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Noticias vespertinas de la CNBC

La tensión entre los Estados Unidos y Rusia ha aumentado hoy cuando el Departamento de Estado de los Estados Unidos dijo que el aplazamiento de los envíos de grano estaba directamente vinculado a la agresión rusa en la antigua República de Georgia. Esta política es un cambio drástico para el presidente saliente de los Estados Unidos, que lucha por contener la agresión rusa contra su antigua república independizada.

La escena cambió a una panorámica de los campos de trigo vacíos y yermos de Ucrania.

Durante los últimos cuatro años las pérdidas de cosechas en Rusia han golpeado a la antigua nación comunista, y las tensiones por la ralentización de envíos de grano y otros productos esenciales procedentes de Estados Unidos se han convertido en un obstáculo fundamental en las relaciones entre Oriente y Occidente. La incendiaria declaración del presidente ruso al afirmar que su homólogo estadounidense estaba utilizando la comida como arma contra su nación fue deplorable.

New York Times (AP)

Washington D. C.

Durante la toma de posesión del recién elegido presidente de los Estados Unidos, su espectacular declaración de que eliminaría todos los obstáculos que impedían la salida de los envíos de grano a Rusia se ha visto como un movimiento conciliador para poner de nuevo en marcha las negociaciones que conduzcan a la salida de las tropas rusas de la antigua república rusa de Georgia. Aunque el presidente ruso elogió el anuncio y lo calificó de «prometedor», se mantuvo firme en su declaración de que «el daño ya está hecho».

Este tema nos recuerda que la sequía, que ya dura tres años en la República Popular de China, ha acabado de nuevo con más del cincuenta por ciento de la cosecha de arroz exportable de esa nación, lo que afecta a la inestable Corea del Norte. A causa de la escasez de alimento en los Estados Unidos se está restringiendo cualquier tipo de envío extra a Corea, al líder de esa nación, Kim Jong Il, se le atribuyen las siguientes declaraciones: «Esto no es más que otro ejemplo de cómo ven los Estados Unidos y Japón las relaciones entre Corea y Occidente». La retórica no podría llegar en un momento peor para el nuevo presidente, cuando intenta sofocar una preocupación creciente por las recientes alegaciones hechas por Rusia y China sobre el modo hostil en que los ha tratado Estados Unidos.

Pyongyang, Corea del Norte

En la actualidad

El desfile militar se había organizado para honrar a los diplomáticos visitantes. Estos habían llegado a Pyongyang para negociar los envíos de alimento que había restringido el vecino del sur de Corea del Norte. La verdadera esperanza era poder convencer a los del norte de que los envíos se habían detenido debido a las malas cosechas. La prueba que ofrecían era que no solo sufrían las dos Coreas, sino también Japón y la mayor parte de las naciones asiáticas. Era obvio que el desfile era el modo que tenía Kim Jong Il de anunciar que él pensaba continuar en pie de guerra. Tras su comienzo, tres años antes, con una serie de pruebas nucleares, la animosidad de Kim Jong Il contra Corea del Sur y el resto del mundo occidental parecía tan sólida como siempre. Las delegaciones alemana, japonesa y estadounidense se habían ido tras negarse a prestarse al juego de Corea del Norte.

Los restantes equipos diplomáticos permanecían sentados en el palco, aburridos a más no poder, cuando sintieron el primer temblor ligero a través de las plantas de los pies. Supusieron que era la brigada de tanques T-80, que pasaba tronando por la plaza.

—Este es el despliegue más flagrante de brutalidad que he visto jamás —declaró el delegado de Gran Bretaña.

Estaba a punto de levantarse para irse con varios más cuando otro ligero temblor subió por el balcón de piedra y lo hizo vacilar. El delegado se asomó al desfile y vio que los tanques T-80 ya habían pasado y no quedaban nada más que las tropas impecables que marchaban por la plaza, y desde luego no eran suficientes como para hacer temblar la tierra.

—¿Lo ha sentido? —le preguntó al delegado chino.

—Sí, yo…

El primer temblor de verdad golpeó entonces. El negociador británico perdió el equilibrio y la multitud de abajo chilló de miedo. Los soldados que marchaban se detuvieron e intentaron mantenerse en pie durante los fuertes temblores. De repente, la fachada de un gran edificio del otro lado de la plaza se soltó y cayó sobre la masa de espectadores, sepultando al menos a cien personas. El delegado chino consiguió levantar al inglés, pero al hacerlo la barandilla de piedra que rodeaba el gran balcón se desprendió y cayó a la calle. Los hombres retrocedieron cuando estallaron los gritos de los aplastados en el suelo. Tan rápido como había empezado, el terremoto terminó. Los diplomáticos estaban conmocionados pero ilesos cuando los guardias se precipitaron a ayudar a los que habían caído.

La tierra se levantó y tembló de repente otra vez. El balcón, con más de cien representantes de todo el mundo, se agrietó, se desprendió, y los mandó a todos al suelo, treinta metros más abajo. Varios edificios oscilaron y después se derrumbaron. El pánico se desató primero entre la multitud rezagada y después entre los soldados que desfilaban. Todos rompieron filas y corrieron a ponerse a cubierto. Y entonces la calzada pavimentada se abrió bajo sus pies y la herida abierta escupió agua a gran presión procedente de un centenar de cañerías rotas. Cincuenta o sesenta de los elegantes soldados fueron tragados por la fisura creciente y desaparecieron.

Por toda la ciudad los edificios se desplomaron y las carreteras quedaron destrozadas. Hasta el aire circundante osciló cuando una oleada tras otra aporreó los edificios desvencijados y mal construidos. Cuando el mundo se agrietó bajo ellos, la brigada de tanques se desvaneció en un milisegundo. Los soldados no tardaron en seguirla. En el aeropuerto, varios de los MIG 29 que habían tomado parte en el desfile aéreo se estrellaron al intentar tomar tierra, la pista de aterrizaje se partió y se deslizó hasta nueve metros de su posición original.

A cuatro kilómetros y medio de la costa, el lecho marino salió volando como una colcha que alguien arrugara y luego soltara a toda prisa, y el maremoto resultante se llevó dos buques de guerra, un destructor británico y otro estadounidense. Después, el oleaje borró del mapa treinta pequeñas ciudades y pueblos de la costa cuando el océano se adentró quince kilómetros en el interior. Se descubriría durante los días y semanas venideros que murieron ochenta mil personas. El terremoto continuó durante diez minutos enteros, un fenómeno sin precedentes que envió a medio millón de coreanos del norte a muertes horribles, aplastados, quemados vivos o ahogados.

Al otro lado de la frontera, apenas se percibió un rumor de los movimientos de la tierra; el Ejército surcoreano, junto con veintiocho mil soldados americanos apostados en la frontera, fueron puestos en estado de alerta como precaución contra el norte.

Al otro lado del mar de Japón, los sismógrafos midieron unos temblores que se salieron de todas las gráficas. A los pocos minutos se corrió la voz por todos los teletipos de que un terremoto de 11.8 había sacudido Corea del Norte, el mayor movimiento terrestre registrado jamás. De inmediato se hicieron llamadas a Corea del Norte solicitando permiso para que las organizaciones humanitarias pudieran cruzar la frontera y desembarcar en puertos y aeropuertos donde prestar asistencia a la población. Sin embargo, las solicitudes de vecinos frenéticos y de otras naciones del mundo quedaron sin respuesta. Se les informó, no obstante, de que el ejército comunista de Kim había entrado en estado de alerta roja y que división tras división habían comenzado a reunirse en puntos clave cercanos a la frontera.

Había sonado el primer golpe del Martillo de Tor y había dejado al mundo pasmado con su poder.

Frontera entre Iraq e Irán

Al día siguiente

En la calina de la tarde, cuando el sol estaba en su punto más bajo antes de desaparecer tras los yermos planos de su país, el general iraquí, que había supervisado la reconstrucción de las divisiones de tanques de su nación tras la devastadora guerra con la ONU, utilizó los prismáticos para examinar los kilómetros que llevaban al frente. El gobierno recién elegido de Iraq estaba usando el equipo americano y británico que les habían regalado para hacer una demostración de fuerza a beneficio de sus vecinos iraníes. Habían situado dos divisiones de combate totalmente equipadas en el frente de doscientos cincuenta y cinco kilómetros de frontera común. Era, desde luego, impresionante, y el general sabía que podría aplastar a los iraníes en menos de un día si era necesario.

—General, nuestro radar ha captado una gran aeronave en el espacio aéreo iraquí, parece que se ha desviado de la ruta comercial señalada. Está a treinta mil pies y mantiene un rumbo norte constante. Hemos deducido que se trata de un Airbus comercial pesado de fabricación francesa.

—Muy bien, manténgame informado. Y ponga también en alerta a las baterías de defensa aérea.

El coronel iraquí asintió y se alejó.

El general no iba a molestarse por un piloto que no se sabía sus propias rutas. Lo preocupaban más los cinco mil tanques T-90 iraníes que tenía a menos de seis kilómetros de distancia.

Sus prioridades no tardarían en cambiar.

El general iraní de alto rango estaba dando comienzo a sus rezos vespertinos cuando lo golpeó de repente un tremendo dolor de cabeza. Parecía resonar desde el oído interno y desplazarse hasta el centro de su cerebro. Sufrió un mareo y estuvo a punto de caer en la alfombra de rezo. Se sujetó, tenía náuseas y estaba agitado. Y entonces el dolor de cabeza pasó tan rápido como había llegado. Se irguió usando las dos manos y fue entonces cuando sintió los primeros temblores a través de las palmas de las manos.

Fuera, mil hombres de las dotaciones de los tanques habían sufrido los mismos síntomas que el general, algunos peores, otros no tanto, pero todos habían experimentado algo parecido a una onda que los atravesaba. Y entonces se desorientaron, cuando la tierra empezó a moverse en serio.

A ciento cincuenta kilómetros al oeste, los mismos devastadores dolores de cabeza y movimientos de tierra los sintieron los militares iraquíes cuando ellos también se preparaban para los rezos vespertinos.

De repente, y sin mucho más aviso que un ligero temblor, la tierra se convirtió en una onda fluida. A ambos lados de la frontera, tanques y hombres se vieron sacudidos como si caminaran por una superficie líquida. El movimiento se incrementó y el propio aire se convirtió en un muro ondulado, desorientador, de desplazamiento. La tierra se agrietó a lo largo de una línea que casi era un espejo de la frontera entre las dos naciones. A ambos lados, las baterías de artillería volcaron, y se oyeron y sintieron explosiones cuando las líneas de defensa aérea se inclinaron y se cayeron de sus lanzacohetes.

El primero de los tanques iraníes desapareció en una brecha descomunal de cientos de metros de anchura que se abrió como si la misma tierra hubiera desaparecido. Treinta y cinco tanques y sus dotaciones se desvanecieron en décimas de segundo. La devastación no se detuvo ahí. La falla se abrió todavía más, y más rápido de lo que cualquier hombre o sus máquinas podían responder. En menos de un minuto, el noventa por ciento de las divisiones iraníes había desaparecido. Fue como si jamás hubieran existido.

En el lado iraquí de la frontera, el suelo se partió y se precipitó hacia el recién instalado cuartel general de la comandancia. El reforzado campamento saltó entero por los aires y se desperdigó como si lo hubiera rociado por el suelo del desierto una gigantesca manguera contra incendios. La zona situada entre los ríos Tigris y Éufrates se alzó a una altura de cincuenta metros antes de empezar a derrumbarse sobre los ríos. Después, los ríos se rizaron con violencia y vaciaron sus aguas en el cielo y el desierto circundante. Aldeas y pueblos enteros se desplomaron y se mezclaron con las arenas del desierto. La falla desgarró el norte hasta Bagdad y el sur hasta el golfo Pérsico. El terremoto estaba haciendo que la recién reparada capital, Bagdad, gimiera como un animal cansado cogido por la garganta y sacudido por una bestia poderosa. Los edificios más altos cayeron sobre sus vecinos más pequeños, matando en el acto a cientos de miles.

En alta mar, tres petroleros comerciales escoltados por dos destructores británicos por el estrecho de Ormuz se vieron empujados de repente a kilómetro y medio de las costas de los Emiratos Árabes Unidos cuando las aguas del golfo se retiraron por efecto de un terremoto submarino combinado. Después, la tremenda ola de agua se precipitó de nuevo hacia la tierra que solo momentos antes había dejado vacía. El mar se alzó a treinta metros antes de que el tumulto acuoso hundiera los dos buques de guerra y volcara los tres superpetroleros. El tsunami llegó a adentrarse en Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos, destruyendo las ciudades costeras y arrastrando al golfo a más de ciento treinta mil almas.

Al fin, la tierra se quedó quieta.

En las alturas, el supuesto avión comercial que se había salido de su ruta se dio media vuelta después de sobrevolar una línea de setenta y cinco kilómetros de excavaciones petrolíferas recientes que habían pasado desapercibidas en las semanas previas justo al lado del lado iraquí de la frontera.

El segundo golpe del Martillo de Tor se había completado y la partida de ajedrez había comenzado en serio.