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EL CONTEXTO DE DRÁCULA

Leslie S. Kingler

… si usted viese con mis ojos y conociese con mi conocimiento, quizá comprendería mejor.

— C O N D E   D R Á C U L A

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EL SABIO VINCENT STARRET se refirió a Sherlock Holmes como a alguien «que nunca vivió y que por lo tanto no puede morir»[1]. Sin embargo, no puede hacerse mejor descripción de Drácula, el rey de los vampiros, cuyo nombre apareció por primera vez en 1897 en el libro epónimo de Bram Stoker. Si bien de los vampiros se hablaba desde hacía cientos de años, fue Drácula quien cautivó la imaginación de todos y encabezó «la triunfal marcha del vampiro transilvano por medio de periódicos, libros, pantallas cinematográficas y escenarios teatrales del mundo anglosajón», según las palabras de un crítico[2]. Irónicamente la publicación de su novela no cambió de modo significativo la vida de Stoker (1847-1912), de quien se sabe que ganó poco dinero con ella y quien después volvió a escribir narraciones menores y a dirigir el Lyceum Theater de Sir Henry Irving.

EL MUNDO VICTORIANO

ES NECESARIO al menos un conocimiento rudimentario de la historia de la época victoriana para apreciar el papel de la lectura coetánea de Drácula. En 1837, al comienzo del reinado de Victoria, Inglaterra estaba inmersa en el proceso de no sólo llevar a cabo la Revolución industrial, sino de llegar a ser la nación europea más industrializada. Espoleada por la adquisición de territorios ultramarinos, Inglaterra experimentó un extraordinario crecimiento industrial. Surgieron nuevas y sorprendentemente complejas formas de comercio, muchas de ellas como una respuesta a las masas que repentinamente hicieron crecer de modo espectacular ciudades como Mánchester, Birmingham y Londres, creando así núcleos urbanos en los que abundaban el delito y la pobreza.

Benjamin Disraeli

En 1868, cuando Benjamin Disraeli llegó a ser primer ministro, Inglaterra era ya, claramente, la nación más poderosa del mundo, y Disraeli, ruidosa y frecuentemente, propugnaba la mencionada expansión, ejemplificada por la coronación de la reina Victoria como emperatriz de la India en 1876, llevada a cabo a instigación del propio Disraeli. Su política exterior «imperialista» fue además justificada invocando generalizaciones en parte derivadas de la teoría darwinista de la evolución. La tesis era que el imperialismo constituía una manifestación de aquello a lo que se refería Kipling en el título de un poema suyo de 1899, «La tarea del hombre blanco». El imperio existía, argumentaban sus defensores, no para beneficio —económico, estratégico o de cualquier otro tipo— de Inglaterra, sino para que pueblos «primitivos», incapaces de gobernarse a sí mismos, pudieran, con la guía británica, llegaran a ser, eventualmente, cristianos y civilizados. Esta mentalidad sirvió para legitimar la adquisición por parte de Inglaterra de grandes territorios del África Central, así como su dominio —de acuerdo con otros países europeos— de China y otras partes de Asia.

Disraeli ofrece la corona de la India a la reina Victoria

John Tenniel, Punch, 1876.

En la época victoriana, el estudio de la «Filosofía Natural» y de la «Historia Natural» llegó a ser una «ciencia», y estudiosos que antes habían sido exclusivamente caballeros o clérigos llegaron a ser científicos profesionales. Entre la generalidad de la población comenzó a arraigar la creencia en las leyes naturales y en el progreso continuo, y hubo una frecuente interacción entre ciencia, gobierno e industria. Conforme la educación como ciencia se expandió y formalizó, tuvo lugar una transformación fundamental en las ideas acerca de la naturaleza y el puesto de los seres humanos en el universo. Se produjo en Inglaterra un renacimiento de la actividad religiosa, en buena parte único desde los tiempos de los puritanos. Este renacimiento religioso moldeó el código de conducta moral que llegó a conocerse como «victorianismo». Por encima de todo, la religión ocupó un lugar en la consciencia pública que no había tenido desde hacía cien años y que no mantuvo en el siglo XX.

El final de la era victoriana hizo asequible para el público una variada literatura. Así El señor de Ballantrae (1889), de Robert Louis Stevenson; distintas novelas de J. M. Barrie (que más tarde escribiría Peter Pan); The Bondman (1890), de Hall Caine; El retrato de Dorian Gray (1890), de Oscar Wilde, y varias piezas teatrales del mismo; The Adventures of Sherlock Holmes (1891) y The Memoirs of Sherlock Holmes (1893), de Arthur Conan Doyle; muchas obras de Rudyard Kipling; La máquina del tiempo (1895) y El hombre invisible (1897), de H. G. Wells… Todo ello atrajo la atención del público en mayor o menor grado, así como algunas obras norteamericanas, como Un yanki en la corte del rey Arturo (1889), de Mark Twain.

Un destacado best seller de esa década fue Trilby (1894), de George du Maurier, una novela cuyo sorprendente personaje central, una joven débil y enfermiza, tiene algunas semejanzas con la literatura de Stoker[3]. Poco leído hoy, el libro cuenta la historia de un joven artista y de su modelo, Trilby, que son amantes pero a los que separa la clase social. Cuando es abandonada por el artista, Trilby cae bajo la influencia de Svengali, un empresario psíquicamente vampiresco e hipnotizador que la moldea hasta que llega a ser una gran cantante, La Svengali. Sin embargo, sólo es capaz de cantar —y es obligada a hacerlo— estando en trance. Cuando Svengali muere, Trilby parece libre, pero un retrato de aquel hace que ella cante de nuevo de manera mecánica, tras de lo cual muere.

Trilby hipnotizada por Svengali.

George du Maurier, Trilby (1894).

La novela causó sensación en Inglaterra y en los Estados Unidos. Durante el primer año de su publicación se vendieron sólo en este último país doscientos mil ejemplares, y el término «svengali» llegó a ser aplicado a todo hipnotizador. Incluso hubo una popular versión teatral, y la novela reanimó la fascinación por la vie bohème, glorificada por Henri Murger en Scènes de la vie bohème (1848), y probablemente espoleó el interés de Puccini para crear su ópera La Bohème (1896).

Escena de la primera representación, en 1986, de la opera de Puccini La Bohème (basada en la novela de Murger).

APARECE DRÁCULA

CUANDO SE PUBLICÓ DRÁCULA en 1897, su recepción popular y crítica (fue considerado como ficción) no fue unánime. Durante los primeros años, es cierto, el libro no se vendió particularmente bien. Como se sabe, la primera impresión fue de sólo tres mil ejemplares, si bien la segunda apareció a los pocos meses y la obra fue elogiada en algunas reseñas. El Daily News (Londres, 27 de mayo de 1897) dijo que se trataba de «una larga historia hecha con seriedad, una dirección y una sencilla buena fe que debe llegar hasta inducir a los lectores de esta ficción a dejar su imaginación en manos del novelista», y la describe como «rica en sensaciones». The Daily Mail (Londres, 1 de junio de 1897) caracterizaba el libro como «poderoso y horroroso… El recuerdo de esta extraña y fantasmal historia sin duda nos perseguirá por algún tiempo». «Espantoso y terrorífico hasta el limite», escribió la Pali Mail Gazette (Londres, 1 de junio de 1897); «es también excelente, y una de las mejores cosas dentro de lo sobrenatural que hemos tenido la suerte de leer».

Sin embargo, no todas las reseñas fueron positivas. Así, por ejemplo, Athenaeum (Londres, 26 de junio de 1897) define la obra como «altamente sensacionalista», lamentando que sea «deficiente en el arte de la estructura así como en el sentido literario más alto». Punch (27 de junio de 1897) avisaba: «Es una pena que el señor BRAM STOKER no se haya contentado con emplear tales recetas sobrenaturales antivampiro inventadas por su más desbocada imaginación sin haberse aventurado temerariamente en un terreno en el cual los ángeles temen penetrar. Mas, por ello, (este comentarista) podría recomendar sin reserva alguna una novela tan ingeniosa a todo aquel que le pueda gustar la más extraña de las historias extrañas». The Spectator (31 de julio de 1897) define Drácula como algo «decididamente absurdo… La total contemporaneidad del libro —diarios fonográficos, máquinas de escribir, etc.— difícilmente se adapta a los métodos medievales que finalmente dan la victoria a los enemigos del Conde Drácula». The Bookman (Londres, agosto de 1897) quizá resume así la opinión inglesa: «Un sumario del libro podría sorprender y desagradar, pero debemos confesar que si bien aquí y allá, a lo largo de la narración, seguimos adelante con repulsión, hemos leído casi todo el texto con entusiasta interés». El Times (Londres, 23 de agosto de 1897) aconsejaba lo siguiente: «Nosotros no lo… recomendaríamos como lectura para el anochecer a las personas nerviosas».

Cuando Drácula se publicó por primera vez en los Estados Unidos, en el año 1899, la reacción de la prensa norteamericana no fue unánime. El Wave (San Francisco, 9 de diciembre de 1899) calificó la novela de un «fracaso literario» que adolecía de «carencia de contención artística… Si después de este aviso usted se arriesga a aventurarse por el libro, lo leerá hasta el final, como yo he hecho, y se irá a dormir, como yo he hecho, palpándose disimuladamente la garganta». El San Francisco Chronicle (17 de diciembre de 1899) consideraba Drácula como «una de las más poderosas novelas de este momento… un soberbio tour de force que se queda grabado en la memoria».

Cubierta de la primera edición de Drácula.

En un principio, Stoker reivindicó la total autoría de su narración. Una extensa entrevista en el British Weekly informaba de que «el argumento de la novela había estado en su mente durante largo tiempo». Preguntado por las bases históricas de su Drácula, Stoker mencionó que habían sido vistos vampiros en «Estiria, China, Islandia, Alemania, Sajonia, Turquía, el Quersoneso, Rusia, Polonia, Italia, Francia e Inglaterra», además de en todas las comunidades tártaras. Stoker admitió que Van Helsing estaba «basado en una persona real», pero no dijo nada acerca de los otros personajes de su novela[4].

Solamente un crítico, aparentemente familiarizado con la naturaleza sociable y afable de Stoker, con su abrumador trabajo como director de la compañía teatral de Irving y con el escaso interés que había despertado su anterior obra literaria, sospechó que la afirmación de Stoker de haber sido el creador de Drácula era un engaño: «Es casi inconcebible que Bram Stoker haya escrito Drácula. Y, sin embargo, ha debido de hacerlo. Su nombre aparece al frente del libro… es bastante difícil pensar en Bram Stoker como hombre de negocios, y no digamos en que posea una imaginación capaz de plasmar a Drácula en papel» (Detroit Free Press, 18 de noviembre de 1899).

El libro, finalmente, consiguió un enorme éxito comercial (aunque las afirmaciones de que se han vendido de él más ejemplares que de la Biblia son pura exageración), con millones de ejemplares. Desde su primera edición inglesa en el año 1897, realizada por Constable and Co., Drácula se ha reeditado de modo ininterrumpido, siendo la primera edición norteamericana la de Doubleday and McClure, y la segunda inglesa, la de William Rider and Son, de 1912. Los derechos de autor de Stoker caducaron en 1962. Para entonces, Drácula había aparecido en más de 100 ediciones en inglés y en numerosas traducciones.

La presencia de Drácula en el mundo nunca ha estado limitada a los libros. Asaltó los escenarios teatrales tan temprano como en 1867. Representaciones gráficas del Conde han aparecido en abundantes revistas y periódicos. El cine —un medio inverosímil para un vampiro, dado que no puede ser fotografiado— se apoderó de las historias de Drácula (o versiones del mismo mínimamente disfrazadas) ya en la segunda década del siglo pasado; hoy, la Internet Movie Database incluye más de 150 películas (incluyendo para adultos, de dibujos animados y filmes televisivos) con «Drácula» en el título y con más de doscientos actores representando al Conde de un modo u otro[5]. Niños y adultos conocen a Drácula; hay docenas de libros para niños con Drácula y su descendencia[6], así como juguetes, muñecos, juegos, títeres (incluyendo el Conde Draco de Barrio Sésamo), y hasta unos cereales para el desayuno (Count Chocula). Rumanía, donde tienen lugar muchos de los acontecimientos ocurridos en la novela, ha adoptado, por razones prácticas, a Drácula como símbolo nacional y mezclado la historia de un héroe histórico, Vlad Tepes (conocido como Vlad Drácula o Vlad el Empalador) con la del Conde Drácula, creando así un gran mito.

El Conde Draco, de Barrio Sésamo.

Tarjeta postal rumana.

De la colección de Leslie S. Klinger.

Anuncio en el exterior en la Casa Vlad Dracul, en Sighisoara, Rumanía.

Fotografía de Leslie S. Klinger, mayo 2007.

Busto de Vlad el Empalador con aspecto de vampiro, en venta en el castillo de Bran, Rumanía.

De la colección de Leslie S. Klinger.

LITERATURA DE VAMPIROS ANTES DE DRÁCULA

PARA COMPRENDER el atractivo inicial del Conde y de sus perseguidores, debemos tener en cuenta la previa popularización de los vampiros. Drácula fue la culminación del interés por tales criaturas que se desarrolló durante la época victoriana, interés que había ido aumentando desde comienzos del siglo XIX y que tenía sus raíces en relaciones científicas que surgieron tan pronto como en los inicios del siglo XVI.

Según la novena edición de la Encyclopaedia Britannica [1888], se suponía que el vampiro era el espíritu de un difunto que había abandonado por la noche el cuerpo enterrado para beber la sangre de personas vivas.

Por lo tanto, cuando se abre la tumba de un vampiro, aparece su cuerpo fresco y sonrosado por la sangre que ha bebido. Para acabar con sus fechorías, se atraviesa el cuerpo con una estaca de madera, o se le corta la cabeza, o se le saca el corazón y se quema el cuerpo, o se echa sobre la tumba agua hirviendo y vinagre… La creencia en los vampiros prevalece sobre todo en países eslavos como Rusia (especialmente la Rusia Blanca y Ucrania), Polonia y Serbia, así como entre los checos de Bohemia y otras etnias eslavas de Austria. La creencia llegó a ser predominante de modo especial en Hungría entre 1730 y 1735 y, como consecuencia, por toda Europa circularon noticias acerca de las hazañas de los vampiros. Se escribieron varios tratados sobre el tema, entre los cuales cabe mencionar De masticatione mortuorum in tumulis,[7] de Ranft [1734] y Dissertation on the Vampires of Hungary, de Calmet [1751].

La primera narración popular acerca del vampirismo publicada en Inglaterra fue The Vampyre, del médico John William Polidori, aparecida en 1819[8]. En 1816, el Dr. Polidori acompañó a su amigo y paciente Lord Byron a un viaje por Italia y Suiza. Ese verano se alojaron en Villa Diodati, cerca del lago de Ginebra, donde recibieron la visita del poeta Percy Bysshe Shelley, su mujer, Mary, y la hermanastra de esta, Jane «Claire» Claremont. Cuando una incesante lluvia obligó a los cinco amigos a permanecer en la casa sin salir, comenzaron a leer en voz alta un libro de historias de fantasmas. Según Mary Shelley, Byron sugirió que cada uno de ellos escribiese algo sobre el mismo tema para rivalizar con el libro citado[9]. Lo escrito por Mary Shelley llegó a ser Frankenstein, publicado dos años más tarde. Su marido no escribió nada para responder al desafío; Byron comenzó una historia que no llegó a terminar[10]. La de Polidori fue The Vampyre. Considerada originalmente como obra de Byron y más tarde como una sátira contra él, la narración cuenta algunas de las actividades del vampiro lord Ruthven, un noble de hurañas costumbres y marcado por «el mortecino color de su rostro, que nunca consiguió un matiz más vivo». En los primeros años del siglo XIX, el enigmático y sin embargo extrañamente irresistible Ruthven hace amistad con un caballero llamado Aubrey, quien descubre que ni siquiera la muerte de aquel le libera de su implacable amigo. Cuando Ruthven regresa de la muerte, se reúne de nuevo con Aubrey para horror de este, y pronto ataca y mata a Ianthe, la enamorada de Aubrey. Hundido en una crisis, Aubrey se recupera sólo para descubrir que su querida hermana ha sido también víctima del monstruo, el cual, entonces, desaparece.

John Polidori.

Polidori no era un gran escritor, como se evidencia en las líneas que cierran el libro: «¡Lord Ruthven ha desaparecido, y la hermana de Aubrey había satisfecho la sed de un VAMPIRO!». La obra de Polidori es famosa por ser la primera de las grandes narraciones vampirescas, y más particularmente por su descubrimiento de un vampiro gentleman, muy lejos de los desagradables muertos bebedores de sangre que aparecen con detalle en Calmet y otros historiadores. Polidori tuvo un éxito inmenso; durante su vida (murió dos años después de la publicación de The Vampyre), su obra fue traducida al francés, alemán, español y sueco, y varias veces adaptada para la escena, en versiones que llevaron el horror al público hasta mediados del siglo XIX.

The Vampyre, programa de mano.

También extremadamente popular fue Varney, el vampiro, de James Malcolm Rymer[11], y publicada en una serie de ciento nueve entregas semanales desde 1845 a 1847. Es la primera narración vampiresca en inglés con extensión de novela, y su prosa está conscientemente destinada a impresionar: «Su pecho jadea y sus miembros tiemblan; sin embargo, no puede apartar sus ojos de ese rostro que parece de mármol… De un salto se apodera de su cuello con sus colmillos; sale un borbotón de sangre y sigue el espantoso sonido de sorber. ¡La joven se ha desmayado y el vampiro se entrega a su repugnante banquete!». A pesar de sus limitaciones artísticas. Varney ofrece un vívido y monstruoso retrato del no muerto. El vampiro es Sir Francis Varney, nacido en el siglo XVII y vuelto a nacer con frecuencia de entre los muertos; una «alta, delgada figura» cuyo rostro, parecido al de Ruthven, es «perfectamente blanco, perfectamente sin sangre», con ojos como de «estaño bruñido» y «dientes de horrendo aspecto, alargados igual que los de un animal salvaje, espantosamente, brillantemente blancos, y con aspecto de colmillos». Es posible que Polidori y Rymer (o Prest) estuviesen escribiendo sobre el mismo individuo, cuya descripción guarda una notable semejanza con la de Drácula[12].

Portada de Varney el vampiro, o la fiesta de la sangre, de James Malcolm Rymer.

El más influyente texto sobre vampiros publicado antes de Drácula —y que Bram Stoker reconoció explícitamente haber leído— es Carmilla[13], del escritor irlandés de temas fantásticos Joseph le Fanu y publicado en 1872. Cuenta la historia de una mujer vampiro. Después de sufrir un accidente de coche, la encantadora y hermosa Carmilla es recogida por Laura, la narradora, una joven solitaria. Laura tiene sueños aterradores, en los cuales una misteriosa mujer la visita en el lecho y besa su cuello. Recuerda que la apasionada Carmilla «me apretó más estrechamente en un abrazo tembloroso, y sus labios inflamaron poco a poco mis mejillas con dulces besos… No me gustaba cuando estaba presa de esos misteriosos estados de mal humor. Experimentaba una excitación extraña y tumultuosa, que de vez en cuando era placentera, mezclada con una vaga sensación de miedo y asco… yo tenía conciencia de un amor que se convertía en adoración, y también en aborrecimiento»[14].

Laura descubre que Carmilla es la doble de su antepasada la condesa Mircalla Karnstein (de Estiria), muerta hacía más de un siglo. Con la ayuda del general Spieldorf, amigo de su padre, Laura viaja a la ciudad de Karnstein, en Estiria, donde se entera, gracias al general, de que Carmilla (que también se llama a sí misma Millarca) es la condesa Mircalla, una mujer vampiro. Laura y varios hombres exhuman el cuerpo de la condesa y lo destruyen clavándole una estaca en el corazón[15].

Ilustración de Carmilla.

D. M. Freston, The Dark Blue, 1872.

El conocimiento público acerca de los vampiros aparece quizá mejor ilustrado que por ningún otro medio en La aventura del vampiro de Sussex, una aventura de Sherlock Holmes situada en 1896 (e, inexplicablemente, no publicada hasta 1924). Llamado para hacerse cargo de un caso por una firma de abogados y mediante una fría carta encabezada con un «Ref. vampiros», Holmes le encarga a Watson que averigüe lo que se sabe acerca de los vampiros (podría simplemente haber consultado la Encyclopaedia Britannica). Después de haber visto compendios de leyendas y supersticiones de Hungría y de Transilvania, Holmes estalla diciendo: «¡Basura, Watson, basura! ¿Qué tenemos que ver nosotros con muertos que caminan y que sólo pueden estarse quietos en sus tumbas por medio de estacas que atraviesen sus corazones? Es pura locura… Esta agencia tiene los pies en el suelo, y así debe continuar. El mundo es lo bastante grande para nosotros. Ningún fantasma nos necesita»[16].

La supuesta mujer vampiro de Sussex, de La aventura del vampiro de Sussex.

W. T. Benda, Hearst’s International, 1924.

Sin embargo, Holmes acepta el caso, y pronto sabe que Robert Ferguson, un antiguo futbolista compañero de Watson, piensa que su esposa, extranjera, puede ser una mujer vampiro. Ferguson no está loco; la ha sorprendido chupando las marcas que su bebé tiene en el cuello y ella se niega a darle ninguna explicación. Holmes concluye rápidamente que no hay vampiro alguno en lo que ocurre. En lugar de ello, la mujer está haciendo un desesperado intento para eliminar el veneno del niño sin dar a conocer al envenenador. Para el racionalista Holmes nada relacionado con el vampirismo es ni siquiera remotamente posible, mas para el Dr. Watson y para el robusto Bob Ferguson es Sherlock Holmes quien elimina tal posibilidad[17].

LA VIDA DE BRAM STOKER

ABRAHAM «BRAM» STOKER, director teatral, prolífico autor de novelas sentimentales y sensacionalistas, no hubiera sido imaginado por muchos de sus conocidos teniendo algo que ver con la más conocida narración de horror nunca publicada. Nacido el 8 de noviembre de 1847 en Clontarf, un barrio de Dublín a orillas del mar, era hijo de Abraham Stoker (1799-1876), funcionario público durante toda su vida, y de Mathilda Blake Thornley Stoker (1818-1901), una dinámica mujer partícipe en muchas causas sociales. Stoker fue el tercero de siete hijos, cuatro de los cuales llegaron a tener una carrera: tres de ellos estudiaron Medicina y el cuarto fue funcionario público en la India. Niño débil (sufría una enfermedad desconocida), Stoker estuvo en cama hasta los siete años, momento en que experimentó una recuperación casi milagrosa, tras de lo cual pudo tener una juventud normal. Es tentador especular sobre si conservó siempre el recuerdo de su restablecimiento y si ello pudo marcar de alguna manera el modo en que organizó la historia de los «Papeles de Harker».

Abraham «Bram» Stoker.

Stoker estudió en la Universidad de Dublín desde mediada la sexta década del siglo XIX hasta 1870, cursando Historia, Literatura, Matemáticas y Física en el Trinity College. En la universidad llegó bien pronto a ser un atleta popular. Aunque no brilló como estudiante, llegó a ser presidente de la Sociedad Filosófica Universitaria, un importante club de debates. Su primer ensayo presentado ante dicho foro, «Sensacionalismo y novela en la sociedad», le proporcionó cierto éxito en el College. Más adelante defendió de modo muy activo la poesía de Walt Whitman frente a las duras críticas universitarias. Después de completar su educación y por deseo de su padre, Stoker se incorporó como funcionario público a la administración del Castillo de Dublín. Sin embargo, era algo que no le satisfacía en absoluto, y en 1871 comenzó a hacer críticas de teatro (gratis) para el Dublin Evening Mail y, en su momento, Joseph Sheridan le Fanu le agradeció su interés por el periódico. Le Fanu, el autor de Carmilla, pudo haber compartido el entusiasmo que sentía el joven crítico por los vampiros, pero no hay prueba de que se conocieran. En 1872, Stoker publicó su primer cuento, The Crystal Cup, en la revista London Society. Siguieron otras tres narraciones cortas, The Primrose Path, Buried Treasures y The Chain of Destiny; las tres aparecieron en 1875 en The Shamrock, una revista poco conocida de Dublín.

Stoker a la edad de treinta y siete años.

Stoker era incansable en su promoción del teatro en Dublín, y en 1876 su aguda crítica de una representación de Hamlet en dicha ciudad, en que figuraba una estrella en ascenso, Henry Irving, le valió ser presentado al actor, lo que tuvo consecuencias fundamentales para el futuro de ambos. Según lo que sabemos, quedaron impresionados el uno con el otro, e iniciaron una correspondencia que duró varios años. Stoker siguió escribiendo al tiempo que continuaba su carrera como funcionario público. En este aspecto, su más importante aportación —no publicada hasta 1879— fue The Duties of Clerks of Petty Sessions in Ireland, de la cual se dijo que era el manual definitivo para el trabajo de funcionarios como el propio Stoker, aunque él mismo lo calificó más tarde de «árido y polvoriento»[18]. Por desgracia, Abraham Stoker murió en 1876, antes de poder ver a su hijo ascendido a inspector de los funcionarios para los que había escrito su manual.

Sir Henry Irving.

En 1878 Irving le ofreció a Stoker la dirección comercial de su nueva aventura, el Lyceum Theatre de Londres. Stoker aceptó, dejando su puesto de funcionario y no sin, sin embargo, haber terminado su manual y se casó con su amor de niño, Florence Balcombe, renombrada belleza que había sido cortejada por otro dublinés a quien conocía: Oscar Wilde. Los recién casados se trasladaron a Londres. Allí comenzó Stoker su trabajo como secretario, confidente, contable, portavoz, socio, compañero incansable y amigo de Irving, que duraría hasta la muerte de este en 1905. Sir Hall Caine, íntimo amigo de Stoker, escribió lo siguiente en el obituario que hizo del autor de Drácula: «Mucho se ha dicho de su relación con Henry Irving, pero me pregunto cuánta gente conocía realmente toda la profundidad y significado de esta asociación. Parecía como si Bram hubiese dedicado su vida a ella… Yo digo sin ninguna duda que nunca he visto ni espero ver una absorción tal de la vida de un hombre en la de otro»[19].

El Lyceum Theatre.

Florence Anne Lemon Balcombe.

Dibujo de Oscar Wilde (?).

Bram Stoker y su familia.

George du Maurier, Punch, 11 de septiembre de 1886.

Irving y Stoker saliendo del Lyceum Theatre.

The tattler, 9 de octubre de 1901.

El trabajo de Stoker en el Lyceum Theatre era difícil, pues se trataba de un mundo complicado y muy politizado. Irving, el actor más importante de la época, se movía en los círculos de las celebridades, del poder y del prestigio. Stoker se sumergió en las exigencias de su trabajo y, aunque él y Florence tuvieron un niño en 1879, Irving Noel Stoker, las largas horas pasadas en el teatro y los muchos meses de gira hicieron que estuviera con frecuencia ausente de su casa. Durante la mayor parte de sus veintisiete años con Irving, organizó todas las giras de la compañía por Inglaterra, planificó los aspectos financieros de todas sus producciones y manejó todo lo relativo a las cuestiones económicas del conjunto de actores. En 1883 Stoker organizó la primera de las varias giras norteamericanas de la compañía del Lyceum Theatre, lo que le proporcionó la oportunidad de conocer a su ídolo, Walt Whitman, y a Mark Twain.

Irving y Stoker salen de gira.

Entr’Acte, 6 de octubre de 1883.

Mark Twain.

Biblioteca del Congreso, 1907.

Walt Whitman.

La incansable energía de Stoker ya le había llevado a escribir novelas. Sin embargo, una vez en Londres tuvo que dedicarse a ello necesariamente a ratos perdidos debido a las exigencias del teatro, y se concentró de modo particular en narraciones cortas. Publicó en 1881 una colección de ocho cuentos de fantasía y maravilla para niños, Under the Sunset; ello tuvo lugar el mismo año en que le fue concedida una medalla por su heroísmo en un intento, fracasado, de salvar a un suicida que se había arrojado al Támesis. De 1886 es A Glimpse of America, en que se ocupa del tour de la compañía teatral de Irving; ya no puso su mano en una obra de ficción hasta 1890, año en que publicó una romántica aventura irlandesa, la novela titulada The Snake’s Pass.

En marzo de 1890, Stoker comenzó también a reunir las muchas piezas del material que llegaría a formar la historia de Drácula. Pasó ese verano en Whitby (Yorkshire), donde se encontró con el nombre de «Drácula» en un libro de la biblioteca. No se sabe cuándo ni dónde conoció a los «Harker», pero también en 1890 terminó sus estudios de Leyes y obtuvo su título en Londres; es posible que hubiera podido conocer al joven abogado Harker en uno u otro tribunal. Debió de ser entonces cuando empezara a trabajar con los «Papeles de Harker», pero aparentemente sus deberes profesionales le impidieron dedicar mucho esfuerzo y concentración a Drácula, aunque las Notas señalan una constante, si bien esporádica, atención al tema durante los siete años siguientes. Dos libros más aparecerían antes de la publicación de Drácula: The Watter’s Mou’ (1895), una historia inspirada por sus veranos pasados en Cruden Bay, en Escocia, y The Shoulder of Shasta (1895), otra historia romántica, esta vez en Estados Unidos.

Si bien Drácula se publicó sin duda con algún éxito de crítica, el comercial nunca acompañó a Stoker. Continuó escribiendo, llegando a producir otras ocho obras de ficción antes de su muerte: Miss Betty (1898), una novela; The Mistery of the Sea (1902), que transcurre en Cruden Bay; The Jewel of the Seven Stars (1903), una extraña narración basada en el interés que Stoker tenía por la egiptología; The Man (1905; también publicada con el título de The Gates of Life), una novela acerca de una mujer sincera; Lady Athlyne (1908), novela romántica; Snowbound: The Record of a Theatrical Touring Party (1909), una colección de historias cortas; The Lady of the Shroud (1909), sobre una mujer falsamente acusada de vampirismo; y La guarida del gusano blanco (1911), una narración de tema sobrenatural prácticamente imposible de describir acerca de un gusano gigante en Yorkshire. En 1910 Stoker publicó también Famous Impostors, texto acerca de grandes fraudes históricos, incluyendo el del famoso impostor de la época victoriana que afirmaba ser el heredero, desaparecido por largo tiempo, de las riquezas de los Tichborne, asunto que electrizó al Londres de la sexta década del siglo XIX; a dicho libro pertenece también la cuestionable historia de la «falsa» Isabel I. Pero lo que más éxito proporcionó a Stoker fueron los dos volúmenes de Personal Reminiscences of Henry Irving, publicados en 1905, poco después de la muerte del actor. Aunque criticada por no haber tratado del aspecto menos que admirable del egoísta Irving, la obra revelaba mucho sobre el propio Stoker y la feliz vida que llevó a la sombra de aquel.

Ilustración de La guarida del gusano blanco.

Pamela Coleman Smith (Londres, William Rider and Son, Ltd., 1911).

Fotografía de Bram Stoker trabajando, utilizada para publicitar sus memoria de Henry Irving (1906).

La obra narrativa de Stoker ha sido poco estudiada y por lo general pobremente valorada por críticos e investigadores. Hasta 1982, cuando Phyllis A. Roth, del Skidmore College, publicó su Bram Stoker, ningún biógrafo había prestado atención seria a sus escritos. Roth estudia cada una de sus novelas y concluye que todas ellas son de tema amoroso, en que aparecen los conocidos rituales tradicionales de la(s) pareja(s), los conflictos habituales y los finales felices imperantes en las narraciones sentimentales del siglo XVIII. Sus heroínas son por lo general hermosas, pero están necesitadas de ayuda; ellos son héroes de anchas espaldas, de noble aspecto y fuertes, mas incapaces de comprender a las mujeres, un defecto habitualmente corregido dentro de la propia narración. Incluso las historias de terror de Stoker, si bien incluyen lo sobrenatural, el misterio y los tradicionales elementos góticos de horror y de sorpresa, siguen la fórmula mencionada. Roth, observando que las novelas de Stoker idealizan las relaciones fraternas y filiales y que simplifican grandemente las relaciones heterosexuales, sugiere que acaso su autor «añoraba una época más sencilla, la descrita en la novela sentimental, o de incluso aún antes, en las historias amorosas en prosa o verso»[20]. En cualquier caso, las novelas de Stoker, con la posible excepción de La guarida del gusano blanco, hace mucho tiempo que han caído prácticamente en el olvido.

Poco después de la muerte de Irving, Stoker sufrió un ataque y hubo de comenzar una prolongada convalecencia. Como puede verse atendiendo a la mencionada lista de sus obras, esta fue sin duda la época más prolífica de su creatividad. Sin embargo, parece que la fortuna literaria de Stoker iba en declive, y que con excepción del modesto éxito de sus Personal Reminiscences, sus libros y sus incursiones en el mundo de los negocios le proporcionaron escasa compensación económica. Murió en su cama en 1912. El certificado de defunción declaraba que la causa de su muerte había sido «agotamiento», si bien un biógrafo afirmó que se trataba de una sífilis terciaria. En 1914, su viuda Florence publicó una colección póstuma de algunas de las historias de horror/fantasía no editadas anteriormente, incluyendo Dracula’s Guest y The Judge’s House[21].

Dracula’s Guest and Other Weird Stories (Londres, Routledge, 1914).

LAS GENTES DE DRÁCULA

SE SABE POCO de la vida del Conde (o Voivoda) Drácula, como se le nombra en la novela de Bram Stoker. Es desde luego improbable que «Drácula» fuese su verdadero nombre[22], y aunque algunos investigadores insisten en que el vampiro descrito en la obra es Vlad Tepes o Vlad Drácula, conocido también como Vlad el Empalador, un personaje histórico de Valaquia, no hay prueba alguna, dicho claramente, de que Vlad tuviese alguna característica vampiresca. Elizabeth Millar, que figura entre los más sagaces investigadores de Drácula, afirma: «El tema del Conde Drácula y de Vlad carece de consistencia»[23]. La novela de Stoker no incluye referencia alguna a «Vlad» o el Empalador, y no se dice nada de la terrible historia de Vlad si se exceptúa alguna observación de lo más vago y general acerca de nervios de acero y de mente astuta.

Bela Lugosi caracterizado como Drácula. Sello del Servicio Postal estadounidense, 1997.

Vlad el Empalador.

Dracole Wayda Barth.

(Ghotan Edition, Lübeck, 1485).

Lo poco que se dice sobre la historia de la familia aparece en las conversaciones anotadas por Jonathan Harker, un abogado al servicio de Drácula, a quien visita en Transilvania. De acuerdo con lo que Harker anota sobre lo que le dice el Conde, Drácula es un székely, desciende de una vieja familia y se califica a sí mismo como un noble transilvano o «boyardo». Aparentemente fue un jefe militar que dirigió a sus tropas una y otra vez contra los turcos, a menudo retirándose él solo a su país y abandonando el campo de batalla. No hay pruebas de que existan otros miembros de su familia, aunque no falta quien sugiera que las tres mujeres que habitan en el castillo de Drácula con este sean hermanas, hijas o antiguas esposas suyas.

Los datos sobre su aspecto físico son claros. Jonathan Harker describe a Drácula como hombre de edad y de alta estatura, prodigiosamente fuerte, perfectamente afeitado, pero con un gran bigote blanco[24]. Sus cejas son espesas, virtualmente una sola, y tiene dientes afiladísimos y labios muy rojos. Drácula tiene también mejillas delgadas, pero una barbilla grande y fuerte, y la parte alta de sus orejas es extremadamente puntiaguda. Lo que más impresiona a Harker del rostro de Drácula es su extraordinaria palidez. Describe sus manos como bastas y anchas, con dedos regordetes, palmas velludas y uñas largas, finamente cortadas y en punta. Nota también que Drácula tiene mal aliento: ¡sorprendente en un ser presumiblemente muerto y sin respiración! Mina Harker complementa esta descripción con sus propias observaciones acerca del Conde, del cual dice que es «alto, flaco, con una nariz ganchuda», de duro, cruel y sensual semblante, largos y blancos dientes y labios muy rojos.

Christopher Lee en el papel de Drácula.

El Conde Drácula (Corona Filmproduktion, 1970).

Hay escasos detalles acerca de su historia personal. Estudió secretos diabólicos en la Scholomance del lago Hermannstadt, y parece que allí es donde llegó a ser un vampiro. Antes de su «muerte» engendró a grandes hombres y a buenas mujeres. Se desconoce cuánto tiempo vivió en el castillo de Drácula o si tuvo otros lugares de residencia. Se sabe que no viajó mucho fuera de la Europa oriental, pero a pesar de no haber estado nunca en Inglaterra, se le menciona como hablando sólo inglés, aprendido gracias a sus muchas lecturas de periódicos, revistas y libros ingleses. Es más que posible que hablase bien alemán, húngaro, eslovaco, serbio, válaco y romaní.

Según la novela de Bram Stoker, Drácula pereció a manos de Quincey Morris y de Jonathan Harker. Como se dice en las notas del capítulo 27, hay poderosas razones para dudar de ello. Existen numerosas narraciones acerca de la vida de Drácula después de lo que cuenta la novela, incluyendo la excelente de Kim Newman titulada Anno Dracula (1992); las de Marv Wolfman, La tumba de Drácula y Dracula Lives! (1972, 1979), y la de Fred Saberhagen, The Dracula Tape (1975) son, sin embargo, historias contradictorias, y no hay razón alguna para creer en una de ellas más que en las restantes.

El principal enemigo de Drácula —de acuerdo con la novela de Stoker— fue el profesor holandés Abraham van Helsing, médico, filósofo, escritor, abogado y folclorista. Hombre de peso mediano, de fuerte contextura, con robusto pecho; se describe su cabeza como «noble, de buen tamaño, ancha y grande por detrás de las orejas». Pulcramente afeitado, tiene grandes y muy pobladas cejas, así como amplia frente y grandes ojos azules. Van Helsing es viejo, gris y solitario. Su mujer (como la de Mr. Rochester en Jane Eyre) está loca y probablemente ingresada en un manicomio; su hijo, quizá de la misma edad que Arthur Holmwood, el cazador de Drácula, está muerto.

Laurence Olivier en el papel del profesor Van Helsing.

Drácula (Universal Pictures, 1979).

Se sabe poco sobre su carrera. Van Helsing estudió en Londres, y aunque se dice de él que habla muchas lenguas, el inglés no es precisamente uno de sus mejores logros. Aparentemente ocupa una cátedra de Medicina en una universidad europea en el momento en que ocurre la acción de la novela (probablemente en Ámsterdam, ciudad a la que viaja con frecuencia), y ha dado clase a más de una generación de doctores, entre ellos a John Seward, otro de los cazadores de Drácula, y al Dr. Vincent. Devoto católico, es especialista en oscuras enfermedades, y se le menciona como «uno de los más avanzados científicos de hoy». Señala Clive Leatherdale, investigador y editor de Drácula, que Van Helsing es «principalmente un médico: no es un experto en la cacería de vampiros»[25]. Dejando aparte la ciencia, Van Helsing utiliza el folclore como si de un corpus fijo de conocimientos se tratara, y parece más bien un mago o un curandero religioso que un doctor en Medicina. También parece como si su pericia médica fuera más teórica que práctica; a lo largo de la novela, el tratamiento de sus pacientes no está muy lejos del estándar de los profesionales de la época[26]. El círculo de amigos de Van Helsing incluye a un tal Vanderpool, cultivador de ajos; a Arminius, un estudioso del folclore de la Europa oriental; a Palmieri, uno de los más importantes sismólogos del momento (que fue eliminado del texto de la novela). Y pudo haberse relacionado también con el gran neurólogo francés Jean-Martin Charcot.

Jonathan Harker ha de ser considerado como uno de los primeros en la lista de enemigos de Drácula. Un reciente y competente abogado que no ha cumplido todavía treinta años y que practica su profesión en Exeter ha sido designado por su superior, enfermo, para ponerse en contacto con Drácula. Harker pertenece a la Iglesia de Inglaterra; es hombre amable y sencillo, de rostro inteligente, fuerte y juvenil, de cabello castaño. Si bien está interesado en las costumbres extranjeras, es mojigato, falto de curiosidad intelectual y de costumbres fijas, con rígido sentido de la clase social y de la propiedad. Sin embargo, como muchas personas estrictas, Harker tiene un lado violento, quizá perverso. Sucumbe con facilidad a la seducción de las tres mujeres en el castillo de Drácula; arremete físicamente contra el Conde en su ataúd; le ataca de nuevo más adelante con un cuchillo kukri totalmente fuera de contexto; y llega a ser un verdadero torbellino de acción en su confrontación final con el Conde y sus guardianes armados.

Keanu Reeves en el papel de Honathan Harker y Gary Oldman en el de Drácula.

Drácula, de Bram Stoker (American Zoetrope, 1992).

La enamorada de Harker desde la infancia, con la que se casa en la novela de Stoker, es Mina Murray Harker. Mina, probablemente de la misma edad que su marido, es ayudante de magisterio en la misma escuela en que parece haber estudiado. Siendo alumna, formó parte del círculo de amigas en que también figuraban Lucy Westenra (aunque esta era más joven que Mina), Kate Reed (que no aparece finalmente en la novela) y otras jóvenes innominadas. Mina ha estudiado taquigrafía y mecanografía con objeto de ayudar a Jonathan Harker en su carrera de Leyes, y es buena conocedora de la psicología y la sociología. Su pensamiento es lógico y ordenado; es sensible a los sentimientos de los demás y a las impresiones que ella y sus amistades causan a su alrededor. Tiene «cerebro de hombre», según la desafortunada frase utilizada por Van Helsing para hablar del intelecto de Mina, pero esta no tiene mucha paciencia con la «Mujer Nueva». Aunque no se siente incómoda manejando un carruaje o una pistola, le gustan los valores domésticos, y está deseando permitir que los hombres de su entorno la coloquen en un pedestal.

Edith Cragi, que hizo el papel de Mina en Dracula or The Un-Dead, en la producción dirigida por Stoker en el Lyceum Theatre, 1895.

John (Jack) Seward, otro de los cazadores de Drácula, es médico y director-propietario de un manicomio privado. Antiguo estudiante y amigo íntimo de Van Helsing, Seward tiene veintinueve años, joven para el puesto que tiene. Es de buena cuna, distinguido y de fuertes mandíbulas; y aunque ha viajado por el mundo en busca de aventuras, es tímido y torpe con las mujeres. Dedicado por entero a su trabajo y compulsivo escritor de diarios, Seward anhela vivamente hacerse famoso en su especialidad, aunque muestra poca compasión por sus pacientes y escaso respeto por la ética médica o por la ley. Es crédulo, adulador —al menos con Van Helsing, cuya vida salvó en cierta ocasión— y lerdo, además de materialista y viscosamente racionalista.

Poco se sabe de Arthur Holmwood —después lord Godalming— o de Quincey Morris, que completan la lista de cazadores de Drácula. Holmwood es alto, atractivo, de cabello rizado (o lacio, dependiendo de la narración), y heredero de Ring, la mansión de la familia. Aparentemente posee una sustancial riqueza, también heredada. Aunque él, Morris y Seward han viajado juntos por lugares peligrosos, Holmwood tiene escaso sentido práctico (aparte de su habilidad para reparar boilers) y confía en su privilegiada situación y en su título para conseguir todo lo que desea. A pesar de que ha debido de educarse en instituciones tradicionales, sabe poco y dice menos. A lo largo de la novela gira en torno a Lucy Westenra, amiga de Mina, pero acaba perdiéndola ante Drácula, mas parece que se casa con otra a los siete años de la muerte de aquella.

Michael Gough en el papel de Arthur Holmwood, Melissa Stribling en el de Mina y Peter Cushing en el de Van Helsing.

Horror of Dracula (Hammer Film Productions, 1958).

Quincey Morris es hombre algo misterioso. Norteamericano de Texas, puede haber sido inventor y puede haber sido rico, pero, en todo caso, lo poco que se revela de su vida no son sino vagas alusiones a aventuras ocurridas en lugares remotos en compañía de Seward y de Holmwood. Pese a esta vida viajera, no habla lenguas extranjeras, parece incómodo en ciertos ambientes sociales y desprovisto tanto de curiosidad intelectual como de instrucción. Si bien Morris es un tipo de cortos alcances —probablemente incluso con su amado rifle Winchester—, es bastante apto con un cuchillo de monte, a pesar de lo cual será el único del grupo que morirá en el ataque final contra Drácula.

Otros dos componentes del circulo que rodea al Conde son dignos de mención. Lucy Westenra, amiga de Mina desde mucho tiempo atrás, es la primera víctima inglesa de Drácula. Lucy, que tiene diecinueve años en el momento de los acontecimientos descritos en la novela de Stoker, es la niña mimada de una familia de clase media-alta. El investigador de Drácula, Leonard Wolf, la describe como «tonta, transparente, extremosa, risueña, hermosa y buena»[27]. Su educación se limita (como cabría esperar) a algunos años pasados en la misma institución que Mina y que Kate Reed, y su vida se limita a dar paseos, visitar museos de pintura, cabalgar, remar, jugar al tenis y pescar. Quizá la clave de su destino sea su tendencia al sonambulismo, heredada de su padre. No hay mucho más que explique por qué Drácula, todavía en Transilvania, la elije para ser su primera víctima inglesa[28]. Lucy es cortejada por Holmwood, Seward y Morris, todos los cuales piden su mano; también Van Helsing se siente claramente atraído por ella. Pero Lucy parece como ignorante de todo. Está próxima al estado comatoso cada vez que se encuentra con Drácula, y se va a la tumba sin, a lo que parece, saber nada de lo que le ha ocurrido.

Frank Langella en el papel de Drácula y Kate Nelligan en el de Lucy.

Drácula (Universal Pictures, 1979).

El último personaje de interés en la novela es R. M. Renfield, de cincuenta y nueve (o cuarenta y nueve) años, internado en el manicomio de Seward y probablemente asilado voluntario. Renfield (privadamente mencionado de modo bien brutal como el «hombre mosca» por Seward, debido a su zoofagia), es hombre de gran fortaleza física y de carácter notablemente intelectual, muy bien educado y razonador. Pero es también egoísta, reservado, obsesivo, mórbidamente excitable y propenso a los actos violentos. Aunque su médico, John Seward, es el último que le ve, la manía de Renfield le relaciona con Drácula, e intenta racionalizar el vampirismo sobre bases psíquicas o espirituales. Poco se sabe de la vida de Renfield antes del manicomio, y nunca recibe visitas de amigos o familiares. Renfield es la única persona cuya muerte puede atribuirse directamente a Drácula[29].

Dwigth Frye en el papel de Renfield.

Drácula (Universal Pictures, 1931).

CÓMO SE LLEGÓ A ESCRIBIR DRÁCULA

¿QUÉ CONEXIÓN PUEDE buscarse entre el director de teatro y autor Bram Stoker y el grupo de personajes visto anteriormente? Para comprender cómo pudo llegar a ser la narración de Stoker, es preciso comenzar por una verdad oculta: Drácula no murió a manos de sus perseguidores. Bram Stoker, que comenzó su carrera de Leyes en abril de 1890, bien pudo haber conocido al joven abogado durante sus estudios, probablemente a comienzos de 1890, fecha de las primeras notas de Stoker en torno a Drácula. Harker, ansioso por publicar los papeles que llevan su nombre para alertar al público sobre la presencia del vampiro en Inglaterra, buscó la ayuda de su amigo Stoker; escasamente publicado, mas no por ello menos «hombre de letras» que Harker o cualquier otra persona de su círculo de amigos. Stoker quiso ayudar a los Harker, pero la presión de su trabajo le impidió dedicar a la tarea toda su energía. Entonces ocurrió lo inesperado: el propio Drácula se acercó a Stoker. Comprendiendo que era demasiado tarde para suprimir por completo los «Papeles de Harker», Drácula presionó a Stoker —presumiblemente con amenazas contra su persona y su familia— para distorsionar los citados papeles, ocultando los datos esenciales que pudieran permitir (o inducir) a los lectores a seguir las huellas del vampiro. Esto exigió no sólo cambiar los nombres de las personas implicadas, sino también la localización del castillo de Drácula e —lo más importante— inventar la historia de que Drácula había muerto y de que su castillo había sido destruido[30].

El resultado de todo ello fue la novela en su forma actual. Llena de plagios transparentes, inconsistencias, nombres, lugares y fechas artificiales, difícilmente puede confiarse en Drácula como fuente de conocimientos determinados sobre prácticamente nada que esté asociado con Drácula: ni el nombre ni la historia del conde vampiro, ni las verdaderas características de los vampiros, ni las razones de la inexplicable conducta de tantos personajes en tantas ocasiones. En lugar de ello, la versión publicada ha de ser considerada como una obra de ficción en su mayor parte, creada por Stoker a partir de los «Papeles de Harker» y bajo el férreo control del vampiro como señor. Demasiadas personas habían oído ya sobre la brutal historia de Harker, y quizá también demasiadas habían visto dichos papeles, con lo que los hechos esenciales quedaron completamente oscurecidos, y únicamente el más laborioso de los criptógrafos será capaz de descifrar los secretos de Drácula.

Con Drácula entrando en su tercer siglo iluminado por los focos, el interés por el vampiro continúa aumentando. Si este interés es alimentado por la nostalgia de una época en que una mujer podía lanzar un «¡Gracias a Dios por los hombres valientes!» o en que los temas sexuales presentes en un libro sobre un vampiro podían pasar prácticamente sin comentarios, o espoleado por la pasión por lo sobrenatural, o por un secreto deseo de lograr la inmortalidad por cualquier medio, o por miedo a los vampiros: lo cierto es que Drácula y sus descendientes parecen estar omnipresentes en la cultura occidental. He aquí, pues, el texto de la poderosa narración de Stoker con sus secretos revelados; una mirada que va más allá del velo con que el mismo Stoker había ocultado tan cuidadosamente (o acaso lo había hecho el propio Drácula) la verdadera historia del rey de los vampiros y de sus cazadores.