13

Centro del Grupo Evento

Base Nellis de las Fuerzas Aéreas, Nevada

Ryan había sacado al turno de seguridad del complejo y había ordenado que un destacamento completo fuera a recibir a Jack y Carl en el campo de aviación. Veinte hombres bien armados acompañaban a los dos hombres y su valiosísimo cargamento. El gran grupo no quería correr ningún riesgo cuando entraron en el inmenso y ruinoso hangar de la puerta principal del complejo.

Ryan y Mendenhall recibieron al coronel y al capitán en el ascensor. Los dos hombres y su seguridad parecían enanos en el cavernoso ascensor utilizado para transportar artefactos grandes a las instalaciones subterráneas.

—Teniente —dijo Jack cuando salió del ascensor.

—Coronel, capitán, ¿un viaje emocionante, tengo entendido?

—Parece que para nosotros ya empieza a ser la misión estándar —dijo Everett cuando vio a Virginia Pollock saliendo del ascensor del complejo de abajo.

—Me alegro de teneros de vuelta de una pieza. Nos teníais preocupados, como de costumbre —dijo la mujer al acercarse a los dos hombres.

—Bueno, pues aquí está lo que ha armado tanto barullo. —Carl le entregó un gran estuche.

Virginia lo cogió y miró a los dos oficiales.

—Todas esas muertes por esto… —Le dio el estuche a Mendenhall—. Will, asegúrate de que Pete Golding recibe esto de inmediato abajo, en el nivel dieciocho, laboratorio seis; lo está esperando.

Mendenhall cogió el estuche y a Ryan y salieron los dos.

—El presidente ha hecho mucho hincapié en que nos aseguremos de que la Coalición no le pone las manos encima al diamante. Niles quiere que lo encontremos nosotros y te ha prometido todo el apoyo que necesites.

Jack asintió y echó a andar hacia el ascensor.

—¿Así que el presidente se ha convencido del todo de la teoría de los terremotos?

Virginia apretó el botón del ascensor neumático para llamarlo y bajar al nivel siete. Después relató los horribles hechos del asalto a la casa de Tomlinson.

Jack y Carl se quedaron callados y entraron en el ascensor. Virginia los siguió y las puertas se cerraron.

—Los rusos derribaron lo que creen que es un avión de las Fuerzas Aéreas estadounidenses que transportaba un equipo extraño. Dicen que estaba transmitiendo el mismo tipo de señal de audio que la cinta del mar de Japón.

—Esta gente sigue un paso por delante de nosotros, quizá incluso dos o tres —dijo Everett cuando el ascensor llegó al nivel siete.

—Señor Everett, reúnase con Ryan, deme una lista de turnos y escoja un equipo de ataque listo para salir en cuanto los científicos desentrañen los secretos de esa placa. Virginia, ¿qué arqueólogo y personal con experiencia en excavaciones te puedes permitir enviar?

—Bueno, creo que enviaremos a los mismos que acaban de estar allí, Sandra Leekie y su equipo.

—Me parece bien, pero los mínimos imprescindibles, doctora. No quiero críos en este viaje.

—¿Esperas que la Coalición te encuentre, Jack?

Collins había empezado a girar para encaminarse a las oficinas de seguridad, pero se detuvo en seco.

—Pregúntale al FBI si esos cabrones sin conciencia hacen lo inesperado. Sí, Virginia, nos estarán esperando. Ya fallaron una vez a la hora de conseguir el diamante; no creo que nada los vaya a frenar ahora.

La placa de bronce de quince mil años de antigüedad colocada en el centro de la mesa del laboratorio, en el medio de la sala, era un misterio para todas las mentes brillantes que la estudiaban. Varios técnicos de los departamentos de Estudios Arqueológicos, Forense e Ingeniería Matemática rodeaban el asombroso hallazgo, desconcertados por su funcionamiento.

La placa en sí tenía un diseño corriente. Comprendía dos láminas muy finas de bronce entre las que se encontraba un cristal de cuarzo recortado muy fino. Una imagen en 3-D proporcionada por Europa se proyectaba en una pantalla en la pared, y todos los demás departamentos, incluyendo Ingeniería Mecánica y Ciencias Nucleares, estaban estudiando la extraña placa desde sus propios laboratorios.

Los expertos en lingüística escudriñaban los símbolos grabados en la superficie de bronce, mientras que los ingenieros examinaban una pequeña protuberancia parecida a una concha que tenía el objeto en el centro exacto. La especie de concha estaba en ambos lados de la placa y tenía siete centímetros y medio de diámetro.

Pete Golding y Sarah McIntire se habían pasado por el laboratorio para ver el asombroso hallazgo que habían traído Jack y Carl. Se estaban tomando un descanso en la investigación de los pergaminos junto con otras cien personas. Se quedaron en la parte de atrás y sin molestar mientras los otros científicos cualificados asignados al mapa de la placa lo estudiaban y hablaban en voz baja entre ellos.

Pete dio otro paso atrás para echarle un vistazo al extraño diseño. Estaba mordiendo un lápiz y llevaba revuelto el escaso pelo que le quedaba. Parecía a punto de darse la vuelta e irse con Sarah cuando, de repente, se le ocurrió algo. Se volvió poco a poco y miró con más atención la concha central. Se aclaró la garganta.

Martha y Carmichael también estaban allí. Revisaban un informe lingüístico sobre los extraños símbolos cuando oyeron a Pete intentar captar la atención de todo el mundo.

—La pieza central del objeto, damas y caballeros, ¿se han formado una opinión sobre la misma?

Virginia Pollock, que estaba sentada junto a los dos antiguos, se volvió hacia el director del centro informático.

—Como con los otros símbolos de la superficie del objeto, la conclusión es que es un símbolo en 3-D del sol. Si mira con atención las partes grabadas en la placa, el equivalente exacto es el sol, que está con toda claridad junto al de la luna en cuarto. Las líneas del centro del sol puede que solo sean un adorno colocado ahí por quienquiera que grabara los símbolos.

—Una concha —murmuró Pete sin dejar de masticar el lápiz.

—¿Disculpe? —preguntó uno de los ingenieros de diseño desde donde se encontraba, junto al mapa.

No todos los presentes en el laboratorio habían entendido lo que había dicho Pete.

Sarah le dio a Pete un golpecito en el hombro y señaló el lápiz que tenía en la boca.

Pete lo comprendió al fin y se quitó el utensilio.

—El sol, como lo han considerado, está en el centro de la placa, y se parece a la apertura de una concha.

Martha miró al extraño director del centro informático y después dio unos golpecitos a Carmichael en el brazo para captar su atención.

—Profesor Golding, su ciencia es una ciencia exacta, pero a veces las tecnologías antiguas no lo son. Si quiere acercarse más a la placa, verá que las líneas grabadas en la representación del sol encajan a la perfección. Nadie en la antigüedad podía conseguir que piezas separadas de metal encajaran con tanta precisión, hasta el punto de que no hay ninguna separación discernible entre las dos. Créame, profesor, las líneas están grabadas en el bronce.

Pete echó un vistazo hacia el científico del departamento de Ingeniería Mecánica y después se acercó más a la placa. Sarah se mordió el labio, sabía que Golding se estaba excediendo. Lanzó una mirada a Virginia y le dedicó una sonrisa inquieta.

Pete miró con mucha atención la protuberancia y después el símbolo del sol en el fondo de la gran placa. Se colocó después en el otro lado de la mesa de laboratorio y observó la protuberancia desde ese lado y después el fondo de la placa. Allí no había símbolos. Había, sin embargo, dos pequeños puntos de bronce que sobresalían de cada una de las esquinas inferiores de la placa.

—La tapa de un objetivo —murmuró.

—Pete, ¿Sarah y tú no tenéis un equipo en el nivel quince que estáis supervisando? —preguntó Virginia.

—Espere, por favor —Carmichael había clavado los ojos en Pete—. Joven, ¿ha dicho «tapa de objetivo»?

Pete levantó la vista de la placa y se subió las gafas por la nariz.

—Sí —dijo mientras intentaba concentrarse en el anciano.

—Pete, agradezco tu ayuda, pero no es como la apertura de una concha —dijo un exasperado ingeniero—. Los bordes encajan demasiado bien. Mira. —Sacó un pequeño destornillador de joyería, colocó la punta en los grabados de ocho líneas y tanteó. Intentó meter el destornillador y levantar lo que fuera, pero el pequeño objeto no encontró sitio en el que encajar y hacer palanca para separar las mitades—. ¿Ves?, tendría que haber sido producido en una máquina de control numérico moderna.

Pete miró al ingeniero y luego a Sarah, que estaba lista para sacar al cansado informático del laboratorio. No obstante, no lo intentó. Pete sacudió la cabeza.

—Los símbolos de la parte delantera no están duplicados en la de atrás. Lo único que hay por el otro lado son la concha, o el sol si lo prefieres, y los dos puntitos que asoman en las esquinas inferiores de la placa.

—Ya vimos los puntos de bronce. Es posible que sean marcas de fundición de cuando se forjó la placa —dijo el mismo ingeniero, que también miró a los demás en busca de apoyo. Recibió asentimientos de conformidad de todo el mundo.

—Lo siento. No creo que esos dos puntos sean marcas de fundición de un molde. Pero sí que se parecen a algo con lo que yo trabajo bastante a menudo.

—¿Y qué es, joven? —preguntó Martha.

Pete miró por el laboratorio hasta que encontró lo que estaba buscando. Sonrió con gesto incómodo cuando desenchufó un búfer de mano y miró el cable eléctrico. Después cortó el enchufe de tres clavijas con un cuchillo de precisión y partió el cable en dos, uno positivo y otro negativo. A continuación, sujetó un extremo al trozo inferior izquierdo del bronce y después repitió el proceso con el derecho. Envolvió el cable alrededor de los trozos varias veces.

—Corto el enchufe porque no quiero freír lo que haya dentro… si hay algo. Así que… —Pete miró a su alrededor y vio lo que quería—. Joven, ¿quiere pasarme la pila de esa grabadora digital, por favor?

La técnica quitó la parte de atrás de la grabadora y le dio a Pete una pila pequeña.

—Muy amable, gracias. Quizá sea suficiente, pero no estoy seguro. —Pete colocó un lado del cable en el polo positivo de la pila. Después alzó la vista y miró a los hombres y mujeres que lo rodeaban—. Bien, allá vamos —dijo cuando colocó el otro extremo del cable partido en el polo negativo.

Todos los ojos se concentraron en la placa, pero no pasó nada. Pete colocó bien los cables en la pila para que la conexión fuera mejor y… nada.

El ingeniero mecánico que estaba más cerca de la placa sonrió.

—No pasa nada, Pete; al menos has eliminado la idea de futuras consideraciones. Las líneas son solo líneas y no secciones separadas. —Dio unos golpecitos en el bulto de la placa—. Son demasiado precisas para…

Salió un pequeño siseo de la placa y varias personas ahogaron un grito de sorpresa. La pequeña concha dibujó un círculo de derecha a izquierda y se abrió, revelando así una protuberancia de cristal por delante y por detrás.

—Bueno, en cierto modo tenías razón, la mecánica no permitía que las secciones se separaran, pero sí permitía que se expandieran y abrieran. ¡Vaya! —dijo Pete al tiempo que se acercaba más a la placa y miraba.

—Quién me lo iba a decir —dijo el ingeniero.

—No te sientas mal, es posible que lo hayan liberado tus golpecitos en la apertura. Después de todo, puede que hayan pasado quince mil años desde la última vez que se abrió.

Sarah miró a Pete y a Virginia. Los dos sonrieron cuando se dieron cuenta de que a veces los expertos podían estar demasiado cerca de los objetos que estudiaban, mientras que una persona ajena podía entrar y ver algo que los otros no veían. Pete Golding, sin embargo, no era una persona ajena; era una persona con un cerebro que podía pensar mucho más rápido que la mayoría. Estaba casi al mismo nivel que Niles Compton.

Pete soltó el cable eléctrico y la concha continuó abierta. Después se colocó en la parte delantera de la placa y la examinó otra vez.

—Estos símbolos no se corresponden con ningún otro en los archivos de historia, ni siquiera con los jeroglíficos que estudiamos en los pergaminos que descubrimos. —Se volvió para mirar a los dos atlantes—. ¿Y estos símbolos no significan nada para ninguno de ustedes dos?

—No estamos familiarizados con ellos, no.

El profesor de lenguas antiguas, que había pasado varias horas con Carmichael y Martha aprendiendo las bases de la lengua muerta de la Atlántida y que había usado una combinación de palabras escritas y jeroglíficos para que fuera más fácil estudiar el lenguaje escrito de los pergaminos, se volvió de nuevo hacia la placa y se pasó la mano por el pelo.

—Estamos perplejos, Pete.

Pete se aproximó a la placa y pasó los dedos primero por los símbolos y después, con lentitud, por el agujero del centro, donde sobresalía el cristal encajado. Los otros técnicos lo miraron y sacudieron la cabeza, pensando que el genio informático solo estaba molestando. Los dedos del informático tantearon sin prisa las líneas profundas de los símbolos y después dio un paso atrás y los miró.

—De acuerdo, Virginia ha explicado que tenemos poquísimo tiempo. Así pues, debemos encontrar lo más parecido por otros medios. En primer lugar, concentremos nuestros… disculpen… deben concentrar sus esfuerzos en el cristal de dentro. El bulto del centro, la parte anterior y posterior, es la clave. Ahora lo sabemos, puesto que la abertura estaba ahí como protección. Yo diría que es una lente de algún tipo. —Miró a su alrededor con la esperanza de que los otros científicos no se ofendieran.

—Continúa, Pete, parece que estás en racha —dijo Virginia desde su asiento.

—Europa, pregunta —dijo el informático, que se irguió y examinó la realidad virtual en 3-D proyectada en la pantalla—. Análisis con rayos-x del cristal que hay entre las dos mitades de bronce, por favor.

«El número exacto de defectos hallados en cinco profundidades separadas del cristal es de siete mil millones cincuenta y dos mil».

—Explica el análisis de las profundidades, por favor.

«Defectos hallados en 1,7, 1,8, 2,7, 2,9 y 3,1 centímetros de la profundidad del cristal de la placa y 1,9, 2,1, 2,5, 2,8 y 3,2 centímetros de anchura».

—Eso no puede ser —dijo Sarah desde su posición delante de la proyección—. Si el cristal tiene defectos, como fracturas naturales o anormalidades en la formación, no estarían colocados a profundidades exactas y serían mucho más aleatorias en su anchura; estarían por todo el cristal y desde luego no solo a ciertas profundidades.

Pete Golding escuchó la explicación geológica experta de Sarah, pero no hizo ningún comentario. En su lugar, examinó los defectos tal y como se veían en las proyecciones frontales y laterales que se habían enviado a través de Europa desde un microscopio electrónico y un dispositivo de rayos X.

—Damas y caballeros, volvamos a concentrar nuestros esfuerzos en los símbolos una última vez. Como he dicho antes, encontraremos sus parientes más cercanos en la familia lingüística de otros idiomas y símbolos del mundo antiguo.

Varios miembros del departamento de Idiomas Antiguos se miraron unos a otros, pero se hicieron a un lado por deferencia al genio de Pete, que iba mucho más allá de lo convencional.

—Europa, los tres símbolos dispuestos en la parte inferior de la placa, por debajo del cristal expuesto en el centro. —Pete sacó una pequeña linterna de entre los muchos bolígrafos y lápices que llevaba en un estuche de plástico en el bolsillo de la camisa, la encendió e hizo pasar el haz brillante por el agujero del centro, pero no produjo nada más que luz normal al otro lado—. Afirmaste en tu informe anterior que no hay referencia en el archivo histórico lingüístico de ninguna palabra, símbolo o jeroglífico conocido, ¿es eso correcto?

«Correcto, doctor Golding».

—Pregunta: ¿Cuáles son los equivalentes jeroglíficos o de símbolos más similares a los tres símbolos tal y como se pueden tomar de todas las civilizaciones conocidas a lo largo de la historia, preferiblemente de los primeros ejemplos?

«Formulando», respondió la voz femenina de Europa.

Sarah se acercó adonde se encontraban Martha y Carmichael y los miró con una expresión interrogante. Los dos se encogieron de hombros, pero también sentían curiosidad por saber adónde quería llegar Pete.

«Solo hay un símbolo conocido reconocible en el archivo histórico lingüístico. El símbolo central designado con el número dos tiene parecido con el antiguo símbolo sumerio de “tormenta”, tal y como se puede tomar de los jeroglíficos descubiertos en 1971 fuera del actual Iraq».

Pete empezó a repetir la palabra sin parar en su cabeza mientras se paseaba delante de la imagen de la pantalla. Después se acercó y volvió a iluminar el agujero con la linterna. Al poco sonrió, se irguió y miró a Sarah.

—¿No hay forma de que esos defectos pudieran ser una casualidad de la naturaleza y que se formaran de modo natural?

—Imposible. Ni siquiera podría empezar a calcular las probabilidades de que estuvieran a cinco profundidades exactas.

—Esto es imposible —dijo Pete con una sonrisa—. Europa, pregunta: Al nivel actual de magnificación del microscopio electrónico, ¿hay alguna indicación de algún otro defecto en el cristal que está metido entre las láminas?

«Ninguna, doctor Golding».

—Por favor, pídele al microscopio electrónico que repita el escaneo lateral del cristal interior y aumenta la potencia de magnificación con cada pasada, continúa el escaneo lateral hasta que se detecte un defecto en el grosor. Continúa hasta que la potencia de magnificación alcance el límite.

—Pete, me estás perdiendo a mí y a todos los presentes —dijo Sarah, pero cuando, después de mirar a su compañero, miró a la sonriente pareja que tenía al lado, fue consciente de que los tres estaban pensando lo mismo.

«Escaneo microscópico completo. Cinco secciones nítidas fabricadas, halladas en un ajuste de una potencia de un millón».

—¿Qué? —exclamó uno de los ingenieros—. Eso es imposible. ¡Ni siquiera hoy somos capaces de hacer eso!

Sarah y la mayor parte de los presentes estaban confusos.

—Europa, ilumina a nuestro público sobre las secciones mencionadas.

«Cinco secciones, fabricadas como virutas separadas de cristal, colocadas juntas como una superficie plana, lo que indica que los defectos anteriores no eran defectos, como se informó antes, sino símbolos superficiales grabados en las cinco placas de cristal independientes».

La proyección cambió y Europa produjo una imagen animada que mostraba los lados de cinco superficies de cristal separadas que se juntaban para formar una única placa de cristal plana, casi sólida. La imagen rotó y vieron lo que habían pensado que eran defectos dentro de las placas de cristal y a las profundidades que había indicado Europa.

—Es imposible. Ni siquiera hoy en día podemos nivelar dos superficies hasta ese punto sin una separación importante a lo largo de cada una de las superficies a unir. ¡Tecnológicamente, es imposible!

Pete miraba la imagen que rotaba y sonreía.

—No obstante, ahí está. —Se volvió y miró a Martha y Carmichael—. Una raza asombrosa de personas, desde luego.

—¿Pero por qué hacer esto? ¿Qué carajo es esto? —preguntó el director de Lingüística.

—Creo que lo que estamos mirando es un antiguo disco visual. Igual que lo que usamos hoy en día en el centro informático —dijo Pete—. ¿Pueden traernos unos cables eléctricos y acoplarlos a la conexión de bronce de la parte posterior de la placa, por favor?

Mientras los ingenieros le daban la vuelta a una gran caja que proporcionaba veinticinco mil voltios de electricidad móvil, Pete intentó explicar su teoría lo mejor que pudo.

—El símbolo del medio que Europa dijo que se parece a un antiguo jeroglífico sumerio que significa «tormenta»… Bueno, si ven lo que yo veo, es evidente. Los objetos redondeados que parecen colinas o montañas son en realidad nubes; así pues, Europa vio la «tormenta» de origen sumerio. Sin embargo, la línea en zigzag que hay debajo es un misterio. Creo que no es una tormenta cualquiera, sino una tormenta eléctrica. Un rayo, si quieren. Y esta línea de aquí —y señaló la línea fina con dos puntos en la parte delantera y trasera—, no la reconocimos porque es una vista lateral de esta misma placa de bronce que tenemos delante. Lo apreciarán aquí; en el centro de la placa hay dos protuberancias de cristal. Damas y caballeros, lo que ven es una lente, así de simple.

—¿Un proyector? —preguntó Sarah.

—No solo tenemos un proyector, sino también un disco de vídeo dentro del proyector, mi querida Sarah. Y no solo eso, creo que, hablando de forma rudimentaria, por supuesto, las personas que inventaron esto estaban usando una forma tosca de electricidad.

Varias personas empezaron a decir cosas como «imposible» y «de eso nada», pero Pete se limitó a sonreír y mirar por la sala.

—¿Podríamos acercar también el láser portátil, por favor? —les preguntó a los ingenieros mecánicos, que hicieron lo que les pedía—. Europa, quita las imágenes actuales de la pantalla. —Las imágenes de la placa se desvanecieron—. ¿Podríamos bajar las luces? No sé muy bien lo eficiente que será esto.

Las luces se bajaron y Pete acopló los dos cables eléctricos a los lados de la gran placa.

—Lo que estamos haciendo es suministrar electricidad al conductor del mecanismo, en este caso bronce, un buen conductor y muy eficiente, mucho más que nuestra pequeña pila. Al hacerlo, según creo, vamos a estimular algo que se colocó en lo que pensamos que eran pequeños arañazos o defectos en cada una de las placas de cristal que están engranadas. Ahora colocaremos el láser y lo haremos brillar a través de la apertura del cristal central, o lo que los antiguos usaban como lente.

Pete conectó la corriente y después maniobró el láser para acercarlo a la placa, tras lo cual lo centró en la lente. Al otro lado apareció una luz muy borrosa en la pantalla. Pete primero apartó el láser del agujero y la nitidez empeoró. Después la volvió a ajustar, esa vez acercando el láser hasta que casi tocó la protuberancia de cristal. De repente, la imagen se aclaró y surgieron unos veinte dibujos esquemáticos. Ubicaciones en mapas y lo que parecían números y más símbolos. Sin embargo, a medida que las imágenes tomaban forma, todos pudieron ver con claridad que el centro de la ilustración era un duplicado exacto del antiguo mapa recuperado en Westchester, Nueva York. Allí estaba el Mediterráneo, y en su centro exacto estaban las islas anilladas de la Atlántida.

—¿Podemos aumentar la corriente eléctrica, por favor, en, digamos, eh, cinco mil voltios?

De repente oyeron un ligero zumbido y la lente giró en la placa, dio vueltas hacia fuera y al mismo tiempo se hizo más cóncava. Entonces las imágenes verdes y azules se redondearon y las representaciones parecieron salirse de la pantalla del proyector y formar un holograma en tres dimensiones. Los científicos reunidos se quedaron asombrados cuando las ubicaciones en África, España y después la propia Atlántida flotaron ante sus ojos. Pudieron distinguir incluso un enorme acueducto que se elevaba trescientos metros sobre las arenas del delta del Nilo y se extendía por el Mediterráneo hasta la isla.

—Los miles de millones de arañazos microscópicos que hay dentro de los cristales incrustados, cuando se unen, forman estas imágenes holográficas. Cuando están separados, son planos y carecen de significado. La lente debe de estar estratificada con diferentes grosores para crear este holograma. Las matemáticas implicadas ya solo en eso están únicamente en el reino de Einstein. Su destreza con los cristales es una de las claves de su civilización.

Uno de los cuatro matemáticos dio una palmada y, de hecho, se metió dentro del enorme holograma.

—¿Qué ve, profesor Stein? —preguntó Virginia.

—Cuando Pete mencionó a Einstein se me ocurrió. Estos símbolos de la parte de abajo del holograma, creo que son una clave de su sistema matemático. Es muy parecido al sistema que tenemos hoy. No se lo creerá, pero pienso que estos de aquí… —Señaló los símbolos del centro del holograma flotante, y después se apartó de repente, como si se sintiera idiota al pensar que podía tocar la imagen—. En fin, que juro por mi doctorado que estos símbolos son sus números primos. Los mismos que los nuestros, como demostró Euclides en el 300 a. C.: dos, tres, cinco, siete, once, trece, diecisiete, diecinueve, veintitrés, veintinueve y demás.

—Y estos números justo en el centro del mapa, en el Mediterráneo, y estos dos juegos, uno en Egipto y otro en Etiopía, y otro más en el anillo oriental externo de la Atlántida… ¿ahí es donde estaría Creta hoy? —preguntó Pete.

—No lo sé todavía, pero creo que podemos desentrañarlo bastante rápido. Eran personas brillantes y muy avanzadas, pero ahora que sabemos que utilizaban los mismos números primos que nosotros, podemos descifrar esto bastante rápido.

Virginia se acercó al holograma y pasó la mano por las imágenes verdes y azules. Después se centró en dos zonas del mapa de la Atlántida.

—Esta zona parece que podría ser la única parte que queda de la Atlántida sobre el agua; tiene razón, solo podría ser Creta. —Después movió la mano e indicó la zona que Stein había indicado en Egipto—. Estoy segura, no, profundamente convencida, de que son coordenadas. Es más, profesor, tiene razón, utilizan el mismo sistema de números primos que nosotros. Son longitudes y latitudes.

—Tienes razón, joven Virginia. Si leo bien, es 25,44 norte y 32,40 sur. Europa, ¿puedes verificar la ubicación de las coordenadas, por favor?

«Las coordenadas indicadas 25,44 N, 32,40 S, señalan una ubicación en el valle meridional de la nación de Egipto, valle llamado en los mapas locales y mundiales Valle de los Reyes, llamado así por los…».

—El Valle de los Reyes —dijo Martha desde su silla, interrumpiendo en seco la elaborada respuesta de Europa.

Con tantas imágenes emanando del antiguo disco, la que ocupaba el espacio más grande era la representación gigantesca del continente anillado. En el gran centro del mismo estaba la capital y muy por debajo (kilómetros por debajo, según parecía) había grandes cuevas con una multitud de túneles y pasajes.

Sarah vio algo que le llamó la atención.

Metió la mano en la imagen proyectada de Egipto, después dio un paso a la izquierda y miró los símbolos que rodeaban la actual Creta y el Valle de los Reyes. Otra imagen mostraba lo que parecían escaleras gigantescas que se internaban en la tierra dibujando una espiral y al final de esas escaleras, una en Creta y una en Egipto, había grandes túneles que llegaban hasta la isla central de la Atlántida. No, se corrigió, pasan por debajo de la Atlántida.

—¿Qué carajo estamos mirando aquí, Sarah? —preguntó Pete.

—Por los pergaminos que hemos descifrado hasta el momento, nos hemos enterado de que se raptaban esclavos en muchos países, personas que desaparecían de forma misteriosa de vez en cuando. Ahora mira esto, el Valle de los Reyes, donde se depositaba a los faraones para su viaje al inframundo. Bien, creo que es posible que hayamos encontrado la puerta principal y la trasera de ese inframundo, las puertas a una ciudad y una civilización que se hundió hace casi quince mil años.

Virginia no estaba escuchando. Una vez más pasó la mano por el holograma flotante, esa vez por el terreno de África.

—De momento, todo lo que no sean los pergaminos debe quedar a la espera. Necesito las coordenadas exactas de esta ubicación de aquí. Yo diría que es Etiopía —dijo Virginia cuando se volvió para mirar a los otros—. Pete, gracias por guiarnos. De ahora en adelante, puedes meter las narices donde te apetezca.

Pete se sonrojó y asintió para dar las gracias.

—Voy a alertar al presidente y al director Compton, en Washington, de que voy a declarar de forma oficial un Evento. —Se volvió hacia Pete una vez más—. Tendrás que prescindir de Sarah de momento. Reúnete con el departamento de Cartografía y Europa y consígueme esas coordenadas exactas en Etiopía en cuanto puedas, ¡y me refiero a ya mismo!

Tanto hombres como mujeres empezaron a moverse y Pete salió disparado por la puerta; Virginia cogió el teléfono y apretó el botón del intercomunicador.

—Atención a todos los departamentos: acaba de declararse una alerta de Evento. Necesito que el coronel Collins y su equipo de descubrimiento se presenten para ser informados dentro de diez minutos. Esto no es ningún simulacro.

El Grupo Evento se puso en acción en todos los niveles del complejo. Alice metería en Europa las directrices oficiales para el equipo de descubrimiento y después se enviarían las órdenes, de las que quedaría constancia en todos los ordenadores de los diferentes departamentos, listas para cualquier medida que tuvieran que tomar las distintas divisiones.

La mayor parte de los presentes salió de la sala, pero Sarah se quedó donde estaba, mirando un patrón extraño de líneas que estaban en grupos de cuatro. Uno de ellos tenía la forma aproximada del continente norteamericano, mientras que los otros grupos le resultaban desconocidos. Por alguna razón, el mismo pensamiento fugaz entró y salió de su memoria igual de rápido. Decidió que no era nada de importancia de momento y se fue.

Abajo, en seguridad, Jack oyó el anuncio de la alerta y miró a Carl desde su escritorio.

—Solo dieciséis horas, no está mal —dijo Jack.

—¿Bueno, así que esperas encontrarte a nuestra amiga rubia en Etiopía, eh?

Jack se había levantado y había echado a andar hacia la puerta, pero se detuvo al oír a Carl y se volvió. Su mirada era intensa.

—Cuento con ello, marinero.

Cinco minutos después, Collins y su equipo de descubrimiento estaban en Logística, sacando suministros para la excavación en Etiopía, cuando se emitió el siguiente anuncio.

—Atención, la orden de Evento se ha cancelado; la dotación de seguridad del Equipo de Descubrimiento Fénix puede retirarse. El equipo de excavación continuará los preparativos. Coronel Collins y capitán Everett, preséntense en la sala de reuniones principal.

Everett miró a Jack.

—¿Qué mierda es esta?

Virginia se paseaba por delante del gran monitor del extremo izquierdo de la mesa de reuniones cuando Jack y Carl entraron en la habitación. Alice estaba tomando notas y parecía muy pequeña siendo como era la única sentada a la gran mesa.

—Niles, Jack y Carl están aquí. Se lo explicas tú a ellos.

Collins miró a Virginia y tomó posiciones delante de la pantalla de alta definición.

—Niles, ¿qué pasa? Tenemos que estar en un avión en unos veinte minutos —dijo Jack mientras miraba el rostro cansado de Niles.

—Jack, el presidente ha ordenado que os retiréis tu equipo y tú. Piensa que la importancia de ese mecanismo dicta que esta sea una operación militar de recuperación.

—¿Y qué coño somos nosotros, polis de alquiler? —preguntó Everett con tono colérico.

—Capitán, usted no es consciente de las presiones que se están sufriendo aquí. No iba a añadir más carga a la que ya tiene el presidente discutiendo este punto más de lo que lo he hecho. —Todos vieron que Niles se obligaba a calmarse—. Mirad, sabe el trabajo que hicisteis los dos en Pearl; si no hubiera sido por eso, jamás habría comprendido del todo la importancia de ese mecanismo que busca la Coalición. El Consejo de Seguridad se sentiría mejor si se envía a un equipo de Operaciones Especiales con la profesora Leekie.

Jack sabía que no tenía sentido intentar discutir ese punto. Respiró hondo para calmarse, era consciente de que Niles, con toda probabilidad, había luchado mucho y solo para perder la discusión con el presidente.

—Jack, ¿has oído hablar de un tal mayor Marshall Dutton?

—Jesús —fue todo lo que Jack dijo cuando bajó la cabeza.

—¿Quién es, Jack? —preguntó Carl.

—Un oficial de carrera que lo lleva todo por el libro y es muy, muy predecible. Niles, ¿es que no aprendieron nada cuando vieron volar al FBI por los putos aires o cuando vieron que a los seals los diezmaba esta gente? Estamos tratando con un elemento que sabe hacer una cosa especialmente bien, y es matar.

—Lo sé, pero no puedo sentarme aquí y discutir con el Consejo de Seguridad sobre los detalles clasificados de la dotación de seguridad de nuestro Grupo y su pericia.

—La mujer que se nos escapó en Hawái no va a dejar que entremos tan tranquilos en Etiopía y cojamos el objeto que ellos necesitan con tanta desesperación —dijo Jack. Miró a su alrededor y después otra vez a Niles, en el monitor—. Va a estar allí, Niles. Etiopía no es tan grande como para ocultar a un puñado de americanos excavando en la arena.

—Coronel, a ese tal mayor Dutton se le ha informado sobre las capacidades del enemigo. La situación, dejando aparte la excavación en sí, está fuera de nuestras manos. —Niles los observó como si fuera un conspirador intrigando para conseguir algo. Después miró a la cámara y alzó la ceja izquierda.

Alice sonrió desde donde estaba sentada a la mesa.

—Prestad atención. Conozco esa mirada —susurró.

—Coronel Collins, durante la solicitud formal para realizar la excavación, el presidente habló con el vicepresidente Salinka de Etiopía, que nos concedió la petición al momento. Citó la hazaña que usted y sus compañeros de parranda llevaron a cabo al salvar a esos estudiantes en el Nilo Azul. Durante la reunión requirió que regrese usted a Etiopía para recibir su agradecimiento personal por salvar la vida de su única hija, Hallie. Así que voy a ordenar un periodo de gracia de cuarenta y ocho horas para que descansen y se recuperen el capitán Everett, el señor Ryan, Mendenhall y usted. Me imagino que podrían irse de pesca otra vez. Quizá al mismo punto donde atraparon a su último pez gordo.

Collins y Everett le dieron la espalda al monitor y dejaron la sala de reuniones sin otra palabra más.

Virginia se cruzó de brazos y miró la pantalla.

—Estoy empezando a pensar que se te están contagiando las malas costumbres de esos dos.

—No tengo ni idea de a qué te refieres. Bueno, tengo que irme, los norcoreanos acaban de enviar cinco divisiones más al sur de Pyongyang.

Tras esas palabras, el monitor se oscureció y con él la buena sensación que Virginia tenía sobre Niles y su subterfugio. El tiempo se acababa y la Coalición y los norcoreanos controlaban el reloj.

Fuerza expedicionaria americana Baker-Able

Seis kilómetros al este de Addis Abeba, Etiopía

Quince horas después

La doctora Leekie y su equipo de cuatro especialistas del Grupo Evento calcularon que la antigüedad de la mezquita en ruinas era de unos dos mil trescientos años. Lo que había sido un gran minarete y torre no eran ya más que un fantasma de la antigua estructura, tras haber caído en las arenas muchos cientos de años antes de la fundación de América. Los cimientos y las paredes que permanecían erguidas permitían que el viento aullara a su través con suaves gemidos.

Había aspectos de la mezquita que confundían a la estudiosa. Los muros supervivientes se habían levantado más o menos durante la época de Cristo, unos cientos de años arriba o abajo, le pareció. Sin embargo, los cimientos eran mucho más antiguos. Leekie no sabía lo antiguos que eran porque estaban construidos en un estilo que jamás había visto. No eran romanos ni griegos, y desde luego no eran egipcios.

—No hay mucho que ver, ¿eh? —preguntó Ryan, que estaba tirado entre Jack y Carl, observando por los prismáticos desde una elevación de arena.

—No mucho —contestó Everett en un murmullo mientras observaba a la profesora que seguía allí abajo, a poco más de medio kilómetro de distancia.

La profesora Leekie estaba tomando medidas dentro de la antigua mezquita con la ayuda de dos miembros de su equipo arqueológico y de Will Mendenhall, a quien Jack había colado en el equipo como ayudante de arqueología. Los trabajadores etíopes contratados por la profesora para la excavación permanecían de pie, observando desde debajo de una palmera datilera.

—Tengo que decirte, Jack, que espero de verdad que te equivoques en esto. El modo en que el mayor Dutton ha desplegado a sus hombres los deja muy expuestos. Mendenhall no hace más que mirar a su alrededor y no está nada contento.

Collins bajó los prismáticos y miró a Everett, pero dudó cuando se fijó en Ryan, con su nuevo conjunto del desierto, con óxido de zinc en la nariz y todo, incluida una gorra de béisbol azul con un pañuelo blanco colocado en la parte de atrás para proteger el cuello del sol. Jack sacudió la cabeza, después volvió a levantar los prismáticos.

—Señor Ryan, puesto que ya está vestido para ello, vaya a mil metros a nuestra retaguardia y vigile el desierto que tenemos a la espalda. Si Dutton no quiere desplegar a sus hombres como es debido, lo haremos nosotros.

Ryan se volvió y contempló la vastedad de la tierra baldía que tenía tras él con el entrecejo fruncido.

—¿Qué desierto? —bromeó.

Leekie estaba enrollando una cinta métrica cuando se acercaron el mayor Dutton y su jefe de pelotón.

—A los peones les va a costar horrores excavar en esta arena. Yo habría esperado mejor suelo para un lugar de enterramiento —dijo Leekie al tiempo que se protegía los ojos y observaba el rostro severo del mayor Dutton—. ¿Está seguro de que ha buscado bien las coordenadas que le dio mi gente?

—En mi oficio, señorita, saber leer un mapa es fundamental —respondió Dutton, y apartó la vista.

—Es «profesora», o, si lo prefiere, solo Leekie.

—Señora, le agradecería que continuara con su inspección. No se suponía que esto fuera a llevar tanto tiempo.

—No voy a darle una larga y aburrida charla sobre los peligros de los antiguos lugares de enterramiento, mayor. Un movimiento en falso y podríamos hacer que la zona entera se desplomara bajo nuestros pies.

—Bueno, ¿tiene algo de lo que informar?

—Todavía no —respondió la profesora, después les hizo un gesto a los peones para que se acercaran y utilizó al intérprete para ordenar que se hicieran varios agujeros de prueba en la arena para que su equipo realizara unas lecturas.

—Mayor, vamos a colocar unidades de ultrasonido portátiles en la base de lo que queda de los cimientos y dentro de los restos de la torre de plegaria. Si hay algo enterrado ahí, debería decírnoslo.

Jack se apartó de Everett y se levantó para vigilar la parte oriental del desierto. El sol de mediodía era abrasador; él permanecía quieto y escuchaba. Tenía ese extraño hormigueo en el estómago que le indicaba que no estaban solos en el desierto. Pero por más que lo intentaba, no sabía dónde podría esconderse un posible enemigo. No había mucho donde refugiarse, solo matorrales y arena. El Nilo Azul estaba a más de un kilómetro de distancia y cualquier fuerza que procediera de allí le habría dado advertencias de sobra al equipo de operaciones establecido en la mezquita.

Sacudió la cabeza y empezó a darse la vuelta, y cuando lo hizo vio una marca en la arena. Solo era una rodada, pero era una rodada que le resultaba conocida. No quería inclinarse para mirar y examinarla por si alguien lo estaba observando, así que se quitó las gafas de sol y se estiró, y al hacerlo observó la marca con más atención. Era una rodada en el sentido literal: almohadillada y con eslabones, el tipo de huella dejada por un buldócer o una pala excavadora. La habían recubierto, pero no la habían borrado por completo del suelo del desierto.

Se volvió a poner las gafas y se giró hacia la mezquita. Acababa de confirmar que el equipo de excavación no estaba solo en el desierto. Y también sabía que habían llegado demasiado tarde.

Mientras regresaba con aire relajado adonde Everett seguía observando el campamento y la mezquita, metió la mano en el bolsillo y palpó el tacto tranquilizador de su botón del pánico.

La profesora Leekie empezaba a frustrarse con su equipo. Le dio una palmada al ordenador portátil que había encaramado al muro roto y maldijo.

—Esta maldita arena es tan espesa que es casi impenetrable.

Dutton regresaba del perímetro del campamento, donde había comprobado las posiciones de sus veinticinco hombres. Sacudió la cabeza después de oír a Leekie maldecir su equipo. Vio que sus ayudantes regresaban después de instalar la última sonda de ultrasonidos por control remoto en la torre en ruinas de la mezquita.

—Hace quince mil años, esta zona era tierra de bosques con suelo compacto bueno para árboles y plantas. Este equipo no debería tener problemas para penetrar en unos puñeteros metros de arena y llegar a la tierra antigua que hay debajo.

—¿Qué ocurre, profesora Leekie, le falla la ciencia moderna? —preguntó Dutton con una sonrisa que enmascaraba su ira.

—Si tenemos que utilizar a los peones para quitar dos metros o más de arena antes de poder registrar la zona, vamos a eternizarnos. Déjeme probar con las sondas acopladas a los muros, su base debería estar más cerca de la antigua superficie del suelo, al menos dos mil años más cerca.

Dutton oyó maldecir otra vez a la profesora Leekie.

—Maldita sea, tengo mejores lecturas, pero sigue sin haber nada ahí. Ni metal ni espacio vacío que indique un pozo o una cueva… Maldita sea, creí… ¡Oh, mierda, coño!

Uno de los ayudantes del Grupo Evento se dio una palmada en la frente.

—Un segundo, doc. No conecté esa última sonda sónica.

Leekie sacudió la cabeza y observó al joven que regresaba trotando a la base de la torre de plegarias y se desvanecía por el arco de la puerta. Quería gritarle que no era necesario, pero luego decidió que al menos tenían que ser meticulosos.

—De acuerdo, doc, está conectada —exclamó su ayudante desde la abertura de la torre.

Leekie conectó con la frecuencia de la última sonda. Cuando apareció la imagen en la pantalla, la doctora solo vio una negrura redondeada, como si estuviera mirando el interior de un pozo antiguo. Le dio otra palmada enfadada al portátil.

—Este cacharro, juro… —Miró la base de la torre de plegaria. Era redonda. Después miró la pantalla otra vez. La oscuridad también era redonda. Alzó la vista de repente—. ¡No hay nada!

—Bueno, quizá se hayan equivocado ustedes y estamos aquí haciendo el ton…

—¡No, quiero decir que ahí no hay nada! ¡La sonda ultrasónica no capta nada bajo la arena dentro de la torre de plegaria, nada salvo espacio vacío!

—¿Qué pretende decir, profesora? —preguntó Dutton.

—Estoy diciendo que el espacio vacío que estoy mirando es un pozo cubierto de algún tipo, y que es profundo. Maldita sea, puede que sea este el sitio. ¡La mezquita está aquí para cubrir la abertura!

—Según la información que me dieron, nadie sabía nada de este punto hasta no hace mucho —afirmó Dutton—. Usted misma dijo antes que este lugar de enterramiento es anterior a todas las religiones. ¿Entonces por qué hay una mezquita aquí?

—¿Quién sabe? Quizá no era una mezquita al principio. Quizá era otra cosa hace mucho tiempo y las generaciones posteriores solo construyeron sobre los cimientos. —El bonito rostro de Leekie se iluminó con la respuesta a su anterior interrogante sobre la antigüedad de la mezquita y sus cimientos—. Dios mío, por eso las edades de los cimientos y los muros no coinciden. ¿No lo ve? ¡Todo encaja! Los habitantes de la zona, que no sabían que una estructura original cubría el antiguo lugar de enterramiento, han utilizado este sitio de forma repetida. No sabían que esta estructura estaba aquí literalmente miles de años antes de que su civilización naciese siquiera.

—De acuerdo, me ha convencido, profesora. ¿A qué espera? Vamos a recuperar ese mecanismo —dijo Dutton, impaciente por salir de allí.

—No me lo puedo creer —dijo Leekie al tiempo que cerraba de golpe el portátil. Sonrió, se levantó de un salto y le dio una palmada en el hombro al frío Dutton. Después corrió a avisar a los excavadores para desenterrar el pozo que había dentro de la destrozada torre de plegaria.

—Está emocionada por algo —dijo Jack mientras regulaba los gemelos—. Debe de haber descubierto el lugar de enterramiento.

Carl observó a Leekie, que daba órdenes apresuradas; la reservada profesora estaba más nerviosa de lo que cualquiera de sus colegas del Grupo la habían visto jamás.

—Maldita sea, Jack, no le habrás dicho que puede quedarse con el diamante, ¿verdad? —preguntó Everett.

Los cavadores etíopes trabajaban dentro del reducido espacio de la base de la antigua y derrumbada torre de plegaria. El sol ya había pasado su cenit, lo que hacía disminuir el calor de forma considerable. La arena estaba suelta y era difícil de mantener fuera del agujero que estaban cavando. Al fin una pala golpeó algo duro con un tintineo agudo, un sonido que Leekie siempre había identificado con el hallazgo de un tesoro enterrado.

Tres trabajadores se arrodillaron y empezaron a quitar con las manos la arena que quedaba, hasta que llegaron a una superficie lisa. Leekie se metió entre los trabajadores, se arrodilló y empezó a quitar con las manos los últimos rastros de arena.

—Una piedra tapa —dijo con lo que apenas llegó siquiera a susurro.

—¿Qué es una piedra tapa, doc? —susurró Mendenhall a su lado.

—En la antigüedad, civilizaciones como la egipcia y la griega utilizaban losas para… bueno… para cubrir cualquier cosa enterrada. Eran un elemento disuasorio para los ladrones de tumbas, y por lo general tenían maldiciones escritas en su idioma que advertían al intruso de que le acontecerían cosas terribles y sufriría una muerte horrible si quitaban la piedra tapa.

—Y supongo que esa es usted, ¿eh, doc? —preguntó Mendenhall, que se empezó a poner nervioso cuando la profesora mencionó la palabra «maldiciones».

—Sí, esa soy yo, teniente.

Leekie dio instrucciones a su equipo para que retiraran la gran piedra plana del agujero. Otros tres americanos y Will empezaron a tirar y a hacer palanca con largas barras de acero. La piedra se movió con facilidad, lo que sorprendió a Leekie; no esperaba que fuera tan fácil de mover después de miles de años.

—¿Nos traen unas luces por aquí? —exclamó la profesora.

En solo unos minutos, varias luces de alta potencia iluminaban el profundo pozo. Leekie sacó de su mochila un tubo largo lleno de un líquido verde. Partió la cápsula que había dentro del tubo y después agitó el líquido, que cobró vida. Cuando empezó a brillar con un tono verde vivo, lo tiró al agujero, donde no tardó en chocar con el fondo.

—Hay suelo plano debajo. Esto sin lugar a dudas es una excavación artificial.

Mendenhall observó a Leekie cuando esta sacó de un estuche un pequeño aparato que se parecía a una linterna, lo encendió y apuntó con él al pozo. Un láser rojo y fino captó parte del remolino de polvo, haciendo que el haz fuese visible. La profesora lo apagó después de solo un segundo y miró la lectura en el mango.

—Son solo veintidós metros y medio de profundidad. Podemos bajar rapelando.

Mendenhall pensó que ojalá estuviera el coronel allí para dirigir esta operación, pero no podía darle vueltas a eso en ese momento, así que metió la mano en su mochila y sacó el equipo que iba a utilizar para bajar ese corto trecho.

—Esa piedra tapa estaba en blanco, ¿verdad, doc?

Diez minutos más tarde, Mendenhall y dos de los boinas verdes habían clavado bien los postes para las cuerdas en el suelo firme más cercano a los cimientos de la torre. Después tiraron las cuerdas al pozo. Will fue el primero en tirarse por el borde, seguido de inmediato por los dos soldados de Operaciones Especiales.

Will dejó que la cuerda pasara con suavidad por la anilla que llevaba a la altura del vientre y solo golpeó la pared lateral dos veces mientras cubría los veintidós metros hasta el fondo. Mantuvo su posición algo más de medio metro por encima del suelo mientras examinaba la tierra compacta bajo el fulgor verde del palo luminoso. Vio terreno sólido debajo y solo entonces permitió que los últimos metros de cuerda se le deslizaran entre los guantes. Llegó al fondo y de inmediato iluminó la gran cámara con su linterna. Un momento después, los dos soldados alcanzaron el suelo y se reunieron con él.

—Hostia puta —dijo Mendenhall cuando su luz captó los rasgos grandes e intimidantes de dos estatuas que había en la pared contraria—. Creo que hemos dado en el blanco.

—Caray, eso sí que es impresionante —dijo uno de los soldados cuando vio la estatua más cercana, que medía más de tres metros y medio—. ¿Quién es?

—Zeus —contestó Mendenhall—. Escuchad —dijo después.

Los dos hombres de las Fuerzas Especiales se quedaron callados e iluminaron la sala de tierra con sus linternas. Las dos estatuas de Zeus, a ambos lados de un pasillo largo y oscuro, los observaban mientras miraban a su alrededor. Will iluminó el pasillo de dos metros y medio y vislumbró a lo lejos un saliente inclinado.

—Cuando estos tíos hacían un agujero, lo hacían de verdad —dijo Will, bajó la vista y notó algo en los límites externos del alcance de la luz.

—Qué coño… —Se inclinó hacia delante y palpó la tierra oscura. Estaba húmeda; cuando levantó los dedos hacia la luz, vio que los tenía rojos de sangre. Llevaba allí un tiempo, pero, sin sol que la secara, continuaba húmeda. Cuando apuntó con la luz el suelo, vio que estaba encima de una gran mancha que todavía no había empapado del todo la tierra.

Uno de los soldados pasó junto a Will y empezó a avanzar.

—El mayor Dutton quiere que este reconocimiento se haga lo antes posible —dijo cuando Mendenhall estiró la mano e intentó detenerlo.

Leekie había advertido a cada miembro del equipo que participaba en la excavación sobre el ingenio de los pueblos antiguos cuando se trataba de proteger su propiedad.

El sargento mayor solo había dado cuatro pasos. El quinto paso lo dio sobre un trozo de piedra que cubría una placa de presión conectada a un tarro de cerámica sellado. El tarro se rompió y soltó salfumán, que con los siglos se había hecho más fuerte. La sustancia quemó un antiguo cable hilado de cobre, que se partió con un agudo chasquido e hizo caer encima del soldado un muro sólido de bronce afilado como una navaja.

Mendenhall observó horrorizado la hoja de cuatro metros y medio de anchura que bajaba y partía en dos con toda limpieza el cuerpo del soldado, cuya espalda permaneció erguida. El muro se quedó allí cuando el horror de medio hombre se desprendió de la pared. Will echó a correr y empezó agacharse, pero después le pareció que era una pérdida de tiempo. En su lugar, apoyó las manos en el muro afilado y empujó hacia arriba. El muro se deslizó en el techo de la caverna con la facilidad de una persiana. Una vez que Mendenhall vio la otra mitad del soldado, se giró, pero no antes de pensar en la mancha de sangre que había visto momentos antes de que el sargento pisara la trampa.

Mendenhall sacó con lentitud la 9 mm de la parte posterior de sus pantalones y miró a su alrededor con un interés renovado; sabía que ellos no habían sido los primeros en entrar en la cueva.

Leekie tenía los ojos clavados en el agujero y estaba empezando a ponerse nerviosa cuando vio que Mendenhall no se ponía en contacto de inmediato. Se levantó y se sacudió la arena de los pantalones, después se alejó para ir a buscar su equipo para bajar rapelando. Cuando regresó, trepó al borde del túnel después de atar su cuerda a los postes.

Les sonrió a los miembros americanos de su equipo y estaba a punto de tomar impulso para saltar del borde cuando el mundo explotó a su alrededor. Un estallido que no vio llegar la arrojó por el borde del pozo. La anilla del vientre atrapó la cuerda, pero el impulso que llevaba, más el peso, fue demasiado para que la vuelta de cuerda la frenara y se precipitó por el interior del pozo.

Sintió la oleada de aire fresco y se espabiló lo suficiente como para estirar el brazo y coger la cuerda. Al hacerlo, frenó un poco el impulso que llevaba y pudo reducir la velocidad a la mitad, después a una cuarta parte, hasta que su espalda chocó con la tierra fresca del fondo.

El equipo de Operaciones Especiales respondió a los disparos de los helicópteros que habían pasado en un vuelo bajo después de que la primera andanada de misiles Hellfire golpeara los cimientos bajos de la mezquita. Los antiguos helicópteros de ataque AH-1 Cobra eran una leyenda en la aviación y se habían ganado el respeto de los soldados de infantería del mundo entero.

Los pilotos de la Coalición elegidos para esa emboscada eran muy buenos. Uno había sido adiestrado por los israelíes y otro por los británicos. Atacaron a la tropa que tenía en tierra el mayor Dutton con un efecto devastador. Proyectiles explosivos de 20 mm golpearon las posiciones y se incrustaron en carne y tendones con facilidad. Dutton tuvo suerte de momento, solo tres de sus hombres yacían muertos tras la primera pasada de los dos Cobras. El mayor vio que no podían continuar en terreno abierto y ordenó al pelotón que buscara la protección de la mezquita derruida.

Cuando por fin se metió detrás de uno de los cimientos bajos, el mayor sacó un pequeño transmisor parecido al que llevaba Collins. Apretó el botón de transmitir y dijo dos palabras.

—¡Río Pluma!

El primero de los dos helicópteros de combate Cobra sobrevoló en un vuelo bajo una duna recubierta de matorrales y liberó una cortina de cohetes que golpearon los muros medio derruidos de la mezquita. Varios soldados y cavadores quedaron enterrados vivos cuando las explosiones desgarraron aquella piedra antigua.

—¿Estáis listos para la sorpresa de vuestra vida, cabrones? —le chilló Dutton al segundo Cobra cuando hizo una pasada baja y comenzó a ametrallar las posiciones en las que se habían metido sus hombres.

Se oyó un rumor sordo y bajo procedente del sur y Dutton esbozó una sonrisa de anticipación. Estos capullos no saben con quién se están metiendo, pensó.

Mendenhall y el sargento que quedaba regresaron corriendo por donde habían venido, saltaron por encima de los mecanismos de presión que activaban la trampa mortal y que separaban la cueva de la excavación artificial de la parte posterior. La pendiente quedó casi olvidada cuando empezó el ataque por encima de ellos. Cuando se acercaron al pozo oyeron golpes secos y pesados y explosiones. Mendenhall fue el primero en llegar junto a Leekie y se arrodilló a su lado. El sargento de las Fuerzas Especiales levantó la mirada hacia el pozo y vio que un cuerpo caía contra la abertura, envolvía el borde por un momento y después caía hacia ellos.

—¡Cuidado! —exclamó.

El sargento apartó a Will y a la inconsciente Leekie del agujero justo cuando uno de los peones etíopes chocaba contra el suelo. Tenía un gran agujero en el pecho. El joven sargento se acercó a toda prisa y comprobó el estado del hombre.

—Está muerto —dijo, y después corrió hacia una de las cuerdas que colgaban.

—Bueno, la doctora está viva, solo se ha quedado sin aliento —dijo Will cuando levantó la cabeza—. ¡Eh, no hagas eso!

El sargento había llegado a una de las cuerdas y había empezado a subir por ella sin hacer caso de la orden de Mendenhall.

—Sargento, le ordeno…

El sargento cayó de repente hacia atrás. Se precipitó al suelo con un golpe seco y Mendenhall vio el agujero redondo y perfecto que le adornaba la frente.

—Mierda —maldijo Will. Después cogió en brazos a toda prisa a Leekie y se dirigió a la oscuridad de la cueva.

Collins estaba preparándose para bajar y ayudar en la defensa de la mezquita, pero Everett lo detuvo por la fuerza con una mano.

—¡Jesús, Jack, tenemos compañía! —dijo mientras miraba por los prismáticos.

Collins enfocó los gemelos a la izquierda y descubrió varios vehículos que se acercaban a la zona entre las dunas bajas. Después miró al cielo cuando el rugido de los reactores atronó sobre ellos. Dos Eagles F-15 se precipitaban contra los Cobras que atacaban. Ese era el plan de seguridad infalible de Dutton. Jack bajó los gemelos otra vez y vio que los vehículos se habían detenido y unos hombres estaban quitando unas lonas de las traseras de los camiones.

—¡Joder! ¡Es una emboscada! —dijo Jack con los dientes apretados—. ¡Esperaban que Dutton contara con cobertura aérea!

Everett siguió el ejemplo de Jack y enfocó los vehículos.

—¡Misiles tierra-aire!

—Esos pilotos de los Eagles son los patos de un puesto de feria —dijo Collins; dejó caer los gemelos y cogió la radio que llevaba en el cinturón. Buscó la frecuencia que utilizaba la expedición y apretó el botón de Transmisión.

—Aeronave americana, le habla un activo amigo en tierra, al sur. Aborte el vuelo de ataque. Repito, aborte el vuelo, tenemos misiles tierra-aire móviles rastreándolos desde…

Collins dejó de hablar, ya era demasiado tarde para salvar a los americanos; cuatro misiles pintados de marrón habían despegado de las plataformas de lanzamiento.

Los dos F-15 hicieron una pasada baja con un chillido y el piloto de cabeza apuntó al primer Cobra de la fila. Estaba a punto de disparar su cañón de 20 mm contra el fino blindaje del helicóptero de ataque cuando su alarma de amenazas comenzó a volverse loca. El piloto americano reaccionó demasiado tarde. Apenas había empezado a abortar el ataque cuando dos misiles tierra-aire alcanzaron a cada aparato y desgarraron sus armazones.

El mayor Dutton, colérico, llegó a olvidar incluso dónde estaba por un brevísimo momento y se quedó allí plantado, viendo la aeronave americana desintegrarse justo delante de sus ojos. Mientras maldecía la trampa que le habían puesto, su cuerpo se sacudió cuando diez cartuchos de 20 mm le destrozaron las entrañas. El chorro de muerte se extendió hacia la mezquita y los restos del equipo de las Fuerzas Especiales.

—¡Ryan! —exclamó Jack, que se quitó la mochila, la abrió y sacó varios cargadores extra de munición para su Beretta—. Ven aquí.

Everett se anticipó a la orden de Collins y empezó a despojarse de todo el equipo innecesario. Hurgó en su mochila y sacó un MP-5 con un mango plegable. Extrajo una bandolera de munición y se la colgó alrededor del cuello. Después, cuando Ryan se acercó, le tiró la mochila.

—Solo armas y munición —dijo Everett; colocó un cargador en el MP-5 y cargó el mango, con lo que metió una bala en la recámara.

—Joder, ¿qué me he perdido?

Jack metió la mano en su bolsillo, sacó su pequeño transmisor y rompió a toda prisa la cubierta de plástico que protegía el botón rojo del interior. Apretó el botón hasta que emitió un chasquido y después tiró el aparato. Dejó una bala en la recámara de su Beretta y después miró a Ryan y Everett.

—Tenemos medio kilómetro que cubrir. No sé si la doctora sigue viva, pero sé que Will debe de estar ya dentro de lo que Leekie encontrara en la base de la torre. Tenemos un objetivo: asegurarnos de que esos cabrones no consiguen el diamante. Listos… ¡Vamos!

Los tres hombres se levantaron y echaron a correr hacia la mezquita.

Llegaron otros cuatro vehículos con misiles tierra-aire y tomaron posiciones detrás de la misma duna que había ocultado a los primeros cuatro. Un Land Rover se separó del grupo de camiones. El pequeño vehículo se dirigió a la mezquita, los atacantes no vieron a los tres americanos que se levantaban y echaban a correr hacia la excavación porque los tapaban las dunas.

El Land Rover estaba equipado con una metralleta del calibre 50 encaramada encima, y un artillero empezó a disparar a los pocos hombres que quedaban tras los muros de la mezquita. Los dos Cobras no dejaban de hacer pasadas y disparar andanadas de balas de 20 mm contra los montones de escombros.

Los cuatro todoterrenos se detuvieron a solo quince metros de los muros y el artillero siguió disparando en dirección a las ruinas. Un sargento de las Fuerzas Especiales se levantó, disparó un cargador entero contra el vehículo de la Coalición y consiguió derribar al artillero, el resto de las balas rebotaron en el revestimiento y el cristal blindado del Land Rover. Un Cobra que dibujaba un círculo sobre ellos disparó los cohetes que le quedaban y mató al sargento antes de que pudiera ponerse a cubierto otra vez.

El vehículo arrancó poco a poco y empezó a avanzar cuando el fuego que devolvían desde la mezquita se disolvió en la nada. Saltaron tres hombres al exterior y corrieron a resguardarse. Uno de los Cobras se quedó suspendido en el aire, a treinta metros sobre la mezquita y cubrió al equipo de tierra que se iba acercando con cautela.

De repente, el último boina verde que quedaba se levantó y apuntó con un pequeño tubo y gesto arrogante al Cobra suspendido. El Stinger salió disparado de su lanzador con un chirrido. Los tres hombres dispararon al valiente que permanecía en pie observando el rastro del tubo de escape del misil que buscaba al Cobra de la Coalición.

El piloto del Cobra giró en cuanto el sistema de advertencia de aproximación de misiles se encendió. Tiró desechos y bengalas en un intento de escapar. Sin embargo, la distancia era demasiado corta y el Stinger muy rápido. El pequeño pero potente misil impactó contra la caja del motor de estribor y atravesó el propio motor. La cabeza explosiva estalló y voló el motor y los rotores, a los que separó por completo del armazón. El helicóptero de ataque cayó sin más desde treinta metros de altura, chocó contra la sección más grande de la mezquita y explotó.

Los tres hombres de la Coalición esquivaron los restos que salieron por los aires y se recuperaron de inmediato. El primer hombre en disparar se cobró una venganza rápida y terrible por su piloto derribado. Alcanzó al último de los soldados del equipo de tierra del mayor Dutton. La víctima cayó por la puerta de la torre y quedó tendida muerta sobre la arena. Los tres hombres se levantaron y le hicieron gestos al segundo Cobra para que los cubriera mientras ellos comprobaban las ruinas en busca de supervivientes.

Collins, Everett y Ryan vieron el ataque del boina verde al Cobra cuando se acercaron a la última duna, antes de salir al descubierto.

—Bien hecho —dijo Everett cuando vio estallar el helicóptero.

Los tres hombres redujeron el ritmo, se deslizaron por la arena y llegaron al borde de la última duna. Jack miró a su alrededor y vio que el último de los tres atacantes entraba en la base de la torre. Hizo una mueca cuando oyó disparos y gritos de hombres a los que derribaban a sangre fría.

—¡Maldita sea! —dijo Jack y se volvió a agachar—. Dutton debería haberse dado cuenta antes. Con la mezquita como baluarte, podrían haber rechazado a una brigada durante medio puto día. Tenemos que derribar a ese último Cobra.

—El único modo de hacerlo es dejando que nos disparen un buen puñado de balas.

—Hay que hacerse con el Land Rover; necesitamos ese calibre 50.

—Ojalá tuviéramos una puta granada, una sola —dijo Everett.

—Señor Ryan, usted es el más rápido. Si yo derribo al artillero del 50 desde aquí, ¿puede salvar esa distancia antes de que otro ocupe su lugar?

A Ryan le costaba respirar y no era solo porque hubiera corrido casi medio kilómetro. Estaba asustado.

—No; tendría que salir antes de que disparase. En nada de tiempo salta alguien ahí y empiezan a dispararnos otra vez. Yo puedo correr, y cuando se gire para disparar, le derribo. Eso me dará unos veinte metros que cubrir y el tiempo que necesito.

Collins miró al pequeño piloto de la Marina y asintió.

Everett sacudió la cabeza y le lanzó a Jack el MP-5. Sabía que a Ryan nunca le habían faltado huevos, pero lo que le hacía tan convincente era que siempre estaba cagado de miedo. Los hombres asustados siempre terminaban el trabajo.

—No te cortes a la hora de desperdiciar munición, aviador, vacía un cargador entero de 9 mm en ese techo solar —dijo Everett y después sacó su propia Beretta.

—Vale —dijo Ryan mirando al coronel—. No falle, o aquí se acaban mis días de surfear en el barco.

Collins se quedó callado, abrió la culata retráctil y después se envolvió el antebrazo con la correa del MP-5. Levantó la parte de atrás y la reguló para calcular la distancia. Después se colocó la culata en el hombro.

—De acuerdo, coronel —dijo Ryan, y después respiró hondo tres veces—. Haga algo de esas operaciones clandestinas que lo han hecho famoso —dijo al tiempo que salía disparado de la duna y corría como si el propio diablo lo persiguiera.

Quiso la suerte que Ryan saliera a descubierto justo cuando el Cobra que quedaba se giraba y ganaba altura. Ahí se le acabó la suerte. El artillero que iba a lomos de Land Rover debía de tener un instinto excelente para el peligro porque antes de que Ryan hubiera dado cinco pasos, el artillero empezó a girar la pesada arma hacia él. Para Jason Ryan fue como si todo fuera de repente a cámara lenta, a una lentitud surrealista, mientras esperaba que los proyectiles de gran calibre golpearan su pequeño cuerpo y lo destrozaran.

Jack mantuvo los dos ojos abiertos para apuntar. En su visión periférica vio el cañón largo del calibre 50 que se giraba hacia Ryan. Collins respiró hondo y expulsó la mitad del aire. Después apuntó otra vez, tomándose su tiempo. La mira estaba centrada en la garganta del tipo. Jack supuso que el MP-5 sufriría una sacudida que lo levantaría en la décima de segundo en la que salía la bala, así que ajustó el arma para tener en cuenta el retroceso y apretó el gatillo.

Ryan vio al artillero sonreír mientras él seguía corriendo. Sabía que el tipo tenía dos dedos en los gatillos de la metralleta, así que se concentró en correr más rápido todavía. Cuando estaba seguro de ser hombre muerto, Ryan sintió que algo pasaba zumbando junto a su oreja izquierda. Se preguntaba ya si el coronel se habría olvidado de él, cuando vio que la cabeza del artillero daba una sacudida hacia atrás y después el cañón del calibre 50 se alzaba poco a poco en el aire y el hombre caía hacia atrás contra el techo.

Ryan cubrió el resto de la distancia sin un solo pensamiento racional en la cabeza. Justo antes de llegar al Land Rover, se quitó de golpe las gafas de sol, golpeó el parachoques a la perfección, dio un salto y aterrizó en el techo. De hecho, empezó a disparar antes de apuntar al interior de la cabina y varias balas alcanzaron el techo con un golpe seco. Después ajustó la puntería y disparó a quemarropa a un hombre que se estaba levantando para ocupar el lugar del artillero; tras él le pegó un tiro al conductor, al que le sorprendió bastante su propia muerte.

Jack se levantó y junto con Everett salió corriendo hacia la mezquita. En el mismo instante, el último Cobra completó su giro y vio a los dos hombres salir del refugio de la duna. Viró de repente y se precipitó hacia los hombres que se apresuraban.

Ryan vio el Cobra, pero este no lo había visto a él. Saltó al techo y aterrizó en algo blando y húmedo. Cogió los mandos de la gran arma y rezó para recordar cómo se disparaba ese trasto. Era lo bastante bajo como para no tener que inclinarse para apuntar al aire con el cañón. Apuntó al Cobra atacante y disparó. Los primeros cinco cartuchos salieron volando del cañón y después el arma se le escapó a Ryan de las manos con una sacudida que estuvo a punto de romperle los dedos. Maldijo, volvió a coger el calibre 50 y apuntó. Esa vez se preparó y soltó un largo chorro de balas. Vio las trazadoras y ajustó el fuego hasta que se cruzó con el lento Cobra justo cuando este comenzaba a disparar su cañón de 20 mm contra Collins y Everett. El fuego de Ryan alcanzó la cabina, destrozó el cristal de la cubierta exterior y penetró en el piloto y en el hombre que manejaba el arma.

Ryan se quedó con la boca abierta cuando observó que el Cobra se daba la vuelta y caía. Los rotores se estrellaron contra la maleza y el pequeño helicóptero estalló en una bola de fuego.

A cincuenta metros de distancia, Jack y Carl se pararon, miraron el Cobra derribado y después otra vez a Ryan. El hombrecito de la Marina agitó las manos a toda prisa y después se agachó cuando unas balas de pequeño calibre golpearon el Range Rover desde atrás. Cuando Ryan se volvió, vio diez hombres que corrían en su dirección. Se le ocurrió durante una décima de segundo girar la metralleta hacia los hombres de la Coalición que los atacaban, pero decidió que, por ese día, ya había abusado lo suficiente de su suerte. Salió de un salto y corrió a la mezquita.

Collins y Everett atravesaron corriendo la abertura de la base de la torre y chocaron de frente con dos hombres de la Coalición que habían entrado sin que nadie los viera. Everett golpeó a uno de los hombres con tal fuerza que se estrelló contra el muro redondo, y cuando rebotó hacia Carl, este le disparó tres veces. El otro no llegó a vivir tanto, porque Collins, en un movimiento de último minuto, levantó su 9 mm y le pegó dos tiros en la cabeza. Everett estuvo a punto de dispararle a Ryan cuando este entró en la base de la torre.

Jack no esperó a los otros, se envolvió una de las tres cuerdas alrededor de la bota derecha y después cogió otro gran trozo con la mano. Segundos después, sin vacilación, se tiró por el pozo. Ryan y Everett lo siguieron. Ryan no sabía rapelar sin el equipo adecuado, así que se limitó a coger la cuerda y bajar mano sobre mano hasta que el material empezó a cortarle y quemarle la piel. Se deslizó por la cuerda, pasó junto a Everett y Collins y chocó con el fondo con un golpe seco.

—Mierda, joder —exclamó cuando rodó boca abajo. Everett y Collins aterrizaron con suavidad a su lado y se quitaron las cuerdas de los pies—. Creo que se os olvidó enseñarme ese pequeño truco de la cuerda —dijo cuando empezó a levantarse mientras se limpiaba la sangre de las manos.

—Lo siento. Me pareció que no teníamos tiempo para eso —dijo Jack, y se sacó la 9 mm del cinturón.

—Mierda, sí que está oscuro —dijo Everett, que intentaba escudriñar en la sombra que los rodeaba, más allá de la luz que bajaba por el pozo.

Arriba oyeron los sonidos de muchos vehículos acercándose a la mezquita.

El pie de Jack chocó con algo, así que bajó la mano y advirtió que era una bolsa de equipo. La sostuvo a la luz y vio que estaba marcada con el nombre de Leekie. La abrió y rebuscó dentro hasta que encontró lo que quería. Sacó una bengala fosforescente y la encendió. La levantó y la oscuridad dio paso a una luz brillante.

—Uau, creo que este puede ser el sitio —dijo Everett cuando le echó un vistazo a las estatuas.

Jack miró al suelo y vio un rastro que se alejaba de la antecámara de la cueva.

—Parece que allí hay otra abertura, Jack —dijo Everett señalando con el arma la gran cavidad.

Los tres hombres empezaron a avanzar con lentitud. Caminaron junto a los muros de piedra y tierra tallados para que parecieran columnas. Había diseños extraños grabados en ellas que representaban toros, discos o un sol ardiente, y mujeres y soldados con armadura que luchaban. Cubrían las paredes jeroglíficos idénticos a los que habían visto en los pergaminos que habían recuperado.

—Ah, Jesús —dijo Ryan, el asco teñía su voz.

Jack acercó más la bengala y vio la muerte horrible que había sufrido uno de los hombres de Dutton. Las dos mitades del cuerpo yacían desplomadas una junto a la otra, como si solo fueran ropa sucia a la espera de que alguien la recogiera.

—Cuidado dónde pisáis —dijo Jack, tiró la bengala al suelo y encendió otra. La mantuvo pegada al suelo de tierra y vio los dibujos del sol en la tierra compacta—. Mirad —dijo y apuntó la bengala al suelo. Después alzó la vista y apreció una gran ranura en la formación rocosa natural; había algo oculto a la espera de que alguien pisara los dibujos del sol.

—Ojalá estuviera Sarah aquí, conoce estas trampas mucho mejor que nosotros —dijo Ryan mientras se apartaba con precaución del hombre muerto.

Collins saltó por encima de las placas de presión tras asegurarse de que una trampa no llevaba directamente a otra. Entraron con lentitud y mucha cautela en lo que pensaban que era otra cueva, pero cuando llegó la luz y disipó la oscuridad, vieron que era una extensión artificial de la cueva natural. Jack vio el lugar en el que el saliente bajaba en una pendiente empinada delante de ellos.

—Escuchad —dijo.

—Una corriente de agua —aventuró Carl—. Muy fuerte.

Cuando entraron en la excavación más grande, Jack tuvo la misma sensación que había tenido antes, en el desierto. Alguien los observaba. Intentó ver más allá de la pronunciada pendiente, pero no había nada.

—¿Teniente? —gritó.

—¿Coronel?

Era Will Mendenhall, su voz despertaba ecos en las paredes justo debajo del borde de la pendiente. Se levantó, bajó su 9 mm y respiró hondo.

—No sabéis cómo me alegro de veros, tíos.

—¿Está Leekie con usted? —preguntó Jack.

—Está justo aquí. Creí que íbamos a tener que plantar cara hasta las últimas consecuencias. Iba a llevarme por delante a tantos de esos cabrones como pudiese.

La profesora subió cojeando por la pendiente y se unió a Will.

—Me alegro de que lo consiguiera, doc —dijo Collins cuando se adelantó.

—¿El mayor Dutton, su equipo? —preguntó Mendenhall.

Everett solo sacudió la cabeza.

—Mierda.

—¿Qué tenemos ahí abajo?

—No os lo vais a creer —dijo Mendenhall—. Enséñeselo, doc.

Leekie les hizo un gesto a los hombres para que la siguieran. Giró hacia el lado derecho de la pendiente y luego le pidió a Jack la bengala. Tocó con ella un pequeño saliente y la ladera entera se iluminó con un anillo de fuego. Resultó que el saliente era una depresión llena de algo antiguo, algo que olía muy mal. Everett, Ryan y Collins observaron el anillo de fuego, que iluminó una serie de columnas ornamentales que bordeaban cada lado de la pendiente, que a su vez llevaba a un río subterráneo que corría furioso delante de ellos. El agua fresca caía desde una gran cascada que salía por una abertura situada a unos veinte metros de altura. Cuando el agua chocaba contra el suelo, se formaba una bruma y después desaparecía al entrar en una cueva natural que tenía estalactitas y estalagmitas bordeando los salientes superiores e inferiores, haciendo que la cueva pareciera una boca abierta llena de dientes muy afilados.

La visión al otro lado del río fue lo que captó su atención. Ubicado justo al borde del agua, en la otra orilla, había un pequeño templo de mármol y arenisca que relucía bajo la luz falsa de la bengala. Dentro vieron un toro de bronce gigante, la cabeza y la pata derecha dobladas, como si manoseara el suelo, como si lo hubieran congelado en el tiempo en el momento de atacar.

—Eso sí que es algo digno de verse —dijo Everett mientras contemplaba la asombrosa pieza.

Mendenhall cogió a Collins por el brazo y se inclinó hacia él.

—No quise decírselo antes a la doctora, pero no fuimos los primeros en llegar aquí.

—Ya me lo había imaginado. Vi rodadas de equipo pesado en el desierto. Eso, junto con el hecho de que la Coalición golpeó con todas sus fuerzas, me dice que estaban cerca, a la espera de poder tender la emboscada.

Everett oyó la última parte de la conversación cuando se acercó.

—Si fuimos nosotros los que recuperamos la placa con el mapa, ¿cómo coño llegaron aquí primero? —preguntó Will, mirando a Jack y después a Carl.

—No lo sé. Después de buscarla durante miles de años, de repente aparecen de la nada. ¿Nos saltamos algo en Hawái?

—¿Nadie del grupo de Leekie entró antes que ustedes, teniente?

—No, señor; dos hombres de Operaciones Especiales y yo fuimos los primeros.

Leekie y Ryan se unieron al grupo.

—¿A qué estamos esperando? Vamos a coger lo que hemos venido a buscar —dijo la profesora cuando miró las tres caras serias que tenía delante.

—Yo soy el mejor nadador, Jack; puedo cruzar con la cuerda y atarla al otro lado —dijo Everett.

—Sí, pero no termines en El Cairo con esa corriente.

Diez minutos más tarde, después de que Everett les hubiera dado un susto al no subir a tomar aire en seis minutos enteros, lo vieron salir a la superficie del río a cien metros del templo, corriente abajo. Descansó solo un momento antes de regresar con cierto esfuerzo por la exigua orilla. Ató la cuerda a la primera columna de la fila y lo hizo rápido. Después, con un gesto, avisó a los otros para que se metieran en el agua.

Everett miró por la base del templo en busca de algo que se pareciera a la depresión que había encendido Leekie, pero no encontró nada. Lo que sí que encontró, sin embargo, fueron teas, encendidas por última vez cuando aquel fétido lugar vio cómo colocaban allí su secreto. Carl sacó su encendedor Zippo del bolsillo y estiró la mano hacia la primera de las antiguas antorchas. Colocó la llama al lado y dudó cuando vio que estaba hecha con un brazo humano. El esqueleto de una mano sostenía un pequeño cuenco. Carl le aplicó la llama y el fuego cobró vida con el mismo olor horrendo que la depresión del otro lado. Encendió todas las antorchas que bordeaban los muros del templo.

Leekie y Ryan, atados juntos, fueron los primeros en recorrer la cuerda mano sobre mano. Mendenhall y Collins los siguieron. Everett estaba al borde de la orilla para ayudarlos a salir del agua.

Descansaron solo un momento y después se dirigieron a los escalones del templo. Los hombres permitieron que Leekie examinara los escalones de mármol para no cometer el mismo error que el sargento en la primera cueva. Después, la profesora les indicó con un gesto que avanzaran. Fue Jack el que observó que, para llevar enterrado cerca de quince mil años, el templo estaba en un estado notable.

Leekie fue la primera en entrar en el templo. Everett había cogido una antorcha y Jack encendió una de las últimas bengalas que les quedaban; contemplaron, asombrados, todo el trabajo que se había invertido en construir algo así bajo la tierra. A intervalos regulares por todo el templo y delante de cada columna, estatuas de hombres a tamaño natural los miraban con los ojos vacíos. Algunos estaban vestidos con armaduras antiguas, otros con las túnicas sueltas propias de un político. La mayor parte tenían un aspecto impresionante, pero eran de corta estatura. El más grande era un hombre con barba, un soldado quizá, con un casco de batalla apoyado en el codo del brazo derecho y en el izquierdo una lanza de bronce que destacaba, brillante, contra el mármol blanco de su cuerpo. La estatua solo medía uno sesenta y siete, y era mucho más alta que sus compañeras.

—Si estos eran hombres de la Atlántida, no tenían un tamaño tan impresionante —dijo Ryan, que se sintió más grande todavía cuando se puso junto a la estatua más alta. No tenía forma de saber que la estatua era de Talos, el último de los grandes titanes.

—Bueno, el hombre antiguo era una criatura muy pequeña comparada con los humanos de hoy en día. Incluso en tiempos bíblicos los hombres pocas veces llegaban al metro setenta —dijo Leekie mirando a Ryan.

—Jack —lo llamó Everett cuando él y Mendenhall se acercaron al toro gigante de bronce.

Collins se reunió con ellos y Everett hizo brillar la antorcha sobre los cuernos inclinados de la bestia. Jack vio dos muescas de unos treinta y ocho centímetros de anchura en cada uno de los cuernos.

—Profesora, ¿podría echarle un vistazo a esto? —exclamó—. ¿Estas muescas podrían haber sostenido algo?

—¡Maldita sea! —dijo Leekie cuando miró los cuernos—. Es más que probable que los dos cuernos sostuvieran el diamante azul.

—Quizá solo…

—Fue muy difícil sacar el diamante de la base trabada que había en esos cuernos, se lo aseguro. —La voz femenina que se elevaba por encima del sonido del río los cogió desprevenidos.

Collins, Everett, Ryan, Mendenhall y Leekie se refugiaron detrás de las columnas. Jack se aventuró a mirar al otro lado del río y vio cincuenta hombres que bajaban sin prisas por la pendiente. La mujer rubia estaba detrás de ellos y caminaba con lentitud y con la ayuda de un bastón. Los soldados se alzaban, destacados por la luz del anillo de fuego. La mujer señaló a la derecha y después a la izquierda, sus hombres tomaron posiciones en varios lugares de la pendiente.

Jack miró su reloj y vio que necesitaba con desesperación entretener a la mujer.

—Esperaba que se hubiera ahogado en Pearl Harbor —exclamó.

—Casi, coronel Collins, casi —dijo Dalia; se paseó hacia la izquierda, detrás del muro de soldados—. La llave atlante está a salvo donde debería estar. La recuperamos solo diez horas antes de que llegaran ustedes aquí.

Collins no respondió, metió la mano en el bolsillo y sacó un segundo transmisor que había esperado no tener que usar. Miró el techo excavado con la esperanza de que fuera sobre todo tierra y no roca. Necesitaba una señal capaz de penetrar en el suelo y que atravesara el terreno hasta la superficie. Mientras pensaba en cómo iba a colocar el transmisor en el punto justo, Everett se reunió con él después de colarse detrás del templo.

—Estamos atrapados como ratas… no hay salida por atrás…

Se quedó callado cuando vio lo que Jack sostenía en la mano.

—Oh, mierda.

Everett reconoció el pequeño marcador electrónico cuya contrapartida iba acoplada a una bomba de quinientos kilos capaz de penetrar en el suelo y llamada «revienta-búnkeres».

—¿Deduzco que ya has alertado a la Fuerza Aérea?

—Justo antes de salir al descubierto en las dunas. Niles insistió en que tuviéramos un plan B infalible.

—Habría estado bien si el diamante siguiera aquí —dijo Everett, sin quitar los ojos de la señal por control remoto.

—Lo habría estado, marinero, pero qué coño.

—Sí, qué coño.

Collins se acercó a la parte delantera del templo.

—¿Dónde lo han llevado, si no le importa que se lo pregunte?

Dalia sonrió mientras Collins bajaba sin prisa los escalones del templo. La arrogancia de aquel hombre superaba todo lo que ella hubiera visto jamás. Estuvo a punto de echarse a reír de la bravuconería de aquel cabrón.

—Esto no es una película, coronel. Yo no lo cuento todo aunque esté segura de que está viviendo los últimos momentos de su vida. Pero puede estar tranquilo, gracias a su fracaso en el Arizona, el mundo…

Collins levantó su arma y disparó tan rápido que parecía imposible. La primera bala atravesó la oreja de un hombre y alcanzó a Dalia. Le rozó el hombro izquierdo justo por fuera de la protección del chaleco que llevaba. El resto de las balas alcanzaron a varios hombres y derribaron al menos a cinco de ellos. Su conmoción le dio a Jack el tiempo que necesitaba para echarse hacia atrás y lanzar el marcador al otro lado del río. El láser emitía por ambos lados, por la parte de delante y la de atrás, así que sabía que no tenía que aterrizar de pie para funcionar. El mecanismo aterrizó pendiente arriba, a unos seis metros.

—¿A qué estáis esperando? —chilló Dalia, casi histérica de furia—. ¡Matad a ese hijo de puta, matadlos a todos!

Jack se tiró contra los escalones del templo justo cuando grandes fragmentos de mármol empezaron a volar por los aires. Rodó hasta que estuvo a salvo detrás de una de las gruesas columnas.

Everett se quedó pasmado ante lo que acababa de pasar. Jack lo había cogido desprevenido incluso a él. Había arrojado el transmisor lo más lejos que había podido, y con eso les daba la esperanza de poder sobrevivir a lo que estaba a punto de ocurrir. Carl disparó cinco tiros hacia la bruma arremolinada de las cataratas y alcanzó a tres de los hombres.

Ryan y Mendenhall añadieron su fuego al de Everett y juntos mantuvieron a los mercenarios de la Coalición moviéndose y agachándose. Jack buscó a Dalia y por fin la vio agachada junto a la depresión del fuego. Estaba dirigiendo algo que había detrás de ella. Jack miró pendiente arriba y vio a un hombre que se colocaba un tubo encima del hombro.

—¡Al suelo! —exclamó.

El cohete ligero antitanques era antiguo pero eficaz. Salió disparado de su tubo de lanzamiento y golpeó una columna del frente del templo, la destrozó y derribó parte del techo de mármol con ella.

Jack apuntó con cuidado y disparó. El hombre que sostenía el tubo en las sombras, al otro lado, se derrumbó cuando la bala penetró en la parte más gruesa de su cuerpo: el estómago.

Dalia vio al hombre inclinarse hacia delante y deslizarse por la pendiente. Sacudió la cabeza, enfadada; después se levantó y disparó su propia arma contra el templo.

Collins vio su oportunidad, la puso en su punto de mira y apretó el gatillo, nada. Maldijo, expulsó el cargador vacío y metió otro. Levantó la Beretta, pero Dalia se había agachado otra vez.

Vuelo de las Fuerzas Aéreas 2870 Lima-Eco

Operación Rayo de Calor

Treinta y cinco mil pies

La aeronave era un bombardero B-1B. En el vientre solo había un gran huevo que tenía que tirar, el revienta-búnkeres. Estaba allí como último recurso para impedir que la Coalición obtuviera el diamante, por si no lo habían recuperado el mayor Dutton y la profesora Leekie. Niles sabía que era una medida desesperada y solo sería utilizada si no había ninguna otra forma. Así que, como era natural, cuando la Fuerza Aérea le informó de que iban a tirar la bomba, bajó la cabeza y pensó lo peor.

—Tenemos un objetivo pintado —dijo el piloto, y empezó a soltar la carga.

Las puertas de la zona de carga de la bomba se abrieron de forma automática y el arma de quinientos kilos cayó al vacío.

—Tenemos una caída limpia y el marcador está recibiendo información del objetivo.

—Espero que ahí abajo alguien sepa cómo agacharse —dijo el copiloto cuando el bombardero B-1B viró y puso rumbo a casa, al atolón Diego García.

Dalia llamó con la mano a más hombres con cohetes antitanque. Cuando el volumen de fuego de la Coalición se incrementó, supo que estaba a punto de terminar con la suerte de ese tal coronel Collins. Acabaría con aquella situación embarazosa y sería capaz de mirarse al espejo otra vez sin la vergüenza de Collins colgándole del cuello.

Sonrió, el coronel y su equipo respondían con fuego tan patético e ineficaz que sus hombres estaban empezando a arriesgarse a levantarse y apuntar mejor, lo que clavaba a Collins y sus hombres al suelo. Ya solo era cuestión de tiempo. Dalia vio que los hombres que estaban por encima de ella, en la pendiente, armaban los cohetes y cuando volvió a mirar por la rampa vio que uno de los miembros de su equipo daba una patada a algo por el suelo. Se dio cuenta por pura casualidad. La cajita negra resplandeció a la luz del fuego, parpadeó por la pendiente al resbalar y se detuvo a menos de metro y medio de ella.

Abrió mucho los ojos cuando reconoció el transmisor. Dalia sabía que era un transmisor de geoposicionamiento, de los que se usaban como sistema de láser portátil capaz de penetrar en el suelo.

—¡Ese cabrón chiflado está intentando matarnos a todos con él! —chilló indignada, salió de su posición segura y bajó corriendo la pendiente hacia el fuego de respuesta de Collins y los suyos.

La señal de la baliza láser quedaba debilitada por la capa superficial de suelo y arena que tenía encima, pero era suficiente para que la cabeza buscadora ubicada en el morro de la bomba pusiera la mira en ella. Unas pequeñas aletas en la proa y la popa hicieron maniobrar la gruesa arma para que planeara por el camino marcado. Esa bomba inteligente concreta era la más grande que había en el inventario estadounidense capaz de hacer un vuelo dirigido. Tras caer desde una altura de treinta mil pies, no le costó mucho penetrar en el grosor de la tierra.

El mundo se derrumbó encima y delante de ellos. La bomba explotó a cierta distancia del objetivo, sesenta metros por detrás de donde la pendiente empezaba en la parte natural de la cueva. La bola de fuego mató a todos los hombres que estaban de pie y enterró al resto. Las columnas del templo se agrietaron y empezaron a caer; Jack y los otros salieron corriendo hacia el agua que tenían debajo. Sintieron el calor quemarles la piel y se lanzaron a la corriente justo cuando el techo de tierra se desplomó como una cascada.

Collins fue el último en meterse en el agua y fue él el que vio a Dalia dando vueltas por el aire cuando el impacto la catapultó. La mujer aterrizó en el torrente de agua y desapareció de inmediato. Collins se lanzó a bucear y cogió un buen mechón de pelo. Tiró de ella hasta la superficie justo cuando entraron disparados en la cueva que era como una boca, y después el mundo que los rodeaba se oscureció.

Jack se aferró a Dalia, intentó relajar el cuerpo y dejar que la corriente los llevara donde quisiera. Su única lucha fue para mantener la cabeza de la mujer inconsciente por encima del agua. En ciertos puntos se encontró con que la fuerte corriente se precipitaba a toda velocidad muy por debajo del techo subterráneo del antiguo río. Vio destellos momentáneos de luz por delante y oyó los gritos de los otros por encima del estrépito de la corriente vertiginosa del Nilo Azul. Depósitos lustrosos de mineral resplandecían con un brillo húmedo cuando pasaban chillando.

El hombro de Jack chocó con una estalactita y se escoró contra el muro liso desgastado por el tiempo, después una depresión en la corriente los metió a él y a Dalia bajo el agua. Collins pensó que quizá era allí donde el río desaparecía muy por debajo del desierto y no subiría otra vez hasta que sus aguas se mezclaran con las del Nilo, en la superficie, muy lejos de donde se encontraban.

El rugido del río iba creciendo cada vez más y Jack estuvo a punto de desmayarse por la falta de aire. De repente, el mundo oscuro se llenó de luz, las aguas se calentaron veinte grados y Jack dio unas patadas para subir. La gran corriente murió cuando salió de repente a la superficie y a la luz brillante del sol. Mientras aspiraba grandes bocanadas de aire, pensaba que jamás se había alegrado tanto de ver el sol que se iba poniendo sobre el horizonte occidental.

Colocó el brazo alrededor del cuello de Dalia y empezó a patalear, en ese momento sintió unas manos y unos brazos a su alrededor que lo sacaban del agua, hasta que sus pies empezaron a arrastrarse por el barro. Lo auparon a la arena caliente que bordeaba el río. Oyó que Dalia tosía y vomitaba agua a su lado y la empujó con gesto furioso para alejarla de su cuerpo.

—Joder, Jack, has pescado el pez más grande de este puñetero río —dijo Everett cuando se inclinó y se aseguró de que la mujer no iba a asfixiarse—. Una piraña de agua dulce, creo.

Collins escupió un poco de agua y rodó boca abajo. Después se giró y miró a Everett.

—La próxima vez nos quedamos y lo resolvemos a tiros. Esto no ha tenido ninguna gracia —dijo mientras miraba más allá de Carl—. ¿Hemos perdido a alguien?

—Todos presentes. Will se rompió la nariz, la profesora Leekie está llorando por el templo destrozado y Ryan anda despotricando porque dice que ha perdido la billetera, pero parece que salimos de esta.

Jack se incorporó hasta quedar sentado y miró a Carl y después a la mujer rubia que estaba tirada boca abajo.

—Será mejor que busquemos un teléfono y demos las malas noticias.

—¿Crees que hablará?

Collins se puso en pie, todavía un poco tembloroso, intentando despejarse la cabeza. Después bajó la vista y miró a la rubia, que empezaba a recuperar el sentido.

—Sí, hablará, o puede que se encuentre con que la dejemos tirada en un país donde desaparece gente todo el tiempo.

Consulado americano

Addis Abeba, Etiopía

Jack, Carl, Mendenhall y Ryan estaban de pie detrás de un cristal de efecto espejo, mirando la sala de entrevistas. Virginia, medio mareada tras su vuelo supersónico desde Nellis a bordo de un Eagle F-15, debía encargarse de la entrevista con Lorraine Matheson (nombre en código para la Coalición: Dalia), que en ese momento estaba sentada en una silla de respaldo recto con las manos esposadas.

En Nevada, Sarah y su equipo de geólogos estudiaban las imágenes de video con la esperanza de poder aprovechar algo para su estudio de los pergaminos.

—¿Y desarrollaron esa tecnología de la onda a partir de copias de los mismos pergaminos que tenemos en nuestra posesión? —preguntó Virginia con los brazos cruzados con firmeza en el pecho. Su porte era sereno, pero por dentro ardía de rabia, esa mujer podía ordenar la muerte y el asesinato de otros seres humanos con la misma facilidad con la que pedía el desayuno.

Dalia iba vestida con la misma ropa que llevaba cuando la habían arrestado. Virginia comprendía, como mujer, que eso le estaba poniendo los nervios de punta.

—Sí.

Jack había recibido el historial de Dalia que había enviado Europa, que se había metido en el ordenador central del FBI y había sacado el expediente bastante extenso que tenían sobre ella en los archivos. Lorraine Matheson era la hija de un autor acaudalado y se había licenciado en la Universidad de Berkeley. Había desperdiciado unos cuantos años en la CIA como investigadora antes de que empezara a aburrirle su trabajo. Durante toda su juventud había intentado ser justo lo contrario de lo que eran el izquierdista de su padre y los amigos de este. Al final había dejado la CIA y sin casi darse cuenta había empezado a trabajar por su cuenta. Allí era donde terminaba su expediente.

—Sabemos que ciertos miembros de la Coalición están emparentados con otros antiguos, así que han oído las mismas historias sobre la llave atlante, y que la onda fue la causa de la destrucción de la Atlántida. ¿Por qué cree Tomlinson que él puede controlarla?

—Sus equipos científicos calculan que aumentará la frecuencia de la onda considerablemente, y los surcos tonales del diamante son un control preciso de decibelios para fallas concretas y su composición geológica. Eso es lo único que he sabido por Tomlinson; es bastante reservado con sus planes.

En Nevada, al oír mencionar la composición geológica, Sarah empezó a cavilar. Volvía a tener aquel pensamiento en la punta de la lengua metafórica, pero se le volvió a escapar.

—¿Cuál es el objetivo último de la Coalición en toda esta locura?, ¿apoderarse del mundo? —preguntó Virginia.

—Ustedes no entienden nada de nada, ¿eh? La Coalición está decidida a eliminar a los líderes de las naciones que acaban con la riqueza material de los otros. Juegan con el apoyo ofrecido, que sirve para levantar fuerzas armadas utilizadas con un único propósito: la subyugación de sus propios pueblos. Tomlinson pretende suprimirlos del escenario mundial. No a los pueblos, como en intentos pasados, sino a sus líderes.

—Y si eso es así, ¿por qué el asesinato de líderes occidentales y por qué una guerra en Corea que podría derribar o debilitar a los Estados Unidos?

—Los Estados Unidos siempre han favorecido el statu quo del mundo. En una América debilitada se podrá influir para que se meta solo en sus propios asuntos. Los líderes financiados en su totalidad por la Coalición recibirán la riqueza del mundo: alimentos, dinero, y a sus pueblos se les proporcionarán comodidades. Verá, ¿para qué conquistar cuando se puede comprar? El uso de la onda es para esos países que no quieran dejar atrás las viejas costumbres. Es más rápido —dijo Dalia con una sonrisa.

Jack y Everett entraron y le pasaron a Virginia una carpeta con un expediente.

—Antes de entrar en las verdaderas preguntas que van a hacerme, ¿han ahondado en los materiales más recientes que conciernen a sus amigos los antiguos?

Collins se limitó a mirar a la mujer, en realidad no le interesaba demasiado lo que tuviera que decir sobre Martha y Rothman.

—Creo que quizá les sorprenda un tanto saber que no son los ancianos inocentes que quizá les hayan hecho creer que son. —Dalia alzó una ceja y esbozó una sonrisita de satisfacción.

Virginia continuó sentada delante de Dalia y la miró sin decir nada por un momento. Jack y Carl siguieron de pie, con las espaldas apoyadas en el cristal, a la espera.

—Creo que en este punto debería pedir asesoramiento legal —dijo Dalia y miró una cara tras otra.

—Na, nosotros no tenemos de eso —dijo Everett desde donde se encontraba, junto a Jack.

Virginia abrió la carpeta y sacó una hoja de papel, después la giró y la colocó de modo que Dalia pudiera leerla con claridad.

—¿Reconoce el membrete de este documento? —preguntó.

El sello del presidente de los Estados Unidos estaba estampado en relieve en la parte superior.

Dalia miró y después se reclinó en la silla.

—Sí.

—¿Ve la firma?

—La he visto.

—Este documento la absuelve de todos los delitos cometidos en los Estados Unidos y sus naciones aliadas. En esencia, señora Matheson, por la presente queda perdonada, antes de que se hagan públicos los crímenes brutales que ha cometido contra los ciudadanos de los Estados Unidos. Es un documento que el nuevo presidente no quería firmar. ¿Me he explicado con claridad?

Dalia no parpadeó siquiera, se limitó a esperar.

Virginia frunció el ceño y volvió a colocar la carta en la carpeta, después empezó a levantarse. Estaba interpretando su papel como toda una experta abogada litigante.

—Lo he entendido —dijo Dalia antes de que Virginia se pudiera poner en pie.

—Bien. —Sacó la carta una vez más y la deslizó hacia la mujer—. De acuerdo, cuanto antes responda a unas cuantas preguntas de aquí mis dos colegas, antes podrá firmar esto y después tomarse esa ducha que tanto necesita y ponerse esa ropa limpia por la que suspira.

Collins se acercó a Dalia por detrás y le quitó la esposa derecha.

—¿Dónde está? —le preguntó, todavía detrás de ella.

Dalia miró el documento que tenía delante y después alzó la vista y miró a Virginia, evitó a Jack todo lo que pudo.

—Creta.

—¿Por qué Creta?

—Porque allí es donde la Coalición lanzará su asalto definitivo.

—¿Cuántos? —preguntó Jack, que por fin se dio la vuelta.

—Muchos más de los que pueden manejar. Me parece que sus fuerzas armadas tienen asuntos mucho más urgentes en Corea en este momento, según el plan de Tomlinson.

—¿Cuántos? —insistió Jack.

—Dos mil, tropas de defensa; en realidad no lo sé.

—¿Equipo?

—No lo sé.

—Una vez más, ¿por qué Creta?

—No serán capaces de atraparlos allí. Están en lo más hondo de la Tierra —respondió la mujer; al fin miró a Collins a los ojos, y después sonrió con gesto satisfecho.

—¿Por qué?

—Para usar la onda, con su llave atlante y todo. Atacará Rusia y China. Es todo lo que sé.

Virginia colocó el bolígrafo en el decreto presidencial.

—Fírmelo.

Dalia garabateó su nombre sin apartar los ojos de Collins.

Carl se acercó y cogió el bolígrafo, después abrió la otra esposa. La ayudó a levantarse y la empujó hacia la puerta.

—Vamos, cerdita Petunia, vamos a conseguirte una pastilla de jabón. Apestas un poco.

Antes de que Everett pudiera sacarla por la puerta, Dalia se detuvo y se volvió hacia Jack.

—No puedo resistirme, coronel. Tengo un dato más. Por qué Creta, preguntó —dijo echándose a reír—. Tomlinson está en una ciudad que se hundió hace quince mil años. Buena suerte en el asalto a la Atlántida, coronel.

Everett tiró de Dalia, pero su carcajada persistió en el aire.

Centro del Grupo Evento

Base Nellis de las Fuerzas Aéreas, Nevada

Sarah estaba en la sala de investigación, sumida en sus pensamientos mientras estudiaba uno de los antiguos pergaminos; uno de los profesores del departamento de Lenguas Antiguas estaba sentado a su lado explicándole un extraño patrón de dibujos.

—Cómo sabían siquiera de la existencia de los continentes de América del Norte y del Sur es algo que nadie entiende. Deben de haber tenido navíos de exploración que, como mínimo, podían rivalizar con el diseño naval de los vikingos.

Sarah solo escuchaba a medias mientras el pequeño recuerdo del patrón de la onda seguía parpadeando justo fuera de su alcance.

—Bien, este dibujo concreto de aquí, según Europa, es un equivalente bastante aproximado de la placa continental sobre la que se asienta América del Norte. Digo que se parece porque las fallas apuntadas junto a estos remolinos y valles no son precisas, ni las de aquí, las más cercanas a Rusia. La verdad es que no sé lo que son. Sin comprender un poco de su tecnología, quizá nunca lo sepamos.

Sarah se volvió hacia el profesor.

—¿Disculpe?

—Sin comprender un poco…

—No, eso no. ¿Ha dicho que Europa no reconoció las fallas del pergamino que crearon los antiguos?

—No, no las reconoció. Los remolinos azules apuntados son fallas precisas, pero las líneas rojas más gruesas son un misterio. Así que o bien los atlantes sabían algo que nosotros no sabíamos y colocaron fallas y placas que no podemos ver hoy en día, o…

Sarah se levantó de un salto y salió corriendo de la sala estéril. Cogió el ascensor para bajar al laboratorio de ingeniería, donde Pete Golding seguía estudiando la placa y su holograma. Se metió a toda velocidad justo en medio del mapa flotante y empezó a buscar un diseño que había visto antes.

—Sarah, ¿qué pasa? —preguntó Peter.

Sarah por fin encontró el diseño que había visto durante la demostración. Era una clave que no habían reconocido antes. Mientras la examinaba, Pete empezó a mirar por encima de su hombro.

—Este dibujo de la falla, Europa ha confirmado que es exacto. Esta línea de aquí que va por debajo es la placa continental, la misma aquí, en Europa y en Asia. Antes no reconocí los patrones en la forma de los continentes, solo en las placas de América del Norte y del Sur, por su forma única. Lo que me confunde es que se repite el mismo dibujo en el mapa que Jack recuperó en Westchester. Ahora que lo veo en el holograma, me doy cuenta de que pasa por debajo de las dos fallas y las placas tectónicas. Ahora mira esto —le dijo a Pete mientras sus dedos trazaban una serie de líneas que llevaban de una placa a la siguiente, y luego a la próxima y así sucesivamente. Algunas de las líneas se ramificaban y reducían hasta la nada, como las ramas de un árbol, mientras que las líneas más gruesas y fuertes conectaban las placas tectónicas del mundo por medio de venas subterráneas de magma.

—¿Qué estás diciendo?

—De algún modo, los científicos atlantes encontraron un modo de topografiar lo que no podemos hacer hoy. Averiguaron que todos los continentes y las placas sobre las que reposan están, en realidad, conectados.

Pete miró con más atención el diseño, después abrió mucho los ojos cuando por fin comprendió adónde quería llegar Sarah.

—Cualquier asalto masivo contra una placa tectónica podría provocar una reacción en cadena alrededor del mundo.

—La Coalición no habría… ¿no habría visto esto? —preguntó Pete.

—No, sin este diseño tridimensional, no lo habrían visto. No tenían la placa con el mapa, así que nunca pudieron saberlo.

—Oh, Sarah, si utilizan este mecanismo en alguna de estas placas importantes…

—Podrían mover continentes enteros… o volar el planeta en mil pedazos.

La Casa Blanca

Washington D. C.

La reunión más importante en la larga y complicada historia del Grupo Evento estaba a punto de empezar. Iban a presentar oficialmente en el Consejo de Seguridad Nacional a varios de los miembros del Grupo Evento. El historial del Grupo permanecería oculto, puesto que el Consejo pensaba que les iba a informar el grupo de expertos secretos de Compton. Nevada y Etiopía podrían ver al Consejo a través de una videoconferencia.

—Damas y caballeros, tenemos muy poco tiempo. Los informes serán breves y concisos. Las preguntas me las transmitirán a mí y yo las haré —dijo Niles, sentado a la cabecera de la mesa, junto al presidente.

—Secretario de Defensa Johnson, si tiene la bondad…

—En estos momentos la situación en Corea, si bien no es estable todavía, se ha enfriado un tanto. Hemos retirado todas las tropas defensivas de la frontera y se han atrincherado alrededor de Seúl. Las divisiones blindadas de Kim Jong Il no han hecho gestos de amenaza de momento, pero la CIA informa de que hay tensión entre Kim y al menos uno de sus generales de campo. Tendremos más información sobre ese tema en las próximas horas. Como refuerzo, hemos desplegado la 101 y la 82 divisiones aerotransportadas para que actúen como despliegue rápido desde Japón.

Con todo el mundo mirando, comenzaron a destellar las imágenes en los monitores de Washington, Nevada y Addis Abeba.

—Los chinos y los rusos están acumulando fuerzas masivas de bombarderos y de cazas en sus bases del Pacífico. No bajan su estatus de defensa ni siquiera con las pruebas sobre la Coalición que les hemos proporcionado. Tenemos los convoyes de los portaaviones Eisenhower y Nimitz navegando a toda máquina rumbo al mar de Japón, pero llevará al menos cinco días más desplegarlos en posiciones de defensa. —El secretario hizo una pausa y se quitó las gafas—. Estamos intentando abarcar demasiado. Si estalla algo fuera de Corea, nos costará un esfuerzo desesperado cubrirlo.

Niles asintió a modo de agradecimiento. Después se volvió hacia el jefe del FBI.

—¿Se sabe algo del departamento forense de Chicago?

—Hemos llegado a la conclusión de que ninguno de los cuerpos hallados dentro de la casa es el de William Tomlinson. Debemos suponer que ha escapado —dijo con tono colérico.

—Señor presidente, mi gente ha encontrado varias informaciones que serán importantes para esta reunión. Ruego que se preste mucha atención a los aspectos militares de lo que se dice porque la escasez de efectivos de la que ha hablado el secretario de Defensa es un problema muy grave si lo que creemos que está ocurriendo es exacto.

El presidente asintió.

—Varios de ustedes conocen ya al coronel Jack Collins. Coronel, explique lo que ha descubierto sobre la Coalición y su paradero, por favor.

Con tanta brevedad como le fue posible, Jack explicó lo que habían averiguado sobre la Coalición hasta el momento. Contó el enfrentamiento y el fracaso en Pearl Harbor y los resultados del interrogatorio de Dalia. Después llegó la gran conmoción.

—En esencia, la Coalición va a golpear las naciones china y rusa en un espacio de tiempo muy corto. Hemos seguido el rastro de la jerarquía de la Coalición hasta una base en Creta, y esa base está muy bien defendida.

—Ken, necesitamos información sobre esa operación en Creta lo antes posible —dijo el presidente.

El director de la Jefatura Conjunta asintió.

—Daré la orden de inmediato para que se hagan vuelos de reconocimiento y se saquen fotos.

—Permítanme recomendar solo vigilancia por satélite, para que no se den cuenta de que sabemos dónde están —comentó Collins desde el consulado etíope.

—General, eso implicará reprogramar unos cuantos satélites. Será mejor que se ponga en contacto con el Mando Espacial de inmediato —ordenó el presidente.

—Bueno, Jack, ¿tenemos alguna idea de cómo podemos atacar la isla con los escasos activos que tenemos en la zona? —preguntó Niles.

—Un ataque nuclear es inviable por la presencia de población civil. Incluso si consiguiéramos evacuar a la población, creemos que la operación de la Coalición se está realizando bajo tierra, a gran profundidad, donde los ataques aéreos no son posibles. Me temo que tendremos que hacer esto por las malas.

—Coronel Collins, según la recomendación del doctor Compton, le pongo al mando de todas las operaciones aparte del asalto en sí. El general Caulfield se coordinará con el mando sobre el terreno. Caballeros, planéenlo bien.

El presidente no lo dijo con todas las letras, pero acababa de ordenar la fase de planificación de la invasión de la Atlántida.