Guillermo Cabrera Infante
La Habana Para un Infante Difunto
En la portada el fotógrafo ambulante detenido en el tiempo (en La Habana, allá por 1948) por el fotógrafo que pasa como una sombra por ese Parque Central borrado por la luz, y en la solapa (en esta edición digital, en la foto de autor) el mismo fotógrafo se demora en el espacio de un Londres nublado en 1978 para observar a un mirón que todavía mira pero apenas ve y con parejo gesto ese fotógrafo produce las dos imágenes de una visión recurrente en La Habana Para un Infante Difunto, la novela que comienza como una memoria infantil y termina como una fantasmagoría del sexo. Si el autor pudo declarar que Tres tristes tigres, su libro más célebre, era una galería de voces, ahora puede decir que esta novela es un museo de mujeres, con el narrador de guía completando cada boceto, detallando cada dibujo, exhibiendo cada cuadro carnal hasta hacerlos tableaux vivants. Dividido en episodios (algunos de más de cien páginas de largo), en los que la vida es una perla alrededor de la cual crecen ostras barrocas de palabras, el libro alterna los juegos literarios y los juegos de amor para hacerlos coincidir muchas veces en una risa de grandes labios. Pero el innombrado personaje central está empeñado, más que en buscar a la mujer, en una búsqueda de la felicidad, y el libro termina en un fantástico final feliz en un cine, como una película popular. Es el cine, precisamente el cine de Hollywood, la séptima musa que inspira al autor y así el epígrafe tomado de King Kong («Parece que las rubias escasean por estos pagos») es el anuncio de la obsesión que motiva al narrador al principio: la cacería de rubias, verdaderas o falsas —y ésa es su perdición aparente. El erotismo aliterante, la paronomasia de los sentidos y la constante comicidad —el autor se declara un comediante paralizado por el miedo escénico— parecen ser las marcas de fábrica de La Habana Para un Infante Difunto —además de la busca nostálgica de una ciudad perdida. Ese pedazo de memoria en blanco que el autor mira sin ver en la foto de allá arriba es quizás el nombre de La Habana, como la letra y la música de una vieja canción que siempre queremos recordar porque pertenece al olvido.