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Capítulo 11

DIARIO DE LUCY WESTENRA.

13

12 de septiembre[1].—Qué buenos son todos conmigo. Quiero mucho al doctor Van Helsing. Me pregunto por qué estaba tan nervioso con esas flores. Llegó realmente a asustarme, tan furioso se puso. Y sin embargo debía de tener razón, pues ya noto que me alivian. Por alguna razón, no tengo miedo a quedarme sola esta noche y puedo dormirme sin temor. No haré caso de los aleteos en la ventana. ¡Oh, qué terrible lucha he mantenido contra el sueño últimamente; el sufrimiento de la falta de sueño o el sufrimiento del miedo a dormir, que tantos horrores desconocidos me trae! Qué afortunadas son algunas personas, en cuyas vidas no hay temores ni miedo, para quienes dormir es una bendición que llega cada noche y no trae consigo sino dulces sueños. Bien, aquí estoy esperando esta noche que me llegue el sueño y yaciendo como Ofelia en la obra con «coronas virginales y flores de doncella»[2]. Nunca me ha gustado el ajo, ¡pero esta noche es delicioso! Hay paz en su olor; siento que ya llega el sueño. Buenas noches a todos.

DIARIO DEL DOCTOR SEWARD.

13 de septiembre[3].—Fui al Berkeley[4] y encontré a Van Helsing puntualmente preparado, como siempre. El coche que había pedido en el hotel estaba esperando. El profesor cogió su maletín, que ahora lleva siempre consigo.

Anotaré todo con exactitud. Van Helsing y yo llegamos a Hillingham a las 8:00 en punto. (Era una hermosa mañana[5]; el brillante sol y la fresca sensación del comienzo del otoño parecían como la consumación del trabajo anual de la Naturaleza. Las hojas estaban tomando toda clase de bellos colores[6], pero no habían empezado aún a caer de los árboles. Cuando entramos, nos encontramos a Mrs. Westenra que salía del gabinete. Siempre se levanta temprano. Nos saludó cálidamente y dijo:

—Les alegrará saber que Lucy está mejor. Aún está durmiendo, la querida niña. Me he asomado a su habitación y la he visto, pero no entré para no despertarla.

El profesor sonrió y se mostró muy jubiloso. Se frotó las manos y dijo:

—¡Ajá! Pensaba haber diagnosticado correctamente el caso. Mi tratamiento está funcionando.

A lo cual ella replicó:

—No se atribuya usted todo el mérito, doctor. El estado en que Lucy se encuentra esta mañana se debe, en parte, a mí.

—¿Qué quiere usted decir, señora?

—Bueno, yo estaba preocupada anoche por la querida niña y fui a su habitación[7]. Estaba durmiendo profundamente, tan profundamente que mi entrada no la despertó. Pero la habitación estaba tremendamente cargada. Había por todas partes gran cantidad de esas flores horribles y que huelen tan fuerte, y ella tenía un manojo en torno a su cuello. Temí que un olor tan fuerte fuera demasiado para la querida niña en el estado tan débil en que se encuentra, así que se las quité todas y abrí un poco la ventana para que entrase algo de aire fresco. Le gustará verla, estoy segura.

Se fue hacia su boudoir, donde usualmente desayuna temprano. Cuando terminó de hablar miré al profesor, cuyo rostro tenía ahora un tono ceniciento. Había sido capaz de dominarse en presencia de la pobre señora, pues conocía su estado y también cuán dañosa puede ser una fuerte impresión: incluso llegó a sonreírle mientras mantenía abierta la puerta para que entrase en su habitación. Peto tan pronto hubo desaparecido, me empujó de improviso y con fuerza al interior del comedor y cerró la puerta.

Entonces, por primera vez en mi vida, vi derrumbarse a Van Helsing. Alzó las manos por encima de su cabeza como en muda angustia y las juntó en un gesto de desesperación; por último se sentó en una silla y, cubriéndose la cara con las manos, comenzó a gemir con sollozos sonoros y secos que parecían salir de un corazón atormentado[8]. Alzó de nuevo los brazos, como si apelase al universo entero:

—¡Dios!, ¡Dios!, ¡Dios! —dijo—, ¿qué hemos hecho, qué ha hecho esta pobre criatura para que nos acosen tan dolorosamente? ¿Hay todavía un hado entre nosotros, dirigido por él; y no debemos decirle nada, ni siquiera advertirla del antiguo mundo pagano, según el cual estas cosas deben suceder, y de este modo? La pobre madre, sin saberlo y creyendo, según ella, obrar de la mejor manera, al hacer lo que ha hecho, ha perdido el cuerpo y el alma de su hija; y no debemos decirle nada, ni siquiera advertirla, pues moriría, y morirían las dos. ¡Oh, qué manera de acosarnos! ¡Cómo se han alzado contra nosotros todos los poderes demoniacos!

Se puso en pie de repente:

—¡Vamos! —dijo—. Vamos, debemos actuar. Demonios o no demonios, o todos los demonios juntos, no importa; lucharemos contra ellos.

Se dirigió al vestíbulo en busca de su maletín y subimos juntos a la habitación de Lucy.

De nuevo levanté la persiana, mientras que Van Helsing iba hacia el lecho. Esta vez no se sorprendió al ver el pobre rostro con la misma horrible y cerúlea palidez de antes. El semblante de Van Helsing denotaba profunda pesadumbre e infinita compasión.

—Lo que suponía —murmuró con esa silbante aspiración suya de tanto significado. Sin decir palabra fue a cerrar la puerta y comenzó a desplegar sobre la mesita los instrumentos para una transfusión de sangre más. Hacía rato que yo había sentido esa misma necesidad de actuar y comencé a quitarme la chaqueta, pero me detuvo con un gesto de la mano:

—¡No! —dijo—. Hoy debe usted operar. Yo daré la sangre. Usted está débil. —Conforme hablaba, se quitó la chaqueta y se arremangó la camisa[9].

De nuevo la transfusión; de nuevo el narcótico; de nuevo una recuperación del color en los cenicientos pómulos y la respiración regular de un sueño saludable. Esta vez yo miraba mientras Van Helsing se restablecía y descansaba.

En cierto momento aprovechó una oportunidad para decirle a Mrs. Westenra que no debía sacar nada de la habitación de Lucy sin decírselo a él; que las flores tenían un valor medicinal y que respirar su olor era parte del tratamiento. Después se puso al frente del cuidado de la paciente él mismo, diciendo que se quedaría velando esta noche y la siguiente, y que me avisaría para decirme cuándo tendría que volver yo.

Al cabo de una hora se despertó Lucy, fresca y radiante, y a lo que parecía sin resentirse de su terrible prueba[10]. ¿Qué significa todo esto? Comienzo a preguntarme si el haber estado tanto tiempo entre locos no empieza a afectar a mi propio cerebro.

DIARIO DE LUCY WESTENRA.

17 de septiembre.—Cuatro días y noches de paz[11]. Me estoy poniendo de nuevo tan fuerte que casi no me reconozco. Es como si hubiese tenido una larga pesadilla y acabase de despertarme para ver la hermosa luz del sol y sentir el fresco aire de la mañana a mi alrededor. Tengo el confuso recuerdo de haber pasado un largo e inquieto tiempo de espera y de temor; una oscuridad en la que no había ni siquiera el dolor de la esperanza para agudizar la angustia del presente; y después, largos periodos de olvido, y la vuelta a la vida, como un nadador que sube a la superficie a través de la gran presión del agua. Sin embargo, desde que el doctor Van Helsing está conmigo, todos estos malos sueños parecen haber desaparecido; los ruidos que solían asustarme hasta hacerme enloquecer —los aleteos en las ventanas, las lejanas voces que parecían tan cercanas, los desagradables sonidos que no sabía de dónde venían y que me ordenaban hacer no sé qué—, todo eso ha cesado. Ahora me voy a la cama sin miedo a dormir. Ni siquiera intento permanecer despierta. Ahora me gusta el ajo, y cada día recibo una caja de Haarlem. Esta noche se marcha el doctor Van Helsing, pues tiene que estar un día en Ámsterdam[12]. Pero no necesito que me vigilen: me siento lo bastante bien como para estar sola. ¡Gracias a Dios por mi madre y por mi querido Arthur y por todos los amigos que han sido tan cariñosos conmigo! Ni siquiera notaré el cambio, pues la pasada noche el doctor Van Helsing durmió en su sillón mucho tiempo. Le vi dormido las dos veces que me desperté, pero no tuve miedo de volver a dormirme, aunque las ramas de los árboles, los murciélagos, o lo que fuera, golpeaban casi con furia en la ventana[13].

THE PALL MALL GAZETTE[14],
18 DE SEPTIEMBRE.

EL LOBO HUIDO.

PELIGROSA AVENTURA DE NUESTRO REPORTERO.

ENTREVISTA CON EL GUARDIÁN.

DE LOS JARDINES ZOOLÓGICOS.

Después de muchas preguntas y de tantas negativas, y utilizando en todo momento las palabras Pall Mall Gazette como una especie de talismán, pude dar con un guardián de la sección de los Jardines Zoológicos[15] donde estaba el lobo. Thomas Bilder vive en una de las casitas del recinto que hay tras el lugar donde se encuentra el elefante, precisamente acababa de sentarse para tomar el té de la tarde cuando le encontré. Thomas y su mujer son gente acogedora, mayores y sin hijos, y si la muestra de hospitalidad de que yo disfruté es lo habitual en ellos, su vida ha de ser bien agradable[16]. El guardián no comenzó a hablar de lo que él llamó «negocios» hasta que terminó la cena y quedamos todos satisfechos. Cuando quedó despejada la mesa y él hubo encendido su pipa, dijo:

—Ahora, señor, puede preguntarme lo que quiera. Usted perdone que no haya querido hablar de cuestiones profesionales antes de las comidas. Yo les doy su té a los lobos, los chacales y las hienas de toda nuestra sección antes de empezar a hacerles preguntas.

—¿Qué quiere usted decir con eso de hacerles preguntas? —inquirí, intentando ponerle de buen humor.

—Darles con un palo en la cabeza es una forma; rascarles las orejas es otra, cuando los caballeros con posibles quieren que haga un poco de teatro delante de sus chicas. A mí no me importa mucho el lío que se arma pegándoles con un palo antes de que les eche de comer; pero siempre espero a darles su jerez y su café, por decirlo así, antes de intentar rascarles las orejas. —Y añadió filosóficamente—: Fíjese, somos muy parecidos, nosotros y esos animales. Aquí viene usted y me pregunta cosas sobre mi trabajo, y yo, que soy un gruñón, por esa media libra me hubiera gustado verle colgado de un árbol antes que contestarle. Ni siquiera cuando usted me dijo sarcásticamente si me gustaría que usted le dijese al superintendente si podía hacerme preguntas. No se ofenda: ¿le dije yo que se fuera al infierno?

—Sí, lo dijo.

—Y cuando me dijo que iba a dar parte de mí por emplear un lenguaje obsceno, eso fue como darme un estacazo en la cabeza; pero la media libra lo arregló todo. No es que yo fuese a pelearme, así que esperé a haber comido e hice con mi aullido como hacen los lobos, los leones y los tigres. Pero que el Señor le bendiga, ahora que la vieja me ha dado un trozo de pastel y me ha servido lo de su vieja tetera, y he encendido la pipa, puede rascarme en las orejas todo lo que le venga en gana, que no soltaré un solo gruñido. Adelante con sus preguntas. Ya sé a qué ha venido; por lo de ese lobo que se ha escapado.

—Exactamente. Quiero que me dé su opinión. Dígame simplemente cómo ocurrió, y cuando yo conozca los detalles, quiero que me diga por qué, según usted, ha ocurrido eso, y cómo piensa que terminará este asunto.

—De acuerdo, jefe. Esta es toda la historia. Era el lobo que llamamos Bersicker[17], uno de los tres grises que vinieron de Noruega a lo de Jamrach[18], que se lo compramos hace cuatro años. Era un buen lobo, que se portaba bien y que nunca hizo nada que diera que hablar. Me sorprende que haya querido escaparse[19] más que si lo hubiera hecho cualquier otro animal de los que tenemos aquí. Pero vaya, no puede uno fiarse de los lobos más que de las mujeres.

—¡No le haga caso, señor! —terció Mrs. Tom con una alegre risotada—. ¡Lleva tanto tiempo cuidando animales que bendito si ya no es como un viejo lobo él mismo! Pero no es peligroso.

—Bien, señor; ayer, sería como dos horas después de darles la comida cuando empecé a oír ruidos. Estaba yo preparando un lecho de paja en donde están los monos para un joven puma que está enfermo[20]; pero cuando escuché gruñidos y aullidos, acudí corriendo. Era Bersicker, que intentaba, como si estuviera loco, romper los barrotes a dentelladas. Ese día no había muchos visitantes por aquí, y cerca sólo estaba un hombre, un tipo alto, delgado, con una nariz ganchuda y una barba puntiaguda con algunos pelos blancos[21]. Tenía una mirada dura y fría, y los ojos rojos, y a mí no me gustó mucho, pues parecía como si fuese él quien lo enfurecía. Llevaba guantes blancos de cabritilla[22], y señalándome a los animales, me dijo:

»“Guarda, esos lobos parecen enfurecidos por algo”,

»“Quizá es por usted”, dije, pues no me gustaron los aires que se daba. No se enfadó, como yo me esperaba, sino que sonrió con una especie de mueca insolente y le vi una boca llena de dientes blancos y agudos. “Oh, no; yo no les gusto”, dice. “Oh, sí; les gusta usted”, digo imitándole, “siempre les gusta un hueso o dos para limpiar sus dientes a la hora de la merienda, y de eso tiene usted un saco lleno”.

»Bueno, fue una cosa rara, pero cuando los animales nos vieron hablando, se tumbaron, y cuando me acerqué a Bersicker, me permitió que le rascase en las orejas como siempre. Y entonces aquel hombre, ¡bendito si no alargó la mano y rascó también las orejas del viejo lobo!

»“Tenga cuidado” le digo, “Bersicker es rápido”.

»“No importa” me dice. “¡Estoy acostumbrado a ellos!”

»“¿Usted está también en este negocio?”, le digo quitándome la gorra, pues un hombre que trabaja en esto de los lobos, etcétera, es un buen amigo de los guardianes.

»“No” me dice; “no exactamente en este negocio, pero he domesticado algunos”. Y con eso, se quita el sombrero, tan elegante como un lord, y se marcha. El viejo Bersicker le siguió con la mirada hasta que desapareció de la vista y fue a tumbarse en un rincón, y no quiso moverse en toda la tarde. Bueno; pues la pasada noche, tan pronto como salió la luna, todos los lobos empezaron a aullar[23]. No había nada para que lo hicieran. No había nadie cerca, excepto alguien que estaba, evidentemente, llamando a un perro por detrás de los jardines de la calle del Parque. Salí un par de veces para ver si todo estaba en orden, y lo estaba, y entonces los aullidos cesaron. Justo antes de las 12:00 de la noche di otra vuelta para retirarme y, maldita sea, al llegar frente a la jaula de Bersicker vi que los barrotes estaban rotos y retorcidos y la jaula vacía[24]; esto es todo lo que sé, por cierto.

—¿Nadie más vio algo?

—Uno de nuestros jardineros estaba volviendo de la Armonía[25] a su casa a esa hora más o menos cuando vio a un gran perro gris que salía por las vallas del parque. Al menos eso es lo que él dice, pero yo no acabo de creérmelo, pues no dijo ni una palabra sobre ello a su señora cuando llegó a casa, y sólo cuando supo que se había escapado el lobo y que habíamos estado toda la noche buscando a Bersicker por el parque, recordó haber visto algo. Lo que yo pienso es que su Armonía se le había subido a la cabeza.

—Ahora, Mr. Bilder, ¿tiene usted alguna explicación para el hecho de que se haya escapado el lobo?[26].

—Bueno, señor —dijo con una especie de modestia suspicaz—, creo que la tengo, pero no sé si quedará satisfecho con la teoría.

—Sí, sin duda. Si un hombre como usted, que tanto sabe de animales por propia experiencia, no puede tener una buena explicación, ¿quién se atrevería a intentarlo?

—Entonces, bueno, señor; yo lo explico así: me parece que ese lobo se escapó simplemente porque quería irse.

Por la alegre manera en que tanto Thomas como su mujer se rieron con la broma, pude ver que ya la habían utilizado antes, y que la explicación era, sencillamente, un elaborado timo. Yo no podía rivalizar en bromas con el apreciable Thomas, pero creí conocer una forma más segura de llegar a su corazón, así que le dije:

—Bien, Mr. Bilder; vamos a pensar que el primer medio soberano[27] ya ha cumplido su misión, y que este otro hermano suyo está esperando que le reclamen cuando usted me haya dicho lo que cree que va a ocurrir.

—Tiene razón, señor —dijo con presteza—. Usted me excusará, ya lo sé, pero la vieja me guiñó un ojo, que era como decirme que siguiera adelante.

—¡Vaya!; yo, nunca —dijo la anciana dama.

—Mi opinión es esta: ese lobo está escondido por alguna parte. El jardinero que no recordaba dijo que iba galopando hacia el norte[28] más deprisa que un caballo podría hacerlo, pero yo no le creo, pues verá, señor, los lobos no galopan más deprisa que los perros, no están hechos para eso. Los lobos están bien para los libros de cuentos, y yo diría que cuando van en manada y persiguen algo que tenga más miedo que ellos pueden armar un alboroto infernal y dejarlo hecho pedazos, sea lo que sea. Pero, Dios le bendiga, en la vida real, un lobo es sólo una pobre criatura ni la mitad de listo ni la mitad de atrevido que un buen perro, y mucho menos aún peleándose. Este no estaba acostumbrado ni a pelearse ni a buscarse la vida, y lo más probable es que ande por el Zoo escondiéndose y temblando, y si es que sabe pensar, preguntándose dónde va a conseguir su desayuno; o quizás ande por otro sitio y esté metido en una carbonera[29]. ¡Vaya susto que se llevará alguna cocinera cuando vea sus ojos verdes brillando en la oscuridad! Si no tiene comida tendrá que buscarla, y quizá tenga la suerte de encontrar una carnicería a tiempo. Si no es así y alguna niñera va paseando con un soldado y deja al niño en el cochecito… bueno entonces no me sorprenderá que en el censo haya un niño de menos. Eso es todo.

Le estaba dando el medio soberano cuando algo comenzó a moverse en la ventana, y el rostro de Mr. Binder alcanzó el doble de su longitud habitual debido a la sorpresa.

—¡Dios me bendiga —dijo— si no es el propio Bersicker que ha vuelto por sí mismo!

Se dirigió a la puerta y la abrió, lo que me pareció algo totalmente innecesario. Siempre he pensado que un animal salvaje nunca parece mejor que cuando un obstáculo de fuerte resistencia se interpone entre nosotros; una experiencia personal ha intensificado más que disminuido esta creencia[30].

Después de todo, sin embargo, no hay nada como la costumbre, pues ni Bilder ni su mujer le dieron más importancia al lobo de la que yo le hubiera dado a un perro. El animal era tan pacífico y manso como el padre de todos los lobos pintados, el viejo amigo de Caperucita Roja cuando se ganaba su confianza disfrazado.

La escena era una inenarrable mezcla de comedia y de patetismo. El malvado lobo que durante medio día había paralizado Londres y hecho temblar de miedo a todos los niños de la ciudad, estaba aquí, en actitud contrita, y era acogido y acariciado como una especie de hijo pródigo lupino. El viejo Bilder le examinó cuidadosamente con tierna solicitud, y cuando hubo acabado con su penitente, dijo;

—Vaya, ya sabía yo que nuestro pobre amigo se metería en algún lío; ¿no lo he estado diciendo todo el rato? Tiene la cabeza llena de cortaduras y de cristales rotos. Debe de haber saltado alguna maldita tapia o algo así. Es una vergüenza que se permita que la gente ponga botellas rotas en lo alto de sus tapias[31]. Esto es lo que se consigue con ello. Vamos, Bersicker.

Se llevó al lobo y lo encerró en una jaula con un trozo de carne que satisfizo, al menos en cantidad, sus elementales necesidades, y se marchó para informar de lo sucedido.

Y yo también me fui para presentar este reportaje, que se publica hoy en exclusiva, sobre la extraña fuga del Zoo[32].

DIARIO DEL DOCTOR SEWARD

17 de septiembre.—Estuve ocupado en mi despacho después de la cena, poniendo al día mis libros, los cuales, debido a la presión de otras tareas y a las muchas visitas que he hecho a Lucy, estaban, lamentablemente, muy atrasados[33]. De pronto se abrió la puerta de modo brusco y entró impetuosamente mi paciente con el rostro contraído por la cólera. Me quedé estupefacto, pues que un paciente entre en el despacho del superintendente por su propia decisión es algo casi inaudito[34]. Sin perder un instante, se abalanzó directamente sobre mí. Tenía un cuchillo en su mano, y como vi que era peligroso, intenté mantener la mesa entre los dos[35]. Sin embargo, era demasiado rápido y demasiado fuerte para mí; antes de poder recuperar mi equilibrio me había hecho una herida de consideración en la muñeca izquierda. Sin embargo, me pude reponer antes de que me atacase otra vez y darle un puñetazo con la mano derecha, con lo que cayó de espaldas en el suelo todo lo largo que era. Mi muñeca sangraba abundantemente y, goteando, formaba un pequeño charco en la alfombra. Viendo que mi amigo no intentaba hacer nada más, me dediqué a apretar mi muñeca, mientras que, precavido, no perdía de vista en ningún momento al caído. Cuando llegaron precipitadamente los celadores y nos fijamos en él, me puso realmente enfermo lo que estaba haciendo. Tumbado boca abajo en el suelo, lamía como un perro la sangre que había caído de mi muñeca herida. Reducido con facilidad, se fue, para mi sorpresa, muy tranquilamente con los celadores, repitiendo una y otra vez: «¡La sangre es la vida! ¡La sangre es la vida!»[36].

No puedo permitirme perder sangre precisamente ahora: últimamente he perdido demasiada para mi bienestar físico, y, además, la prolongada tensión causada por la larga enfermedad de Lucy, con sus horribles fases, comienza a afectarme. Estoy en extremo excitado y agotado, y necesito descanso, descanso, descanso. Por fortuna, Van Helsing no me ha llamado, así que no tendré que privarme de dormir; esta noche no podría resistir sin dormir.

TELEGRAMA, VAN HELSING, AMBERES[37], A SEWARD, CARFAX.
(Enviado a Carfax, Sussex, ya que no se indicaba el condado; entregado con un retraso de veintidós horas)[38].

17 de septiembre.—NO DEJE DE ESTAR EN HILLINGHAM ESTA NOCHE. SI NO VIGILA TODO TIEMPO, VISITAS FRECUENTES Y COMPROBAR QUE FLORES ESTÁN SU SITIOS; MUY IMPORTANTE; NO LO DEJE. ESTARÉ CON USTED TAN PRONTO COMO POSIBLE DESPUÉS LLEGADA[39].

DIARIO DEL DOCTOR SEWARD.

18 de septiembre.—A punto de tomar el tren para Londres[40]. La llegada del telegrama de Van Helsing me ha dejado consternado[41]. Una noche entera perdida, y sé, por amarga experiencia, lo que puede suceder en una noche. Claro que es posible que todo vaya bien, pero ¿qué puede haber ocurrido? Es seguro que pesa sobre nosotros alguna horrible maldición para que todos los accidentes posibles puedan frustrar cualquier cosa que intentemos hacer. Me llevaré este cilindro y así podre completar la grabación en el fonógrafo de Lucy[42].

MEMORÁNDUM DEJADO
POR LUCY WESTENRA.

17 de septiembre, noche.—Escribo esto y lo dejo para que lo encuentren y nadie tenga, por si acaso, problemas por mi culpa. Es una relación exacta de lo que ocurrió esta noche. Siento que me muero de debilidad y no tengo apenas fuerzas para escribir, pero tengo que hacerlo aunque muera en la demanda.

Me fui a la cama como de costumbre, cuidando de que las flores estuvieran donde había dicho el doctor Van Helsing, y me quedé pronto dormida.

Fui despertada por el aleteo en la ventana, que había comenzado tras mi paseo sonámbulo por el acantilado de VVhitby, cuando Mina me salvó; aleteo que ahora conozco tan bien. No tuve miedo, pero desee que el doctor Seward estuviese en la habitación de al lado —como dijo el doctor Van Helsing que estaría— para poder llamarle. Intenté dormirme, pero no pude. Me asaltó entonces el viejo miedo a dormir, y decidí mantenerme despierta. Malignamente, el sueño intentó asaltarme cuando yo no quería; temí estar sola; abrí la puerta y grité: «¿Hay alguien ahí?». No hubo respuesta. No quise despertar a mi madre y volví a cerrar la puerta. Entonces escuché entre los arbustos una especie de aullido, como el de un perro, pero más fiero y profundo. Fui a la ventana y miré, pero no pude ver nada, excepto un gran murciélago que, sin duda, había estado golpeando sus alas contra la ventana. Volví a la cama, pero decidida a no dormir. De pronto se abrió la puerta, mi madre echó una ojeada[43] y vino a sentarse junto a mí. Me dijo, más dulce y suavemente que nunca:

—Estaba preocupada por ti, querida, y he venido para ver si estabas bien.

Tuve miedo de que pudiera resfriarse allí sentada y le pedí que se metiera en la cama conmigo, cosa que hizo, echándose a mi lado; no se quitó la bata, pues me dijo que sólo estaría un rato y que volvería a su lecho. Mientras estábamos la una en brazos de la otra, se oyeron de nuevo los aleteos y golpes contra la ventana. Ella se sobresaltó y asustó un tanto, y exclamó: «¿Qué es eso?». Intenté tranquilizarla y finalmente lo conseguí y se quedó callada, pero podía escuchar su pobre y querido corazón latiendo todavía muy agitadamente. Al poco se volvió a oír el aullido entre los arbustos[44], seguido de un ruidoso golpe en la ventana, y un montón de cristales rotos cayó al suelo. Movida violentamente por el viento, que entró como una exhalación, la persiana se agitaba con fuerza, y por la abertura apareció la cabeza de un gran lobo, gris y flaco[45]. Mi madre gritó asustada, e hizo esfuerzos para sentarse en la cama agarrándose desesperadamente a todo lo que pudiera servirle de ayuda. Así, se aferró a la guirnalda de flores que el doctor Van Helsing había insistido en que yo llevara al cuello y me la arrancó[46]. Permaneció sentada señalando al lobo, y de su garganta brotó un extraño y horrible gorgoteo; luego cayó como herida por el rayo y su cabeza golpeó mi frente y me dejo mareada por unos instantes. La habitación y todo lo que me rodeaba parecía dar vueltas a mi alrededor. Mantuve los ojos fijos en la ventana, pero la cabeza del lobo había desaparecido y toda una miríada de puntitos luminosos pareció también penetrar por el hueco, girando y formando remolinos como la columna de arena que los viajeros describen cuando hay un simún en el desierto[47]. Quise moverme, pero me encontraba bajo algún hechizo, y el pobre cuerpo de mi querida madre, que parecía irse enfriando ya —pues su querido corazón había cesado de latir— pesaba sobre mí; durante un rato no recordé nada más.

No me pareció que hubiera sido mucho el tiempo transcurrido, pero sí muy, muy horrible, hasta que recuperé la consciencia. En algún lugar próximo una campana tañía un toque de difuntos; todos los perros del contorno estaban aullando; y en nuestros arbustos, a lo que parecía muy cerca, cantaba un ruiseñor[48]. Yo me sentía aturdida y torpe a causa del dolor, del terror de la debilidad, pero el canto del ruiseñor era como la voz de mi madre muerta que venía a confortarme. Los ruidos habían despertado también a las criadas, pues pude oír sus pies descalzos al otro lado de mi puerta. Las llamé, entraron, y cuando vieron lo que había sucedido y lo que era lo que yacía sobre mí en la cama, se pusieron a gritar. El viento entraba con fuerza por la ventana rota, y la puerta se cerró de golpe. Levantaron el cuerpo de mi querida madre y lo depositaron, cubierto con una sábana, en el lecho, una vez me hube levantado yo. Todas estaban tan asustadas y nerviosas que les ordené fueran al comedor y se tomasen un vaso de vino. La puerta se abrió por un instante y volvió a cerrarse[49]. Las criadas soltaron un grito y después se fueron todas juntas al comedor; yo deposité las flores que tenía sobre el pecho de mi querida madre. Al verlas recordé lo que me había dicho el doctor Van Helsing, pero no quise quitárselas, y, además, ahora tendría a alguna de las criadas conmigo. Me sorprendió que no volvieran. Las llamé, pero no tuve respuesta, por lo que fui al comedor a buscarlas.

El corazón me dio un vuelco cuando vi lo que había ocurrido. Las cuatro yacían inertes en el suelo, respirando dificultosamente. La licorera del jerez estaba sobre la mesa, medio vacía, pero había un raro y acre olor[50]. Sospechando algo, examiné la licorera. Olía a láudano, y mirando en el aparador descubrí que el frasco que el médico de mi madre utiliza para ella —¡oh, que utilizaba!— estaba vacío. ¿Qué voy a hacer, qué voy a hacer? He vuelto a la habitación con mi madre. No puedo dejarla, y yo estoy sola, con la excepción de las criadas dormidas, a las que alguien ha drogado[51]. ¡Sola con un cadáver! No me atrevo a salir, pues oigo los profundos aullidos del lobo a través de la ventana rota.

El aire parece lleno de motilas[52] que flotan y giran en la corriente de aire que entra por la ventana, y brillan turbiamente azules. ¿Qué voy a hacer? ¡Que Dios me proteja del mal esta noche! Esconderé este papel en mi pecho, donde lo encontrarán cuando vengan a amortajarme. ¡Mi querida madre se ha ido! Es hora de que yo también me vaya. Adiós, querido Arthur, si no sobrevivo a esta noche. ¡Dios te guarde, querido, y que Dios me ayude a mí!