5708 Lakeshore Drive
Chicago, Illinois
William Tomlinson estaba sentado en su barroco estudio con varios miembros clave de la Coalición. Uno de los tipos era un americano llamado August Nelson, un antiguo presidente del Banco Mundial que llevaba en la nómina de la Coalición desde 1969. Había canalizado miles de millones de dólares americanos y euros gracias al mecanismo de equilibrio de poderes del mundo, y con ellos había financiado los inmensos gastos de la nómina de un ejército privado del tamaño de las fuerzas de defensa japonesas.
Había otros que formaban parte del mecanismo interno de la Coalición y que eran claves para llevar a cabo los planes definitivos, pero fue la inglesa, Lilith Anderson, más conocida en el círculo interno como dame Lilith (un título que le había otorgado la propia reina), la que obtuvo en las últimas etapas de la operación del Mediterráneo un éxito resonante.
—Dame Lilith —Tomlinson alzó su vaso con un whisky de cien años—. Tu operación en Creta se ha llevado a cabo sin un solo contratiempo. La forma en la que has ocultado nuestras verdaderas intenciones en la isla es asombrosa. Brindo por ti, mi querida, queridísima dama.
La mujer, en la cincuentena y magníficamente vestida, asintió y devolvió el gesto con una sonrisa.
Tomlinson bajó el vaso y miró las fotos de veinte por veinticinco una vez más.
—Parece increíble, pero hay partes enteras de la cúpula todavía intactas. Incluso se ven columnas en el interior.
—Como puedes imaginar, un gran porcentaje de la cúpula no soportó las tremendas fuerzas que destruyeron la isla, pero hay zonas despejadas que quedaron protegidas por los ríos de magma en el momento de la desaparición de la isla. Los antiguos mapas transcritos nos han mostrado espacios inestimables que podrían contener variables fascinantes en lo que se refiere a descubrir la tercera llave, un bonito apoyo en caso de que tu operativa, Dalia, tenga algún… contratiempo en Hawái. Por ejemplo, creemos que las ruinas del edificio grande, muy difícil de ver en las primeras fotografías, podría ser lo que se describía como la Cámara del Empirium, la sede de su gobierno.
—¡Magnífico! ¿Y cuándo crees que podremos meter algo más que una sonda dentro de la cúpula? —preguntó Tomlinson sin hacer caso del desaire hecho a Dalia y a sus posibilidades de éxito.
—Calculamos que en unas dieciséis horas tendremos gente dentro —respondió dame Lilith al tiempo que posaba su copa en la mesa que tenía a la derecha—. Pero debo advertirte que las primeras pruebas de la calidad del aire han sido decepcionantes. El entorno es tóxico en extremo, pero gracias al túnel abierto estamos empezando a bombear aire fresco en la ciudad.
—Nos lo esperábamos. No sería lógico pensar que parte de una antigua ciudad cubierta de magma y un trillón de rocas y desechos fuera a ser un jardín del Edén. ¿Cuándo podemos esperar colocar nuestro equipo dentro de la cámara de magma y la cúpula de la ciudad?
—Nuestros sumergibles van a inspeccionar la sección expuesta de la cúpula de cristal mañana mismo. Si creen que la zona expuesta continuará soportando la presión del Mediterráneo, podemos comenzar a trasladar el equipo de la onda por el pozo más grande de Creta en menos de treinta horas.
—August, ¿habremos reforzado la seguridad para entonces? —preguntó Tomlinson mientras tomaba un sorbo de su copa.
—Sí, eso creo. Quinientos soldados de defensa en la propia Creta, con otros cien en las cámaras inferiores cuando llegue el momento; estos, por supuesto, serán nuestros soldados de élite.
—¿Activos antinavales?
—Ya están allí. Si cualquier fuerza naval o aérea del mundo empieza a hurgar en la zona, se llevarán la sorpresa de su vida. Serían idiotas, con nuestras baterías ocultas de misiles tierra-aire. Creo que estamos aceptablemente cubiertos hasta que llegue el momento en que no tengamos que escondernos más.
—¡Qué emocionante! Grandes momentos originados por grandes personas, ¿eh? —El magnate volvió a levantar su vaso.
Terminado el brindis, dame Lilith se inclinó hacia delante en su silla.
—William, disculpa que haya menospreciado las habilidades de Dalia en el asunto de la recuperación de la placa con el mapa. Sé que el comentario te ha ofendido. Su obtención es fundamental para nuestros planes. Dinos, ¿puede recuperarla?
—Dalia está ahora mismo examinando la situación y debería tener un informe en breve.
—Hasta este momento, has estado en lo cierto en todo. Jamás dudaremos de tu liderazgo. Lo has pensado todo con detenimiento y te has ganado el respeto de cuantos pertenecemos al círculo interno. La nuestra es la forma justa, la única forma. El mundo nos necesita —dijo Lilith, y esa vez fue ella la que alzó su vaso como homenaje a Tomlinson.
Bebieron y se relajaron, y Tomlinson cautivó a su público con palabras.
—Cuando el mundo exterior se entere de nuestros planes, cualquiera que no tenga visión de futuro creerá que somos una especie de tipos malos al estilo de las películas de James Bond, unos simples villanos típicos y tópicos. Mal saben en estos prolegómenos que solo queremos el bien para nuestro mundo. Ya hace tiempo que hay que cambiar el modo en que viven los pueblos, más tiempo del que sabremos jamás. Se someten a hombres y mujeres que los agotan y les privan incluso de unas condiciones mínimas de vida. Mientras que nosotros nos ocuparemos de todas sus necesidades, y les daremos una cosa que los gobiernos no pueden garantizar, un futuro. Solo necesitan que los guíen. Quieren que los guíen.
—¡Bien dicho! ¡Eso! —dijeron todos a voces. Tomlinson se irguió con orgullo.
—¡Por el hombre que nos guiará a todos hacia nuestro futuro, nuestro destino, William Tomlinson, por un mundo feliz! —brindó dame Lilith.
—¡Por un mundo feliz! —Y todos bebieron.
Algo más tarde, solo cuatro personas quedaban sentadas en el estudio de William Tomlinson. Eran los auténticos líderes.
—William, ¿tienes algo que decirnos? —preguntó dame Lilith.
—Hemos observado que has esperado hasta que se han ido los otros para comunicar lo que sea que tengas en mente —dijo August Nelson.
—Vamos a trasladar las operaciones a Creta mucho antes de lo que les he dicho a los otros. Una vez que las cúpulas de sonido del mar Negro estén colocadas, será el lugar más seguro cuando golpeemos el corazón de Rusia. He tomado una decisión y quiero escuchar vuestros comentarios. He planeado un ataque falso contra Rusia. Utilizaremos la paranoia de la antigua Unión Soviética contra ellos. Voy a derribar el avión de la onda con todo el equipo a bordo.
—¿Qué utilidad tendría eso? —preguntó Nelson.
—Los colores del avión se cambiarán por los de las Fuerzas Aéreas estadounidenses. La culpa caerá directamente en el regazo de los Estados Unidos, y eso nos dará más tiempo para buscar la llave etíope. No veo nada que nos perjudique en esa acción; puede que incluso le apriete las tuercas a Rusia y la obligue a mover su Ejército a alguna otra región, lo que mermará la capacidad de actuación de América todavía más. Activos, permitidme que os recuerde, que serían utilizados contra nosotros. Tengo que admitir que esperaba una reacción más dura por parte de la nueva administración tras el incidente del Roosevelt y el derribo de esos aviones americanos y japoneses. Hasta el momento, el presidente se ha mostrado muy comedido.
—Tus cambios han sido oportunos hasta el momento. Por supuesto, se hará lo que a ti te parezca necesario. Continuamos yendo en la dirección adecuada y no hará falta mucho más para que este nuevo presidente adopte medidas más firmes contra los que percibe como agresores. Esta quizá sea la gota que colme el vaso, si podemos conseguir que los rusos lo crean y tomen represalias.
Tomlinson asintió para agradecerles a dame Lilith y a August Nelson que vieran sus planes con tanta claridad. Estaba a punto de levantarse y servirse otro whisky cuando se oyó una ligera llamada a la puerta. Vigilante, que acababa de llegar de Europa, entró y cerró las puertas dobles sin ruido.
—Señor Tomlinson, tiene una llamada importante de su activo en Hawái, señor.
Tomlinson observó a Vigilante, que le llevó el teléfono, y después le hizo un gesto con la cabeza para que se fuese. Tras eso, observó al anciano abrir las puertas del estudio y salir, consciente en todo momento de que no debía divulgar demasiada información ante el hombre que podía inclinar la balanza de poder en la Coalición con solo unas cuantas palabras contra él.
—Sí, Dalia, ahora mismo estábamos hablando de ti. ¿Cómo transcurre la operación?
—Nos movemos en doce horas, pero no te he llamado por eso. Quería decirte en persona que ha fracasado nuestro intento de matar a los hombres responsables de lo de Etiopía y el asalto de Westchester.
—Entiendo —dijo Tomlinson mientras se servía la bebida.
—Eso no es todo. Logramos seguir al helicóptero que utilizaron en su huída y ahora están bajo la protección del mismo grupo de hombres en una ubicación segura de la base Nellis de las Fuerzas Aéreas, en Nevada. William, sería sumamente difícil llegar a los antiguos o al coronel Collins allí.
Tomlinson miró a su alrededor, a las dos personas que lo estaban observando con atención. Les sonrió como si estuviera recibiendo buenas noticias.
—¿No me digas?
—Pareces tomarte este asunto con una tranquilidad extrema, pero no cabe duda de que esos dos antiguos están proporcionándole mucha información a ese coronel y a quienquiera que sea la persona para la que trabaja. Información, permíteme añadir, que podría ser muy perjudicial para tu salud. Debes suponer que tu seguridad se ha visto comprometida y abandonar tu casa de inmediato.
—¿Estás segura de lo que dices? —preguntó Tomlinson, que dejó de sonreír a los otros.
—No pienso quedarme aquí a debatir la validez de mis técnicas de vigilancia contigo. Si me hubieras pagado todos mis honorarios por adelantado, esta conversación habría terminado hace dos minutos. Puesto que no es el caso, todavía me debes una suma considerable. Además, nadie me había informado de que esos hombres misteriosos que parecen presentarse en los momentos más extraños son muy, pero que muy buenos en lo suyo. Tu información sobre este asunto tenía serias carencias. Así pues, William, te sugiero que te vayas antes de que unos hombres muy desagradables del FBI y unos cuantos granjeros de Virginia se presenten ante tu puerta. Te informaré cuando tenga la placa.
Tomlinson parpadeó cuando concluyó la conexión. Colgó el teléfono y sonrió a medias, miró a sus dos colegas de la Coalición y luego a su alrededor, a su ostentoso estudio. Sabía que iba a dejar todo aquello por lo que su familia había trabajado durante siglos, y lo invadió la furia.
—Me temo que Dalia me ha informado de que nuestros viejos parientes Carmichael y Martha han hecho un viaje a Nevada, y con toda probabilidad están rompiendo su tradición de silencio y están hablando sobre su legado. Debo suponer que nuestra seguridad está, o pronto lo estará, comprometida. Debemos irnos de inmediato a Creta, que al parecer se ha convertido en nuestro santuario anticipado.
—Sabíamos que llegaría este día —dijo Lilith; posó su copa y se levantó sin prisas—. He de admitir que echaré de menos mi estilo de vida actual y los títulos.
—Podemos lamentarnos en el avión, más tarde. De momento, debemos evacuar el lugar. —Tomlinson se dirigió a las puertas del estudio, pero se detuvo y puso las manos en los pomos—. August, deja un equipo defensivo aquí y no les digas nada. También quiero que dejes una gran sorpresa que les demuestre a las autoridades que tienen una buena lucha entre manos. Quiero que la destrucción de mi propia casa y todo lo que poseo sea prueba de mi dedicación y mi creencia firme en nuestra causa. Haz también que se lance de inmediato la operación Boomerang y ordénale al profesor Engvall que se prepare para su traslado a Creta.
—Daré la orden —respondió August Nelson, después puso una mano tranquilizadora en el hombro de Tomlinson—. Y el profesor Engvall ya está a salvo en Creta, supervisando la descarga del equipo de la onda.
Con una última mirada a su casa americana, William Tomlinson se fue, sabiendo que no regresaría hasta que la Coalición se hubiera hecho con el control no solo de los Estados Unidos, sino del mundo entero.
Vuelo pesado 2897 de las Fuerzas Aéreas estadounidenses
A doscientas millas náuticas de la isla Sajalín
(Operación Boomerang)
La plataforma armamentística del Boeing 777 que había iniciado los ataques en Irán/Iraq, Rusia, Corea y China había sufrido un cambio radical durante su escala en Yakarta. El equipo de la onda permanecía en el interior e intacto, pero el exterior de la aeronave se había vuelto a pintar; los colores de un avión comercial se habían transformado en los de las Fuerzas Aéreas estadounidenses. Todos los pilotos de cazas rusos del mundo serían capaces de reconocer esos colores azules y blancos, y eso era justo lo que William Tomlinson y la Coalición querían.
El piloto y el copiloto que iban a bordo tenían instrucciones concretas, debían conectar el transmisor de decibelios de la onda a distancia en cuanto cruzaran el espacio aéreo ruso. El sistema no podía hacer daño alguno porque las frecuencias se habían cambiado en Yakarta y se habían programado con ajustes más benignos; lo único que ocurriría sería que la señal de la onda se retransmitiría en abierto, directamente a los oídos de los puestos de escucha rusos.
La cabina del avión estaba equipada con asientos eyectables, como los de la Fuerza Aérea; los pilotos se eyectarían en cuanto entraran en contacto con los cazas rusos. Tras la eyección y en menos de treinta minutos, un barco de arrastre de la Coalición los sacaría del mar picado. Peligroso, sin lugar a dudas, pero cada uno de ellos recibiría un incentivo de dos millones de dólares.
—Tenemos compañía y nos están apuntando —dijo el copiloto en búlgaro desde su posición en el asiento derecho.
—Recibido, hemos intentado el contacto y no hemos recibido respuesta a nuestras instrucciones —dijo el líder del escuadrón de cuatro MIG 31.
—¿Puede identificar la aeronave? Según las rutas comerciales, debería ser un vuelo de American Airlines procedente de Fairbanks, Alaska, cambio.
—Negativo. Hemos identificado visualmente la aeronave como la de un transporte pesado 777 de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, número de cola 6759875. Intentaremos…
El coronel ruso lanzó un gañido cuando la penetrante señal de la onda le estalló en los oídos a través de los auriculares.
—Aquí líder Tango-Abel; ¡hemos captado un tono extraño de audio que emana de la aeronave americana, cambio!
—¡Tango-Abel, líder, apunten y destruyan objetivo, de inmediato!
—¿Qué? Puede que solo se hayan desviado de la ruta…
—Líder de escuadrón, destruya el objetivo. ¡Es una orden de la máxima autoridad!
El MIG 31 frenó un poco y tomó posiciones a un kilómetro del 777 americano. Le ordenó a su compañero que apuntara y disparara. El coronel ruso oyó la señal larga y clara de las cabezas buscadoras de sus misiles cuando las dos pusieron los puntos de mira en los enormes motores GE.
En cuanto el piloto de la Coalición vio en el radar a los MIG que se acercaban, conectó el piloto automático y se preparó para la eyección. Tanto él como su copiloto vestían equipo de supervivencia en aguas frías y estaban equipados con una lancha salvavidas.
—Estamos listos. Preparados para eyección. ¡Eyección, eyección, eyección! —gritó mientras tiraba de la barra disparadora amarilla y negra del asiento eyectable.
No pasó nada. El piloto volvió a tirar y nada. El copiloto tiró de la palanca doble de su asiento, pero el resultado fue el mismo. Los dos hombres empezaron a aterrarse, los dos sabían que estaban a solo unos segundos de una muerte abrasadora. En su pánico, a ninguno se le ocurrió que los hombres que les habían pagado con tanta generosidad los habían traicionado. La Coalición necesitaba que se descubrieran pilotos con uniformes americanos si se encontraba algún resto de la nave destruida, pero los hombres jamás habían cuestionado la necesidad de un engaño tan elaborado que exigiese uniformes.
Los misiles salieron despedidos de los rieles. La primera cabeza buscadora térmica golpeó el soporte del motor de babor justo por debajo de la larga y ancha ala del Boeing, mientras que la otra alcanzó el motor en sí. Las dos siguientes, disparadas por el copiloto, golpearon los restos del ala ya dañada; el gigantesco avión dio una vuelta en el aire y cayó en picado al mar desde tres mil metros de altura.
El piloto ruso se quitó la máscara con gesto de rabia. Estaba confundido, no entendía por qué el piloto americano no había intentado despegarse y eludir el ataque de los misiles.
Era como si hubiera querido morir.
La Casa Blanca
Washington D. C.
Niles estaba sentado en uno de los recargados sofás del Despacho Oval, observando al presidente, que escuchaba a su homólogo chino a través de un intérprete. Su viejo amigo estaba a punto de poner la medicina en la boca del presidente de la República Popular de China antes de darle el terrón de azúcar. El embajador chino ante el Consejo de Seguridad de la ONU, con el respaldo ruso, había estado afirmando desde primeras horas de la mañana que había sido un terrible accidente lo ocurrido en el encuentro tierra-aire con Corea del Norte.
—El asalto coreano a nuestro destacamento especial fue un acto de guerra manifiesto y el pueblo americano exige que responda con la misma moneda. ¡Y por intentar mantener la paz, la prensa mundial me está crucificando! Las acciones de su aliado fueron un error en el menor de los casos y un crimen en el mayor. O bien consigue usted que Kim atienda a razones o podemos llevar esta locura a su conclusión obvia.
Niles observó que los nudillos de su viejo amigo se ponían blancos en el auricular y que los músculos de la mandíbula funcionaban a un ritmo endiablado.
Ahora el azúcar, Jim, ofrécele el terrón, pensó Niles.
—Tenemos pruebas de que una entidad externa es la responsable de estos terremotos, pruebas que se están remitiendo a través de canales oficiales en estos mismos momentos. Canales oficiales y no privados, porque quiero que se filtre; porque el mundo debe saber que no hemos sido los responsables de esos terremotos de los que nos culpa su aliado Corea del Norte. Si no hace caso de las pruebas que le enviamos, señor presidente, las circunstancias me obligarán a defender a los soldados de este país, a sus marineros y aviadores, así como a los de nuestros aliados, y lo haré con toda contundencia. ¿Nos entendemos con claridad?
El presidente americano escuchó la diatriba de respuesta y después cerró los ojos y se relajó de forma visible.
—Que sus asesores estudien los nombres y las pruebas que hemos enviado y después aguardaré su llamada. Hasta entonces, he ordenado que nuestro Ejército promulgue el DEFCON Dos por razones defensivas. No se perderán más vidas americanas sin que respondamos al fuego. —De nuevo escuchó al otro lado de la línea—. Muy bien. Esperaré su decisión.
El presidente colgó el teléfono despacio en la mesita de café que tenía delante. El secretario de Estado, que acababa de llegar tras su discurso en las Naciones Unidas, donde había condenado las acciones de Corea y el poco útil silencio de rusos y chinos, esperaba nuevas órdenes.
El presidente miró su reloj y después miró al director del FBI, que se había sentado él solo en una silla pequeña a la izquierda del sofá.
—¿Cuándo va a arrestar a ese hombre de Chicago?
—La unidad de rescate de rehenes está actuando en estos mismos momentos. Deberían irrumpir en la vivienda en diez minutos exactos —respondió tras mirar su reloj.
—Bien. Señor secretario, puede regresar a las Naciones Unidas, dirigirse al Consejo de Seguridad y presentar todas las pruebas que el doctor Compton le ha proporcionado. Tengo entendido que su personal está trabajando en el historial de la tecnología usada y las personas que la están utilizando. Creo que es hora de compartir lo poco que tenemos sobre esa facción de la Coalición. Señor director, si puede, coja vivo a ese hijo de puta de Chicago.
—Sí, señor, ese es el plan.
El presidente sentía que controlaba la situación por primera vez en días. Agradeció a todos su presencia con un asentimiento.
—Caballeros, con la excepción del doctor Compton, pueden irse.
El secretario de Estado, junto con los directores del FBI y la CIA, se levantó y salió de la habitación, encantado con la idea de actuar contra el hombre que podría haber sido el responsable de la pérdida de todas aquellas vidas americanas.
Cuando se cerró la puerta, el presidente se deslizó perceptiblemente por el sofá. Se frotó la cara con las manos y después miró a Niles.
—Este trabajo es una mierda, ratón de biblioteca.
—Tú te lo has buscado. Por cierto, gracias por darle al coronel Collins carta blanca en lo de Hawái.
El presidente levantó la barbilla una vez y la volvió a dejar caer contra el pecho. Después esbozó una pequeña sonrisa.
—Puede que nos hayas salvado el pellejo, Niles. Dile a tu gente… diles…
—Se lo puedes decir tú mismo cuando todo esto haya terminado, señor presidente. Lo único que han hecho es lo que llevan cien años haciendo.
—Solo espero poder mirarlos a la cara, a ellos y a otros cuando esto concluya. Porque ahora mismo, soy el responsable de la muerte de muchos chicos americanos.
Niles se inclinó hacia delante y observó a su amigo.
—Eso no es verdad. —Miró su reloj—. El responsable está a punto de darse cuenta de que es para él para quien se han acabado los secretos.
5708 Lakeshore Drive
Chicago, Illinois
El Equipo de Rescate de Rehenes (ERR) del FBI estaba en posición. El agente al mando, George Weston, miró el monitor térmico de la gran casa que había enfrente; le desconcertaba lo que estaba viendo.
—¿Un congelador como el de un restaurante? —le preguntó al técnico que estaba sentado ante la batería de monitores.
—Es probable; es, con mucho, el más grande que yo he visto jamás. Claro que, mire la casa, ¿quién tiene tanto dinero?
—Es evidente que ese imbécil. ¿Algún cambio en los últimos dos minutos?
—No. Todavía tenemos tres cuerpos calientes en la habitación de la casa que los planos señalan como el gabinete, y tres más en la cocina.
Al agente al mando le preocupaba la habitación que el escáner térmico recogía de un sólido color azul en el monitor. Los cuerpos calientes eran fáciles de distinguir, pero si había alguien en ese congelador, su equipo no lo sabría hasta que irrumpiera allí.
—¿Hay algún movimiento en los cuerpos calientes del gabinete y la cocina?
—Ninguno.
El agente al mando levantó el walkie-talkie.
—Rojo Uno, ¿los rastreadores captan algo? —preguntó. Observó el monitor que mostraba la imagen verde tomada con cámaras de visión nocturna, la imagen de la unidad Rojo Uno del ERR, cuyo trabajo era comprobar si había trazas diminutas de materiales explosivos. Utilizaban el «rastreador», un pequeño ordenador portátil que olía el aire del interior que se escapa por los alféizares y las rendijas de las puertas. Habían podido acercarse tanto porque, por sorprendente que fuera, el arrogante señor Tomlinson no tenía perímetro de seguridad alrededor de la casa.
—Negativo. Solo aire limpio y fresco; no hay indicación de nitratos ni evidencia de trazas químicas aparte de ambientadores y desinfectantes domésticos —respondió el técnico de campo.
El agente al mando tomó la decisión al tiempo que llevaba los ojos al punto frío de la casa.
—De acuerdo, unidades técnicas avanzadas, aléjense. Equipo de ataque, luz verde en dos minutos, a mi orden y por el manual.
No le hizo falta que le respondiera el ERR porque vio que se estaban poniendo en posición. Sus ojos se posaron en el punto frío y frunció el ceño. Después se obligó a apartar la mirada y vio que los equipos de la ventana, la puerta y el de arriba alcanzaban sus posiciones.
—Preparados… ¡Adelante, adelante, adelante! —dijo por la radio.
Mientras el equipo del puesto de mando observaba desde el otro lado de la calle, el primer equipo usó un ariete para atravesar las gruesas puertas dobles y después una granada de aturdimiento voló al interior, seguida de inmediato por los botes de humo. El fogonazo y el estruendo resonaron con estrépito, incluso al otro lado de la calle, y los agentes vestidos de negro entraron a la carga al tiempo que otros agentes irrumpían por las ventanas delanteras y traseras. En el tejado de la casa de tres pisos, una unidad bajó con cuerdas, saltó desde las costosas tejas del tejado y se metió por las ventanas de arriba.
Dos destacamentos enteros de ERR, uno de Chicago y otro de Kansas City, veinte hombres bien armados y equipo blindado completo, estaban dentro de la gran residencia en menos de treinta segundos.
Weston observaba por la ventana, sin hacer caso de los monitores, y vio que estallaban más granadas de aturdimiento. Para él fue un alivio comprobar que en la gran mansión no se producía ningún tiroteo inicial. Quizá este cabrón traidor de Tomlinson termine por rendirse sin luchar, pensó Weston.
—Abajo, abajo, abajo, al puto suelo —fueron los gritos que se oyeron por los micrófonos abiertos de la dotación de asalto—. Uno, el estudio es seguro. La cocina es segura; cinco hombres y una mujer detenidos.
—¿Uno de ellos es Tomlinson? —preguntó Weston, estaba mirando el monitor que mostraba la habitación fría en la cámara térmica.
—Uno, Tomlinson…
De repente y sin aviso previo, la mansión Tudor se desintegró. El estallido fue tan potente que toda la dotación de asalto del ERR se desvaneció en un microsegundo. La explosión arrasó la mansión y la onda expansiva llegó hasta las casas circundantes.
Weston murió una décima de segundo después de advertir que los indicadores térmicos de la habitación fría de repente se ponían rojos. La casa que habían tomado prestada para poner el puesto de mando explotó y se derrumbó. Las dos casas de la parte de atrás y las dos que había a los lados de la casa de Tomlinson estallaron y empezaron a arder. En total, con los chivos expiatorios que la Coalición había dejado dentro de la casa junto con los veinte miembros de asalto de las dos unidades del ERR y otros quince agentes del FBI y policías de Chicago, cuarenta y una personas murieron en las explosiones.
Después de que Tomlinson y los otros miembros de la Coalición dejaran la casa de Lakeshore Drive, un mensajero de la Coalición había colocado un paquete especial en el enorme congelador de la cocina. El paquete estaba protegido por unas temperaturas bajo cero y un sello hermético, así que nada de lo que el FBI tuviera podría detectarlo. Cien cajas de treinta y ocho kilos de C-4 explotaron cuando apretaron un botón a treinta kilómetros de distancia, en el aeropuerto internacional O’Hare.
Tomlinson le tiró el control remoto de larga distancia al auxiliar de vuelo y apartó la vista. Cogió su copa cuando el Boeing 777 empezó a rodar por la pista para despegar. Cuando el enorme avión se alzó por los aires y empezó a girar al norte sobre el lago, todos los que había a bordo estaban mirando por las ventanillas de la derecha del avión. A lo lejos, vieron la nube pequeña de colores brillantes que se alzaba sobre los tejados del mismo barrio exclusivo que acababan de abandonar.
Dame Lilith fue la primera en apartar la vista de la escena y mirar a Tomlinson. Este tomó con calma un sorbo de su bebida, se estiró en el largo sofá del lujoso avión y después la miró.
—¿Cuánto tiempo necesitarán nuestros equipos para entrar en acción en Etiopía después de que recibamos la placa con el mapa de Dalia? —preguntó Tomlinson, y colocó su copa en la larga mesa que había delante del sofá.
—Seis horas —contestó la mujer.
—Bien —dijo él, y le sonrió a dame Lilith—. En general, incluso con la pérdida de mi casa, no han faltado satisfacciones este día.