La Casa Blanca
Washington D. C.
El presidente estaba sentado en silencio mirando las imágenes de C-SPAN[4] de las Naciones Unidas, en Nueva York. El embajador de Corea del Norte estaba regañando a los americanos desde el podio.
—Se han limitado a desestimar las pruebas que les enviamos —dijo el presidente sin dirigirse a nadie en concreto—. Los chinos no fueron capaces de convencerlos de la verdad, o quizá es que no quieren escucharla.
Niles observó la colérica actitud del embajador coreano, pero lo que era más importante para Niles era el modo en el que la delegación china permanecía sentada con gesto estoico, sin mover ni un músculo mientras su aliado menospreciaba lo que percibían como una conspiración entre americanos y surcoreanos para debilitar el Ejército de la República Popular hasta el punto del derrumbamiento total. El embajador incluso se atrevió a meter en el mismo saco el desastre del puerto ruso de Vladivostok. ¡Maldita fuera! El presidente necesitaba el apoyo de los rusos, pero tanto Niles como su amigo sabían que aquello era una reacción a las malas cosechas y la escasez de grano.
Poco antes, el secretario de Estado americano le había contado al mundo cuál era la verdadera naturaleza de la Coalición, la verdadera responsable de los ataques sísmicos. Armado solo con pruebas circunstanciales y con la emboscada de Chicago en los anales, hasta los aliados de los Estados Unidos lo habían mirado con escepticismo.
El presidente no pudo seguir soportándolo y apagó de repente la televisión.
—No podemos detenerlos si cruzan la frontera, ¿verdad, Ken?
—El retraso a la hora de mover nuestro potencial marino ha perjudicado mucho nuestro tiempo de reacción. Nuestros pilotos y los japoneses se dirigen allí a toda prisa y sin escalas desde Kempo; están rendidos, y es todavía más duro para las aeronaves.
—Así que no hay una mierda que podamos hacer —terminó el presidente por él.
—Tenemos opciones, señor presidente.
—Ken, tú me conoces; hasta que no amenacen con empujar a la Segunda División de Infantería al mar, esa opción no se va a debatir. No cuando el mundo entero piensa que somos nosotros los que estamos detrás de los desastres.
El almirante Fuqua se levantó, se paseó hasta la pared contraria y miró un retrato del general George Washington. Compton había informado al almirante de las pérdidas de sus hombres, los seals y los miembros del equipo de rescate en Pearl y sabía lo enfadado que estaba.
—Almirante, ¿está pensando en algo? —preguntó el presidente.
—No veo forma de salir de esto aparte de utilizar armas nucleares.
La sala entera estalló; la mayor parte pensaba que el almirante podría estar aguijoneando al presidente de forma intencionada.
—Caballeros, dejen que el almirante dé su opinión —dijo el presidente.
—No podemos sacar más convoyes de portaviones de sus posiciones de despliegue actuales —dijo el almirante, y se volvió para mirar a los demás—. Joder, de todos modos, ya se habría acabado todo para cuando los pusiéramos en el teatro de operaciones. Pero sí que podemos —el almirante se volvió de nuevo y miró al presidente a la cara— sacar a todo el mundo.
Los militares reunidos se quedaron mirando al almirante como si hubiera perdido la cabeza. Sin embargo, Niles sí que comprendió la genialidad de la afirmación en cuanto el almirante pronunció las palabras. Siguió escuchando y asintiendo con la cabeza.
—Como hombre de la Marina que soy, sé que a lo que nos enfrentamos en Corea es a un embudo que meterá a miles y miles de jóvenes en hostilidades inciertas, y al final, alguien, quizá incluso nosotros, apretará ese botón al que llevamos temiendo desde que nos arrastrábamos bajo los pupitres siendo niños, durante los simulacros de ataques aéreos.
El presidente observó al almirante regresar a su silla y sentarse. Tragó saliva y miró las caras de todos, uno por uno.
—Al final venceríamos, lo creo de veras, pero ¿a qué coste? Yo digo que presionemos a los norcoreanos haciendo retroceder a la Segunda División de Infantería y al Ejército surcoreano. Que retrocedan hasta Seúl, que tomen posiciones defensivas allí y que el mundo nos vea hacerlo.
—¡Brillante! —dijo Niles, quería que el almirante supiera que él, por lo menos, no pensaba que estaba loco o que era un derrotista.
—Eso podría leerse como una invitación para que Kim Jong Il entre por la puerta más rápido de lo que lo haría en otras circunstancias —dijo el general Caulfield.
—Quizá —dijo el presidente—. Pero haría mucho por demostrarles a los chinos y a los rusos que no tenemos las miras puestas en Corea, ni en ellos. —Miró a Niles, sabía que el énfasis para salir de aquel desastre quizá acabara de aterrizar en el regazo del Grupo—. ¿Cuánto se tarda en transmitir las órdenes a la Segunda División para que se retiren de la Zona Desmilitarizada?
—Pueden ponerse en marcha en seis horas. Ordenaré que se detengan los sobrevuelos, solo patrullas fronterizas. Almirante, usted puede ordenarles a los dos convoyes de portaviones que mantengan sus posiciones actuales.
—Y yo le anunciaré al mundo que nos retiramos. Esperemos poder quitar la espada de la mano coreana sin terminar hechos pedazos —dijo el presidente, miró al general y luego a Niles.
Se abrió la puerta, entró la secretaria del presidente y le entregó un comunicado.
Los hombres presentes en la sala observaron al presidente arrugar el papel y tirarlo sobre la mesita de café, casi sonriendo ante el modo en que se estaban desarrollando los acontecimientos.
—Los rusos afirman que han derribado un avión de carga militar, un 777 de las Fuerzas Aéreas estadounidenses, en su espacio aéreo. —Alzó los ojos rojos—. Afirman que tienen parte de los restos en su posesión y que hay pruebas de que la aeronave estaba intentando utilizar la onda sónica contra su nación.
—¡Imposible! Las Fuerzas Aéreas no…
El presidente miró con furia al jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas.
—Eso no importa, general. Sea quien sea esa Coalición, se acaban de cargar nuestra maniobra.
Niles bajó la cabeza, sabía que era muy posible que la Coalición hubiera acabado al fin con cualquier posibilidad que aún hubiese de terminar con aquel asunto de forma pacífica.
Zona desmilitarizada
(Frontera entre Corea del Norte y del Sur)
El general de división Ton Shi Quang había relevado al comandante anterior tras el intercambio de disparos de artillería entre los americanos y las fuerzas de choque adelantadas. Sentado en su búnker de mando, vio que su concentración de tropas y tanques estaba casi completa. Se dio cuenta de que superaba en número, de una forma abrumadora, a los dos ejércitos que se estaban reuniendo en el sur, y supo que podría aplastarlos en menos de dos días sin la ayuda de las fuerzas aéreas y navales americanas. Superaba en tanques a los americanos en una proporción de cinco a uno. El factor decisivo sería, como siempre, el soldado de a pie. En ese sentido, tenía una superioridad de quince a uno, y a menos que los Estados Unidos y sus lacayos del sur hicieran lo impensable, él estaría en Seúl disfrutando de un merecido almuerzo el segundo día de batalla.
—Informe de Inteligencia de Pyongyang —dijo su ordenanza con tono rígido.
El general, al que no le gustaba que lo molestaran cuando estaba pensando, le lanzó al coronel una mirada severa y estiró la mano para coger el endeble papel.
Las tropas defensivas americanas de la Segunda División de Infantería de los Estados Unidos parecen estar retrocediendo de sus posiciones avanzadas. El Ejército surcoreano, tras una vacilación inicial, también ha comenzado lo que parece una posible retirada. Desista de toda operación ofensiva hasta que se pueda analizar la táctica.
El miembro principal del Consejo militar del círculo interno del gran líder había firmado el mensaje.
—¿Analizar? ¡Es un truco obvio de los imperialistas! ¿Qué están pensando en Pyongyang? ¿Es que esos viejos idiotas se lo han tragado? Solo quieren que nos creamos que se están retirando. ¡Es una treta obvia para ganar tiempo y organizar lo que sospecho que será un ataque preventivo con fuerzas nucleares contra nuestro Ejército Popular!
El coronel le lanzó una mirada preocupada a su general en jefe; el horror de lo que decía estaba grabado con toda claridad en los rasgos afilados del hombre.
—Estoy seguro de que el Consejo lo ha tomado en consider…
—No permitiré que los americanos tengan la oportunidad del dar el primer golpe. —El general miró su reloj—. Informe al mando de que hemos recibido el mensaje.
El coronel vaciló antes de irse con sus órdenes.
—¡Vaya!
—¿Eso es todo, general? Pyongyang querrá saber cómo planea desplegarse para la defensa.
El general dio una fuerte palmada en la gran mesa de mapas que tenía delante, un golpe que derribó de sus posiciones varias de las pequeñas maquetas.
—¿Posiciones defensivas? —dijo el general en voz muy alta—. Esa palabra concreta no tiene significado alguno para mí. ¡Ahora envíe el mensaje de que hemos recibido las órdenes, y eso es todo!
El general lo observó irse. Si las fuerzas americanas se estaban retirando de verdad de la primera línea, les daría a sus divisiones acorazadas una ventaja que las convertiría en imparables. Volvió a colocar en la mesa las maquetas derribadas, formaron un regimiento de tres tanques que apuntaba directamente a las líneas americanas y surcoreanas. Si los americanos no empezaban aquello, lo haría él.
Hotel Palazzo
Roma, Italia
Uno de los mejores hoteles de Italia, y también de los más antiguos, se había vaciado de huéspedes con la llegada de la Coalición; en la letra pequeña de varios contratos internacionales figuraban como los únicos propietarios. También eran los dueños de la policía local, y eso, junto con los lazos que los unían a ciertas personas de la jerarquía vaticana y el gobierno italiano, les permitía tener libertad de acción para llevar a cabo sus operaciones ilícitas.
William Tomlinson admiraba por la ventana el Coliseo, a solo seis manzanas de distancia. Su grupo tenía sus raíces no lejos de ese antiguo y reverenciado lugar. Los Julia habían aprendido muy pronto que la riqueza era poder, el único poder auténtico en la Tierra.
—Qué emocionado debes de estar, William; la llave atlante por fin al alcance de la mano —dijo dame Lilith desde el sillón que ocupaba en el salón principal de la suite.
Tomlinson le dio la espalda a la ventana y a la vista del Coliseo. Sonrió con cortesía y contempló los encantadores rasgos de la mujer.
—Sí, por supuesto. Estaba ensimismado, nada más. Lo que a mí me resulta más emocionante es saber que pronto estaremos retrocediendo quince mil años; nos vamos a adentrar en nuestro pasado, el nuestro y de nadie más. Vamos al lugar en el que antaño moraban nuestros ancestros y donde nació nuestro linaje.
—Es triste que ya no queden muchos «purasangres» en la Coalición. Nos hemos diluido tanto. Al menos, los que quedan tendrán esta oportunidad, y todo gracias a tu previsión, William.
—Qué amable, Lilith —dijo Tomlinson; después giró y se dirigió al bar.
—Hay algo mucho más urgente que te preocupa. Cuéntamelo.
—Es el informe de Dalia. Recibí el texto completo esta mañana, justo cuando aterrizamos. No se ha recuperado la placa con el mapa —dijo tras volverse hacia dame Lilith. El magnate levantó una mano cuando la mujer se irguió en el sillón—. Tranquila, tranquila… Dalia recuperó algo mucho mejor que la placa con el mapa, y algo que nos hará ganar tiempo. Tenemos un mapa de verdad. Un mapa hecho por el mismo hombre al que se envió la placa. Sin embargo, tienes razón, estoy inquieto. El gobierno americano fue el que recuperó la placa. Ahora está en posesión del mismo grupo de personas que han dado refugio a Laughlin y Rothman.
—William, esto es muy serio. Irán a por la llave. ¿Cuándo llega Dalia a África?
—Pronto, muy pronto —dijo Tomlinson mientras servía un par de copas—. Puede que tengamos una oportunidad. No cabe duda de que los miembros de ese grupo secreto que se ha convertido en un incordio serán los que lideren la incursión en África para buscar el diamante. De hecho, Dalia prácticamente lo ha garantizado. —Se volvió y le ofreció a Lilith la copa.
—¿Qué estás sugiriendo?
—Sin llegar a correr el riesgo de perder la llave, quiero a esos hombres eliminados. Dalia es de la misma opinión. —Tomlinson tomó un sorbo de su copa y después sonrió, un tanto avergonzado por lo que estaba a punto de decir—. Me conoces desde que era pequeño, Lilith. Jamás he mostrado miedo en ninguna circunstancia. Sin embargo, estos hombres que se han metido en medio desde lo de Etiopía… bueno, los temo. Es como si los hubieran puesto ahí solo para detenerme.
—Jamás te he visto como una persona mística, William. Solo se ha dado la casualidad de que esos hombres estaban donde no debían cuando no debían. Una serie de acontecimientos les ha permitido convertirse en individuos con mucha suerte. Eso es todo.
—Gracias por tratar de tranquilizarme; pero con todo, me sentiría mejor si nos los quitáramos de encima. Dalia cree que se les podría tender una emboscada sin poner en peligro el diamante. Como sabes, soy un oportunista. Este es uno de esos…
Una llamada a la puerta interrumpió a Tomlinson. Este dejó su copa en el aparador y se estiró la americana. Se serenó y respondió a la puerta.
Vigilante hizo una pequeña reverencia a modo de saludo. August Nelson estaba detrás de él y parecía muy nervioso por algo.
—Caballeros, ahora mismo estábamos comentando los planes para recuperar la llave. Entren, por favor.
Vigilante entró, seguido de Nelson. Se inclinó ante Lilith y le sonrió, después se volvió hacia Tomlinson. Antes de que pudiera decir nada, a August Nelson se le escapó un torrente de palabras.
—El presidente americano ha hecho lo más inesperado, William. Ha…
—Por favor, señor Nelson, tranquilícese. Yo informaré al señor Tomlinson de los hechos. No es necesario ponerse así.
Tomlinson miró al acalorado Nelson y luego el porte tranquilo de Vigilante. Un hombre al que jamás había visto aturdido.
—Parece que el presidente americano ha retirado sus fuerzas de la línea en disputa en Corea, señor.
—¡Imposible! Jamás permitiría que los norcoreanos entraran en el sur; las Naciones Unidas y Corea del Sur lo crucificarían.
—Parece que está ganando una base de apoyo creciente en las Naciones Unidas. Se ve como una señal de no agresión por parte de los americanos.
—El plan depende del conflicto, William. Esto es grave, muy grave.
Tomlinson miró casi con tristeza a Nelson. Aquel hombre no era tan fuerte como él había esperado. Tendría que ocuparse de ese problema en algún momento.
—Caballeros, por favor, siéntense y tomen una copa. —Señaló con un gesto el bar y Nelson se dirigió allí en línea recta. Vigilante se sentó en una silla.
—Hay una buena noticia; parece que los rusos se han creído la treta de la aeronave de la onda. Hoy no se han acercado a las salas del consejo de la ONU.
—¿Ves, Nelson? Unas veces se gana y otras se pierde, pero el mercado siempre se sosiega. —Tomlinson recuperó su copa del mueble y luego miró a August Nelson. Habría que sustituir a aquel hombre por otro purasangre, uno que tuviera un poco más de fortaleza interior. Reacciones como esa podían convertirse en una plaga entre otros miembros de la Coalición.
—William, esto no es la Bolsa. Estamos tratando con naciones peligrosas que tienen ejércitos a sus órdenes. Ojalá…
—Creo que es el momento justo para permitirte entrar en el mundo de la información. Tanto tú como Vigilante habéis sido muy pacientes.
Vigilante percibió cierto matiz de condescendencia en el tono de Tomlinson, pero decidió no decir nada.
—La guerra en Corea comenzará pronto, muy pronto, caballeros. Ocurrirá pese a lo que la Administración americana haga o deje de hacer. No hay nada que puedan hacer para cambiarlo. Corea del Norte atacará.
—¿Tiene la certeza de que eso será así? —preguntó Vigilante.
—Tengo más que eso, mi estimado Vigilante. Tengo al general que está al mando de todas las fuerzas norcoreanas, el general de división Ton Shi Quang.
Vigilante se inclinó hacia delante en la silla con expresión sorprendida.
—Rara vez, si es que ha habido alguna, me sorprenden en esta posición, señor Tomlinson. Sin embargo, en este caso me alegro de decir que esto no lo he visto venir. Algún día me gustaría saber cómo consiguió acceso a una sociedad tan cerrada y cómo adquirió los servicios de ese hombre. Por favor, si hay algo más…
Tomlinson miró a dame Lilith y se preguntó si debería transmitir lo que le había confesado a la mujer sobre los planes de Dalia para tenderle una emboscada al Grupo. Lilith observó su expresión y negó con la cabeza en un gesto casi imperceptible.
—No, Vigilante, creo que ya están al día de todo lo que me guardo en la manga. —Tomlinson sonrió y se acercó una vez más al bar—. Y ahora, por favor, Vigilante, haga un brindis por la recuperación de lo que buscamos desde hace miles de años, la llave atlante.
—Solo por ese objeto, señor Tomlinson, desde luego que tomaré una copa.
—Imagine que se acaban todas esas tonterías de país contra país. Un único sistema que gobernar, un nuevo reich que el pueblo puede llamar como le plazca, y todos trabajando juntos para cumplir un destino que cortaron en seco hace quince mil años. —Le entregó a Vigilante su copa.
—Por la Atlántida —brindaron todos.