15

Base Aviano de las Fuerzas Aéreas

Italia

Después de una llamada personal del presidente de los Estados Unidos y una hora y media de discusiones, el gobierno italiano por fin concedió permiso para que algunos elementos clave de la Operación Trueno de la Mañana sobrevolaran el espacio aéreo italiano. El presidente dejó caer ciertos nombres de personas relacionadas con la Coalición Julia que, daba la casualidad, eran miembros del parlamento italiano, nombres proporcionados por Martha y Carmichael. Temiendo una repetición de lo que había ocurrido en Alemania y Japón, Italia se convirtió en un país muy cooperador.

Las diez aeronaves en cuestión, ocultas en secreto en Aviano durante un día entero después de haber volado durante las horas de oscuridad total, diez Raptors F-22A, los cazas americanos de quinta generación del recién activado Escuadrón 525 de Cazas, tendrían un papel fundamental en los primeros minutos del ataque. Entre tanto, la gran sorpresa llegaría desde la base aérea americana de Diego García, donde dos bombarderos furtivos Spirit B-2 serían los primeros aviones americanos de guerra en despegar.

Mientras los cazas se preparaban en Italia, el par de B-2 ya empezaba a rodar por la pista oscura en Diego García.

USS Iwo Jima

A cien kilómetros de la costa occidental de Creta

El general del Cuerpo de Marines Pete Hamilton estaba en el puente de mando cuando el capitán del Iwo le tendió una taza de café.

—Acabamos de recibir una notificación: la primera dotación de Trueno de la Mañana despegó a las 0345 horas —dijo el capitán.

El general Hamilton tomó un sorbo de café y contempló el tranquilo Mediterráneo. Al principio no respondió, solo asintió. Sabía que si su estratagema no funcionaba, la infantería no solo tendrían que lidiar con una defensa de tierra muy tenaz, también tendría que esquivar el ataque desde el aire.

—Gracias, capitán. —Colocó el café en el brazo del gran sillón—. Mande una señal al Nassau. Casper, el fantasma amigo, ha levitado.

—Sí, señor. ¿Deberíamos mandar señal también a la Puerta de Atrás indicándoles que Trueno de la Mañana ha despegado?

—Si el Coronel Collins salió a su hora y está donde debería, mis marines y él no podrán recibir su señal. —Miró al capitán y sacudió la cabeza—. Los Puerta de Atrás están solos. Nada de mensajes.

El capitán vio que el general estaba en su propio mundo, preocupado por los problemas de todos los tiempos: cómo matar al prójimo sin perder a demasiados de tus hombres, o de los de tu enemigo. El capitán sabía que muy pocos estrategas en la violenta historia del mundo habían resuelto ese dilema.

USS Cheyenne (SSN 773)

Submarino de ataque de clase Los Ángeles

La tercera parte de la sorpresa era el Cheyenne. El submarino nuclear de guerra de clase Los Ángeles había entrado en el Mediterráneo a través del estrecho de Gibraltar tres horas antes y había navegado a velocidad de flanco hasta que había alcanzado el punto de inicio. El capitán del Cheyenne, Peter Burgess, había recibido sus órdenes la noche antes y le había dejado perplejo la razón por la que ordenaban que su barco se dirigiera al relativamente tranquilo Mediterráneo cuando el mundo entero se preparaba para destrozarse al otro lado del planeta. Entonces leyó las órdenes en clave y su cólera se convirtió en una riña inquieta dirigida a sí mismo. Al Cheyenne se le ordenaba lanzar los doce misiles crucero Tomahawk que tenía contra la isla de Creta a las 0600 exactas. Los doce Tomahawks serían disparos de explosivos de gran potencia programados para estallar en el aire.

Cuando hizo subir el Cheyenne a profundidad de periscopio, supo que el enemigo que estuviese en esas coordenadas cuando llegasen los misiles crucero iba a sufrir daños importantes.

—Segundo comandante, abran puertas en tubos verticales del uno al doce y carguen los pájaros.

Ciento ochenta y ocho kilómetros en el interior del túnel de acceso a la Atlántida

El segundo elemento de la Operación Puerta de Atrás estaba de plantón. Durante los últimos treinta minutos habían estado parados, desde que Everett había llamado a Jack y le había dicho que había un bloqueo importante en el pasaje y tendrían que volar un antiguo río de lava para quitarlo de la calzada azulejada.

Mientras esperaban, Sarah hizo fotos al túnel y a las ornamentadas maravillas que retrataban la Atlántida en un relieve de mosaicos a lo largo de todo el pasaje. Había escenas de maestros instruyendo a los jóvenes. Algunos describían grandes batallas libradas contra pueblos bárbaros; las más brutales de todas eran las escenas que mostraban la barbarie contra los pueblos inferiores del mundo.

—Parece que esta gente era un poco extremista con sus vecinos —comentó Mendenhall cuando vio el mosaico de esclavos que realizaban los trabajos más duros en los campos y construcciones de la Atlántida.

—Era un mundo diferente para estas personas. Para estar tan avanzados como estaban, tuvieron que haber existido durante al menos diez o quince mil años. En cuanto a su obvia brutalidad… —Sarah recordó que Mendenhall siempre miraba ese tipo de cosas desde un punto de vista básico. O eras bueno o eras malo. Nunca, jamás había nada en medio.

—¿Qué te parece que son esos? —preguntó Collins, que se acercó a ellos por detrás.

Sarah miró en la dirección en la que señalaba. Se dirigió hacia Collins, se inclinó y colocó la mano sobre uno de los muchos cristales de unos sesenta centímetros de diámetro colocados en los muros de azulejos, a un metro y medio más o menos del suelo adoquinado.

—Parecen luces —aventuró Collins.

—Eh, el coronel es más listo de lo que yo pensaba —pio Sarah.

Collins la miró sin expresión.

Sarah carraspeó, después sacó un pequeño martillo y fue desportillando el azulejo de arcilla que había alrededor del cristal. Por fin consiguió soltarlo y lo sostuvo en las manos.

—¿Veis?, lo han biselado para darle esta forma, la más eficaz para amplificar la luz. Habría hecho falta muy poca electricidad para prender este filamento de aquí. —Sondeó un pequeño cable de cobre acoplado a uno más grande que recorría el muro de azulejos.

—¿Electricidad otra vez? —preguntó Jack.

—Sí. Estas personas tenían más conocimientos que la enciclopedia universal.

—Si eran tan listos, ¿cómo es que no pusieron un tren por aquí abajo?

Sarah no respondió a la pregunta de Jack porque estaba pensando. De repente, dejó el ligero cristal en las manos del coronel y después corrió a la parte trasera de uno de los camiones de dos toneladas y sacó una batería de repuesto. Le quitó a Jack el cristal y soltó el grueso cable de cobre, parte del cual era tan viejo que se desintegró en sus manos. Apartó el cristal, abrió su linterna de pilas y le quitó las pilas, después desatornilló la tapa de la lente. Soltó con facilidad los dos pequeños cables y los acopló al cable de cobre que recorría los otros cristales incrustados en los muros. Luego se arrodilló junto a la batería y dudó. Dividió los cables de la linterna todavía más hasta que cada extremo pudo alcanzar un polo de la batería y después los sujetó.

Jack se quedó asombrado cuando los cristales de la fila se iluminaron como una hilera de luces de Navidad hasta que desaparecieron por el largo túnel.

—Eh, ¿alguien ha hecho saltar la alarma de la casa? —preguntó Everett por la radio.

Jack sonrió y levantó su terminal.

—Avanzadilla uno, negativo. Hemos hecho que uno de nuestros electricistas arreglara los plomos —respondió Collins, justo cuando oyeron y sintieron un rumor sordo procedente de abajo.

—Entendido. Pon en marcha tu equipo. Acabamos de despejar la carretera aquí abajo, continuamos.

Jack apretó el botón de la radio dos veces y ordenó a todos que regresaran a los vehículos. Después miró a Sarah con la ceja izquierda alzada.

—Te crees muy lista, ¿no?

La chica pestañeó varias veces, sonrió y después se alejó.

Jack sacudió la cabeza y corrió a su vehículo. Levantó la radio.

—Capitán, tenemos que acelerar. Las cosas van a empezar a volar por los aires muy pronto.

Atlántida

—¿Cree que esto es una pérdida de tiempo? —le preguntó Tomlinson a Vigilante sin darse la vuelta para mirarlo.

Los dos observaban a los ingenieros que sacaban los últimos escombros de la entrada de la Cámara del Empirium.

—No tengo ningún comentario en un sentido u otro, señor.

—¿Entonces por qué no va comer un poco de queso y beber una copa de vino con los demás?

—No soy aficionado a esas cosas.

—Señor Tomlinson, hemos atravesado el muro exterior de la Cámara del Empirium —dijo el ingeniero jefe mientras se quitaba el casco y se limpiaba el sudor de la frente—. Tenemos cuatro hombres dentro montando lámparas klieg; puede que todavía tengamos una situación bastante inestable ahí dentro. Además, quizá hayamos encontrado otro sistema bastante extenso de cuevas debajo del edificio. Mi personal de las ecosondas me dice que baja casi dos kilómetros.

Tomlinson miró al ingeniero y después al juego de puertas de bronce de seis metros de altura que se habían doblado cuando parte del Empirium se había derrumbado. Ya no podía seguir esperando. Agachó la cabeza y entró en aquella estructura de quince mil años.

—¿Está loco ese hombre? Le dije que podía ser inestable —le dijo el ingeniero a Vigilante cuando se acercó al Empirium.

El rostro de Vigilante permaneció impasible y miró la negrura que había detrás de la puerta. Había estado observando a Tomlinson con atención desde que habían demolido su casa de Chicago. Las señales eran pequeñas y habían pasado desapercibidas para los demás, pero él había notado un cambio en el, por lo general, imperturbable Tomlinson. Cuando hablaba, sus ojos se movían demasiado rápido de una persona a otra, como si estuviera esperando la primera señal de desacuerdo en ellos. A Vigilante le parecía que la presión estaba empezando a pesarle al nuevo líder de la Coalición. Su deseo aparentemente obsesivo de entrar en la antigua sede del gobierno atlante solo era la última señal de muchas. Sonrió y miró al ingeniero.

—«Inestable» puede que sea la palabra clave —dijo para sí mientras seguía a Tomlinson al interior.

Las grandes luces arrojaban sombras tenebrosas sobre las columnas rotas y el mármol que yacía aplastado bajo buena parte del techo derrumbado. Unos cuantos arqueólogos y paleontólogos del equipo comenzaron a colarse para contemplar aquella maravilla de la historia.

Tomlinson tuvo que esbozar una sonrisa satisfecha cuando Vigilante pasó una mano por una mesa volcada de mármol e hizo una mueca ante los milenios de polvo.

—Siempre he dicho que no se podía confiar en un hombre al que no le guste ensuciarse de vez en cuando.

Vigilante no se molestó en mirar a Tomlinson.

—¿Eso es lo que dice usted? Bueno, lo que yo digo es que creo que debería estar trabajando para darle los últimos toques a ese asalto suyo, y no estar aquí haciendo turismo.

—¿No lo siente? ¿Dónde sino aquí podía gobernarse el poder de esta civilización, aquí en el gran Empirium de la Atlántida?

—Si no utilizamos la onda pronto, este puede que sea el único lugar que le permitan gobernar.

Tomlinson sabía que Vigilante tenía razón. Con esa nueva sensación de rejuvenecimiento, miró a su alrededor una última vez, a la gran Cámara de Empirium; no vio el esqueleto que yacía a sus pies ni el azulejo roto de mármol que ocultaba la entrada secreta que llevaba al inframundo.

Túnel de acceso a la Atlántida

Quince mil años de filtraciones habían formado largas estalactitas que colgaban del alto techo, de cada una chorreaba el agua que había encontrado una manera de colarse a través de un trecho de roca y magma, agua del Mediterráneo, a tres kilómetros sobre sus cabezas.

Sarah y los otros científicos del Grupo tenían razón: en las tres horas que llevaban en el gran túnel, Carl y sus equipos de seals se habían encontrado con numerosas partes de las islas exteriores, los tres grandes anillos que habían protegido la capital. Había trozos grandes y pequeños de magníficas columnas, casas de baños, árboles petrificados y calzadas, todo ello intercalado con depósitos gigantescos de antigua roca fundida que hacía que el paisaje con el que se topaban les recordara a inmensos lagos de agua ondulada. La agitación y la agonía que había sufrido esa civilización había sido de tal violencia que Everett solo podía imaginársela.

Las luces insuficientes les proporcionaban visiones horrendas del cataclismo. Había restos de esqueletos por todas partes, medio enterrados o aplastados por la misma isla en la que habían vivido. Era como si el lugar se hubiera plegado sobre la capital, y después la masa entera se hubiera hundido en el fondo del Mediterráneo.

—Capitán, tiene que ver esto —dijo el teniente de los seals cuando se acercó—. Esta operación está acabada.

Carl no tardó en contemplar la razón para un comentario tan alarmante. De pie, en frente de ellos, bloqueándoles el camino, estaban las fronteras exteriores de la ciudad de la Atlántida, alzándose ciento veinte metros en el aire. Tenían el camino bloqueado.

La Casa Blanca

Washington D. C.

El presidente estaba viendo el programa de C-SPAN que cubría la reunión especial de la ONU. Observó al embajador ruso ante las Naciones Unidas presentar su caso.

Cuando se mostraron en un caballete las fotos de las piezas del Boeing 777 derribado, el presidente se acordó de la crisis de los misiles en Cuba, solo que esa vez eran los rusos los que contaban con la simpatía del cuerpo político. El presidente hizo una mueca al ver el modo en el que se la habían jugado a su gobierno.

—Nuestra retirada no convenció a nadie. Lo único que hizo fue arrinconar a nuestros hombres y ponerlos en una situación más apurada que antes. Ahora tenemos un millón de refugiados en las carreteras que salen de Seúl, impidiendo el avance de los refuerzos, y a la primera señal de maniobra ofensiva, maniobra que me voy a ver obligado a ordenar, los chinos se apresurarán a cruzar la frontera igual que en 1947.

—Tenemos que invitar a entrar a los rusos y a los chinos —dijo Niles mirando al presidente.

—¿Qué?

—Nuestro KH-11 está sobre el Mediterráneo; cuando ataquemos Creta, tenemos que conseguir que los rusos y los chinos vean lo que está pasando.

—¿Qué te hace pensar que no tengan ahora mismo un avión espía sobrevolando la zona y les dé igual lo que estemos haciendo?

—Porque si lo tuvieran, sabrían que las pruebas que tenemos están relacionadas con lo que está pasando. Son lo bastante listos como para ver lo que está ocurriendo si lo tienen justo delante de las narices. Señor presidente, si los rusos y los chinos de verdad quisieran creer a Kim o las pruebas que tiene, no esperarían, ya nos habrían atacado. Pero quieren creernos.

El presidente apagó de golpe la televisión.

—Tú sabes lo que sucede mejor que nadie. Si puedo meterte en una habitación con las delegaciones rusa y china y ponerte una conexión en vivo y en directo, ¿puedes convencerles? ¿Me refiero a convencerles de verdad?

Niles se quitó las gafas y sacudió la cabeza.

—Puedo intentarlo al menos, joder.

Trescientos siete kilómetros dentro del túnel de acceso a la Atlántida

Jack miró la montaña de escombros que tenía delante, salpicada de peñascos gigantescos, partes de la isla y buena parte de una ciudad o pequeña aldea que conformaba su grueso. Cuando examinó el muro que tenía delante, incluso vio tres o cuatro antiguos barcos de madera.

—Antes de que me preguntes, Jack, no tenemos explosivo suficiente ni para volar un cuarto de ese grosor —dijo Everett cuando se reunió con él en el bloqueo.

Collins miró su reloj. Cuarenta y cinco minutos para que comenzase el ataque. Eso significaba que su dotación no podría aliviar la presión que sufrirían los marines en la puerta principal.

—No sé qué hacer —dijo Jack por fin.

Sarah tenía los ojos clavados en el inmenso bloqueo. Examinó los escombros que cubrían el túnel de arriba abajo, donde la mayor parte de una sección de la isla había atravesado la corteza y se había estrellado en el lecho de roca del fondo marino. Entonces observó una de las gigantescas estalactitas que colgaban de una inmensa columna rota. Ladeó la cabeza y miró la escorrentía de agua de mar que bajaba del techo y se añadía al depósito mineral.

—Conozco esa mirada. Dice que o bien tienes que ir al baño o estás pensando en algo serio —dijo Mendenhall.

—Listillo —respondió la joven, y siguió observando la escorrentía que había encima de ella. Sus ojos llegaron hasta el camino y después siguieron el agua que desaparecía en algún lugar más adelante—. Vamos, gracioso.

Mendenhall siguió a Sarah hasta que llegaron al muro interior del túnel. La geóloga se inclinó, se puso a gatas y pasó la mano por los adoquines rotos del camino, a nueve metros del comienzo del bloqueo.

—Este era un pueblo muy, muy avanzado —dijo.

—Sí, lo bastante avanzado como para hacer volar su continente en mil pedazos.

—Estos túneles estaban diseñados para pasar bajo el Mediterráneo. ¿Qué habrían tenido que instalar para controlar las filtraciones? Es decir, sea como sea, si haces un túnel bajo un cuerpo de agua, vas a tener filtraciones. Mira el Canal de la Mancha; los franceses y los británicos hicieron construir un sistema de control de inundaciones tremendo.

—Sí, pero no entiendo adónde quieres llegar.

—¡Jack! —Sarah se levantó y lo llamó.

Collins vio a la joven a nueve metros de distancia y él y Everett se acercaron a la carrera.

—Que sea rápido, teniente. Por si no lo habías notado, tenemos un problema importante aquí.

—Creo que soy consciente de eso. Carl, tenemos cargas huecas, ¿correcto?

—No, pero tenemos formación suficiente para crear unas cargas cónicas o explosivos direccionales, si eso es lo que necesitas.

—¿Podemos volar algo directamente hacia abajo?

—Chupado; ¿pero para qué querríamos hacer eso? —preguntó.

—Quiero hacerlo porque tengo fe en la ingeniería de los antiguos —respondió la mujer, y miró cada una de las caras de los hombres que tenía delante—. ¿Qué tiene cada ciudad importante, cada autopista, para controlar las aguas de escorrentía?

Jack sonrió y Carl se dio un golpe en la frente.

—¡Una alcantarilla! Estos cabrones tan listos tenían que controlar las filtraciones que aparecen siempre que haces un túnel debajo de un cuerpo de agua. ¡Jack, nos metemos por el alcantarillado! ¡No atravesamos el bloqueo, vamos por debajo!

Everett dio una palmada en el hombro al teniente de los Seal y lo puso en movimiento para que le llevara los explosivos que iban a necesitar.

—Supongo que tendremos que agradecérselo al departamento Atlante de Agua y Electricidad —dijo Mendenhall.

—No está mal, enana, no está nada mal —le dijo Jack a Sarah.

Casper, el fantasma amigo

Treinta mil pies por encima del Mediterráneo

Los dos bombarderos furtivos B-2 viraron al sur tras su vuelo de cinco horas desde Diego García, en el océano Índico. Su parte de la misión daría la impresión de que las primeras fases del ataque se habían originado en Aviano, Italia; un engaño vital, imperativo.

—Casper Uno Real a Casper Dos, treinta segundos para el punto de lanzamiento.

—Casper Dos, recibido, empieza la música en cinco, cuatro, tres, dos, uno. Se abren puertas de compartimento de bombas en automático.

Las puertas de los compartimentos de las bombas de las dos gigantescas aeronaves, que parecían murciélagos, se abrieron y revelaron un interior oscuro. Los raíles automáticos que sostenían cada uno de los doce misiles crucero Tomahawk empezaron a girar como un bombo de la lotería. Al final de cada ciclo caía un Tomahawk Especial BGM-109, un arma de manipulación por radar. Cuando se encendía cada motor, las alas achaparradas y la aleta de la cola surgían del cuerpo exterior. Una décima de segundo después, una señal fuerte comenzaba a latir a través del cielo oscuro, enfrente de ellos. En total, veinticuatro armas salieron disparadas por el aire enrarecido y pusieron rumbo a Creta.

—Casper Uno a Trueno Uno Real, las Urracas Parlanchinas ya están en el aire. Casper Uno y Dos, regresamos a la base, buena suerte, Trueno Uno.

USS Iwo Jima

El general de marines Pete Hamilton recibió el mensaje del B-2 que iba en cabeza y observó el cielo nocturno alrededor del Iwo. El barco comenzaba a cobrar vida en las primeras horas de la mañana. Aeronaves de rotores ladeados junto con dieciséis helicópteros Seahawk comenzaban a calentar motores en cubierta y la fuerza de asalto de los marines ya estaba cargando el equipo.

Bajo cubierta, la fuerza de asalto por mar estaba embarcando en la Nave de Desembarco por Cojín de Aire (LCAC en sus siglas en inglés). Sería un ataque relámpago. La LCAC iba cargada con cuatro vehículos blindados de asalto con toda su dotación de hombres, mientras que los cuatro tanques Abrams M1 serían desplegados desde el USS Nassau.

El general miró su reloj de pulsera y después al capitán del Iwo.

—Ordene al Cheyenne que ataque —dijo con mucha más calma de la que sentía.

Cien pies por debajo de la superficie del Mediterráneo, el capitán Burgess recibió el mensaje de baja frecuencia extrema (BFE) del Iwo.

—Oficial de armas, tiene permiso para lanzar los tubos verticales del uno al doce, vacíelos. Oficial de inmersión, tras lanzamiento, llévenos a cuatrocientos pies, rumbo dos-tres-cero a seis nudos.

Escuadrilla catapulta

Volando a nivel de las olas, la escuadrilla de diez Raptors F-22A procedente de Aviano, Italia, rugió sobre el Mediterráneo a Mach 1,5. El compartimento de armas interno de cada caza furtivo estaba lleno de municiones tierra-aire.

Atlántida

Tomlinson estaba supervisando en persona la colocación de la llave atlante. Estaba tan nervioso que apenas podía contener sus emociones. Incluso miraba con amabilidad a Vigilante y los otros miembros de la Coalición que observaban cómo se calibraban las últimas partes. Su sonrisa se desvaneció cuando le entregaron un informe de la superficie.

—¿Veinticuatro? Supongo que no valemos más con todos los problemas que hay en el mundo. Teníamos razón: los americanos han abarcado más de la cuenta y no pueden lidiar con nosotros de la forma adecuada.

—¿Qué ocurre, señor Tomlinson? —preguntó dame Lilith.

—Parece que nos hemos convertido en una molestia para nuestro presidente americano, después de todo. El radar ha captado una fuerza de veinticuatro cazas, se aproximan desde Aviano. Ni siquiera se están molestando en ocultar su presencia.

—Entiendo. Y su plan para esto es…

Tomlinson miró a Vigilante y sonrió.

—Destruirlos, qué si no —se giró y se llevó la radio a la boca sin dejar de mirar en ningún momento al profesor Engvall mientras instalaba la llave—. Comandante, defienda la isla; defiéndala con vigor, por favor.

En la superficie, el antiguo general de las Fuerzas Aéreas Soviéticas Igor Uvilinski bajó la radio y miró el radar una vez más.

—Los misiles tierra-aire golpearán primero y después nuestros Migs se ocuparán de cualquier americano que salga vivo —dijo mientras miraba con los gemelos las redes de camuflaje que tenía a trescientos metros de distancia—. Todas las unidades de defensa aérea, pongan en el punto de mira los objetivos que se aproximan y disparen a voluntad.

Alrededor del centro de la isla, veinticinco baterías de misiles tierra-aire dispararon y cada uno de sus proyectiles apuntó a uno de los aviones de guerra que se acercaban.

A ciento cincuenta kilómetros al sur, siguiendo la estela del tubo de escape de los misiles tierra-aire que cruzaban disparados el cielo para recibir a los idiotas de los pilotos americanos, que con tanto descaro creían que podían atacar Creta sin luchar, la escuadrilla de cabeza de veinte MIG 31 de la Coalición con base en Libia vio que los primeros misiles antiaéreos derribaban a los cinco primeros objetivos. El piloto de cabeza sonrió bajo la máscara. A ese ritmo, no les quedaría mucho que limpiar.

Cuando el líder de escuadrilla observó que los cazas atravesaban la pantalla de misiles tierra-aire, sintió curiosidad por saber por qué no estaban realizando maniobras evasivas para evitar más contactos, una decisión muy valiente por su parte, pero también muy estúpida.

—Cabeza, tengo una visual de los objetivos. No son cazas americanos, ¡son misiles crucero!

El líder oyó la llamada. Lo habían engañado para que creyera que los misiles crucero eran una escuadrilla de cazas. Mientras lo pensaba, oyó que su sistema de aviso de misiles se disparaba con un chirrido penetrante. Miró su radar, pero no había nada. ¿De dónde sale esta amenaza?, se preguntó.

A ciento cincuenta kilómetros de Creta, la escuadrilla de diez Raptors F-22A surgió de la confusión del mar de repente y disparó veinte misiles AMRAMM. Después volvieron a bajar y continuaron como rayos hacia Creta.

Antes de que el líder de la escuadrilla de MIG supiera con exactitud quién y qué los estaba atacando, los misiles AMRAMM empezaron a estrellarse contra los motores, alas y fuselajes de su escuadrón. Los americanos habían incitado de algún modo a sus hombres para que atacaran lo que pensaban que era una escuadrilla mal disimulada de cazas, habían hecho que sus misiles crucero emitieran un «fantasma» en alta frecuencia, como si fueran aeronaves tripuladas, con señal de radar y todo.

El siguiente pensamiento del piloto nunca llegó a convertirse en pregunta en su mente cuando el tono de aviso de estar en el punto de mira de otro caza se hizo más insistente, justo cuando al fin vio el revelador AMRAMM guiado por radar. El MIG del líder de la escuadrilla se hizo pedazos solo un minuto después del comienzo del ataque. Tras diez años de adiestramiento e inversiones en una fuerza aérea de mercenarios muy bien pagados, el escuadrón de cazas de la Coalición había dejado de existir.

Cuando los restos de los MIG chocaron contra el mar, una nueva visión más asombrosa todavía adornó el Mediterráneo; doce proyectiles acuáticos salieron a la superficie uno tras otro: los misiles crucero Tomahawk del USS Cheyenne salieron volando a cien pies antes de estabilizarse. Las alas achaparradas, la toma de aire y los estabilizadores traseros brotaron de repente y los misiles comenzaron su carrera hacia los emplazamientos de los misiles tierra-aire que había rastreado el Cheyenne cuando se lanzaron contra el señuelo de los misiles crucero; su objetivo eran las defensas aéreas de la Coalición.

Los emplazamientos de los misiles tierra-aire defensivos empezaron a rastrear nuevos objetivos. No emitían falsos saltos de radar y eran cualquier cosa salvo aeronaves en vuelo. El comandante de los tierra-aire supo que estaban siendo atacados por misiles. Sin embargo, antes de que pudiera dar la orden de que se apuntara a los Tomahawks procedentes del Cheyenne, su comandante de radar anunció diez nuevos objetivos al este de Creta y acercándose a Mach 1,9, más del doble de la velocidad del sonido. El general de la Coalición comprendió que los americanos habían sido más listos que él. Dividir los misiles tierra-aire que restaban entre los dos grupos de objetivos atacantes era garantizar que la mitad de las andanadas atravesarían las defensas.

—Señor, los objetivos que se acercan por el este son intermitentes, no hay un rebote fuerte. Sospecho que es otro truco —informó su oficial de radares.

Sí, los americanos cometieron el error de mostrar muy pronto la mano que llevaban, pensó. Era obvio, los objetivos que habían virado al este para el ataque no eran más que el mismo tipo de misil que irradiaba la misma signatura que un caza. Esperaban engañarlos para que les dispararan otra vez.

—Esta vez no les saldrá bien —dijo el comandante—. Apunten solo a las andanadas del oeste, no hagan caso de la amenaza del este.

Mientras miraba, misil tierra-aire tras misil tierra-aire comenzó a despegar de sus rieles de lanzamiento y se internaron en el cielo, rumbo al oeste. Casi de inmediato, el general empezó a recibir informes que decían que los objetivos que se aproximaban estaban siendo alcanzados sin que hicieran maniobras de evasión. El general levantó los gemelos y miró el cielo del oeste que empezaba a iluminarse. Vio un estallido en el cielo cuando algo cayó envuelto en llamas.

—¿Cuántos objetivos han sido destruidos?

—Seis… ¡y todavía hay seis aproximándose!

El general cerró los ojos y bajó los prismáticos un momento. Después los volvió a levantar y miró el cielo del este y vio, con una lentitud de pesadilla, que las aeronaves que pensó que eran misiles señuelo eran en realidad cazas. El primero de los diez Raptors F-22A, actuando como un avión de ataque antirradar Comadreja Salvaje, lanzó sus misiles. El general bajó los gemelos de nuevo antes de que los otros nueve empezaran a lanzar su artillería de largo alcance. Justo en ese momento, los seis misiles crucero restantes que había confundido con aeronaves tripuladas chillaron sobre él y después estallaron en el aire sobre las baterías de misiles tierra-aire. Fue entonces cuando el primer Ojo de Serpiente antirradiación golpeó el radar y el búnker de mando.

La población de Creta, unas seiscientas cincuenta mil personas, despertó con grandes explosiones en el centro de su isla. Los estallidos aéreos de los misiles crucero fueron un incentivo añadido para el comandante americano. En realidad creía que ninguno de ellos llegaría a alcanzar los objetivos. La presión descendente de los estallidos de las cabezas explosivas hundió las baterías y las convirtió en un montón de escombros, junto con las dotaciones que las manejaban.

Los diez Raptors F-22A sobrevolaron la isla a toda velocidad y dispararon contra todo lo que se movía. Las tropas de la Coalición o bien echaron a correr por todas partes, aturdidas, o se dirigieron a la abertura gigantesca de la excavación.

El sonido de los helicópteros llegó con los primeros rayos del sol. Los Ospreys V-22 y los aerodeslizadores de la Marina estadounidense se precipitaban sin oposición alguna hacia las playas de Creta.

El Segundo Batallón, Primera Fuerza Expedicionaria de Marines (de reconocimiento) comenzaba la fase del asalto terrestre de la Operación Trueno de la Mañana.

Naciones Unidas

Nueva York

La sala de reuniones especial se había montado en un momento. El embajador americano por fin había convencido a las delegaciones de Rusia y China para que asistieran junto con los agregados militares que decidieran llevar consigo.

Mientras las imágenes en vivo de uno de los satélites KH-11 continuaban mostrando lo que estaba ocurriendo en tiempo real, la sala permanecía silenciosa como una tumba. La fuerza destructiva de los primeros momentos del ataque sorprendió y aturdió a los agregados y diplomáticos reunidos.

Cinco minutos después, el Mando Espacial informó de que el Blackbird estaba abandonando el radio de acción visual de la batalla y no podía mantener las imágenes en directo.

—Lo que acaban de presenciar era un ataque de las fuerzas de la Coalición a unidades militares de los Estados Unidos. Una fuerza que ustedes no creían que existiera, un grupo que ha hecho parecer culpable a los Estados Unidos a cada paso de esta partida asesina que han organizado. Es más, hay algo peor, tenemos informaciones que afirman que van a golpear sus países natales en menos de una hora. Terremotos creados para destruir su modo de vida y eliminar cualquier capacidad ofensiva militar que tengan. Van a debilitar China y Rusia de tal modo que ya no serán una amenaza para sus planes a largo plazo, planes para dominar sus sociedades.

El embajador ruso se puso en pie en silencio y después volvió a mirar la gran pantalla en la que acababa de contemplar cómo morían muchas personas. Después saludó con la cabeza a Compton y dejó la sala con su agregado militar pisándole los talones.

La delegación china se quedó sentada un momento. Los diez hombres no intercambiaron palabra alguna, solo miraron a Niles, sopesando sus palabras y esperando el momento en que se pudiera detectar una mentira en la cara del americano. Poco a poco el embajador se puso de pie, seguido por su séquito.

—Si nos disculpan, tenemos mucho que asimilar y mucho más que debatir con Beijing. Gracias por incluirnos en esta reunión informativa.

Compton los observó irse y después apartó una silla con gesto brusco y cogió su abrigo. La honestidad al parecer solo iba a retrasar lo inevitable.

El presidente tendría que defender a esos muchachos de Corea y Niles sabía que eso significaría que el mundo entraría en guerra.

Una hora después, Compton estaba sentado con el presidente y el Consejo de Seguridad Nacional en el subsótano de la Casa Blanca.

A Niles le pareció irónico que los dos bandos más implicados en el conflicto estuvieran los dos enterrados bajo tierra y esperando a que los acontecimientos se desarrollaran en la superficie. También sabía que la Coalición no se contentaría con esperar, iban a golpear; y daba la sensación de que Jack y su equipo no llegarían a tiempo para impedir que la onda desatara sus efectos devastadores.

En los grandes monitores colocados en las cuatro esquinas de la habitación se veía al general del Cuerpo de Marines Pete Hamilton en imágenes en directo desde el USS Iwo Jima.

—Sí, señor presidente, la segunda oleada de asalto está en tierra. Hemos acortado los bombardeos de los Sea Harrier y los Raptors en la isla por falta de objetivos viables. La población civil ha cooperado hasta el momento, y estoy utilizando dos compañías de marines para salvaguardar la seguridad del personal autóctono. Eso hará que la fuerza de asalto en el túnel sea más ligera, pero tendremos que hacerlo con lo que tenemos a mano.

A todos los presentes en la habitación los había impresionado el modo en que se había desarrollado el plan hasta el momento, pero todavía quedaba por roer el verdadero hueso.

—¿Algún informe de la Operación Puerta de Atrás? —preguntó Niles desde su asiento, alejado de la mesa.

—Ninguno. Puesto que no hemos tenido ningún contacto, como comandante del campo operativo debo suponer que no han alcanzado su objetivo, lo que dicta que ataquemos la puerta principal con todo lo que tenemos.

Niles bajó la cabeza, pensativo. Solo él sabía que Collins jamás había fracasado en una misión.

—Gracias, general. Lo hemos intentado otra vez con los rusos y los chinos y parece que no quieren comprar nada de lo que vendemos. Así que, buena suerte y que Dios los acompañe —dijo el presidente, después ordenó que se pusiera fin a la conexión por satélite.

—¿Qué es lo último que se sabe de Corea, general Caulfield?

—Sigue siendo solo una punta de lanza la que ha traspasado la frontera. Hemos sabido que el general en jefe ha cruzado por fin con ellos y está liderando el asalto. Tenemos informaciones contradictorias; algunas dicen que este general —Caulfield bajó la cabeza para mirar sus notas—, Ton Shi Quang, está actuando solo y contra las órdenes de Pyongyang. Otras informaciones dicen que está obedeciendo las órdenes directas de Kim Jong Il. En cualquier caso, su punta de lanza se encontrará con las fuerzas blindadas de la Segunda División de Infantería a quince kilómetros al norte de Seúl. Las imágenes del satélite nos han dado una perspectiva bastante lúgubre de lo que está por llegar. El Norte podría cruzar con treinta y cinco divisiones en cualquier momento.

—Todos sabemos que no puedo dejar que caiga el gobierno surcoreano. La dolorosa verdad de este asunto es que somos prisioneros de nuestro propio pasado. Traicionaríamos a aquellos que han muerto allí, en la guerra caliente y en la fría. O bien los detenemos de cualquier forma que podamos, o esos muchachos se verán sobrepasados.

Los rostros de los presentes en la sala fueron incapaces de mirarse entre sí. Niles se levantó, frustrado, y empezó a pasearse.

—Almirante Fuqua, ¿tenemos un submarino capaz en la zona?

Este se puso de pie y miró a Caulfield y después al presidente.

—Sí, señor, el USS Pasadena.

—¿Transporta artillería «especial» a bordo?

—Sí, señor, así es.

—Que se prepare a la espera de órdenes. —El presidente miró a Niles y después otra vez a sus asesores militares—. Pero antes, quiero a todos los cazas de Japón, de los portaaviones y de Corea en el aire. Antes de recurrir a la opción nuclear, quiero atacarlos con armas convencionales, con todo lo que tenemos. De forma simultánea al ataque aéreo, quiero que la Segunda División avance al encuentro de la punta de lanza. Redacte las órdenes. Las quiero en mi mesa confirmando una alerta de ataque nuclear.

—Sí, señor presidente.

Niles cerró los ojos. Las palabras «ataque nuclear» ya se habían dicho en voz alta.

Jack Collins era su última esperanza de paz.

Cuarenta y cinco kilómetros al sur de la zona desmilitarizada, Corea del Sur

El general de división Ton Shi Quang acababa de recibir las órdenes que había obligado a emitir al gran líder: «Ataque con todas las fuerzas ofensivas bajo su mando».

El arriesgado plan de la Coalición para Corea del Norte por fin se estaba convirtiendo en realidad e iba a dar mejores resultados incluso de lo que habían pensado. Ordenaría a su ejército que avanzase para aplastar Seúl y él estaría muy lejos para cuando los americanos se vieran forzados a hacer lo que él sabía que tenían que hacer. Mucho antes de que los hongos nucleares empezaran a extenderse por la frontera, él estaría a miles de kilómetros de distancia.

—Ordene que las puntas de lanza blindadas avancen a toda velocidad; contarán con el apoyo de todo el Ejército Popular y de sus fuerzas aéreas. Informe también al piloto de mi helicóptero de que haré un reconocimiento del avance desde el aire.

Cuando su ayudante se fue para dar la orden, el general miró a su alrededor y se sintió satisfecho. Asintió cuando miró el tablero de arena una vez más, las pequeñas maquetas de las divisiones de tanques de ambos bandos estaban casi convergiendo en el mismo punto.

—Una pena; creo que esta vez habríamos tenido una buena posibilidad —dijo para sí mientras se ponía los guantes y se alejaba del Ejército Popular para siempre.