Hammerfest, mayo de 2011
Tras el anuncio de Ravna se impuso el silencio. Nora observó a Ukko, Ealla y Andrine, sentados a su misma altura alrededor de la cama. Intercambiaron miradas de sorpresa, pero parecían más curiosos que alarmados.
Gáddja, de pie tras ellos, se cruzó de brazos y dijo en tono cáustico:
—¿Qué pasa? ¿Tu padre fue infiel y tuvo hijos con otra mujer que ahora aparecerá con su familia para disputarnos la herencia?
Ravna miró a su hija con serenidad, sin reproches. ¿Eran imaginaciones suyas o Nora percibió un rastro de compasión?
—¿Nunca te has preguntado de quién heredaste el cabello castaño claro y la altura? —preguntó la anciana.
—Bueno, si tu impresionante «revelación» —repuso Gáddja— consiste en que el abuelo era un sami de la costa, por desgracia tendré que arruinarte el efecto sorpresa. Hace mucho tiempo que me lo contó la abuela. Tampoco es ningún secreto que a lo largo de los siglos los sedentarios no se casaban solo entre ellos.
Ravna no se dejó intimidar.
—¿Y tu aversión hacia el pescado? Que, por cierto, compartes con tu sobrina Nora. No ha habido ni hay nadie más, ni en la familia de mi madre ni entre los parientes de Lemek, que no le guste el pescado.
Gáddja la miró con suspicacia. Por primera vez parecía insegura. Probablemente le habían tomado el pelo varias veces con eso de ser la única que rechazaba el alimento principal de los sami, tan saludable.
Ravna miró al grupo y dijo:
—Lemek Kuoljok no era mi padre biológico. Mi madre Áilu ya estaba embarazada de mí cuando se casaron. Soy medio noruega. Mi progenitor se llamaba Sander Andersen, era de Arendal y dejó plantada a mi madre cuando supo sus orígenes sami.
Tras unos segundos de estupefacción, hablaron todos a la vez.
—Ay, pobre —suspiró Andrine.
—¿Lemek lo sabía? —preguntó Ukko.
—¿Qué significa dejar plantado? —quiso saber su hija de siete años.
—¿Conociste a ese Sander? —preguntó Ealla.
Nora, que no había apartado la mirada de Gáddja, vio que palidecía y se tambaleaba. Se levantó y le acercó la silla a su tía, que se dejó caer. Nora fue a buscar un vaso de agua y se lo dio. Gáddja lo cogió mecánicamente, bebió un trago y quiso dejarlo en la mesa, pero no acertó por un palmo. El ruido que produjo al estrellarse contra el suelo de baldosas la despertó de su aturdimiento. Se levantó y salió impulsivamente de la habitación. La puerta se cerró tras ella con estrépito.
—¿Qué le pasa a la tía Gáddja? —preguntó el hijo de Andrine—. ¿Está enfadada?
Su hermana se arrimó a él con los ojos desorbitados del miedo. Ravna acarició los cabellos de los dos niños.
—Solo está un poco alterada. Algo en lo que creía firmemente no es verdad.
Su bisnieta arrugó la frente.
—¿Como que Papá Noel no existe?
Ravna asintió con una sonrisa.
—Eso mismo.
La pequeña se volvió hacia sus padres, que parecían desconcertados.
—Sé que sois vosotros los que ponen los regalos debajo del árbol —anunció—. ¡Ya no soy una niña pequeña!
Ealla hizo el amago de seguir a su madre.
—Tal vez debería ir a ver cómo está.
Ravna sacudió la cabeza.
—Ahora es mejor dejarla sola. Necesitará un rato para asimilarlo.
Ealla volvió a sentarse. Parecía aliviada, y Nora lo entendía. ¿Qué se le dice a alguien cuyo mundo acaba de desmoronarse, que ya no tiene sus rígidas convicciones para mantenerla firme, que ve cómo su visión en blanco y negro ya no es válida porque se ve obligada a verse a sí misma como una mezcla gris? Gáddja debía de sentirse fatal. Ella, tan orgullosa de su pureza sami, de repente también tenía raíces noruegas. A Nora le daba pena.
—Esperemos que no se lo tome muy mal —dijo Ravna, verbalizando lo que Nora pensaba.
—A lo mejor la impresión tiene un efecto curativo —opinó Ukko—. Tal vez así verá de una vez lo absurdo que es su esquema radical del bien y el mal.
—Sí, esperemos que así sea. De todos modos no le resultará fácil —comentó Andrine—. Lleva años aferrada a esa actitud intransigente.
Nora miró a Ravna. Su abuela parecía haberse librado de una carga. Tenía las mejillas sonrosadas y le brillaban los ojos.
—Has dicho que tu madre no te contó nada que no averiguaras tú por tu cuenta —dijo—. ¿Qué querías decir? ¿Es que Lemek te hizo sentir que no eras su hija biológica?
La anciana lo negó con un gesto.
—¡Dios santo, no! Era el padre más cariñoso del mundo.
—Entonces ¿sabía que tu madre esperaba un hijo de otro antes de casarse con ella? —preguntó Ukko.
Ravna asintió.
—Poco antes de que falleciera en 1965, oí que le daba las gracias a mi madre por el gran regalo que había aportado a su matrimonio. Como no tengo hermanos, supe que se refería a mí.
—Pero ¿por qué lo mantuvieron tan en secreto? —terció Nora.
—Sí, exacto, yo tampoco lo entiendo —dijo Ealla—. Si no tenía ningún problema con eso, sino que se alegraba, ¿por qué lo ocultaban?
—Eso fue lo primero que le pregunté a mi madre —contestó Ravna—. Para entenderlo tenéis que saber que ella creció en una época en que el Estado noruego se mostraba muy intolerante con los grupos marginales. De pequeña, mi madre Áilu fue separada de su familia y pasó unos años horribles en un orfanato antes de ser adoptada por un matrimonio muy cariñoso del sur. A sus padres les dijeron que había muerto.
—Es terrible —exclamó Nora—. ¿Cómo se puede ser tan cruel?
La anciana se encogió de hombros.
—Esa gente creía que hacía lo mejor para esos niños. Como siempre, Áilu se debatía entre sus raíces sami y la mentalidad y escala de valores noruega, que inevitablemente había asumido como propia. En su vida había sufrido a menudo por ser percibida como diferente y por tanto discriminada. Quiso ahorrarme ese destino. —Se detuvo para beber un sorbo de té—. El segundo motivo era que Áilu sentía un agradecimiento infinito hacia mi padre. Él realmente no tenía ningún problema con que yo no fuera hija suya.
—No es lo más habitual —intervino Ukko—. Debía de ser un gran hombre.
—Sí que lo era —confirmó Ravna, y continuó—: Mi madre no quería arriesgarse a que lo miraran con desprecio por haber aceptado un hijo ajeno. El hecho de mantenerlo en secreto y no contar a nadie que no era su hija biológica fue su manera de demostrarle su agradecimiento. Y como para ella era importante que siguiera siendo un secreto también después de su muerte, le prometí no contarlo. —Señaló a Nora con la cabeza—. Pero luego apareciste tú. Cuando Gáddja no quiso acogerte en la familia por culpa de tu madre, comprendí que era el momento de contar la verdad. No puede ser que tú recibas un trato vejatorio por algo que ignoras.
Nora puso una mano en el brazo de Ravna.
—Gracias.
—Bueno, ahora tengo que descansar —dijo Ravna—. Y mañana me gustaría volver a casa —anunció en un tono que no admitía réplica—. Debo saludar a mis bisnietos cuando desfilen cantando por Alta.
Todos intercambiaron miradas divertidas. Ravna volvía a ser la de antes, resuelta y valerosa.
De camino al aparcamiento, Ealla le indicó a Nora que se quedara unos pasos por detrás de los demás. Nora tragó saliva. Durante las últimas horas no había pensado en Mielat y su encuentro con Ealla, ni en lo que pasaría después.
Ealla bajó la voz y dijo:
—Aún no he visto a Mielat. No estaba en los prados de las crías. Se ha ido a Suecia a comprar nuevos machos. Nos veremos cuando haya vuelto. Tal vez esta tarde, o mañana. —Puso cara de impaciencia—. Cuando Mielat está aquí, no suele planificar citas concretas. Parece que se convierta en nómada y el tiempo sea un concepto elástico. —Esbozó media sonrisa—. Yo en eso soy muy distinta. Soy puntual y odio las citas vagas. ¿Lo habré heredado de ese Sander? —Y añadió muy seria—: Para mí es muy desagradable que las cosas hayan salido así. Seguro que te tengo en ascuas.
Nora se encogió de hombros.
—No pasa nada.
Ealla suspiró.
—La espera está acabando conmigo. Cuanto más tengo que aplazar mi confesión, más canguelo me da. Pero no puedo decírselo por teléfono o en un SMS, ¿lo entiendes?
—Claro, a mí me pasaría lo mismo.
Ealla le sonrió.
—Gracias por ser tan comprensiva y paciente. Te avisaré en cuanto haya hablado con él.
De noche el tiempo cambió. Cuando Nora salió de la casa con la familia de Ukko la mañana del Día Nacional, llovía a cántaros. Andrine salió antes con los niños en su MiniCooper rojo para entregar los trajes antes de que empezara el desfile infantil en su escuela de Alta. Ukko y Nora fueron al hospital para recoger a Ravna. Según el parte meteorológico que oyeron en la radio del coche, toda Finnmark se encontraba bajo un frente de bajas presiones que mantendrían todo el día las precipitaciones y las temperaturas apenas por encima de cero grados. Nora observó con envidia las instantáneas de sus leones que le había enviado Leene junto con saludos: en Oslo brillaba el sol en un cielo casi totalmente despejado.
Cuando se acercaban a la habitación de Ravna, oyeron un acalorado diálogo. La médica que trataba a Ravna estaba delante de su cama, donde la anciana estaba sentada completamente vestida y con un gesto muy digno, aguantando la monserga con que aquella joven intentaba impedir que abandonara el hospital antes de tiempo.
—A su edad es una imprudencia, y no muy sensato.
Ravna vio a su hijo y a Nora y les invitó a pasar con un gesto. Esbozó una sonrisa pícara.
—La sensatez bloquea los caminos hacia la verdadera felicidad —repuso.
La médica reprimió un gemido y miró a su paciente con una mezcla de enfado y preocupación.
—Por favor, vuelva a pensarlo.
—Ay, niña —dijo Ravna—. No necesito médicos para morir. Cuando llegue la muerte, que llegue.
La médica dirigió a Ukko y Nora una mirada de resignación.
—Me rindo.
Ukko sonrió.
—Cualquier otra actitud sería una pérdida de tiempo.
—Bueno, entonces necesito su firma —dijo la facultativa.
Le dio a Ravna un bolígrafo y una carpeta con pinza con los papeles del alta. Una vez firmados, la joven se despidió con un cabeceo y se marchó. Ukko fue tras ella, probablemente para interesarse por el estado de salud de su madre y saber cómo estaba realmente.
Nora recogió la ropa, los camisones y una toalla de Ravna, los puso en la maleta que encontró en el armario y recogió sus artículos del lavabo. Ravna abrió su mesita de noche y sacó la cajita de palo de rosa donde guardaba sus tesoros. Por lo visto, le había pedido a alguien que se la llevara al hospital. Nora dedujo que su abuela contaba con no salir viva de allí.
Ravna acarició la tapa con tallas decorativas, la abrió y sacó una esfera rosa del tamaño de una pelota de golf. Se la dio a Nora.
—Es un amuleto que mi madre recibió de su madre adoptiva un día muy especial. Era su primer día en una escuela nueva, y Áilu tenía miedo de no estar a la altura de las exigencias y de que la trataran de nuevo como una marginada.
Nora cogió la esfera de cuarzo rosa pulido. Era cálida al tacto.
—Me gustaría regalártela —continuó la anciana—. Te dará confianza y fuerza en momentos de duda. Y consuelo para el mal de amores. —Sonrió.
Nora sintió que se ruborizaba. Era obvio que su abuela sabía lo que le pasaba, lo mucho que la afectaba lo de Mielat, y lo nerviosa que estaba.
No quiso pensar en ello y dijo:
—Si no te entendí mal ayer, ese Sander provocó una terrible herida a tu madre. ¿No le resultó difícil, después de semejante decepción, comprometerse con otro hombre?
—Yo también se lo pregunté, y entonces me contó una vieja historia —contestó Ravna, y la invitó a sentarse a su lado en la cama con unos golpecitos. Nora lo hizo y su abuela empezó—: Había una vez una chica sami que vigilaba los renos por la noche. Encendía un fuego y se cocinaba pescado en una olla. De pronto oyó que se acercaba alguien: era un lobo grande. La miró desde el otro lado del fuego. Como no se acercaba a ella y tampoco hizo amago de atacar a los renos, la niña pensó: es un lobo bueno que deja a mis renos en paz, así que le daré un poco de pescado. Sacó un trozo de la olla y se lo lanzó al lobo, que lo engulló con avidez y luego siguió su camino. Cuando amaneció, un joven apuesto se acercó a la niña y dijo: «He venido a darte las gracias por ser tan bondadosa e inteligente. No intentaste ahuyentarme, sino que me diste un poco de tu comida. Me la zampé y me he convertido de nuevo en un ser humano. He sido lobo durante seis años, pero tu bondad me ha salvado». —Ravna sonrió—. Mi madre se consideraba igual que el lobo. Gracias a la comprensión de Lemek y su falta de prejuicios se reencontró con su verdadero yo.