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Capítulo 25

DIARIO DEL DOCTOR SEWARD.

13

1 de octubre, por la noche[1].—Jonathan Harker me ha pedido que anote esto, pues me dice que se siente incapaz de hacerlo en su diario, y quiere que haya una relación exacta[2].

Pienso que ninguno de nosotros se sorprendió cuando se nos pidió que fuéramos a ver a Mrs. Harker un poco antes de la hora de la puesta de sol. Últimamente hemos llegado a comprender que el amanecer y el crepúsculo son para ella momentos de una libertad especial; cuando su antiguo yo puede manifestarse libremente sin que ninguna fuerza la domine o la restrinja ni la incite a la acción. Este humor o condición comienza como media hora o más antes del amanecer o del ocaso propiamente dichos, y dura mientras el sol está alto o mientras las nubes están todavía inundadas por los rayos que flamean en el horizonte. Al comienzo hay una especie de reacción de rechazo, como si soltara alguna atadura, y después sigue rápidamente la libertad absoluta; sin embargo, cuando la libertad cesa, la vuelta atrás o recaída llega aprisa, precedida sólo por un breve tiempo de silencio premonitorio.

Esta noche, cuando nos reunimos, ella estaba algo reticente y mostraba todas las señales de una lucha interna[3]. Lo atribuí al violento esfuerzo que hizo en el primer instante en que pudo hacerlo. Unos pocos minutos, sin embargo, le bastaron para recuperar el total control de sí misma; después, indicando a su marido que se sentara junto a ella en el sofá en que estaba medio reclinada, hizo que el resto de nosotros acercásemos nuestras sillas. Cogiendo la mano de su marido entre las suyas, comenzó a hablar:

—¡Estamos aquí todos juntos, y en libertad quizá por última vez! Ya sé, cariño, ya sé que tú estarás siempre conmigo hasta el final. —Esto se lo dijo a su marido, cuya mano tenía, como pudimos ver, apretada entre las suyas—. Por la mañana saldremos a emprender nuestra tarea, y sólo Dios sabe lo que nos espera a cada uno de nosotros. Van a ser tan buenos conmigo como para llevarme con ustedes. Yo sé que todo lo que unos hombres valientes y atrevidos pueden hacer por una pobre mujer cuya alma quizá está perdida (no, no, todavía no, pero en todo caso está en peligro) ustedes lo harán. Pero deben recordar que yo no soy como ustedes. Hay veneno en mi sangre, en mi alma, que puede destruirme, que debe destruirme, a menos que recibamos alguna ayuda. ¡Oh, amigos míos, ustedes saben tan bien como yo que mi alma está en peligro, y aunque yo sé que hay una salida para mí, ustedes no deben y yo no debo adoptarla! —Nos miró suplicante a todos nosotros, uno por uno, comenzando y acabando por su marido.

—¿Cuál es esa salida? —preguntó Van Helsing con voz ronca—. ¿Cuál es esa salida que no debemos (podemos) adoptar?

—Que yo muera ahora, por mi propia mano o por la de otro, antes de que un mal mayor se haya desarrollado por completo. Yo se, y ustedes lo saben, que una vez muerta podrían y querrían liberar mi espíritu inmortal, al igual que hicieron con el de mi pobre Lucy. Si fuese la muerte, o el miedo a la muerte, lo único que se interpusiera en el camino, no me asustaría morir aquí, ahora, entre los amigos que me quieren. Pero la muerte no lo es todo. Yo no puedo creer que morir en un caso como este, cuando hay esperanza delante de nosotros y un amargo trabajo que realizar, sea el deseo de Dios. Así pues, yo, por mi parte, renuncio aquí a la seguridad del descanso eterno para internarme en la oscuridad, donde pueden encontrarse las cosas más negras del mundo o del submundo.

Todos callamos, pues sabíamos instintivamente que esto era sólo el preludio. Los rostros de los demás estaban totalmente serios y el de Harker adquirió un tono gris ceniciento; acaso él imaginó mejor que nosotros lo que faltaba. Ella continuó:

—Esto es lo que yo aporto al caudal común[4]. —No pude dejar de fijarme en la curiosa palabra legal que utilizaba en este lugar, y con toda seriedad—. ¿Qué aportará cada uno de ustedes? Sus vidas, ya lo sé —dijo con rapidez—, eso es fácil para los hombres valientes. Sus vidas son de Dios, y pueden devolvérselas a Él; pero ¿qué me darán a mí? —Miró de nuevo interrogadoramente, pero esta vez evitó mirar a la cara a su marido. Quincey pareció comprender: asintió y su rostro se iluminó—. Entonces les diré sencillamente lo que quiero, pues no debe quedar ninguna duda entre nosotros con respecto a este asunto. Tienen que prometerme todos ustedes, uno por uno, incluso tú, mi querido esposo, que cuando llegue el momento, me matarán.

—¿Cuál es ese momento? —La voz era de Quincey, pero sonó baja y forzada.

—Cuando se hayan convencido de que he cambiado tanto que es mejor que muera y no que siga viva. Cuando mi cuerpo haya muerto, entonces ustedes, sin un momento de dilación, me atravesarán con una estaca y me cortarán la cabeza, ¡o todo lo que sea necesario para darme descanso!

Tras una pausa, Quincey fue el primero en levantarse. Se arrodilló ante ella, tomó su mano, y dijo solemnemente:

—Sólo soy un tipo rudo que quizá no ha vivido como un hombre debe vivir para conseguir tal distinción, pero le juro por todo lo que considero más sagrado y querido que, cuando llegue el momento, yo no retrocederé ante el deber que usted nos ha impuesto. Y le prometo también que me aseguraré de todo, porque aunque sólo tuviese alguna duda, consideraré que ha llegado el momento.

—¡Mi fiel amigo! —fue lo único que pudo decir entre las lágrimas que brotaron con presteza, al tiempo que se inclinaba para besar su mano.

—¡Yo juro lo mismo, mi querida madam Mina! —dijo Van Helsing.

—¡Y yo! —dijo lord Godalming. Uno tras otro se fueron arrodillando ante ella para prestar juramento. Yo les seguí. Entonces su marido se dirigió hacia ella con ojos tristes y una palidez verdosa que suavizaba la nívea blancura de su cabello, y le preguntó:

—Y yo, ¿debo también hacer esa promesa, oh, esposa mía?[5].

—Tú también, querido mío —dijo con una infinita ternura y compasión en sus palabras y miradas—. No debes arredrarte. Tú eres para mí lo más cercano y lo más amado del mundo; nuestras almas están entrelazadas para toda la vida y toda la eternidad. Piensa, querido, que ha habido momentos en que hombres valientes han matado a sus esposas y a las mujeres de su familia para que no cayesen en poder del enemigo. Sus manos no vacilaron porque aquellas a quienes amaban les implorasen que las matasen. ¡Es el deber del hombre hacia quienes ama en tiempos de amarga prueba! Y, oh, querido mío, si ha de ser que muera a manos de alguien, que sea a manos de quien más me ama[6]. Doctor Van Helsing, no he olvidado su compasión en el caso de la pobre Lucy para aquel que la quería… —se interrumpió, repentinamente ruborizada, y modificó la frase— hacia aquel que más derecho tenía en proporcionarle la paz[7]. Si se repite una situación así, confío en usted para que mi marido tenga el resto de su vida como un feliz recuerdo que fue su amante mano la que me liberó de esta horrible esclavitud en que me encuentro.

—¡Juro otra vez! —se oyó la resonante voz del profesor. Mrs. Harker sonrió, sonrió sinceramente, y con un gesto de alivio volvió a reclinarse y dijo:

—Y ahora una palabra de advertencia, una advertencia que no deben olvidar nunca: esta vez, si es que viene, puede venir rápida e inesperadamente, en cuyo caso no deben perder tiempo para aprovechar la oportunidad. En esa ocasión yo misma podría estar (es más, sin duda lo estaré si llega el momento) aliada con el enemigo, contra ustedes. Una petición más —al decir esto adoptó un tono muy solemne— que no es vital ni necesaria como la anterior, pero quiero que hagan algo por mí, si están de acuerdo.

Todos asentimos, aunque nadie dijo nada; no había necesidad de hablar:

—Quiero que me lean el Oficio de Difuntos. —Fue interrumpida por un profundo gemido de su marido; tomando su mano entre las suyas, se la llevó al corazón y continuó—. Tendrán que leérmelo algún día. Cualquiera que pueda ser el desenlace de esta horrible situación, será un dulce pensamiento para todos o para algunos de nosotros. Querido mío, espero que lo leas tú, pues así perdurará con tu voz en mi memoria para siempre… ¡pase lo que pase!

—Pero, oh, querida mía —suplicó él—, la muerte está aún muy lejos de ti.

—No —dijo ella, levantando una mano admonitoria—. ¡Me encuentro en este momento más sumida en la muerte que si la tierra de una sepultura pesara sobre mí!

—Oh, esposa mía, ¿tengo que leerlo? —dijo antes de comenzar.

—¡Eso me consolaría, esposo mío! —Fue todo lo que dijo; él empezó la lectura una vez que Mina tuvo preparado el libro.

¿Cómo puedo yo —cómo podría nadie— describir la terrible escena, su solemnidad, su melancolía, su tristeza, su horror, y, al propio tiempo, su dulzura? Incluso un escéptico, que no puede ver nada sino una parodia de la amarga verdad en todo lo Santo o emotivo, se hubiera ablandado hasta lo más íntimo de su corazón si hubiese visto a este pequeño grupo de amantes y devotos amigos arrodillados en torno a aquella atormentada y afligida dama, o escuchado el tierno sentimiento de la voz de su marido, con tonos tan quebrados por la emoción que a menudo tenía que hacer una pausa, cuando leía el sencillo y hermoso oficio de Difuntos[8].

—¡Yo… yo no puedo seguir!… ¡Palabra… y… la… voz… m… me f… alta![9].

Su instinto había acertado. Por extraño que fuese todo, por fantástico que pudiese parecernos después incluso a nosotros, que sentimos su poderosa influencia en el momento, nos consoló mucho; y el silencio, que indicaba la inminente recaída de Mrs. Harker en su pérdida de libertad espiritual, no nos pareció a ninguno de nosotros tan lleno de desesperación como habíamos temido.

DIARIO DE JONATHAN HARKER.

15 de octubre, Varna.—Salimos de Charing Cross[10] la mañana del 12[11]; llegamos a París esa misma noche y ocupamos nuestras plazas reservadas en el Orient Express[12]. Viajamos noche y día, y llegamos aquí alrededor de las 5:00. Lord Godalming fue al Consulado para ver si había llegado algún telegrama para él, y los demás nos vinimos a este hotel, el Odessus[13]. Es posible que durante el viaje ocurrieran algunos incidentes, sin embargo, yo estaba tan ansioso de llegar que no les presté atención. Hasta que el Czarina Catherine no llegue a puerto no habrá nada en el mundo que me pueda interesar. ¡Gracias a Dios! Mina está bien, y parece que se va poniendo más fuerte; le está volviendo el color. Duerme muchísimo; ha venido durmiendo durante casi todo el viaje. Antes del amanecer y del anochecer, sin embargo, está totalmente despierta y alerta, y para Van Helsing ha llegado a ser costumbre hipnotizarla en tales ocasiones. Al principio se necesitaba algún esfuerzo y él tenía que darle muchos pases[14], pero ahora parece ceder de inmediato, como si fuese una costumbre, y no se precisa hacer casi nada. Es como si el profesor tuviese en estas ocasiones un cierto poder sobre ella, y sus pensamientos la obedecieran. Siempre le pregunta qué puede ver y oír. A lo primero ella responde:

—Nada; todo está oscuro.

Y a lo segundo:

—Puedo oír las olas que golpean suavemente contra el barco, y el sonido del agua que se desliza por los costados. Velas y cuerdas se tensan, y mástiles y vergas crujen. El viento es fuerte, lo oigo en los obenques, y la proa arroja la espuma hacia atrás.

Es evidente que el Czarina Catherine está todavía en el mar y se dirige a toda prisa hacia Varna. Lord Godalming acaba de volver. Tenía cuatro telegramas, uno cada día desde que salimos, y todos sobre lo mismo: que el Czarina Catherine no se había comunicado con Lloyd’s desde ningún sitio. Antes de salir de Londres, lord Godalming había dejado dispuesto que su agente le enviaría diariamente un telegrama para comunicarle si se sabía algo del barco. Debía telegrafiarle aun en el caso de no saberse nada, con objeto de poder estar seguro de que había alguien siempre de guardia al otro lado del cable.

Cenamos y nos fuimos temprano a la cama. Mañana iremos a ver al vicecónsul para intentar, si podemos, subir a bordo del barco tan pronto como arribe. Van Helsing dice que nuestra oportunidad reside en estar a bordo entre el amanecer y el anochecer. El Conde, aunque tome la forma de un murciélago, no puede atravesar el agua aunque lo desee, y por lo tanto no puede dejar el barco. Como no se atreverá a tomar forma humana sin despertar sospechas —lo que sin duda desea evitar—, debe permanecer en el cajón[15]. Entonces, si nosotros podemos subir a bordo después de la salida del sol, estará a nuestra merced, pues podremos abrir el cajón y asegurarnos de que no escape, como hicimos con la pobre Lucy[16], antes de que se despierte. La clemencia que puede esperar de nosotros no será mucha[17]. Creemos que no tendremos muchos problemas con los oficiales ni con los marineros. Gracias a Dios, este es un país donde el soborno lo puede todo, y estamos bien provistos de dinero. Sólo tenemos que asegurarnos de que el barco no pueda entrar en el puerto entre el anochecer y el amanecer sin que se nos avise, y estaremos a salvo. ¡Creo que Don Dinero sentenciará este caso![18].

16 de octubre.—El informe de Mina sigue siendo igual: olas que golpean suavemente y agua que se desliza por los costados, oscuridad y vientos favorables. Hemos llegado, evidentemente, a tiempo, y cuando sepamos algo del Czarina Catherine, estaremos preparados. Sin duda que cuando pase los Dardanelos tendremos alguna noticia.

17 de octubre.—Todo está ya bien dispuesto, creo, para recibir al Conde de vuelta de su viaje[19]. Godalming dijo a los armadores[20] que sospechaba que el cajón embarcado podría contener algo robado a un amigo suyo, y ha conseguido una autorización a medias para abrirlo por su cuenta y riesgo. El propietario le dio un papel en que le decía al capitán que le diese toda clase de facilidades para hacer lo que quisiera a bordo del barco, y también una autorización semejante para su agente de Varna. Hemos ido a ver al agente, que se quedó impresionadísimo ante la amable actitud de Godalming para con él, y nos aseguró que haría todo lo que pudiera para satisfacer nuestros deseos. Ya hemos acordado qué hacer en el caso de que podamos abrir el cajón. Si el Conde está en él, Van Helsing y Seward le cortarán la cabeza de inmediato y le atravesarán el corazón con una estaca. Morris, Godalming y yo impediremos toda clase de interrupción, incluso si tenemos que hacer uso de las armas que tendremos preparadas. El profesor dice que si podemos hacer eso con el cuerpo del Conde, se convertirá poco después en polvo[21]. En tal caso no habría prueba alguna contra nosotros, si es que se produjese alguna sospecha de homicidio. Pero incluso si no ocurriese así, nosotros asumiríamos la responsabilidad de nuestra acción. Y quizás algún día este mismo escrito podrá ser la prueba que se interponga entre alguno de nosotros y una soga[22]. En cuanto a mí, yo correría el riesgo con gran agradecimiento, si se presentara. Tenemos la intención de no dejar una piedra sin remover para llevar a cabo nuestro propósito. Nos hemos puesto de acuerdo con ciertos oficiales para que, en el instante mismo en que sea avistado el barco, nos lo comuniquen mediante un mensajero especial.

24 de octubre.—Toda una semana de espera. Telegramas diarios a Godalming; pero siempre la misma historia: «Todavía sin noticias». La respuesta hipnótica de Mina, mañana y tarde, es invariable: olas que golpean, agua que golpea suavemente, agua que se desliza, mástiles que crujen.

TELEGRAMA. 24 DE OCTUBRE. RUFUS[23] SMITH, LLOYD’S, LONDRES. PARA LORD GODALMING, A LA ATENCIÓN DEL VICECÓNSUL DE S.M.B.[24], VARNA.

CZARINA CATHERINE AVISTADO ESTA MAÑANA DESDE DARDANELOS.

DIARIO DEL DOCTOR SEWARD.

25 de octubre[25].—¡Cómo echo de menos mi fonógrafo! Escribir un diario con pluma me resulta fastidioso, pero Van Helsing dice que debo hacerlo. Nos volvimos locos de entusiasmo ayer cuando Godalming recibió su telegrama de Lloyd’s. Ahora sé lo que sienten los combatientes cuando se oye la orden de entrar en acción. Mrs. Harker fue la única persona del grupo que no dio muestra alguna de emoción. Después de todo, no es extraño que así fuese, pues habíamos tenido especial cuidado en que no supiera nada al respecto e intentamos no mostrar agitación alguna en su presencia. Antes, estoy seguro, se habría dado cuenta, no importa de qué manera hubiéramos intentado ocultar lo que fuera; pero en este aspecto ha cambiado notablemente desde hace tres semanas. Aumenta su letargo, y a pesar de que su aspecto es fuerte y bueno y está recuperando algo de su color, ni Van Helsing ni yo estamos satisfechos. Hablamos de ella a menudo; sin embargo, no hemos dicho una palabra a los demás. Se le rompería el corazón al pobre Harker —y sin duda su coraje— si supiese que tenemos ni siquiera una sospecha al respecto. Van Helsing me dice que examine sus dientes con todo cuidado cuando se encuentra en estado hipnótico, pues dice que mientras no comiencen a afilarse no hay peligro real de un cambio en ella[26]. Si este cambio se produjera, sería necesario tomar medidas… Los dos sabemos qué medidas tendrían que ser, aunque no nos decimos lo que pensamos el uno al otro. Ninguno de los dos debemos acobardarnos ante la tarea que tenemos ante nosotros, por horrible que resulte pensar en ella. ¡«Eutanasia» es una excelente y consoladora palabra! Estoy agradecido a quienquiera que sea el que la inventó[27].

Sólo hay cerca de veinticuatro horas de navegación desde los Dardanelos hasta aquí a la velocidad que el Czarina Catherine ha traído desde Londres. Por tanto, debería arribar a cualquier hora de la mañana; pero como no es posible que llegue antes de eso, vamos a retirarnos todos temprano. Nos levantaremos a la una para prepararnos.

25 de octubre, mediodía.—Sin noticias todavía de la llegada del barco. La información proporcionada por Mrs. Harker durante la hipnosis de esta mañana fue la misma de siempre, por lo tanto es posible que tengamos noticias en cualquier momento. Los hombres estamos todos en un estado de excitación febril, excepto Harker, que permanece tranquilo; sus manos están frías como la nieve, y hace una hora le encontramos afilando la hoja del gran cuchillo gurka[28] que ahora lleva siempre consigo. ¡Mal asunto para el Conde si el filo de ese kukri empuñado por esa mano inflexible y fría como el hielo llega a rozar su garganta!

Van Helsing y yo nos sentimos hoy algo alarmados por Mrs. Harker. Hacia mediodía cayó en una especie de letargo que no nos gustó; aunque no dijimos nada a los demás, ninguno de los dos nos sentíamos nada tranquilos. Había estado inquieta toda la mañana, de modo que al principio nos alegró saber que estaba durmiendo. Sin embargo, cuando su marido mencionó de pasada que estaba durmiendo tan profundamente que no podía despertarla, fuimos a su habitación para verla nosotros mismos. Estaba respirando de manera natural, y parecía estar tan bien y tranquila que coincidimos en que el dormir era para ella mejor que cualquier otra cosa. Pobre muchacha, tiene tanto que olvidar que no es sorprendente que duerma así; si le trae el olvido, es bueno para ella.

Más tarde.— Nuestra opinión estaba justificada, pues cuando se despertó, después de varias horas de dormir, parecía más animada y mejor de lo que ha estado durante días. Al atardecer hizo el habitual informe hipnótico.

Cualquiera que sea el lugar del mar Negro en que se encuentre, el Conde está acercándose rápidamente a su destino. A su perdición, espero.

26 de octubre.—Un día más sin noticias del Czarina Catherine. Ya debería estar aquí. Que está viajando hacia algún lugar es obvio, pues el informe hipnótico del amanecer de Mrs. Harker sigue siendo el mismo. Es posible que el barco se haya quedado al pairo en alguna ocasión a causa de la niebla; varios de los vapores que arribaron anoche informaron de bancos de niebla tanto al norte como al sur del puerto. Debemos continuar nuestra vigilancia, pues el barco puede ser localizado en cualquier momento.

27 de octubre, mediodía.—Extrañísimo; todavía no hay noticias del barco que esperamos. Mrs. Harker informó anoche y esta mañana como de costumbre: «Olas que golpean suavemente y agua que se desliza», aunque añadió que «las olas eran muy débiles». Los telegramas de Londres han sido iguales; «Todavía sin noticias». Van Helsing está terriblemente inquieto y acaba de decirme que teme que el Conde se nos esté escapando. Añadió, significativamente:

—No me ha gustado ese letargo de madam Mina. Las almas y los recuerdos pueden hacer cosas extrañas durante el trance.

Iba a preguntarle algo más, pero en ese preciso momento entró Harker, y el profesor me hizo un gesto con la mano. Esta noche, con el ocaso, haremos que hable más durante la hipnosis.

TELEGRAMA. 28 DE OCTUBRE. RUFUS SMITH, LLOYD’S, LONDRES. PARA LORD GODALMING, A LA ATENCIÓN DEL VICECÓNSUL DE S.M.B.[29].

SE INFORMA DE QUE EL CZARINA CATHERINE ENTRÓ EN GALATZ[30] A LA 1:00 DE HOY.

DIARIO DEL DOCTOR SEWARD.

28 de octubre.—Cuando llegó el telegrama anunciando la llegada a Galatz[31], creo que no fue una sorpresa tan grande para nosotros como cabría esperar. Es verdad que no sabíamos dónde, cómo o cuándo caería el rayo, pero pienso que todos esperábamos que algo extraño ocurriera. La tardanza en arribar a Varna nos convenció individualmente de que las cosas no irían exactamente como habíamos esperado. A pesar de todo, sin embargo, fue una sorpresa. Supongo que la naturaleza funciona sobre unas bases de esperanza tal que creemos, a nuestro pesar, que las cosas serán como deberían ser, y no como deberíamos saber que serán[32]. El transcendentalismo[33] es una extraña experiencia, y cada uno de nosotros reaccionó de distinta manera. Van Helsing alzó las manos por encima de su cabeza por un momento, como en protesta contra el Todopoderoso, pero no dijo una palabra, y a los pocos segundos se puso en pie con una expresión severamente dura. Lord Godalming se puso muy pálido y se sentó, respirando pesadamente. Yo mismo estaba medio aturdido y miraba, sorprendido, a uno tras otro. Quincey Morris se apretó el cinturón con ese rápido movimiento que yo conocía tan bien; en nuestros viejos tiempos de correrías significaba «acción». Mrs. Harker se puso mortalmente pálida, hasta el punto de que la cicatriz de su frente parecía arder, pero cruzó las manos humildemente y elevó los ojos en oración. Harker sonrió —sonrió realmente— con la sonrisa oscura, amarga de quien no tiene esperanza, pero al mismo tiempo su acción traicionó sus palabras, pues sus manos buscaron instintivamente la empuñadura del gran cuchillo kukri, y allí se quedaron.

—¿Cuándo sale el próximo tren para Galatz? —preguntó Van Helsing dirigiéndose a todos en general.

—¡Mañana por la mañana a las 6:30! —Todos nos quedamos sorprendidos, pues la respuesta había venido de Mrs. Harker.

—¿Cómo diablos lo sabe? —dijo Art.

—Usted olvida, o quizá no lo sabe, aunque sí lo sabe Jonathan y también el doctor Van Helsing, que soy una apasionada del tren. En casa, en Exeter, siempre estudiaba los horarios para así poder ayudar a mi marido. En ocasiones lo encontré de tanta utilidad que ahora siempre hago un estudio de los horarios. Sabía que si por cualquier motivo teníamos que ir al castillo de Drácula, deberíamos hacerlo por Galatz, o en todo caso por Bucarest, de modo que me aprendí los horarios muy cuidadosamente[34]. Por desgracia, no hay mucho que aprender, pues el único tren de mañana sale cuando he dicho.

—¡Maravillosa mujer! —elijo el profesor.

—¿No podemos conseguir un tren especial? —preguntó lord Godalming[35]. Van Helsing negó con la cabeza:

—Me temo que no. Este país es muy diferente del suyo y del mío; incluso si tuviésemos un tren especial, probablemente no llegaría tan pronto como el normal. Además tenemos algo que preparar. Debemos pensar. Organicémonos. Usted, amigo Arthur, vaya al tren, saque los billetes y haga que todo esté dispuesto para poder irnos por la mañana. Usted, amigo Jonathan, vaya al agente del barco y que le dé cartas para el agente de Galatz con autorización para registrar el barco en los mismos términos que aquí. Morris Quincey[36], vaya a ver al vicecónsul y consiga su ayuda para que su colega de Galatz haga todo lo que pueda para allanarnos el camino y para que no tengamos que perder el tiempo cuando estemos en el Danubio. John se quedará con madam Mina y conmigo, y deliberaremos. Pues si el tiempo pasa y ustedes se retrasan, no importará, porque cuando se ponga el sol, yo estaré aquí con madam Mina para que haga su informe.

—Y yo —dijo Mrs. Harker más animadamente que como había estado desde hacía muchos días—; trataré de ser útil en todos los sentidos, y pensaré y escribiré para ustedes como solía hacerlo. ¡Algo está cambiando en mí de una extraña forma, y me siento más libre de lo que solía últimamente!

En este momento, los tres hombres más jóvenes, que parecieron comprender el significado de tales palabras, aparentaron sentirse más felices; pero Van Helsing y yo nos volvimos para mirarnos de forma seria y preocupada. Sin embargo, no dijimos nada en aquel instante.

Cuando los tres se hubieron ido a cumplir sus tareas. Van Helsing le pidió a Mrs. Harker que mirase la copia de los diarios y le buscase la parte relativa a las notas tomadas por Harker en el castillo de Drácula. Salió para traerlo, y cuando la puerta se cerró tras ella, me dijo:

—¡Pensamos lo mismo! ¡Hable!

—Hay algún cambio. Es una esperanza que me pone enfermo, pues puede engañarnos.

—Exactamente. ¿Sabe usted por qué le he pedido que traiga el manuscrito?[37].

—¡No! —dije—, a menos que haya sido para tener oportunidad de verme a solas.

—En parte tiene usted razón, amigo John, pero sólo en parte. Quiero decirle algo, y, oh, amigo mío, estoy corriendo un gran, un terrible, peligro; pero creo que tengo razón. En el preciso momento en que madam Mina pronunció esas palabras que llamaron nuestra atención, tuve una inspiración. En el trance de hace tres días, el Conde envió su espíritu para leer su pensamiento; o más probablemente, la llevó a verle al cajón de tierra que va en el barco del agua que se desliza, igual que si estuviese libre como a la salida y la puesta del sol[38]. Así se enteró de que estábamos aquí; pues ella tiene más cosas que contar con su vida libre, con ojos para ver y oídos para escuchar, que él, encerrado como está en su caja-ataúd. Ahora está haciendo su máximo esfuerzo para escapar de nosotros. En este momento no quiere nada de ella. Está seguro, con su gran conocimiento, de que ella volverá cuando la llame; pero ahora la aparta… la aleja de su propio poder, pues puede hacerlo, para que no se acerque a verle. ¡Ah! Tengo la esperanza de que nuestros cerebros de hombre, que lo han sido durante tanto tiempo y que no han perdido la gracia de Dios, llegarán más alto que su cerebro infantil, que está en la tumba desde hace siglos y que no ha alcanzado todavía nuestra altura, ocupándose sólo de cosas egoístas y, por lo tanto, mezquinas[39]. Aquí viene madam Mina; ¡ni una palabra sobre su trance! Ella no sabe nada y la abrumaría y haría desesperar justamente cuando más necesitamos toda su esperanza, todo su coraje; cuando más necesitamos todo su gran cerebro, educado como el de un hombre, pero que es el de una mujer dulce que posee un poder especial que le confiere el Conde y que no puede quitarle por completo, aunque él no lo cree así. ¡Silencio! Déjeme hablar y usted aprenderá. Oh, John, amigo mío, estamos ante momentos muy difíciles. Tengo miedo como nunca lo he tenido antes. Sólo podemos confiar en el buen Dios. ¡Silencio! ¡Aquí viene!

Pensé que el profesor iba a hundirse y a tener un ataque de nervios[40] como el que tuvo cuando murió Lucy pero, haciendo un gran esfuerzo, pudo dominarse a sí mismo y estaba perfectamente sereno cuando Mrs. Harker entró en la habitación, alegre y con aspecto feliz y, absorta en su trabajo, olvidada aparentemente de sus sufrimientos. Al entrar, entregó una serie de hojas mecanografiadas a Van Helsing. Éste las revisó gravemente, y su rostro se iluminó mientras leía. Después, sujetando las hojas entre el pulgar y el índice, dijo:

—Amigo John, para usted que ya tiene tanta experiencia, y para usted, querida madam Mina, que es joven, hay aquí una lección: nunca tengan miedo de pensar. A menudo me ha estado rondando la cabeza una idea a medias, pero temo soltarle las alas. Ahora, aquí, con más conocimientos, vuelvo al lugar de donde viene esa idea a medias y encuentro que no hay medias ideas en absoluto, que será un pensamiento completo, pero tan joven que no tiene todavía fuerza suficiente para usar sus alitas. Es más, como el «patito feo» de mi amigo Hans Andersen[41], no será un pensamiento-pato en modo alguno, sino un gran pensamiento-cisne que navegará noblemente con grandes alas cuando llegue el momento de utilizarlas. Vea, leo lo que Jonathan ha escrito aquí:

«Ese otro de su raza que más adelante en el tiempo llevaba una y otra vez a los suyos al otro lado del gran río, a Turquía, y que cuando era rechazado y obligado a retirarse volvía otra vez, y otra, y otra, aun cuando hubiese tenido que regresar solo del sangriento campo de batalla en que sus tropas estaban siendo masacradas, pues sabía que únicamente él podría triunfar»[42].

»¿Qué nos dice esto? ¿No mucho? ¡No![43]. El pensamiento infantil del Conde no ve nada; por eso habla tan libremente. El pensamiento de hombre de usted no ve nada; mi pensamiento de hombre no ve nada, hasta este momento. ¡No! Pero aquí llega otra palabra de alguien que habla sin pensamiento porque ella tampoco sabe lo que significa, lo que puede significar. Al igual que hay elementos inmóviles, pero que llevados por el curso de la naturaleza se mueven y se rozan… y entonces ¡puf!, se produce un relámpago de luz que ilumina todo el cielo, que ciega y mata y destruye a algunos, pero que permite ver toda la tierra que hay debajo, leguas y más leguas de ella. ¿No es así? Bien, yo lo explicaré. Para empezar, ¿han estudiado ustedes la firma del crimen? «Sí» y «no». Usted. John, sí, pues es un estudio de la locura. Usted no, madam Mina, pues el crimen nunca la ha rozado… Sólo una vez. Sin embargo, su mente está sana, y no arguye a particulari ad universale[44]. Hay esta particularidad en los criminales. Es tan constante en todos los países y en todas las épocas que incluso la policía, que no sabe mucho de filosofía, llega a saberlo empíricamente, eso es así. Eso es ser empírico. El criminal siempre trabaja en un crimen… eso es, el verdadero criminal que parece predestinado al crimen y que no hará otra cosa. Este criminal no tiene cerebro de hombre adulto. Es inteligente y astuto y tiene muchos recursos, pero mentalmente no tiene la estatura de un hombre. Tiene en casi todo un cerebro infantil. Ahora bien, este criminal nuestro también está predestinado al crimen; también él tiene cerebro infantil, y es propio de niños hacer lo que él ha hecho. El pajarito, el pececillo, el animalito, aprende no mediante principios, sino empíricamente, y cuando aprende a hacerlo entonces tiene ante él el terreno desde el cual empezar a hacer más. Dos pou sto, dijo Arquímedes[45]; «¡Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo!». Hacer algo por primera vez es el punto de apoyo en el que el cerebro-niño se hace cerebro-hombre, y hasta que no tenga el propósito de hacer algo más, continúa haciendo lo mismo cada vez, igual que lo ha hecho antes. Oh, mi querida amiga, ya veo que sus ojos están abiertos, y que el relámpago de luz le muestra todas las distancias —pues Mis. Harker había comenzado a apretarse las manos y sus ojos resplandecían. El profesor prosiguió—: Ahora hable usted. Dígales a estos dos resecos hombres de ciencia lo que usted ve con esos ojos tan brillantes.

Cogió su mano y la retuvo mientras ella hablaba. Con el dedo índice y el pulgar tomó su pulso todo el tiempo que ella habló, pensé que instintiva e inconscientemente, y ella dijo:

—El Conde es un criminal, un criminal-tipo. Nordau y Lombroso[46] le clasificarían así, y qua criminal, tiene una mente imperfectamente formada. Así, ante una dificultad, tiene que recurrir a la costumbre. Su pasado es una pista, y la página de ese pasado que nosotros conocemos, y de sus propios labios, nos dice que hace tiempo, una vez, en lo que Mr. Morris llamaría «un buen aprieto», regresó a su propio país desde la tierra que había querido invadir, y desde allí, sin renunciar a su propósito, se preparó para un nuevo intento. Volvió otra vez, mejor equipado para lograr su objetivo, y venció. Y, así, vino a Londres para invadir otra tierra. Fue derrotado, y cuando hubo perdido toda esperanza de éxito y con su propia existencia en peligro, marchó por mar a su país, exactamente como había hecho antes, huyendo por el Danubio desde Turquía[47].

—¡Bien, bien! ¡Oh, usted, tan inteligente mujer! —dijo Van Helsing entusiásticamente, al tiempo que se inclinaba y le besaba la mano. Un momento después me dijo, con tanta calma como si hubiéramos estado visitando a un enfermo en su habitación—: Sólo setenta y dos, y con toda esta excitación[48]. Tengo esperanzas. Volviéndose de nuevo hacia ella, dijo con vivo interés:

—Pero siga. ¡Siga! Hay más que decir, si quiere. No tenga miedo; John y yo lo sabemos. En todo caso, yo lo sé, y le diré a usted si tiene razón. ¡Hable sin miedo!

—Lo intentaré, pero usted me perdonará si parezco egoísta.

—¡De ningún modo! No tenga miedo; puede usted ser egoísta, pues es en usted en quien nosotros pensamos.

—Pues bien, puesto que es criminal, es egoísta, y como su intelecto es limitado y su acción se basa en el egoísmo, se entrega a un solo propósito. Ese propósito es despiadado. Al igual que huyó por el Danubio dejando que sus tropas fuesen despedazadas, ahora toda su obsesión es ponerse a salvo, sin importarle otra cosa[49]. Así, su propio egoísmo libera un tanto mi alma del terrible poder que adquirió sobre mí aquella horrible noche. Lo sentí, ¡oh!, lo sentí. ¡Gracias a Dios por su gran misericordia! Mi alma es más libre que nunca desde aquella espantosa hora; y todo lo que me preocupa ahora es el temor a que en algún trance o sueño haya podido utilizar mis conocimientos para sus fines.

El profesor se puso de pie:

—Él ha usado su mente para eso; y por eso nos ha dejado aquí, en Varna, mientras que el barco que le lleva navega entre la niebla que le envuelve hacia Galatz, donde, sin duda, ha hecho preparativos para escapar de nosotros. Pero su mente infantil sólo ha llegado hasta ahí, y pudiera ser que, como siempre ocurre con la providencia de Dios, la misma cosa que el malvado consideraba mejor para su beneficio egoísta, se convierta en su mayor perjuicio. El cazador es atrapado en su propia trampa, como dice el gran salmista[50]. Pues ahora que él cree que se ha librado de hasta la última posibilidad de persecución por nuestra parte y que ha escapado con tantas horas de ventaja sobre nosotros, ahora su egoísta cerebro de niño le susurrará que descanse. Él piensa también que como ha dejado de conocer la mente de usted, usted no puede conocer la de él, ¡y aquí es donde se equivoca! Ese terrible bautismo de sangre que le administró a usted[51] la deja en libertad para ir hacia él en espíritu, como ha hecho usted hasta ahora en sus momentos de libertad, cuando el sol sale y se pone. En esos momentos usted va hacia él por voluntad mía y no por la de él[52], y este poder que la beneficia a usted y a otros lo ha conseguido usted por lo que ha sufrido estando en sus manos. Esto es ahora mucho más valioso porque él no lo sabe, y para protegerse a sí mismo ha renunciado incluso a saber dónde estamos. Nosotros, sin embargo, no somos egoístas, creemos que Dios está con nosotros en medio de toda esta negrura y de tantas horas oscuras. Le seguiremos, y no vacilaremos, incluso si corremos el peligro de llegar a ser como él. Amigo John, esta ha sido una gran hora, y ha contribuido en mucho que avancemos en nuestro camino. Debe usted convertirse en escriba y anotar todo, para que cuando los otros regresen de su tarea pueda entregárselo a ellos; entonces sabrán lo que nosotros sabemos.

Y así, he escrito esto mientras esperamos su regreso, y Mrs. Harker lo ha pasado todo con su máquina de escribir desde que nos trajo el manuscrito.