en cuanto habían llegado al fondo del lecho seco del lago. Varios de los marines y Mendenhall ya habían vomitado, y a ella misma le estaba costando no caerse cuando su oído interno empezó a darle problemas.
Desde su ubicación habían lanzado todo lo que tenían contra el titanio protector que escudaba la centrifugadora. Tres granadas habían estallado justo bajo el módulo alzado y todos ellos se quedaron perplejos cuando la metralla se limitó a rebotar. Ryan había vaciado un cargador entero disparando contra la gran cámara redonda, sin ningún efecto visible, salvo el de provocar unos fuegos artificiales espectaculares con las trazadoras que habían rebotado en la cubierta. Una vez más estaban a merced del fuerte fuego enemigo procedente de las alturas. Las fuerzas de la Coalición más cercanas a las pirámides los tenían en su punto de mira.
—Everett debe de estar teniendo problemas para llevar a su equipo hasta los cables —dijo Ryan cuando cayó junto a Sarah—. ¿Hay algo que se nos haya pasado por alto por aquí?
Sarah se apoyó en el pedestal de piedra de la estatua de Poseidón y pensó. No podían romper la conexión desde allí. Los cables eran demasiado gruesos para cortarlos. No podían derribar la centrifugadora reforzada y no podían desconectar la electricidad. El diamante estaba extrayendo de alguna forma electricidad del campo magnético de la Tierra y se estaba alimentando con ella, y no había nada que pudieran hacer para apagarlo.
—Tenemos que interferir con la señal de la onda de algún modo, desactivarla. Inyectar algo que la deshaga y convierta los tonos en algo sin sentido —pensó la científica en voz alta mientras una hilera de balas de metralleta cosía el pedestal que les servía de refugio.
—¿Qué? —preguntó Ryan; Mendenhall se metió por un lado del baluarte de piedra y vació el cargador del su MP-5 contra el borde superior del lecho del lago.
—Tu radio, dámela —le ordenó Sarah a Ryan.
Ryan cogió la radio que llevaba en el cinturón y la desenganchó. A los dos se les cayó el alma a los pies cuando vieron el agujero de bala en el revestimiento. Ryan la probó de todos modos, pero no pasó nada.
—Bueno, al menos el maldito trasto te salvó de que te alcanzara una bala.
—¿Qué otra cosa puedes usar?
—¿Qué tienes en esa bolsa que llevas? —preguntó Sarah mirando la saca de Ryan.
—Bueno, nada, solo unos cuantos de los viejos discos del coronel y un discman. Nada más…
Mendenhall cayó con un tropezón a sus pies.
—No es mi intención ponerme pesado, pero ahí están las fuerzas de la Coalición haciendo cola para practicar el tiro al blanco con nosotros, y no tenemos la mejor posición de defensa, la verdad.
Will casi no había terminado de hablar todavía cuando el gigantesco pedestal de piedra se agrietó y la mitad delantera se hundió en la tierra.
—Dame el discman y los auriculares —gritó Sarah.
Ryan estaba a punto de pasarle la saca cuando una bala disparada desde arriba alcanzó a Sarah en el hombro y la hizo girar en redondo. Mendenhall reaccionó de inmediato, estiró el brazo y tiró de ella para refugiarla tras el trozo restante de piedra.
Arriba, las tropas de la Coalición habían determinado a qué distancia estaban y habían soltado una andanada fulminante. Y entonces, de repente, el muro del fondo del lago se agrietó y los hombres de la cima se vinieron abajo con un millar de toneladas de piedra. Las rocas y los escombros se estrellaron contra la centrifugadora y la desmontaron de sus soportes, pero la onda siguió creciendo de todas formas.
Sarah estaba apretando los ojos por el dolor de la herida de bala. Le habían disparado en el mismo hombro el año anterior, en Brasil, y no se podía creer que le hubiera vuelto a pasar.
—¡Tienes que aprender a agacharte, hostia! —la riñó Mendenhall.
—Jason —dijo Sarah mientras intentaba incorporarse—. Coge los auriculares y saca los cables. ¡Deprisa!
Ryan hizo lo que le mandaban.
—Tienes que conectar de algún modo los cables al revestimiento de la centrifugadora y… encender… el…
—¿Qué hará eso?
—Cualquier cosa puede descomponer la onda, cualquier… interferencia destruirá el tono.
Ryan reaccionó deprisa y decidió apostar por los conocimientos de su compañera. Miró a Mendenhall y este posó la cabeza de Sarah en el regazo del marine más cercano.
—Voy a necesitar que alguien me cubra, Will. Me voy a quedar con el culo al aire ahí fuera.
Mendenhall insertó un cargador nuevo en su MP-5 y asintió. Les hizo un gesto a los ocho marines que quedaban para que tomaran posiciones de tiro a su izquierda y a su derecha.
Ryan tragó saliva e intentó mantener el estómago a raya cuando los efectos de la onda empezaron a hacerse más fuertes.
—Ese maldito trasto está haciendo que me sienta como en una noche movidita en Singapur —dijo. Rebuscó a ciegas en la bolsa, sacó un cedé y lo arrancó de la caja.
—Cuando quieras —dijo Mendenhall mirando a Ryan—. La mayor parte de los gilipollas se vinieron abajo cuando se rompió ese saliente, pero nos cargaremos lo que podamos.
—Vale —dijo Ryan—. Apunta con cuidado, colega.
Ryan se levantó y echó a correr con las piernas temblorosas hacia el centro del fondo del lago. Mendenhall y los marines se levantaron todos a la vez y empezaron a lanzar andanadas abrasadoras hacia el saliente; los primeros cinco tiros alcanzaron a los primeros cinco hombres de la Coalición y los derribaron.
Ryan solo había recorrido tres metros cuando otro gran terremoto sacudió el terreno. Cuando el suelo a su alrededor estalló en vapor y gas, Ryan vomitó e intentó caer de rodillas, pero solo pudo derrumbarse de espaldas. Levantó la mirada: otra oleada de piedras se desprendía de la cima y caía en cascada, así que tuvo que obligarse rodar y seguir rodando. Las piedras se estrellaron junto a él, Ryan tragó saliva y se puso de rodillas. Después respiró hondo y echó a correr los cuarenta metros que lo separaban de la centrifugadora. Cuando se acercó, tuvo la sensación de que le iba a reventar la cabeza por los oídos. Le estallaron los tímpanos y empezaron a sangrarle cuando la onda penetró en su cráneo. Avanzó tropezando y cayó boca abajo. Sacudió la cabeza, el dolor era casi insoportable; se arrastró los últimos metros hasta la centrifugadora que chillaba allí al lado. Se dio la vuelta y apoyó la cabeza en un puntal, después se quitó el pequeño discman y se lo quedó mirando. Tenía la mente confusa y tuvo que esforzarse para recordar las instrucciones que le había dado Sarah. Intentó concentrarse solo en las palabras de su amiga, que inundaron su mente.
Sujeta los cables al revestimiento.
Ryan se miró la mano derecha y vio el reproductor de cedés portátil y los cables que colgaban, y de repente le vino el recuerdo del Nilo Azul y lo que había hecho allí para atraer la atención de los malos. Entonces se acordó, aguantó el dolor y se inclinó hacia la centrifugadora que estaba al rojo vivo. Se dio cuenta de que no tenía nada con lo que sujetar los cables al revestimiento de titanio. Volvió a rodar, las náuseas lo golpearon con tal fuerza que el estómago sufrió un calambre y sintió que la bilis le subía a la garganta.
Mendenhall miró e hizo una mueca cuando vio a Ryan tirado de espaldas. El suelo se agitó y oyó un gran crujido muy por encima de su cabeza, alzó los ojos justo a tiempo de ver que un gran panel de la cúpula de cristal se separaba de su marco. La pieza de dos metros y medio de grosor cayó, acompañada por un torrente de agua de mar, arena, barro y rocas, que golpearon las ruinas a trescientos metros de distancia. Mendenhall siguió mirando y vio que el vapor salía disparado cuando el agua fría entraba en contacto con el suelo caliente de la ciudad muerta.
La tierra volvió a temblar a su alrededor y apareció una grieta no lejos de la posición postrada de Ryan. Se alzó el vapor como si lo hubiera disparado una manguera y el magma borboteó en la superficie. Ryan, que continuaba mareadísimo, rodó a toda prisa para alejarse, pero no antes de que se le prendiera la pernera del pantalón. La palmoteó hasta que apagó las llamas y después miró la posición de Mendenhall y volvió a sacudir la cabeza. Entonces recordó lo que Sarah le había dicho que hiciera. Alcanzó la centrifugadora una vez más y levantó el discman hasta la cureña. Sacó el cuchillo de la funda, bajó la mano y llenó de magma la punta del cuchillo. La hoja empezó a fundirse y otra convulsión sacudió el suelo. Ryan se sujetó, colocó la hoja del cuchillo contra los dos cables y después contra el escudo de titanio. Apretó todo lo que pudo, después soltó el cuchillo medio fundido y vio que su soldadura improvisada aguantaba.
Mendenhall observó a Ryan, que miraba con expresión estúpida hacia él y sonreía. Will sacudió la cabeza cuando el tambaleante piloto naval osciló y estuvo a punto de caerse, pero logró estirar la mano y apretar el botón del aparatito para que funcionase.
Collins y sus hombres casi se habían quedado sin munición, pero ya daba igual. El mar estaba cayendo como si diez cataratas del Niágara se hubieran abierto sobre ellos. Los restos del acueducto se balanceaban y giraban con el peso del agua que lo golpeaba. Los hombres ya no podían seguir sosteniéndose en los muros altos. El agua se los llevó.
Jack recorrió bajo el agua treinta metros enteros antes de conseguir sacar la cabeza de la corriente. Sabía que pronto saldrían volando por el extremo roto y se estrellarían contra las ruinas.
La caída de agua se incrementó al ceder otro trozo de la cúpula de cristal y estrellarse sobre los restos temblorosos del acueducto. La presión fue tan grande que hizo girar el canal sobre sus columnas de piedra. Rotó hacia la izquierda y se derrumbó.
Everett y sus seals no estaban más cerca de los cables de la onda que cuando había empezado a disparar. Dio un salto cuando llegaron unos hombres gritando por detrás de él y empezó a meter la última cinta de munición en el M-60. Se giró y vio que eran los quince marines de la dotación de los morteros.
—Me alegro de veros, chicos —dijo.
—Estamos sin balas, señor; pensamos que no le vendría mal una mano.
Everett oyó un crujido tremendo de piedra sobre piedra. Levantó los ojos a tiempo de ver que el acueducto giraba a la izquierda y se derrumbaba. El agua corría por el extremo roto y caía hacia la pirámide del centro. Everett maldijo, sabía que Jack estaba allí metido.
Collins y sus francotiradores se deslizaban por la piedra cubierta de musgo cuando el acueducto impactó contra la más grande de las pirámides. La corriente que llevaba a Jack y sus hombres era tan rápida que los hizo caer por los lados resbaladizos. Por suerte, el acueducto se había derrumbado y ladeado lo suficiente para chocar con la pirámide, lo que había salvado al equipo de una caída que los habría aplastado a todos.
Collins se encontró en el tobogán del infierno y escorándose por la pirámide de piedra. El agua chocó contra el fondo y salpicó hasta tal altura que volvió a cubrir a Jack otra vez cuando golpeó el lago de agua que se estaba formando. Los hombres de la Coalición que habían utilizado la pirámide para refugiarse se habían ahogado o habían muerto aplastados.
Jack intentó subir a la superficie como pudo mientras lo golpeaba la catarata que caía de las alturas. Bloques de piedra gigantes cayeron y estuvieron a punto de golpearlo cuando por fin alcanzó la superficie del mar creciente que cubría las ruinas.
Everett hizo varios disparos y después se agachó cuando el fuego con el que le respondieron lo obligó a retroceder. Su equipo se había quedado reducido a doce hombres. Diez habían muerto y los otros estaban heridos, ya fuera por el fuego enemigo o los escombros que caían. El agua iba subiendo a un ritmo alarmante y empezaba a cubrirle las piernas.
De repente, sintió la cabeza más ligera y tuvo que sujetarse a la pared de roca para no caerse. La sensación de ligereza le llenó la cabeza y miró a su alrededor. Los seals estaban tan confundidos como él. El mareo que les habían provocado los efectos de la onda había desaparecido. El dolor de cabeza, que Carl pensó que le estaba robando todos los sentidos que tenía para hacerse con el control de la batalla, también estaba reduciéndose y lo que había ocupado su lugar era algo que no llegaba a creerse.
—¿Qué coño? —dijo.
—Sweet Home Alabama —dijo uno de los seals.
De repente, ahogando el sonido de la música que tenían en la cabeza, se oyó un grito que venía de arriba. Everett levantó los ojos. Bajando por la colina de lava, en una carga precipitada, había quince marines.
—Este tiene que ser el día más raro de mi vida —dijo Carl antes de chillarles a los seals que lo siguieran—. ¡Vamos a mandar algo por los putos aires!
Los seals cargaron en tándem con el asalto de los marines.
De repente, más atrás, el teniente de los marines y otros cincuenta soldados vieron lo que estaba pasando y siguieron el ejemplo. A las fuerzas de la Coalición dispuestas contra ellos las había cogido desprevenidas una fuerza profesional que las atacaba pidiendo sangre a gritos; los defensores sufrieron un ataque de pánico y empezaron a desperdigarse.
Con el ritmo de Sweet Home Alabama, de Lynyard Skynyrd, golpeándoles los oídos, el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, encabezado por un capitán de la Marina de un departamento del Gobierno del que nadie había oído hablar jamás, las fuerzas expedicionarias de la Atlántida lanzaron su carga fanática.
Millón y medio de personas habían huido a Central Park con la esperanza de esquivar las toneladas de cristal y escombros que caían. El suelo temblaba con tal violencia que la mayor parte no se sostenía en pie y estaban sentados, mirando a la gente aterrada que los rodeaba. El suelo se había partido en dos en varias zonas y el vapor se alzaba de la tierra herida. A lo lejos, los edificios estaban atrapados en una onda gorjeante de desplazamiento que los hacía serpentear de un lado a otro.
Sin previo aviso, los temblores se detuvieron y el mundo se quedó en silencio. La gente sacudió la cabeza con incredulidad cuando las notas de una canción de rock de la década de los setenta llenaron sus oídos. Los que estaban más cerca de las grietas de la hierba de Central Park podrían haber jurado que salían del suelo.
Mar Mediterráneo
USS Cheyenne (SSN 773)
El USS Cheyenne salió a la superficie del inestable Mediterráneo al mismo tiempo que el ruso Gephard, de la clase Akula. Las olas cubrieron los dos navíos y los bambolearon. El capitán no creía que fueran capaces de ver, y mucho menos rescatar, a cualquier posible superviviente. Pero tenía sus órdenes.