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Hammerfest, mayo de 2011

—Pero ¡qué dices! —exclamó Nora—. Entonces ¿no estás esperando un hijo?

Pensó en la actuación de Ealla en el concierto de yoiks. ¡Vaya espectáculo! Todos se habían dejado engañar, nadie había dudado de su sinceridad.

Nora se sentó en una silla y se quedó mirando a su prima, que estaba con la cabeza gacha. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza: ¿por qué Ealla se lo había confesado precisamente a ella? ¿Había un malvado plan detrás? Era poco probable. Pero ¿de dónde salía ese repentino cambio de actitud?

—¿Lo sabe Mielat? —preguntó.

Ealla negó con la cabeza.

—No lo veo desde que la abuela sufrió el colapso y vine aquí. Está de nuevo de viaje.

—No sé qué decir —admitió Nora—. No entiendo nada.

De pronto se sentía agotada. Las emociones de las últimas horas, la falta de sueño y el esfuerzo realizado durante semanas por quitarse a Mielat de la cabeza le pasaban factura.

Ealla suspiró y se sentó frente a ella.

—Yo en tu lugar me sentiría igual —admitió, y la miró con timidez a los ojos—. Y estaría muy enfadada —añadió en voz baja.

—Más bien estoy desconcertada. Llevaste incluso una ecografía… —Se interrumpió—. ¿De dónde la sacaste?

—De internet. Modifiqué los datos con un programa de tratamiento de fotografía —contestó Ealla, y se sonrojó—. Me siento muy avergonzada. Yo tampoco sé qué me pasó. Pensé que era un buen plan.

—Bueno, en cierto modo lo era. Al fin y al cabo, Mielat se ha planteado seriamente cómo asumir su responsabilidad como padre. Es muy posible que os hubierais convertido en una familia.

—Puede ser, pero a la larga no habríamos sido felices.

Su voz sonaba triste. Nora pensó que parecía la desgracia personificada. Probablemente Mielat era su primer gran amor. Se sorprendió sintiendo compasión por su prima, diez años menor. Se dejó caer en la silla. Tras un breve silencio, preguntó:

—¿Qué ocurre entre vosotros dos, entre Mielat y tú?

—Los dos estamos bien, aunque podría ir mejor —dijo Ealla, y esbozó una media sonrisa—. Me he obsesionado totalmente. Ya de pequeña me parecía fantástico. Nos veíamos de vez en cuando en casa de su tío Ante o en las celebraciones y los días de mercado. Cuando hace tres años se volvió a instalar aquí y se dedicó a criar perros, empezamos a vernos más. Mi madre lo invitaba con frecuencia y le puso en contacto con gente que necesitaba perros pastores para los renos. No me molestaba que sus verdaderas intenciones fueran emparejarme con Mielat, al contrario, me encantaba. Es una mujer muy obstinada. —Torció el gesto—. A mi primer novio lo detestaba. Era sami, pero para ella no de los «auténticos» —explicó.

—¿Los auténticos?

—Bueno, su familia vive en la costa desde hace generaciones. Antes eran pescadores. Para algunos sami pastores de renos, los sami del mar, que siempre tuvieron un contacto más estrecho con marineros, los kven de Finlandia y otros inmigrantes, no son miembros plenos de nuestro pueblo. Igual que los sami de los bosques.

—Suena complicado. Y bastante absurdo —dijo Nora.

Ealla hizo un gesto de resignación y asintió.

—El caso es que me enamoré de Mielat y, con la ayuda de mi madre, lo preparé todo para conseguirlo. —Arrugó la frente—. Suena como si quisiera excusarme y culpar a mi madre. El hecho es que me he dejado influir por ella demasiado tiempo. En cierto modo también es cómodo que te digan siempre lo que tienes que hacer, lo que está bien y lo que está mal. Además, era demasiado cobarde para enfrentarme a ella, después de todo lo que ha pasado.

—Perdona, no puedo juzgarla, pero me da la impresión de que presiona bastante a su entorno con eso de que ha tenido una vida tan difícil —comentó Nora.

Ealla la miró con suspicacia.

—Ahora yo también lo veo así. Cuando recibí la noticia del infarto de Ravna lo vi muy claro. En parte porque poco antes mi madre había vuelto a discutir con ella por teléfono sin pensar en su delicada salud. No tendría que haber ocurrido.

—¿Y el otro motivo? —insistió Nora.

—Como mi madre tuvo una discusión con ella, apenas había vuelto a visitarla. Antes teníamos una relación muy estrecha. Me parece horrible que pueda morir sin tener la oportunidad de pedirle perdón y decirle lo mucho que la quiero. —Ealla tragó saliva y continuó con la voz tomada—: Eso me ha hecho despertar. Por fin he entendido que debo buscar mi propio camino. Da igual si mi madre lo acepta o no. Llevo demasiado tiempo intentando complacerla. Incluso no hice caso a mi propio padre por ella. —Adoptó un gesto pensativo—. «Presionar» es una palabra demasiado amable. En el fondo nos aterroriza a todos con su fanatismo. —Se estremeció—. Pero ¡eso se ha acabado!

Nora ladeó la cabeza.

—¿Y tus sentimientos por Mielat?

—Le quiero —contestó Ealla, y la miró a los ojos—. Pero también sé que sus sentimientos hacia mí nunca han sido tan profundos como desearía. Y yo no quería reconocerlo. Por eso era tan grosera contigo. Y cuando supe que estabais juntos me vino a la cabeza esa idea absurda y…

—Un momento. ¿Cómo sabías que nosotros…? ¿Te lo dijo Mielat…? Pero si quería anunciarlo en la comida familiar…

Ealla sacudió la cabeza.

—Os vi en la semana de Pascua saliendo de su casa. Os seguí y durante los días siguientes te seguí. Una vez estuviste a punto de descubrirme.

—¡Eras tú! —exclamó Nora, y pensó en la silueta que había visto escabullirse en el bosquecillo de abedules en casa de Mielat. Sacudió la cabeza—. Es un gran alivio saber que era una persona la que me seguía. Ya pensaba que estaba teniendo alucinaciones. Podrías ser agente secreto.

Ealla suspiró.

—¡No me lo recuerdes! Me cuesta creer que haya hecho semejante estupidez.

Hubo un silencio.

—Eres muy valiente por haber venido a contármelo —dijo Nora finalmente—. Seguro que no ha sido fácil.

—No, pero era lo mínimo que podía hacer.

—Aun así, gracias. Conozco a mucha gente que preferiría morderse la lengua a hacer una confesión así. —Se levantó y sonrió—. Vamos a ver a Ravna.

Ealla asintió aliviada.

—Me alegro de que me hayas escuchado. Eso tampoco es muy habitual.

Ravna estaba en la cama con los ojos abiertos. Cuando entraron Nora y Ealla, parpadeó.

—¿De verdad estoy despierta, o estoy soñando? —preguntó con voz débil.

Nora se sentó en la silla al lado de la cama.

—No, áhkku, estás bien despierta —dijo Ealla, y acercó otra silla y se secó una lágrima—. Y no sabes cuánto me alegro.

—Teníamos mucho miedo por ti —dijo Nora, y acarició la mano de Ravna.

—Estáis los dos aquí, juntas y en paz. Cuánto me alegra haber podido verlo —susurró Ravna.

Le costaba mantener los ojos abiertos. Nora y Ealla intercambiaron una mirada de preocupación.

—Ahora tienes que cuidarte —le dijo Ealla.

—Procura que vengan todos —repuso Ravna—. Tengo algo importante que deciros. —Miró a Ealla—. Sobre todo a Gáddja. A lo mejor se niega, nuestra última conversación por teléfono fue… bueno, poco amistosa.

—Me ocuparé de que venga. Aunque tenga que traerla a rastras —respondió Ealla, levantando la barbilla con resolución.

En los ojos de Ravna brilló algo. Una leve sonrisa le movió las comisuras de los labios.

—Bueno, entonces nos vemos mañana.

Ravna cerró los ojos y se durmió al instante. Nora y Ealla salieron de la habitación sin hacer ruido.

—¿Dónde está tu madre? —preguntó Nora—. ¿Es que no se ha enterado?

—¿Te refieres a que no esté aquí?

Nora asintió.

Ealla se encogió de hombros.

—Ni siquiera sé si se ha enterado. Solo he podido dejarle un mensaje en su buzón de voz. No tengo ni idea si lo ha oído. —Vio la expresión de Nora y explicó—: Está con sus rebaños en los prados de las crías, a medio camino entre Kautokeino y el Altafjord. En mayo los renos paren sus crías, y los criadores tienen mucho trabajo. Puede ser que mi madre ni siquiera tenga el móvil encendido.

—Ya.

—Pero sé dónde está y mañana la traeré —se adelantó Ealla a su siguiente pregunta.

Habían llegado al vestíbulo del hospital. Nora vio a Ukko, que acababa de entrar en el edificio, y lo saludó. La sonrisa que iluminó su rostro acongojado la conmovió como un cálido rayo de sol.

—¡Nora, me alegro de volver a verte! —Frunció el entrecejo—. Aunque ojalá fuera en otras circunstancias.

Después de darle un abrazo, se volvió hacia Ealla y la miró, vacilante.

—¿Puedo darte un abrazo también?

Ealla se sonrojó, se lanzó a los brazos de su tío y prorrumpió en sollozos.

—¡Claro que sí! Lo siento tanto…

—Tranquila —repuso Ukko—. Lo importante es que ahora nos mantengamos unidos.

Ella asintió.

—Ravna estaba despierta hace un momento, y quiere que mañana nos reunamos todos con ella. Ahora mismo iré a buscar a mi madre.

Ukko, que quería cuidar de Ravna, le indicó a Nora el camino a la casita de vacaciones, que se encontraba cerca del hospital, en la orilla del fiordo. Nora dejó sus maletas en la recepción, Ukko las llevaría más tarde en coche. Fueron al aparcamiento donde Ealla había dejado su coche.

—Nora, tengo que pedirte un gran favor… Sé que es pedir mucho, pero… para mí sería importante que Mielat supiera por mí que no… Quiero decir, ¿te parecería bien que primero hablara yo…?

Nora asintió.

—Por supuesto.

—Creo que lo veré esta noche, o mañana a primera hora con los rebaños. Quería ir a ayudar con sus perros. —Señaló un todoterreno salpicado de barro—. ¿Quieres que te lleve con Andrine y los niños?

—No, gracias. Prefiero caminar un poco —contestó Nora.

Ealla subió al coche y se fue.

El cielo se había despejado, el viento racheado arrastraba los jirones de nubes tierra adentro. Nora miró el reloj: pasaban pocos minutos de las seis. Parpadeó al sol, sorprendida, que aún seguía alto en el cielo. Había olvidado que estaba en la zona del sol de medianoche. En esas latitudes al norte del círculo polar el sol ya no desaparecería tras el horizonte durante las siguientes semanas. Sin embargo, apenas calentaba el aire frío. Nora calculaba que la temperatura era de unos dos grados bajo cero. Se subió el cuello de la chaqueta forrada y echó a caminar.

El deseo de Ravna de ver a su familia porque tenía algo importante que anunciar la había dejado preocupada. ¿Acaso su abuela notaba que se acercaba el fin y quería despedirse de todos y comunicarles sus últimas voluntades? ¿Y si pretendía una reconciliación entre Gáddja y los demás y su hija le negaba ese deseo? Le inquietó pensar en la desagradable escena que sin duda se produciría. Además, la idea de perder a Ravna al cabo de tan poco tiempo de haberla encontrado le resultaba dolorosa. Al menos, con ella no tenía ninguna cuenta pendiente, podía dejarla marchar con tristeza, pero en paz, si así debía ser.

No podía decir lo mismo de Mielat. Desde la confesión de Ealla no hacía más que darle vueltas. No le había importado que Ealla le pidiese que no hablara con él hasta que ella le confesara su mentira. Se alegraba de aquel aplazamiento. Tras tres semanas de silencio provocado por ella misma, no sabía cómo tratarle. ¿Estaría enfadado con ella? ¿O indiferente? ¿Y si había interpretado su retirada como un final definitivo y ahora no quería saber nada de ella? Su lado pesimista estaba convencido de esa posibilidad. A fin de cuentas, él había accedido enseguida cuando ella le pidió que no mantuvieran contacto alguno. ¿Era de esas personas que dejaban a un lado las cuestiones embrolladas para abrirse a algo nuevo? ¿Cómo reaccionaría a la confesión de Ealla? ¿Tendría ganas de gozar de su libertad y ya no le interesaba una relación? Pero ¿y si Mielat sentía que ella lo había dejado solo en una encrucijada? ¿Y si no quería saber nada de ella porque la herida era demasiado profunda? La idea le sentó como una puñalada.

Se quedó inmóvil y se tocó el costado, tosiendo. Sin que ella se hubiese percatado, la callejuela en dirección a Molla, un barrio residencial en las afueras de la ciudad, era cada vez más empinada. Doscientos metros por delante se veían las primeras casas y el paisaje rocoso. Bajó la mirada hacia la bahía y respiró hondo.

Recordó una escena de unos meses atrás, en la cocina de su madre haciéndole reproches. Al final a Bente se le había acabado la paciencia y le había echado en cara que se regocijara en la autocompasión sin pararse a pensar en la situación y los sentimientos de su madre. Y ahora, ¿no había mostrado una actitud parecida con Mielat? ¿Había intentado ponerse en su lugar? Si ella estuviera en su situación, ¿no habría deseado que él la apoyara y le ayudara a buscar una solución? ¿Acaso Mielat no tenía motivos para sentirse decepcionado por haber demostrado Nora tan poca confianza en sus sentimientos hacia ella? Estaba aterida de frío. ¿Había apartado de su vida al primer hombre en que confiaba y con el que se había imaginado una vida en común? ¿Había echado a perder su suerte por su obstinación egoísta y su incapacidad de ceder? Se mordió el labio. No se lo perdonaría nunca.