DIARIO DEL DOCTOR SEWARD.
30 de septiembre.—Llegué a casa a las cinco en punto y encontré que Godalming y Morris no sólo habían llegado, sino que ya habían estudiado la transcripción de los varios diarios y cartas que Harker y su maravillosa mujer habían hecho y ordenado. Harker no había vuelto todavía de su visita a los transportistas[1], acerca de los cuales me había escrito el doctor Hennessey. Mrs. Harker nos sirvió una taza de té, y puedo decir honestamente que por primera vez desde que vivo en ella, esta vieja casa parecía como un hogar[2]. Cuando hubimos terminado, Mrs. Harker dijo:
—Doctor Seward, ¿puedo pedirle un favor? Quiero ver a su paciente Mr. Renfield[3]. Permítame verle, ¡lo que usted dice de él me interesa mucho!
Estaba tan encantadora y tan hermosa que no pude negarme, y no había razón posible para que lo hiciera; de modo que la llevé conmigo[4]. Una vez en su habitación le dije que una dama quería verle, a lo cual dijo simplemente:
—¿Por qué?
—Está visitando la casa y quiere ver a todos los que hay en ella —respondí.
—Oh, muy bien —dijo—. Que venga sin falta; pero espere un minuto hasta que arregle la habitación. —Su método de limpieza fue muy peculiar sencillamente se tragó las moscas y arañas que tenía en las cajas antes de que yo pudiera impedírselo. Era evidente que temía algo o recelaba alguna intromisión. Cuando acabó su desagradable tarea, dijo alegremente—: Dígale a la señora que entre —y se sentó en el borde de su cama con la cabeza agachada, pero con los ojos abiertos para poder verla cuando entrase. Por un momento pensé que podría tener una intención homicida; recordé cuán tranquilo estaba cuando me atacó en mi estudio, y cuidé de ponerme donde pudiera sujetarle de inmediato si intentaba saltar sobre ella. Mis. Harker entró en la habitación con tan afable naturalidad que le hubiera valido el respeto de cualquier loco, pues la naturalidad es una de las cualidades más respetadas por todos los lunáticos. Ella se le acercó sonriendo amablemente y le tendió la mano:
—Buenas tardes, Mr. Renfield —dijo—. Ya ve que le conozco, pues el doctor Seward me ha hablado de usted.
No replicó nada de inmediato, pero la miró intensamente con el ceño fruncido. Tras esta mirada, hubo otra de asombro mezclada con la duda; después, para mi profunda estupefacción, dijo:
—Usted no puede ser la joven con la que el doctor quería casarse, ¿verdad? No puede ser, ¿sabe?, porque ella esta muerta.
Mrs. Harker sonrió con dulzura al tiempo que replicaba:
—¡Oh, no! Tengo mi propio marido, con quien me casé antes de haber visto al doctor Seward o él a mí. Soy Mrs. Harker.
—Entonces, ¿qué está haciendo aquí?
—Mi marido y yo estamos visitando al doctor Seward.
—Entonces no se quede.
—Pero ¿por qué no?
Creí que este tipo de conversación podría no ser agradable para Mrs. Harker, todavía menos que para mí, de modo que intervine:
—¿Cómo sabe usted que yo quería casarme?
Su respuesta fue sencillamente despectiva, durante un momento en que apartó sus ojos de Mrs. Harker para mirarme a mí, volviéndolos hacia ella al instante:
—¡Qué pregunta tan estúpida![5].
—Yo no lo creo así de ningún modo, Mr. Renfield —dijo Mrs. Harker saliendo en mi defensa de inmediato. Él le replicó con tanta cortesía y respeto como desprecio había manifestado hacia mí:
—Naturalmente, usted comprenderá, Mrs. Harker, que cuando un hombre es tan querido y honrado como lo es nuestro anfitrión, todo lo que a él se refiere interesa a nuestra pequeña comunidad. El doctor Seward es querido no sólo por sus familiares y amigos, sino también por sus pacientes, algunos de los cuales, al no mantener fácilmente su equilibro mental, pueden distorsionar causas y efectos. Puesto que yo mismo he estado internado en un manicomio, no puedo por menos de darme cuenta de las tendencias sofísticas de algunos de los pacientes con relación a los errores de non causae[6] y de ignoratio elenchi[7].
Abrí mis ojos con asombro ante aquella novedad. Aquí estaba mi loco favorito —el más loco de su tipo que yo nunca había conocido— hablando de filosofía elemental y con el aspecto de un culto caballero. Me pregunto si fue la presencia de Mrs. Harker lo que había tocado algún resorte de su memoria. Si esta nueva fase era espontánea o en alguna medida debida a su influencia inconsciente, Mrs. Harker debe de tener algún raro don[8].
Continuamos hablando durante algún tiempo y, viendo que parecía completamente razonable, Mrs. Harker se aventuró, mirándome interrogadoramente al comenzar, a llevarle a su terreno favorito. Me quedé de nuevo asombrado, pues se embarcó en la cuestión con la imparcialidad de la más absoluta cordura, incluso se puso a sí mismo como ejemplo cuando mencionó ciertas cosas.
—Bueno, yo mismo soy el ejemplo de un hombre que tenía una idea extraña. Sin duda, no fue una sorpresa que mis amigos se alarmaran e insistieran en que yo fuese sometido a control[9]. Yo solía imaginar que la vida era una entidad positiva y perenne, y que consumiendo una multitud de seres vivos, no importa cuán inferiores en la escala de la creación, uno podía prolongar su vida indefinidamente. En ocasiones creía en esto con tanta firmeza que intenté realmente apoderarme de vidas humanas. El doctor, aquí presente, confirmará que en una ocasión intenté matarle con el propósito de aumentar mis fuerzas vitales con la absorción de vida por mi propio cuerpo[10] mediante la sangre, basándome, claro está, en el dicho de las Escrituras: «Pues la sangre es la vida». A pesar de que, sin duda, el vendedor de cierta panacea ha vulgarizado esa verdad hasta hacerla despreciable[11]. ¿No es verdad, doctor?
Asentí con un movimiento de cabeza, pues estaba tan asombrado que no sabía qué pensar ni decir, era difícil imaginar que le había visto comerse sus arañas y moscas hacía apenas cinco minutos. Mire mi reloj y vi que tenía que ir a la estación para recoger a Van Helsing, de modo que le dije a Mrs. Harker que había que irse. Se dispuso para ello de inmediato, después de haberle dicho a Mr. Renfield:
—Adiós, y espero que pueda verle más a menudo en circunstancias más agradables para usted.
Para mi estupefacción, contestó:
—Adiós, querida. Ruego a Dios que no vuelva a ver su dulce rostro otra vez[12]. ¡Que Él la bendiga y la proteja!
Cuando me fui a la estación para recoger a Van Helsing, dejé a los jóvenes en casa. El pobre Art parecía más alegre que nunca desde que Lucy cayó enferma, y Quincey volvió a ser tan ingenioso como antes[13].
Van Helsing se apeó del vagón con la fácil ligereza de un muchacho. Me vio de inmediato y se precipitó hacia mí, diciendo:
—Ah, amigo John, ¿cómo va todo? ¿Bien? ¡Bueno! He estado ocupado, pero vengo para estar aquí si hace falta. Tengo todos mis asuntos arreglados y mucho que decir. Madam Mina, ¿está con usted? Sí. ¿Y su excelente marido? Y Arthur y mi amigo Quincey, ¿están también con usted? Bien.
Mientras conducía el carruaje de regreso a casa, le conté lo que había pasado y que mi propio diario había llegado a ser de alguna utilidad a instancias de Mrs. Harker; al llegar aquí, el profesor me interrumpió:
—¡Ah, esa maravillosa madam Mina! Tiene el cerebro de un hombre —un hombre que si lo tuviera como ella estaría muy dotado— y el corazón de una mujer. El buen Dios la hizo así con un propósito, créame, cuando hizo tan buena combinación. Amigo John, hasta ahora la Fortuna ha hecho que esa mujer nos sirva de ayuda; después de esta noche no debe tener nada que ver con este asunto tan terrible. No está bien que corra un riesgo tan grande. Nosotros, los hombres, estamos decididos (¿pues no hemos hecho solemne promesa?) a destruir ese monstruo, mas eso no es cosa para mujeres. Incluso si no sufre daño, su ánimo puede flaquear ante tantos y tamaños horrores, y además podrá sufrir despierta de los nervios, y dormida tener pesadillas. Y además es joven y no lleva mucho tiempo casada; puede haber otras cosas en qué pensar dentro de un tiempo, si no ahora mismo[14]. Me dice usted que ha escrito todo; entonces debe consultar con nosotros, pero mañana ella dice adiós a este trabajo y proseguimos nosotros solos.
Me mostré totalmente de acuerdo con él[15], y le conté lo que había descubierto durante su ausencia: que la casa que Drácula había comprado era la inmediata a la mía. Quedó sorprendido y una gran preocupación pareció invadirle.
—¡Oh, si eso lo hubiéramos sabido antes! —dijo—, porque entonces podíamos haberle cogido a tiempo de salvar a la pobre Lucy. Pero «la leche que se vierte no grita después», como dicen ustedes. No pensemos en eso, pero sigamos nuestro camino hasta el fina![16].
Se hundió entonces en un silencio que duró hasta que atravesamos la puerta del jardín. Antes de preparamos para la cena, le dijo a Mrs. Harker:
—Me ha dicho mi amigo John, madam Mina, que usted y su marido han puesto en orden exacto todas las cosas que han pasado hasta este momento.
—No hasta este momento, profesor —dijo ella impulsivamente—, sino hasta esta mañana.
—Pero ¿por qué no hasta este momento? Hemos visto hasta ahora qué buena luz han arrojado todas las pequeñas cosas. Nos hemos contado nuestros secretos y sin embargo nadie ha reconocido todavía que ello ha sido malo para él.
Mrs. Harker comenzó a sonrojarse y sacando un papel de su bolsillo, dijo;
—Doctor Van Helsing, lea esto y dígame si debe incluirse. Es lo que he anotado hoy. Yo también he sentido la necesidad de anotar todo hasta ahora mismo, por trivial que sea, pero casi todo lo que hay aquí es personal. ¿Debe incluirse?
El profesor lo leyó seriamente y lo devolvió diciendo:
—No es necesario si usted no quiere, pero le ruego que lo incluya. Puede hacer que su marido la ame a usted todavía más y que todos nosotros, sus amigos, la respetemos más así como que la estimemos y queramos también más. —Mrs. Harker cogió el papel en cuestión, volviendo a ruborizarse y con una sonrisa radiante.
Y así, ahora, hasta este mismo instante, todos los datos están completos y en orden. El profesor se llevó una copia para estudiarla después de la cena y antes de nuestra reunión, que está fijada para las nueve en punto. Los demás ya hemos leído todo; así que cuando nos reunamos en el estudio estaremos todos al tanto de los hechos, y podremos organizar nuestro plan de batalla contra ese terrible y misterioso enemigo.
DIARIO DE MINA HARKER[17].
30 de septiembre.—Cuando nos reunimos en el estudio del doctor Seward dos horas después de la cena, que había sido a las seis en punto[18], formamos inconscientemente una especie de consejo o comité. El profesor Van Helsing se sentó a la cabecera de la mesa, a la cual le condujo el doctor Seward cuando entró en la habitación. Hizo que me sentara a su derecha y me pidió que actuara como secretaria; Jonathan se sentó junto a mí. Frente a nosotros estaban lord Godalming, el doctor Seward y Mr. Morris, el primero de estos junto al profesor, y el doctor Seward en el centro. El profesor dijo:
—Supongo que todos nosotros estamos familiarizados con los hechos que figuran en esos papeles. —Manifestamos nuestro asentimiento y continuó—: Entonces pienso que sería útil que les diga algo acerca del tipo de enemigo con el que tenemos que enfrentarnos. Así pues, pondré en su conocimiento algo de la historia de este hombre, que yo he averiguado por mí mismo. Así después podremos discutir cómo actuar y qué medidas tomar.
»Existen estos seres, los vampiros; algunos de nosotros tenemos pruebas de que, en efecto, así es. Incluso aunque no dispusiéramos de las evidencias de nuestra propia y desgraciada evidencia, las enseñanzas y los documentos del pasado son pruebas suficientes para las personas sensatas. Admito que al principio yo era escéptico[19]. De no haber sido porque a lo largo de los años he intentado tener una mente abierta, no podría haber llegado a creer en ello hasta que la realidad atronó mis oídos. «¡Mira! ¡Mira! ¡Lo pruebo! ¡Lo pruebo!» ¡Ay, si hubiese sabido al comienzo lo que ahora sé, ni siquiera eso, si hubiese sospechado quién era él, se habría salvado una vida tan preciosa para tantos que la queríamos. Pero ya pasó, y debemos trabajar para que otras pobres almas no perezcan mientras podamos salvarlas[20]. El nosferatu no muere como la abeja cuando clava una vez el aguijón. Es mucho más fuerte, y siendo más fuerte, tiene más poder para hacer el mal. Este vampiro que está entre nosotros es tan fuerte como veinte hombres[21]; es más astuto que un mortal, pues su astucia aumenta con los siglos[22]; cuenta además con la ayuda de la necromancia, que es, como indica su etimología, la adivinación por medio de los muertos, y todos los muertos a los que puede acercarse están a sus órdenes[23]; es un salvaje, y más que un salvaje: es demoniacamente insensible y no tiene corazón; puede, dentro de ciertos límites, aparecer cuando y donde quiere, y en cualquiera de las formas de que es capaz; puede, hasta donde alcanza su radio de acción, manejar los elementos: la tormenta, la niebla, el trueno[24]; puede dar órdenes a todos los seres inferiores; la rata, la polilla, el zorro, el lobo[25]; puede aumentar de tamaño y hacerse pequeño[26]; y puede, en ocasiones, desvanecerse y desaparecer[27]. ¿Cómo, entonces, vamos a comenzar nuestra lucha para destruirle? ¿Cómo encontraremos su paradero?, y habiéndolo encontrado, ¿cómo le destruiremos? Amigos míos, esto es mucho; es una terrible tarea la que acometemos, y puede tener consecuencias que hagan que el más valiente tiemble. Porque si fracasamos en esta nuestra lucha, vencerá sin duda él; entonces, ¿qué fin tendremos? La vida no es nada; yo no le temo. Pero fracasar en esto no es una simple cuestión de vida y muerte. Es que llegaríamos a ser como él; es que de ahí en adelante llegaríamos a ser repugnantes cosas de la noche, como él, sin corazón ni consciencia, cebándonos en los cuerpos y en las almas de aquellos a quienes más amamos[28]. Para nosotros, las puertas del cielo estarían cerradas para siempre, pues ¿quién nos las abriría otra vez? Seremos para siempre aborrecidos por todos; una mancha en el rostro radiante de Dios; una flecha en el costado de Aquel que murió por el hombre. Pero nos encontramos ante el deber cara a cara, y en esta situación, ¿vamos a retroceder? En cuanto a mí, yo digo que no; pero soy viejo, y la vida, con su esplendor, sus lugares hermosos, sus cantos de pájaros, su música y su amor, están ya muy atrás. Y ustedes son jóvenes, algunos han visto el dolor; pero les quedan días felices. ¿Qué dicen ustedes?
Mientras hablaba, Jonathan me había cogido de la mano. Cuando vi que la extendía hacia mí, tuve miedo, tanto, oh, de que la espantosa naturaleza de nuestro peligro hubiese sido más fuerte que él mismo; pero volví a la vida al sentir su contacto y notar su fortaleza, tan seguro de sí, tan decidido. La mano de un hombre valiente puede hablar por sí misma; ni siquiera se necesita el amor de una mujer para escuchar su música.
Cuando el profesor terminó de hablar, mi marido me miró a los ojos y yo a los suyos; no tuvimos que decirnos una palabra.
—Yo respondo por Mina y por mí mismo —dijo[29].
Cuente conmigo, profesor dijo Mr. Quincey Morris, lacónico como de costumbre.
—Estoy con usted —dijo lord Godalming—, en nombre de Lucy, aunque no sea por otra razón.
El doctor Seward se limitó a asentir con la cabeza. El profesor se puso en pie y tras depositar su crucifijo de oro sobre la mesa, extendió las manos a cada lado. Yo le cogí la derecha y lord Godalming la izquierda; Jonathan tomó mi mano derecha con su izquierda y extendió el brazo hacia Mr. Morris, al otro lado de la mesa. Así, todos cogidos por las manos, se hizo nuestro solemne pacto. Sentí que se me helaba el corazón, pero no se me ocurrió en modo alguno retirarme. Volvimos a nuestros asientos, y el doctor Van Helsing continuó con una especie de animación que demostraba que había comenzado el trabajo serio. Era preciso tomarlo con la misma seriedad y formalidad con que se toma un negocio, como cualquier otro de este mundo:
—Bien, ustedes saben con lo que tenemos que luchar; pero tampoco nosotros carecemos de fuerza. Tenemos de nuestro lado el poder de la unión, un poder denegado al vampiro; tenemos los recursos de la ciencia; somos libres para actuar y para pensar; y las horas del día y de la noche son nuestras por igual[30]. De hecho y hasta donde llegan nuestros poderes, estos son ilimitados, y podemos usarlos libremente. Estamos dedicados a una causa, y a conseguir un propósito que no es egoísta. Estas cosas significan mucho.
»Veamos ahora hasta qué punto están limitados los amplios poderes organizados contra nosotros, y lo que no pueden hacer los poderes individuales. Por fin, consideremos las limitaciones del vampiro en general y de este en particular.
»Todo lo que tenemos son tradiciones y supersticiones. En un principio, estas no parecen gran cosa cuando se trata de un asunto de vida y muerte; no, más que de vida y muerte. Pero debemos estar satisfechos; en primer lugar, tenemos que estarlo porque no disponemos de otros medios a nuestro alcance, y en segundo lugar porque, después de todo, esas cosas —tradición y superstición— lo son todo[31]. ¿Acaso la creencia en los vampiros no se apoya en la de otros, aunque no, ¡ay!, la nuestra? Hace un año, ¿quién de nosotros hubiera aceptado tal posibilidad en medio de nuestro científico, escéptico y realista siglo XIX? Incluso nosotros rechazamos con desdén creer en lo que veíamos con nuestros propios ojos. Aceptemos entonces que el vampiro y las creencias en sus limitaciones y en su curación, tienen, por el momento, la misma base. Pues, permítanme decirles, es conocido allí donde ha habido seres humanos. En la antigua Grecia, en la antigua Roma; floreció por toda Alemania, en Francia, en India, incluso en el Kersoneso[32]; y en China, tan lejos de nosotros en todos los sentidos, incluso allí está, y las gentes le temen hoy en día. Ha seguido el camino del berserker islandés; del huno engendrado por el demonio; del eslavo, del sajón, del magiar. Así pues, por lo tanto, conocemos todo aquello sobre lo que podemos actuar; y permítanme decirles que mucho de lo que se cree está justificado por lo que hemos visto en nuestra propia, infeliz experiencia. El vampiro sigue viviendo, y no puede morir por el simple paso del tiempo; florece cuando consigue nutrirse con la sangre de los vivos. Más aún, nosotros hemos visto que puede incluso rejuvenecerse, que sus facultades vitales se regeneran y parece como que se reaniman cuando su especial sustento es abundante. Pero no puede florecer sin esta dieta; no se alimenta como los demás. Ni siquiera el amigo Jonathan que vivió con él varias semanas le vio comer, ¡nunca! No proyecta sombra alguna[33], no se refleja en el espejo, como también observó Jonathan. Su manos tiene la fuerza de varios hombres; testigo de nuevo Jonathan cuando cerró la puerta a los lobos, y también cuando le ayudó a bajar del carruaje[34]. Puede transformarse en lobo, como sabemos por la llegada del barco a Whitby, cuando despedazó el perro; puede ser como un murciélago, como le vio madam Mina en la ventana de Whitby, y como el amigo John le vio volar desde esta casa tan próxima, y como le vio mi amigo Quincey en la ventana de miss Lucy. Puede venir en la bruma que él mismo crea —ese noble capitán de barco lo probó—, mas por lo que nosotros sabemos, la distancia que puede alcanzar esa bruma es limitada, y sólo llega a rodearle a él mismo. Viene con los rayos de la luna en forma de polvo, como de nuevo Jonathan vio a aquellas hermanas en el castillo de Drácula; puede hacerse muy pequeño, nosotros mismos vimos a miss Lucy, cuando parecía muerta, deslizarse a través de una rendija del espesor de un cabello por la puerta del panteón. Puede, una vez que ha encontrado su camino, salir o entrar de donde sea, independientemente de lo unidas que estén las partes del lugar donde esté o incluso fundidas por el fuego —soldadura, lo llaman ustedes—[35]. Puede ver en la oscuridad, el cual no es un poder pequeño en un mundo en el cual la mitad está cerrada a la luz. Ah, pero escúchenme hasta el final. Él puede hacer todas esas cosas y, sin embargo, no es libre. No, es más prisionero que incluso el esclavo de una galera, que el loco en su celda. No puede ir a donde desee; él, que no pertenece a la naturaleza, tiene, sin embargo, que acatar alguna de las leyes naturales, el porqué no lo sabemos. No puede entrar por primera vez en un sitio a menos que alguien de la casa le invite a entrar, pero después de eso puede acceder cuando le plazca[36]. Su poder cesa, como el de todas las cosas malas, con el comienzo del día[37]. Sólo en ciertos momentos puede tener una libertad limitada. Si no está en el lugar en el que debe estar, sólo puede transformarse a mediodía, o en el momento exacto de la salida o de la puesta del sol[38]. Estas cosas nos han contado, y esto que nos han dicho lo aceptamos por inferencia. Así pues, si bien puede hacer lo que quiera dentro de sus limitaciones, cuando tiene su tierra natal, su ataúd, su infierno, el lugar no consagrado, como vimos cuando fue a la tumba del suicida en Whitby, en otras circunstancias sólo puede cambiar de lugar cuando llega el momento apropiado. Se dice también que únicamente puede atravesar las aguas que corren cuando se encuentran en los momentos de calma, es decir, cuando están crecidas o en su nivel más bajo[39]. También hay cosas que le afectan tanto que pierde todo su poder, como el ajo, del que ya sabemos[40]; en cuanto a los objetos sagrados, como este símbolo, mi crucifijo, que estuvo entre nosotros y lo está incluso ahora cuando estamos deliberando, él no es nada para esos objetos, pero ante ellos se aleja en silencio y con respeto. También hay otras cosas de las que hablaré, por si en nuestra búsqueda podemos necesitarlas. La rama de rosal silvestre sobre su ataúd le impide salir del mismo; una bala bendecida disparada contra el ataúd le mata, haciendo de él un verdadero muerto; y en cuanto a atravesarlo con una estaca, ya sabemos de la paz que le proporciona; o que el cortarle la cabeza le da el descanso. Lo hemos visto con nuestros propios ojos.
»Así, cuando encontremos el habitáculo de este —que fue— hombre, podremos encerrarle en su ataúd y destruirle, si hacemos lo que ya sabemos. Pero es inteligente. Le he pedido a mi amigo Arminius, de la Universidad de Budapest[41], que me haga su historia; y utilizando todos los medios disponibles, me dice quién ha sido. Debió, sin duda, de ser aquel voivoda Drácula, que se hizo famoso luchando contra los turcos en el gran río de la frontera misma con Turquía[42]. Si esto es así, no fue un hombre cualquiera, pues en aquella época, y durante siglos después, se habló de él como el más inteligente y el más astuto, y también como el más valiente de los hijos «del país más allá del bosque»[43]. Ese poderoso cerebro y esa férrea voluntad se fueron con él a la tumba: e incluso ahora están contra nosotros. Los Drácula fueron, dice Arminius, una estirpe grande y noble, aunque de vez en cuando tuviese vástagos de quienes sus contemporáneos sospechaban que tenían tratos con el Malo. Aprendieron sus secretos en la Scholomance[44], en las montañas que rodean el lago Hermanstadt[45], donde el demonio reclama como suyo a uno de cada diez alumnos. En los documentos aparecen palabras como stregoica («bruja»), Ordog y pokol («Satanás» e «infierno»)[46]; y en un manuscrito se habla de este mismo Drácula como wampyr, palabra que todos nosotros entendemos demasiado bien[47]. De sus ijares salieron grandes hombres y buenas mujeres, y sus tumbas hacen sagrada la tierra en que sólo este ser repugnante puede habitar; en tierra carente de recuerdos santos no puede descansar[48].
Mientras hablaban, Mr. Morris miraba fijamente a la ventana, y de improviso se levantó en silencio y salió de la habitación. Tras una pequeña pausa, el profesor continuó:
—Y ahora debemos decidir qué hacemos. Tenemos mucha información, y hay que proceder a organizar nuestra campaña. Sabemos por la investigación de Jonathan que desde el castillo llegaron 50 cajones de tierra a Whilby, todos los cuales fueron entregados en Carfax; sabemos también que al menos alguno de esos cajones ha desaparecido de allí. A mí me parece que nuestro primer paso debería ser el de asegurarnos de si todos los demás continúan en la casa del otro lado del muro que estamos mirando hoy, o si ha desaparecido alguno más. Si es así, debemos seguir la pista…
Al llegar aquí fuimos interrumpidos con gran sobresalto. Desde fuera de la casa llegó el sonido de un disparo de pistola; el cristal de la ventana saltó en pedazos por el impacto de una bala, la cual, rebotando en lo más alto del alféizar, fue a dar contra la pared del otro lado de la habitación. Temo que en el fondo tengo un corazón cobarde, pues lancé un grito. Los hombres se pusieron en pie de un salto. Lord Godalming se precipitó a la ventana y la abrió. Al mismo tiempo oímos la voz de Mr. Morris desde afuera:
—¡Lo siento! Temo haberles alarmado. Entraré y les contaré todo.
Hizo su aparición un minuto después y dijo:
—Ha sido una cosa estúpida por mi parte, y le pido muy sinceramente disculpas, Mrs. Harker; temo haberles asustado terriblemente. Pero lo cierto es que mientras el profesor estaba hablando, llegó un gran murciélago y se instaló en el antepecho de la ventana. Siento tal horror ante estos malditos animales desde los últimos acontecimientos que no puedo soportarlo, y salí para disparar contra él, como vengo haciendo desde varias noches atrás cada vez que veo alguno. Tú solías reírte de mí por eso, Arthur.
—¿Le ha dado? —preguntó el doctor Van Helsing.
—No lo sé, creo que no, pues voló hacia el bosque.
Se sentó en su sitio[49] sin decir nada más, y el profesor comenzó a resumir su informe[50].
—Debemos seguir el rastro de cada uno de esos cajones; y cuando estemos preparados, tenemos que capturar o matar a este monstruo en su cubil; o tenemos, por así decirlo, que esterilizar la tierra para que nunca más busque seguridad en ella. Así, al final podremos encontrarle en su forma de hombre entre el mediodía y el crepúsculo, y enfrentarnos con él cuando esté en su momento más débil.
»Y ahora para usted, madam Mina, esta noche es la última hasta que todo esté bien. Es usted demasiado preciosa para nosotros y no queremos que corra tal riesgo. Cuando salgamos esta noche, no debe preguntar nada más. Le contaremos todo a su debido tiempo. Nosotros somos hombres y capaces de soportarlo; pero usted tiene que ser nuestra estrella y nuestra esperanza, y actuaremos más libremente si usted no está en peligro, como estamos nosotros.
Todos los hombres, incluido Jonathan, parecieron aliviados, pero no me gustó que ellos se enfrentasen con el peligro y quizá disminuyese su seguridad —siendo la fuerza la mayor seguridad— por preocuparse de mí, pero estaban decididos y, aunque para mí fuese una píldora amarga de tragar, no pude decir nada, excepto aceptar su caballerosa preocupación[51]. Mr. Morris continuó así la deliberación:
—Como no hay tiempo que perder, propongo que echemos una mirada a su casa ahora mismo. El tiempo lo es todo para él, y una rápida acción por nuestra parte puede evitar otra víctima[52].
Reconozco[53] que se me encogió el corazón cuando estaba ya tan cercano el momento de la acción, pero no dije nada, pues sentía un gran temor de parecer como un obstáculo o un impedimento para su empresa, y que pudieran incluso excluirme también de sus reuniones. Han salido ahora para Carfax con lo necesario para poder entrar en la casa. Muy animosos me han dicho que me acueste y me duerma; ¡como si una mujer pudiera dormir cuando aquellos a quienes quiere se encuentran en peligro! Me acostaré y fingiré dormir para evitar que Jonathan regrese con una inquietud más.
DIARIO DEL DOCTOR SEWARD.
1 de octubre, 4:00 de la madrugada.—Estábamos justo a punto de salir de casa cuando me trajeron un mensaje urgente de Renfield para saber si podía verle de inmediato, pues tenía que decirme algo de la mayor importancia. Le dije al mensajero que le comunicara que atendería sus deseos por la mañana, que estaba ocupado precisamente ahora. El celador añadió:
—Parece muy insistente, señor. Nunca le he visto tan ansioso. No sé, pero creo que si no le ve usted pronto le dará uno de sus violentos ataques.
Sabía que este hombre no hubiera hablado así sin algún motivo, así que le dije:
—De acuerdo; iré ahora —y les pedí a los demás que me esperasen unos minutos, ya que tenía que ir a ver a mi paciente.
—Lléveme con usted, amigo John —dijo el profesor—. Este caso de su diario me interesa mucho, y además guarda relación también con el nuestro en algunos aspectos. Me gustaría mucho verle, en especial cuando su mente está alterada.
—¿Puedo ir yo también? —preguntó lord Godalming.
—¿Y también yo? —dijo Quincey Morris[54]. Asentí con un movimiento de cabeza y fuimos todos juntos por el pasillo.
Le encontramos en un estado de considerable excitación, pero mucho más juicioso en su manera de hablar y en su comportamiento que nunca antes. Tenía una inusual comprensión de sí mismo como yo nunca había visto en un lunático, y él daba por sentado que sus razones convencerían a cualquiera que estuviese en su sano juicio. Entramos los cuatro en la habitación y ninguno dijo nada al principio. Su petición era que le diese el alta de inmediato y le dejara salir del manicomio para irse a su casa. Esto fue acompañado de argumentaciones acerca de su total curación, y adujo para ello su propia y auténtica cordura.
—Apelo a sus amigos —dijo— quizá no para emitir un juicio sobre mi caso. A propósito, no me he presentado.
Yo estaba tan asombrado que la extravagancia de hacer la presentación de un loco en un manicomio no me llamó la atención en ese preciso momento, y además había una cierta dignidad en su actitud al tratarnos de igual a igual, que hice las presentaciones sin dilación:
—Lord Godalming; el profesor Van Helsing; Mr. Quincey Morris, de Texas; Mr. Renfield.
Estrechó la mano de cada uno y dijo a su vez:
—Lord Godalming, tuve el honor de apoyar a su padre en el Windham[55]; lamento saber, pues usted ostenta el título, que ha fallecido. Fue un hombre querido y respetado por todos los que le conocimos; y en su juventud, según tengo oído, inventó un ponche de ron quemado muy celebrado en la noche del Derby[56]. Mr. Morris, debe usted de sentirse orgulloso de su gran estado. Su integración en la Unión[57] fue un precedente que puede tener efectos de largo alcance en el futuro, cuando el polo y los trópicos puedan formar una alianza con la Stars and Stripes[58]. La fuerza de ese tratado puede, sin embargo, ser una gran máquina de ampliación cuando la Doctrina Monroe adquiera su verdadero lugar como fábula política[59]. ¿Qué se puede decir del placer que una persona siente al conocer a Van Helsing? Señor, no pido perdón por dejar de lado todas las cortesías convencionales previas. Cuando una persona ha revolucionado la terapéutica gracias a su descubrimiento de la continua evolución de la materia cerebral[60], las formas convencionales son inútiles, pues parecerían reducir a esa persona a un individuo común. A ustedes, caballeros, que por nacionalidad, por herencia o por poseer dotes naturales están capacitados para ocupar sus respectivos lugares en un mundo en marcha, pongo por testigos de que estoy tan cuerdo como al menos la mayoría de los hombres que están en total posesión de su libertad. Y estoy seguro de que usted, humanitario y médico-jurista[61] así como científico, juzgará un deber moral tratarme como a alguien que ha de ser considerado bajo excepcionales circunstancias —hizo este último llamamiento con tan elegante aire de convicción que no dejaba de tener su encanto.
Creo que todos nos quedamos asombrados. Por mi parte, estaba convencido, pese a conocer su carácter e historial, que había recuperado el juicio; y sentí un profundo impulso de decirle que me sentía satisfecho de su cordura y que llevaríamos a cabo por la mañana las necesarias formalidades para darle de alta. Sin embargo, consideré que era mejor esperar para hacer tan seria declaración, pues ya conocía de mucho antes los repentinos cambios que podían producirse en este particular paciente. Así pues, me contenté con decir algunas generalidades acerca de que parecía estar mejorando muy rápidamente; que tendría una conversación más larga con él por la mañana y que vería lo que podía hacer para satisfacer sus deseos. Esto no le gustó, pues dijo con rapidez:
—Pero temo, doctor Seward, que usted no ha comprendido bien lo que quiero. Deseo salir de inmediato de aquí, ahora, en este instante, en este momento, si es posible. El tiempo apremia, y en nuestro convenio implícito con el viejo de la guadaña[62] es parte esencial del contrato. Estoy seguro de que basta con exponer ante tan admirable facultativo como es el doctor Seward un deseo tan sencillo y sin embargo tan necesario para verlo cumplido. —Me miró fijamente y, viendo la negativa en mi rostro, se volvió hacia los demás y les observó inquisitivamente. No encontrando respuesta, continuó—: ¿Es posible que me haya equivocado en mi suposición?
—Sí. Se ha equivocado —le dije francamente, pero al mismo tiempo, así me pareció, brutalmente. Hubo un largo silencio y por fin dijo muy despacio:
—Entonces supongo que sólo debo cambiar los motivos de mi petición. Permítame solicitar esta concesión, favor, privilegio, o como usted quiera. En tal caso me contentaré con rogarle no por razones personales sino por el bien de otros. No soy libre para explicarle todas mis razones, pero puede usted creer, se lo aseguro, que son buenas, sensatas y desinteresadas, y que nacen del más alto sentido del deber. Si usted pudiera, señor, ver el fondo de mi corazón, usted aprobaría estos sentimientos que me animan. Es más, me contaría usted entre sus mejores y más sinceros amigos.
Nos miró de nuevo fijamente y yo sentí la creciente convicción de que este repentino cambio de todo su método intelectual no era sino otra forma o fase de su locura, por lo que decidí dejarle que continuase algo más, sabiendo por experiencia que él, como todos los lunáticos, acabaría por delatarse. Van Helsing le observaba con toda atención, con sus pobladas cejas casi juntas a causa de la fija concentración de su mirada. Le dijo a Renfield, en un tono que en aquel momento no me sorprendió, aunque sí cuando después pensé en ello, pues era como si se estuviese dirigiendo a un igual:
—¿No puede usted decir francamente la verdadera razón por la que desea estar libre esta noche? Yo me comprometo a que si usted me satisface a mí, que soy un extranjero sin prejuicios y con la costumbre de tener una mente abierta, el doctor Seward le concederá, bajo su propio riesgo y su propia responsabilidad, el privilegio que usted desea.
Negó tristemente con la cabeza, con un aspecto de agudo pesar reflejado en su semblante. El profesor continuó:
—Vamos, señor, recapacite. Usted afirma tener el don de la razón en su más alto grado, ya que desea impresionarnos con su total racionalidad. Hace esto usted, de cuya cordura tenemos motivos para dudar, porque no ha sido usted todavía dado de alta del tratamiento médico a causa de eso mismo. Si usted no nos ayuda en nuestro esfuerzo para tomar la decisión más prudente, ¿cómo podemos cumplir el deber que usted mismo nos impone?[63]. Sea sensato y ayúdenos y, si podemos, intentaremos cumplir su deseo. De nuevo movió su cabeza tristemente mientras decía:
—Doctor Van Helsing, no tengo nada que decir. Su argumentación es perfecta, y si yo fuese libre para hablar no dudaría un momento; pero no soy mi propio dueño en este asunto. Sólo puedo pedirle que me crea. Si soy rechazado, la responsabilidad ya no es mía.
Me pareció que ya era hora de acabar con esta escena, que estaba llegando a ser cómicamente solemne, así que me dirigí hacia la puerta, diciendo simplemente:
—Vamos, amigos míos; tenemos trabajo. Buenas noches.
Al llegar cerca de la puerta, sin embargo, el paciente experimentó un nuevo cambio. Se movió hacia mí con tanta rapidez que por un momento temí que estaba a punto de cometer otro ataque homicida. Mis temores, a pesar de todo, carecían de fundamento, pues alzó sus manos de manera implorante e hizo su petición de un modo conmovedor. Cuando vio que el mismo exceso de su emoción estaba militando contra él, pues restablecía más aún nuestra vieja relación, se hizo todavía más expresivo. Miré a Van Helsing y vi reflejado en sus ojos mi propio pensamiento, lo que me hizo reafirmarme en mi postura, si bien no de manera tan severa, y me acerqué a él y le di a entender que sus esfuerzos eran vanos. Ya había visto previamente algo de su nerviosismo, siempre creciente, cuando tenía que pedir algo en lo que había pensado mucho, por ejemplo cuando quiso un gato, y yo estaba preparado para ver su hundimiento en la misma hosca resignación en esta ocasión.
No ocurrió lo que yo creía, pues cuando comprendió que su petición no iba a tener éxito, cayó en una especie de frenesí. Se hincó de rodillas y alzando las manos, las juntó retorciéndolas en una especie de quejumbrosa súplica, lanzando un torrente de ruegos al tiempo que las lágrimas rodaban por sus mejillas, y su rostro y toda su actitud denotaban la más profunda emoción:
—Permítame rogarle, doctor Seward, oh, permítame implorarle que me deje salir de esta casa de inmediato. Lléveme como usted quiera y adonde quiera. Lléveme con guardianes, látigo y cadenas; deje que me pongan una camisa de fuerza con esposas y con grillos en los pies; que me lleven incluso a una cárcel; pero sáqueme de aquí. Usted no sabe lo que hace manteniéndome en este lugar. Estoy hablando desde lo más profundo de mi corazón, de mi misma alma. Usted no sabe a quién se enfrenta, ni cómo; y yo no puedo decirlo. ¡Ay de mí! No puedo decirlo. ¡Por todo lo que usted considere sagrado, por todo lo que usted quiera, por su amor perdido, por su esperanza en que viva, por el Todopoderoso, sáqueme de esto y salve mi alma de la culpa! ¿Es que no me oye, señor? ¿Es que no lo entiende? ¿Es que nunca aprenderá? ¿Es que no sabe que ahora estoy cuerdo y hablo en serio, que no soy un lunático en un arrebato de locura, sino un hombre en sus cabales luchando por su alma? ¡Oh, escúcheme, escúcheme! ¡Déjeme que me vaya! ¡Déjeme que me vaya! ¡Déjeme que me vaya!
Pensé que cuanto más se prolongase esta escena, más podría excitarse él y acabar teniendo un ataque, de modo que le cogí por la mano y le hice ponerse en pie.
—Vamos —dije con dureza—. Ya vale; ya hemos tenido bastante. Váyase a la cama e intente comportarse de modo más discreto.
Se cayó de improviso y me miró fijamente por unos instantes. Después, sin decir palabra, se levantó y fue a sentarse en el borde de la cama. Había llegado el desmoronamiento, al igual que anteriormente, tal como yo lo había esperado.
Al salir yo el último de la habitación, me dijo con tono tranquilo y educado[64]:
—Confío, doctor Seward, en que usted me hará justicia al recordar después que yo hice esta noche todo lo que pude para convencerle[65].