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Capítulo 24

DIARIO FONOGRÁFICO DEL DOCTOR SEWARD, GRABADO POR VAN HELSING.

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PARA JONATHAN HARKER.

Usted debe quedarse con su querida madam Mina. Nosotros nos iremos a hacer nuestra investigación (si puedo llamarla así, ya que no es investigación, sino certeza, y sólo buscamos confirmación). Pero usted se queda y cuida de ella hoy. Esta es su mejor y más sagrada tarea. Este día nada puede encontrar él aquí. Permítame contarle y así sabrá usted lo que nosotros cuatro ya sabemos, pues se lo he dicho a ellos. Él, nuestro enemigo, se ha ido; ha regresado a su castillo de Transilvania. Lo sé muy bien, como si una gran mano de fuego lo hubiese escrito en la pared[1]. Se había preparado para esto de algún modo, y ese último cajón de tierra estaba ya dispuesto para ser embarcado en alguna parte. Por eso cogió el dinero; por eso huyó apresuradamente al final, para que no le atrapáramos antes de la puesta del sol. Era su última esperanza, excepto que hubiese podido esconderse en la tumba de la pobre miss Lucy, que creyendo que era como él, pensaba que la mantendría abierta para acogerle. Pero no había tiempo. Cuando esto falla, se dirige directamente hacia su último recurso…, su última trinchera podría decir si quisiera hacer una double entente[2]. ¡Es inteligente, oh, tan inteligente! Sabe que aquí se acabó su juego, y así decide volver a casa. Encuentra un barco que vuelve[3] por la ruta por la que él vino, y se va en él. Nosotros ahora vamos a averiguar qué barco es y adónde se dirige; cuando hayamos descubierto eso, volveremos y le diremos a usted todo. Entonces les consolaremos a usted y a la pobre madam Mina con nuevas esperanzas. Porque habrá esperanza cuando usted reflexione: que no todo está perdido. Esta horrible criatura que nos persigue ha necesitado cientos de años para llegar hasta Londres, y sin embargo nosotros, en un día, en cuanto hemos conocido sus intenciones, le hemos expulsado. Tiene limitaciones, aunque es lo suficientemente poderoso para hacer mucho daño, y no sufre como nosotros. Pero somos fuertes, cada uno a su manera, y juntos más fuertes. Valor, querido esposo de madam Mina. Esta batalla no ha hecho sino comenzar, y al final venceremos… Tan cierto como que Dios vela por sus hijos desde las alturas. Por lo tanto, tenga mucho ánimo hasta que volvamos.

Van Helsing.

DIARIO DE JONATHAN HARKER.

4 de octubre.—Cuando le leí a Mina el mensaje de Van Helsing grabado en el fonógrafo[4], la pobre se animó considerablemente. Ya la había tranquilizado mucho la certeza de que el Conde está fuera del país, y la tranquilidad significa fortaleza para ella. Por mi parte, ahora que ya no nos encontramos cara a cara con este horrible peligro, parece casi imposible creer en él. Incluso mis terribles experiencias en el castillo de Drácula me parecen ahora como un sueño olvidado hace mucho tiempo. Aquí con el fresco aire otoñal y la brillante luz del sol…

¡Ah, pero cómo no creerlo! En medio de mis pensamientos, mis ojos se fijaron en la cicatriz roja que mi pobre esposa tenía en su blanca frente. Mientras la tenga, no es posible la incredulidad. Y después, el mismo recuerdo de esa cicatriz mantendrá la certeza de lo sucedido clara como el cristal. Mina y yo tenemos miedo de estar sin hacer nada, así que repasaremos los diarios una y otra vez. De alguna forma, si bien la realidad parece agrandarse más y más, el dolor y el miedo parecen disminuir. Hay algo como de manifiesto propósito en todo esto que sirve de guía y de consuelo. Mina dice que quizá somos instrumentos del bien esencial. ¡Podría ser! Intentaré pensar como ella. Hasta ahora nunca hemos hablado entre nosotros del futuro. Es mejor esperar hasta que veamos al profesor y a los demás después de sus averiguaciones.

El día está transcurriendo más deprisa de lo que yo pensaba que nunca volvería a ocurrir conmigo. Ya son las tres.

DIARIO DE MINA HARKER.

5 de octubre, 5:00 de la tarde[5].— Nuestra reunión para informar. Presentes: profesor Van Helsing, lord Godalming, doctor Seward, Mr. Quincey Morris, Jonathan Harker, Mina Harker.

El doctor Van Helsing explicó qué pasos se dieron durante el día para descubrir en qué barco y con qué destino se escapó el Conde Drácula:

—Como sabíamos que quería volver a Transilvania, estaba seguro de que tendría que hacerlo por la desembocadura del Danubio o por algún otro lugar del mar Negro, dado que por esa ruta vino[6]. Era un vacío espantoso el que teníamos ante nosotros. Omne ignotum pro magnifico[7]; y así, con el corazón apesadumbrado, comenzamos a buscar qué barcos zarparon hacia el mar Negro la noche pasada. Él iba en un velero, pues madam Mina habla de que izaban velas. Estos no son tan importantes como para figurar en la lista de salidas del Times, y fuimos entonces, por indicación de lord Godalming, a ese Lloyd’s[8] de ustedes, donde se registran todos los barcos que zarpan, por pequeños que sean. Allí encontramos que sólo un barco con destino al mar Negro zarpó con la marea alta[9]. Es el Czarina Catherine[10], que había zarpado del muelle Doolittle[11] con destino a Varna[12] y de allí a otros sitios remontando el Danubio. «¡Hola!», dije, «Este es el barco en el que va el Conde». Así que fuimos al muelle mencionado y encontramos a un hombre en una oficina de madera tan pequeña que el hombre parecía más grande que esta. Le preguntamos por el Czarina Catherine. Juró mucho, con la cara roja y en voz muy alta, pero al mismo tiempo era un buen tipo; y cuando Quincey le da algo de su bolsillo que cruje al enrollarlo, y lo guarda en una bolsa muy pequeña que llevaba oculta en las profundidades de su ropa, todavía mejor tipo y humilde servidor nuestro. Viene con nosotros, y pregunta a muchos hombres rudos y acalorados; también son mejores tipos cuando ya no están sedientos. Hablan mucho de sangre y flores[13], y de otras cosas que no comprendo, aunque creo que sé lo que quieren decir; pero de todos modos nos dijeron todas las cosas que queríamos saber.

»Nos hicieron saber entre unos y otros que la tarde anterior hacia las cinco vino un hombre con mucha prisa. Un hombre alto, delgado y pálido, con una gran nariz y dientes muy blancos, y ojos que parecían arder. Que vestía de negro, excepto por un sombrero de paja que llevaba y que desentonaba tanto de él mismo como de la época del año[14]. Que reparte su dinero haciendo apresuradas preguntas sobre qué barco zarpa para el mar Negro y hacia qué puerto. Algunos le llevan a la oficina y después hacia el barco; que no sube a bordo, sino que se detiene ante la pasarela y pide al capitán que baje a verle. El capitán viene; le dice que le pagará bien, y si bien jura mucho al principio, acaba aceptando. Después el hombre delgado preguntó dónde podía alquilar un caballo y un carro. Fue allí y volvió bien pronto, conduciendo el carro él mismo, en el cual iba un gran cajón, que él mismo depositó en tierra, aunque se necesitaron varios hombres para subirlo al barco. Habló mucho con el capitán sobre cómo y dónde colocar el cajón; pero al capitán no le gustó eso y juró ante él en muchas lenguas, y le dijo que si quería podía venir y ver dónde iba a estar el cajón[15], pero él le dice «no», que no va a subir todavía porque tiene mucho que hacer. A lo que el capitán le dijo que seria mejor que se apresurase —maldiciones— porque su barco zarpaba —maldiciones— antes del cambio de marea —maldiciones—. Entonces el hombre delgado sonrió y dijo que desde luego debe zarpar cuando lo considere oportuno, pero que él se sorprendería si ello fuera tan pronto. El capitán juró otra vez, políglota, y el hombre delgado le hace una reverencia, le da las gracias, y le dice que abusará de su amabilidad volviendo a bordo antes de que leve anclas. Al final, el capitán, más rojo que nunca y en más lenguas, le dice que no quiere franceses —juramentos y maldiciones para ellos— en su barco —también entre maldiciones—. Y así, tras preguntar dónde podía haber una tienda cerca para comprar formularios de embarque, se marcha.

»Nadie supo adónde fue, «ni a las flores» les importaba, como dijeron, pues ellos tenían otras cosas en que pensar —todo entre maldiciones otra vez—, pues pronto se hizo evidente que el Czarina Catherine no zarparía cuando estaba previsto. Una fina neblina empezó a subir del río, y creció y creció hasta que pronto una densa niebla rodeó el barco y todo lo que había en torno suyo. El capitán juró políglota —muy políglota— con sus flores y sangre, pero no pudo hacer nada. El agua subía y subía y él comenzó a temer que perdería la marea por completo. No estaba de buen humor cuando, en el momento exacto de la pleamar, el hombre delgado subió por la plancha y preguntó dónde estaba su cajón. Entonces el capitán replicó que le gustaría que él y su cajón —viejo y lleno de juramentos y maldiciones— se fueran al infierno. Pero el hombre delgado no se ofendió, y bajó con el segundo oficial y vio dónde estaba. Y subió y estuvo un rato en cubierta, en medio de la niebla. Debe de haberse ido solo, porque nadie se dio cuenta. De hecho, ninguno pensó en él, pues pronto empezó a disiparse la niebla y todo estuvo claro otra vez. Mis amigos de la sed y del lenguaje de flores y sangre se reían contando que los juramentos del capitán sobrepasaban incluso su habitual poliglotía y que estuvo más que nunca lleno de lo pintoresco cuando al preguntar a los marineros que iban y venían por el río descubrió que pocos de ellos habían visto niebla alguna, excepto en torno al muelle. Sin embargo, el barco levó anclas con el reflujo y por la mañana se encontraba, evidentemente, muy cerca de la desembocadura. Cuando así nos hablaban, estaba ya, sin duda, bastante mar adentro.

»Y así, mi querida madam Mina, tenemos que descansar por algún tiempo, pues nuestro enemigo esta en el mar, con la niebla a sus órdenes[16], camino de la desembocadura del Danubio. Un barco tarda, nunca va muy rápido, y cuando nosotros comencemos iremos por tierra más aprisa[17], y le esperaremos allí. Nuestra mayor esperanza es encontrarle en el cajón entre la salida y la puesta del sol, pues entonces no puede luchar, y podemos ocuparnos de él como es debido[18]. Tenemos varios días para tener preparado nuestro plan. Sabemos todo acerca de adónde va, pues hemos visto al propietario del barco, quien nos ha mostrado facturas y todos los documentos posibles. El cajón que buscamos será desembarcado en Varna y entregado a un agente, un tal Ristios, que presentará sus credenciales[19], con lo que nuestro amigo comerciante habrá cumplido su parte. Cuando ofreció por si algo iba mal, dado que podría ocurrir, puede telegrafiar y preguntar lo que sea en Varna, nosotros dijimos «no», pues lo que hay que hacer no es cosa ni de la policía ni de las aduanas. Tiene que ser hecho por nosotros solos y a nuestro modo.

Cuando el doctor Van Helsin terminó de hablar, le pregunté si estaba seguro de que el Conde había permanecido a bordo del barco; replicó:

—Tenemos la mejor prueba de que es así: su propia confirmación durante el trance hipnótico de esta mañana.

Le pregunté de nuevo si era realmente necesario que persiguiéramos al Conde, pues, ¡oh!, yo temía que Jonathan me dejara, y sabía que sin duda iría si los otros iban. Me respondió al principio hablando serenamente, y después con creciente ardor conforme continuaba, poniéndose más irritado y más contundente, hasta que por último no pudimos dejar de notar en qué consistía al menos parte de esa autoridad personal que le ha convertido desde hace tanto tiempo en maestro entre los hombres[20]:

—¡Sí, es necesario, necesario, necesario! Por su propio bien en primer lugar y por el bien de la humanidad después. Este monstruo ha hecho ya mucho daño en el estrecho radio de acción en que se mueve y en el corto tiempo en que todavía era sólo un cuerpo que tanteaba su pequeño tamaño en la oscuridad y su saber nada[21]. Todo esto ya se lo he dicho a los otros; usted, mi querida madam Mina, lo sabrá gracias al fonógrafo de mi amigo John, o al de su marido. Les he dicho cómo dejar su tierra desierta, desierta de personas, y venir a un país nuevo donde las vidas humanas se amontonan como los granos de trigo en un granero, ha sido un trabajo de siglos. Si hubiese otro no muerto como él intentado hacer lo que él ha hecho, quizá no podrían ayudarle todos los siglos que ha habido en el mundo o que habrá. Con este, todas las fuerzas de la naturaleza que están ocultas y profundas y son fuertes han debido de trabajar juntas de alguna manera asombrosa. El lugar mismo donde él ha estado viviendo, no muerto durante todos estos siglos, está lleno de rarezas del mundo geológico y químico. Existen profundas cavernas y fisuras que nadie sabe hasta dónde llegan. Ha habido volcanes, algunos de cuyos cráteres todavía expelen aguas de extrañas propiedades, y gases que matan o vivifican. Sin duda que hay algo de magnético o eléctrico en algunas de esas combinaciones de fuerzas ocultas que trabajan por la vida física de extraña manera; y en él mismo hubo desde el principio algunas grandes cualidades. En unos tiempos duros y belicosos, él fue admirado como el que tenía, más que ningún otro, los nervios más de acero, la mente más astuta, el corazón más bravo. En él, algún extraño principio vital ha encontrado su mayor expresión; y al igual que su cuerpo se mantiene fuerte y crece y medra, también su mente. Todo esto sin esa ayuda diabólica que sin duda también posee, ayuda que ha de someterse antes a los poderes de donde proviene, que son símbolo del bien. Y ahora veamos qué es él para nosotros. A usted la ha contaminado… Oh, perdóneme, querida mía, que haya dicho eso; pero es bueno para usted que yo hable. A usted la ha infectado de tal modo que, aunque no vuelva a hacerlo, usted podría vivir a su manera de antes, dulce manera; y con el tiempo, la muerte, que es el destino común a todos los humanos, y con la permisión de Dios, la hará a usted como él. ¡Esto no puede ser así! Hemos jurado juntos que no lo será. Somos así ministros del deseo del mismo Dios: que el mundo y los hombres por quienes murió Su Hijo no serán entregados a los monstruos, cuya mera existencia le difamaría a Él. Ya nos ha permitido redimir un alma, y vamos como los viejos caballeros de la Cruz a redimir más. Como ellos viajaremos hacia el lugar por donde sale el sol; y como ellos, si caemos, caeremos por una buena causa.

Hizo una pausa y yo dije:

—¿Pero el Conde no reaccionará con prudencia ante su fracaso? Puesto que ha sido expulsado de Inglaterra, ¿no lo evitará, como evita el tigre el poblado del que ha sido ahuyentado?[22].

—¡Ajá! —dijo—. Su símil del tigre es bueno, y lo adoptaré. Su devorador de hombres, como llaman en la India al tigre que una vez ha probado la sangre del humano ya no se interesa en otro tipo de presa, sino que merodea por su casa hasta que consigue otro. Este que hemos expulsado de nuestra aldea es un tigre también, un devorador de hombres, y nunca cesa de merodear. No, no está en su naturaleza retirarse y mantenerse alejado. En su vida, su vida viviente, atravesó la frontera de Turquía y atacó a su enemigo en su propio territorio; fue obligado a retirarse, pero ¿se quedó quieto?[23]. ¡No! Volvió otra vez, y otra y otra. Fíjese en su persistencia y paciencia. Con el cerebro de niño que tenía, había concebido hace mucho la idea de venir a una gran ciudad. ¿Qué hace? Encuentra el lugar del mundo más prometedor para él. Después, se pone a la tarea de prepararse debidamente para la empresa. Con paciencia, descubre cuál es su fuerza exacta y cuáles son sus poderes. Estudia nuevas lenguas. Adquiere una nueva vida social, el nuevo entorno de las viejas costumbres, la política, la ley, las finanzas, la ciencia, los hábitos de un nuevo país y de un nuevo pueblo que había surgido después de su existencia como hombre. La ojeada que echa a todo esto sólo le sirve para estimular su apetito y avivar su deseo. Más aún, contribuye a desarrollar su cerebro, que todo eso le demuestra qué razón tenía al comienzo con sus suposiciones. ¡Todo esto lo ha hecho él solo!; ¡totalmente solo!, desde una tumba ruinosa en un país olvidado. ¿Qué más no podrá hacer cuando el gran mundo aún más grande del pensamiento se abra ante él? Él, que puede sonreír a la muerte como sabemos; que puede florecer en medio de la enfermedad que destruye pueblos enteros. ¡Oh!, si alguien como este procediese de Dios y no del Demonio, ¡qué fuerza del bien no podría haber en este viejo mundo nuestro! Pero nos hemos comprometido a liberar el mundo. Nuestra tarea ha de ser silenciosa y nuestros esfuerzos, secretos, pues en esta época ilustrada, cuando los hombres no creen ni siquiera en lo que ven, la duda de los sabios sería su mayor fuerza. Sería de inmediato su resguardo y su armadura, y sus armas para destruirnos a nosotros, sus enemigos, que estamos dispuestos incluso a poner en peligro nuestras almas por la salvación de la persona a quien amamos… Por el bien de la humanidad y para el honor y gloria de Dios.

Tras un debate general, se pactó que para esta noche nada podía ser definitivamente acordado; que debemos consultar con la almohada e intentar pensar en conclusiones adecuadas. Mañana nos reuniremos de nuevo a la hora del desayuno y, después de hacer saber a los demás las conclusiones de cada uno, decidiremos seguir un plan definitivo[24].

Siento una paz maravillosa y descanso esta noche. Es como si hubiese desaparecido una presencia amenazadora. Quizá…

No terminé mi suposición; no pude hacerlo al ver reflejada en el espejo la cicatriz roja de mi frente, y comprendí que estaba todavía contaminada[25].

DIARIO DEL DOCTOR SEWARD.

5 de octubre[26].—Todos nos levantamos temprano y creo que el sueño nos ha hecho mucho bien. Cuando nos reunimos para desayunar pronto, reinaba más alegría general de la que ninguno hubiera esperado volver a sentir.

Es realmente maravillosa la capacidad de resistencia que hay en la naturaleza humana[27]. Dejemos que cualquier obstáculo, no importa cuál, desaparezca por la razón que sea —incluso por la muerte— y volveremos rápidamente a los principios originales de esperanza y alegría. Mientras estábamos sentados en torno a la mesa, mis ojos se abrieron maravillados preguntándome si todo lo ocurrido durante los pasados días no había sido sino un sueño. Pero volví a la realidad cuando me fijé en la señal roja de la frente de Mrs. Harker. Incluso ahora, cuando estoy meditando seriamente sobre la cuestión, es casi imposible darse cuenta de que la causa de todas nuestras tribulaciones sigue existiendo. Hasta Mrs. Harker parece perder de vista sus problemas por largos periodos de tiempo; sólo de vez en cuando y si algo se lo recuerda, piensa en su terrible cicatriz. Vamos a vernos aquí, en mi estudio, dentro de media hora, para decidir nuestra línea de acción. Sólo veo una dificultad inmediata: lo que sé, lo sé por el instinto más que por la razón; todos tenemos que hablar francamente y, sin embargo, temo que por alguna misteriosa razón, la lengua de la pobre Mrs. Harker esté atada. Yo que saca sus propias conclusiones, y por todo lo que ha ocurrido puedo imaginar lo brillantes y auténticas que han debido de ser, pero no quiere, o no puede, expresarlas. Se lo he mencionado a Van Helsing y hablaremos de ello cuando estemos solos. Supongo que ese espantoso veneno que tiene en sus venas comienza a hacer su efecto. El Conde tenía sus propias razones cuando le[28] administró lo que Van Helsing llamó «el bautismo de sangre del vampiro». Bien, puede haber un veneno que se destile de las cosas buenas; ¡en una época en que la existencia de las ptomaínas es un misterio, no deberíamos asombramos de nada![29]. Una cosa sé, que si mi instinto no me engaña por lo que se refiere a los silencios de la pobre Mrs. Harker, entonces hay una terrible dificultad —un peligro desconocido— en la tarea que tenemos ante nosotros[30]. El mismo poder que la obliga a guardar silencio puede obligarla a hablar. No me atrevo a seguir pensando, pues podría, con mis pensamientos, ¡deshonrar a una noble mujer!

Van Helsing va a venir a mi estudio un poco antes que los demás. Intentaré abordar el tema con él.

Más tarde.—Cuando llegó el profesor, hablamos sobre la situación. Pude notar que tenía algo en la cabeza que quería decirme, pero también que dudaba en abordar el tema. Después de algunos rodeos, dijo de repente:

—Amigo John, hay algo de lo que debemos hablar usted y yo a solas, al menos al principio, en todo caso. Después podemos hacer a los demás partícipes de nuestras confidencias, —Se detuvo; esperé; continuó—; Madam Mina, nuestra pobre y querida madam Mina, está cambiando.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al ver confirmados así mis peores temores. Van Helsing siguió hablando:

—Con la triste experiencia de miss Lucy, esta vez debemos estar sobre aviso antes de que las cosas vayan demasiado lejos. Nuestra tarea es ahora, en realidad, más difícil que nunca, y esta nueva dificultad hace que cada hora que pasa sea de crucial importancia. Puedo ver las características del vampiro, que comienzan a aparecer en su rostro. Ahora es sólo algo muy, muy tenue, pero puede notarse. Si tenemos ojos para verlo sin prejuicios. Sus dientes son algo más agudos y, en ocasiones, su mirada es más dura[31]. Pero eso no es todo; está también el silencio, ahora más a menudo; así fue también con miss Lucy. No hablaba, ni siquiera cuando escribió eso que quería que se supiera después. Ahora mi temor es este; si es cierto que puede, gracias a nuestro trance hipnótico, decirnos lo que el Conde ve y oye, ¿no es menos cierto que quien la ha hipnotizado primero y ha bebido de su sangre y la ha hecho beber de la suya, podría, si quiere, obligar a su mente a revelarle todo lo que sabe? —Hice un movimiento afirmativo con la cabeza; él continuó—; Entonces lo que debemos hacer es impedir esto; debemos mantenerla ignorante de nuestro propósito, y así no podrá decir lo que no sabe. ¡Es una tarea dolorosa! ¡Oh, tan dolorosa que me parte el corazón pensar en ello!; pero así ha de ser. Cuando nos reunamos hoy debo decirle que, por alguna razón de la cual no queremos hablar, no puede seguir asistiendo a nuestras deliberaciones, pero, simplemente, que la protegeremos.

Se enjugó la frente, manchada por un abundante sudor ante la idea del dolor que podría causar en aquella pobre alma ya tan torturada. Sabía que seria de algún consuelo para él que le dijera que yo también había llegado a la misma conclusión, pues, en todo caso, le evitaría el dolor de la duda. Se lo dije, y el efecto fue el que yo había esperado.

Se acerca ya la hora de nuestra reunión general. Van Helsing se ha ido a prepararse para la junta y el penoso papel que va a desempeñar en ella. En realidad, lo que creo es que quiere rezar a solas[32].

Más tarde.—Al comienzo mismo de nuestra reunión, un gran alivio personal fue experimentado por Van Helsing y por mí mismo. Mrs. Marker había enviado un mensaje con su marido para decir que no se nos uniría de momento, pues pensaba que sería mejor que se sintieran libres para discutir de nuestros movimientos sin que su presencia nos embarazase. El profesor y yo nos miramos por un instante y en cierto modo parecimos aliviados[33].

Por mi parte, pensé que si Mrs. Marker se daba cuenta del peligro por sí misma, mucho dolor y mucho peligro quedaban conjurados. Dadas las circunstancias, acordamos mediante una mirada interrogadora y un dedo en los labios mantener en silencio nuestras sospechas hasta poder conferenciar a solas de nuevo. Acometimos de inmediato nuestro plan de campaña. Primero, Van Helsing nos expuso los hechos a grandes rasgos:

—El Czarina Catherine zarpó del Támesis ayer por la mañana[34]. Navegando a la mayor velocidad que nunca haya hecho, tardará al menos tres semanas para arribar a Varna, pero viajando por tierra nosotros podemos llegar al mismo sitio en tres días[35]. Ahora, si nos permitimos calcular el viaje del barco en dos días menos gracias a las influencias sobre el tiempo que el Conde puede ejercer, y si nos permitimos también calcular un día y una noche de posible retraso que podamos tener nosotros, tenemos entonces un margen de casi dos semanas[36]. Es decir que, con objeto de estar seguros, debemos salir de aquí lo más tarde el día 17. En todo caso, debemos estar en Varna un día antes de la arribada del barco, y dispuestos a hacer nuestros preparativos para lo que fuera necesario. Desde luego iremos todos armados, armados contra las cosas malas, tanto espirituales como físicas.

En este momento, Quincey Morris añadió:

—Tengo entendido que el Conde nació en un país de lobos[37], y que bien podría ser que llegue allí antes que nosotros. Propongo que añadamos Winchester[38] a nuestro armamento. Tengo una especie de confianza en un Winchester cuando hay cerca algún problema de esa clase. Art, ¿recuerdas cuando tuvimos aquella manada que nos perseguía cerca de Tobolsr?[39]. ¡Qué no hubiéramos dado entonces por un rifle de repetición para cada uno!

—¡Bien! —dijo Van Helsing—, que sean Winchester. La cabeza de Quincey siempre es juiciosa, y más aún cuando se trata de cazar, aunque mi metáfora constituya más deshonor para la ciencia que los lobos un peligro para el hombre. Mientras tanto, aquí no podemos hacer nada; y como pienso que Varna no es conocida por ninguno de nosotros, ¿por qué no ir allí más pronto? Es tan largo esperar aquí como allí. Podemos hacer los preparativos entre esta noche y mañana, y entonces, si todo va bien, nosotros cuatro podemos iniciar nuestro viaje.

—¿Nosotros cuatro? —dijo Harker en tono inquisitivo, mirándonos uno por uno.

—¡Desde luego! —respondió el profesor rápidamente—. ¡Usted debe quedarse para cuidar a su dulce esposa!

Harker permaneció en silencio durante unos momentos y dijo con voz lúgubre:

—Hablaremos de eso por la mañana[40]. Quiero consultarlo con Mina.

Pensé que era el momento para que Van Helsing le avisara de que no dijera nada de nuestros planes a su esposa, pero no fue así. Yo le miré de manera significativa y tosí. Como respuesta, se llevo un dedo a los labios y se marchó.

DIARIO DE JONATHAN HARKER.

5 de octubre, por la tarde[41].—Hasta después de algún tiempo de la reunión[42] de esta mañana no pude pensar en nada. Los nuevos aspectos de la situación han dejado mi mente en un estado tal de asombro que no me permite reflexionar. La decisión de Mina de no tomar parte alguna en la reunión me hizo pensar, y como no pude tratar del tema con ella, sólo puedo hacer conjeturas. Ahora mismo estoy más lejos que nunca de una solución. También me intrigó la manera en que los demás recibieron la noticia; la última vez que hablamos del tema acordamos que no habría más ocultamientos de nada entre nosotros. Mina está durmiendo ahora, tranquila y dulcemente, como un niño pequeño. Sus labios sonríen y su rostro resplandece de felicidad. Gracias a Dios, todavía hay momentos así para ella.

Más tarde.—Qué extraño es todo. Me senté a mirar el feliz sueño de Mina, y llegué a sentirme tan cerca de la felicidad yo mismo como supongo que nunca lo estaré. Conforme iba cayendo la tarde y la tierra se cubría con las sombras del sol que se hundía, el silencio de la habitación se me hizo más y más solemne. De repente Mina abrió los ojos y, mirándome tiernamente, dijo:

—Jonathan, quiero que me prometas algo bajo palabra de honor. Una promesa hecha a mí, pero santificada al ser oída por Dios, y que no debes romper aunque caiga de rodillas y te lo implore con lágrimas amargas. Vamos, debes prometérmelo de inmediato.

—Mina —dije—, una promesa como esa no puedo hacerla de repente. Puede que no tenga derecho a hacerla.

—Pero, querido mío —dijo ella con una intensidad espiritual tal que sus ojos eran como estrellas polares[43]—, soy yo quien lo desea, y no para mí misma. Puedes preguntárselo al doctor Van Helsing si no tengo razón: si él no está de acuerdo, puedes hacer lo que quieras. Es más, si después estáis todos de acuerdo, quedas liberado de la promesa.

—¡Lo prometo! —dije, y por un momento pareció sumamente feliz; aunque yo creo que toda felicidad le está negada por esa cicatriz roja de la frente. Dijo:

—Prométeme que no me dirás nada sobre vuestros planes para la campaña contra el Conde, ni de palabra ni por inferencia ni implícitamente; ¡nunca mientras siga esto conmigo! —y señaló solemnemente la cicatriz. Vi que hablaba en serio, y dije con toda gravedad:

—¡Lo prometo! —Y al tiempo que lo decía sentí que en ese mismo instante una puerta se había cerrado entre nosotros.

Más tarde, medianoche.—Mina ha estado animada y alegre toda la velada. Tanto que los demás parecían animarse como contagiados de algún modo por su viveza; como consecuencia de ello, yo mismo sentí como si el manto de tristeza que nos abrumaba se hubiese levantado. Todos nos retiramos pronto. Ahora Mina está durmiendo como un niño pequeño; es maravilloso que conserve su capacidad para dormir en medio de su terrible tribulación. Gracias a Dios por ello, pues entonces puede al menos olvidar sus preocupaciones. Quizá su ejemplo pueda influir en mí, como su alegría lo ha hecho esta noche. Lo intentaré. ¡Oh, daría, cualquier cosa por dormir sin soñar!

6 de octubre, por la mañana.—Otra sorpresa. Mina me despertó temprano, más o menos a la misma hora que ayer[44], y me pidió que trajera al doctor Van Helsing. Pensé que sería para hipnotizarla otra vez, y sin preguntar nada me fui a buscar al profesor. Era evidente que había estado esperando esta llamada, pues le encontré ya vestido en su habitación. Su puerta estaba entreabierta, por lo que pudo oír el ruido de la nuestra al abrirse. Vino de inmediato y una vez que hubo entrado le preguntó a Mina si los demás podían venir también.

—No —dijo con toda sencillez—, no será necesario. Usted también puede decírselo. Debo acompañarles en su viaje.

El doctor Van Helsing se sorprendió tanto como yo. Tras un momento de silencio, preguntó:

—Pero ¿por qué?

—Tienen que llevarme con ustedes. Yo estaré más segura, y ustedes también.

—Pero ¿por qué, querida madam Mina? Usted sabe que su seguridad es nuestro más solemne deber. Vamos hacia un peligro en el cual usted está, o puede estar, más expuesta que ninguno de nosotros, debido… debido a circunstancias… cosas que han ocurrido[45] —se interrumpió embarazado.

Ella, al tiempo que contestaba, levantó un dedo y señaló su frente:

—Lo sé. Por eso es necesario que vaya. Puedo decirlo ahora, mientras el sol está saliendo; después quizá no sea capaz. Yo sé que cuando el Conde así lo quiera, debo ir. Yo sé que si él me dice que vaya en secreto, yo debo ir como sea, utilizando cualquier recurso para ello, engañando incluso a Jonathan. —Dios es testigo de la mirada que me dirigió mientras hablaba, y si hay en efecto un ángel que anota las acciones de los hombres, habrá anotado esa mirada en la página de sus méritos imperecederos. No pude hacer otra cosa que apretarle una mano. No podía hablar; mi emoción era demasiado grande incluso para el alivio de las lágrimas. Continuó—: Ustedes los hombres son valientes y fuertes. Son fuertes en número, pues ustedes pueden desafiar a aquello a lo que uno que tuviera que valerse por sí mismo, solo no podría enfrentarse. Además, yo puedo serles de utilidad, ya que pueden hipnotizarme y así saber cosas que ni siquiera yo sola conozco.

El doctor Van Helsing dijo muy seriamente:

—Madam Mina, usted es, como siempre, de lo más prudente. Usted vendrá con nosotros, y juntos haremos lo que queremos conseguir.

Terminado su parlamento, el largo silencio de Mina me hizo mirarla. Se había quedado dormida reclinada en su almohada; no se despertó ni siquiera cuando subí la persiana para que la luz del sol inundase la habitación. Van Helsing me hizo una seña para indicarme que saliera en silencio con él. Fuimos a su habitación y, en menos de un minuto, lord Godalming, el doctor Seward y Mr. Morris estaban también con nosotros. Les contó lo que Mina había dicho, y añadió:

—Por la mañana saldremos para Varna. Debemos ahora tener en cuenta un nuevo factor: madam Mina; oh, pero su alma es sincera. Es para ella una agonía decirnos lo que ha hecho[46], pero tiene mucha razón y estamos avisados a tiempo. No debemos dejar nada al azar, y en Varna tenemos que estar preparados para actuar en el instante mismo en que ese barco llegue.

—¿Qué haremos exactamente? —preguntó Mr. Morris lacónicamente. El profesor hizo una pausa antes de contestar

—Lo primero, subir a bordo de ese barco; después, cuando hayamos identificado el cajón, colocar encima una rama de rosal silvestre. La sujetaremos, pues cuando está así nadie puede salir, al menos eso dice la superstición. Y en la superstición debemos creer al principio; era la fe del hombre en los primeros tiempos, y todavía tiene sus raíces en la fe. Después, cuando tengamos la oportunidad que buscamos, cuando no haya nadie cerca que pueda mirar, abriremos el cajón y… y todo irá bien.

—¡Yo no esperaré a ninguna oportunidad! —dijo Morris—. ¡Cuando vea el cajón, lo abriré y destruiré al monstruo, aunque haya mil hombres mirando y aunque yo sea barrido por ello a continuación![47]. —Tomé su mano de forma instintiva y la encontré tan firme como un trozo de acero. Creo que comprendió mi mirada; espero que así fuera[48].

—Buen chico —dijo el doctor Van Helsing—. Valiente muchacho. Quincey es todo un hombre. Dios le bendiga por ello. Hijo mío, créame, ninguno de nosotros se quedará atrás ni se detendrá por miedo. Sólo digo lo que podemos hacer… lo que debemos hacer. Pero en verdad, en verdad, no podemos decir lo que haremos. Hay tantas cosas que pueden ocurrir y sus formas y finales tan variados que, hasta que no llegue el momento, no podemos decir nada. Iremos armados en todos los sentidos, y cuando llegue el instante final nuestro valor no faltará. Ahora pongamos todos nuestros asuntos en orden. Dejemos arreglado todo lo que se refiera a quienes nos son amados y que dependen de nosotros, ya que ninguno puede decir cuál, cuándo o cómo será el final. En cuanto a mí, mis propios asuntos están en orden, y como no tengo nada más que hacer, me voy a preparar las cosas de viaje. Voy a sacar los billetes y demás.

No había nada más que decir y nos separamos. Arreglaré todos mis asuntos de este mundo, y estaré preparado para lo que pueda suceder…

Más tarde.—Ya está todo. He hecho mi testamento, y todo está listo. Si me sobrevive, Mina es mi única heredera. Si no fuese así, entonces los otros que han sido tan buenos con nosotros serán tenidos en cuenta.

Se acerca el crepúsculo: la intranquilidad de Mina me hace darme cuenta de ello. Estoy seguro de que hay algo en su mente que revelará el momento exacto de la puesta del sol. Momentos tales están llegando a ser angustiosos para todos nosotros, pues cada amanecer y casa ocaso suponen algún nuevo peligro, algún dolor que, sin embargo. Dios lo quiera, pueda significar un buen final. Escribo todas estas cosas en el diario ya que mi esposa no debe ahora oírlas, pero si ocurre que ella pueda leerlas algún día, las tendré preparadas.

Me está llamando.